Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160427

“When Doves Cry” —Prince




tic-tic, goteaba la lluvia.
tac-tac, temblaba el salón.
tic-tac, escribió el periodista
nervioso en su redacción.

los vivos, bajo los escombros,
clamaban a dios su perdón,
se daban ya todos por muertos
bajo tal siniestro dolor.

tic-tic, goteaba la lluvia
tac-tac, menguaba el valor,
tic-tac, el muchacho perplejo
escapó de la situación.

de pronto astillas de vidrio
volaron por la habitación;
entraron de prisa, corriendo
comandos de salvación.

“aquí hay uno, acá otro, allá dos”,
gritaron con desesperación;
y con manos apresuradas
comenzaron la excavación.

tic-tac, goteaba la lluvia,
tic-muerte, tac-desolación.
tic - t  i   c  , tronó el edificio,
t a c  -  t   a   c   ,  s  e   d  e   s   p    l   o    m    ó.

tic-tic goteaba la lluvia,
tac-tac, caía el salón.
faltaban diez para las nueve,
t i c - t  a  c , se detuvo el reloj.



--DA20160627

20160426

Plenitud

El 80% soy un ser humano serio, depresivo y un poco oscuro, cínica y un poco sarcástica, pero hay días como hoy... me pierdo.

Ese 20% restante suele coincidir con canciones como esta, en la que me hago reflexionar sobre la tremenda suerte que siempre me ha acompañado durante 38 años.

Carezco de muchas cosas, a veces las circunstancias no me gustan, reniego de un par de gentes, pero la verdad... la verdad, soy feliz con lo que tengo.

No sé si será dios, pero lo que definitivamente nunca dejaré de agradecer son esas coincidencias que nos traen a la mejor versión de nosotras mismas. Eso que nos hace libres.

Hoy le quiero contagiar ese entusiasmo a mis compañeras de Nongirly Blue, un lugar donde coincidimos mujeres profesionales, trabajadoras, mamás, no mamás, creativas, hijas, hermanas, buscadoras de plenitud... suertudas.


“Y si fuera ella” —Alejandro Sanz



Danilo Veliz era agente de la policía de tránsito. Su trabajo consistía en coordinar el tráfico del sector número 316 la ciudad. Desde las 5:30 hasta las 10:30 de la mañana, su trabajo, aparte de coordinar el caos vehicular, incluía engullir todo ese humo de automóviles y autobuses descompuestos y vueltos a componer. La hora que Danilo más detestaba eran las 8:30 de la mañana. Era la hora del terror, de las bocinas ensordecedoras, de los manantiales de humo deslizándose a 0 km. por hora sobre la Calzada Roosevelt. Roosevelt. Siempre se preguntó porqué su lugar de trabajo llevaba el nombre de un personaje del cuál nunca había escuchado nada. Rusevel? Rusvel?. Ni siquiera estaba seguro cómo se pronunciaba. Entre autobús y automóvil, se encontró pensando cómo terminó como agente policial, sin encontrar más que un suspiro sordo atragantado en su pecho y un dolor agudo en el estómago. Todos nos odian, concluyó inmune mientras soplaba el silbato indicándole al conductor del autobús de la ruta 62 que debía de avanzar y dejar de acaparar la estación de buses. Llevaba cuatro meses asistiendo el tránsito matutino. Cuatro meses de recibir el humo, el sol, la lluvia, el roce de los automóviles, las miradas hostiles de los conductores. Pero no era su culpa. Solamente —e igual que todos, se repetía constantemente, cumplía con una función desagradable a cambio de dinero. Dinero. Durante cuatro meses había aceptado despertarse a las 4:30 de la mañana, caminar hasta encontrar el primer pick-up que hiciera viajes, o cuando la suerte no estaba de su lado, caminar 32 cuadras hasta llegar el puesto de policía número 42, donde Catalina, su compañera de turno estaría lista con un termo de café azucarado. Danilo, con su apariencia escueta, tomaría el café en tres tragos sin aturrar la cara y le daría las gracias con su mejor sonrisa aún cuando no le gustara el café con azúcar. Era la gratitud y la bondad humana lo que le hacía beber tal desagradable café. A las 5:20 subirían los conos verdes en la parte trasera del pick-up policial y a las 5:23 saldrían hacia la carretera que, por cinco horas, llamaría su lugar de trabajo. Sonrió ante la idea absurda de llamar una calle su lugar de trabajo. Cuando la señorita en el banco le preguntara donde trabajaba, con oculta vergüenza le contestaría que sobre la Calzada Roosevelt, y la señorita educada con su traje sastre color gris rata y su maquillaje modesto, sonreiría apenada, no por ella, sino por él pues nunca sería sujeto para el préstamo hipotecario que, para entonces, tantas veces habría solicitado. Nunca poseería una casa propia. Con suerte viviría arrendando aquella pequeña casa que compartía con su hermana y sus tres sobrinos, cada uno hijo de un padre diferente. De los tres, era Lucas su sobrino favorito. Lucas nació durante la última (?) gran crisis del 2008, y había llegado a iluminar aquella gran decepción que se llevó cuando descubrió que Yesenia, quien para entonces era su novia, jamás se casaría con él. Tres años después de tal desafortunado descubrimiento, Lucas crecía junto a una curiosidad y un hambre voraz. Tal era su apetito que Jacinta tenía que guardar todo aquello que fuera comestible para asegurar que sus otros dos hijos pudieran comer también. Qué hacía al niño tan glotón era una incógnita. Danilo nunca fue así y sus otros dos sobrinos tampoco. En esa casa, parecía que todos entendía el significado de la escasez. Es-ca-sez. Esa que crecía día con día mientras el periódico nacional anunciaba que la canasta básica alimenticia  había aumentado en 350 quetzales durante el último año. Osea, casi 50 dólares más al mes para alimentar con menos a la misma cantidad de personas. Era una desgracia. Una tragedia, si bien no nacional, personal. Un desangre a la economía familiar. Aún así, Lucas parecía no entender más que su apetito insaciable. Todas las mañanas Danilo apartaba ⅓ de su desayuno para guardarlo y dárselo a Lucas. Si había algo que Danilo no soportaba era querer y no poder. Querer y no tener. Y ver al pequeño Lucas dormido en la hamaca junto a sus otros dos hermanos le partía el corazón. De alguna forma le hacía recordar aquellos tiempos cuando él era un chiquillo también. Cuando jugaba junto a su hermana y no importando el juego, siempre la hacía llorar. Nunca lo hizo a propósito, pero en su torpe infancia, no sabía controlar su fuerza de varón. Con los años, y tras la muerte de la niña Angélica, su madre, aprendió a usar su fuerza para cuidar a su única hermana y su único bastión dentro de un mundo que cada vez se hacía más denso, más oscuro, más tirano.

-- DA20160426

20160425

La próxima vida

Foto de Ricky López
(Relato inspirado en ¿Y si fuera ella? de Alejandro Sanz)
1.

No era una ventana. Apenas era un hueco de unos cincuenta centímetros que estaba demasiado alto como para alcanzar a ver algo. Apenas el cielo. Eso fue lo primero que vio al abrir los ojos. Demasiado temprano. Tal vez demasiado tarde. No estaba preocupada, no tenía miedo. No podía. Ni siquiera le quedaba la más mínima oportunidad de arrepentirse de lo que le estaba pasando. Solo aceptarlo, tomar el gabán de manta cruda, despiadadamente blanca, que le habían destinado para su último día en esta vida. Pensó en lo reducido y oscuro de aquel lugar, miró a su alrededor sin poder realmente ver nada a excepción de la ventana con su trozo de cielo azul, muy azul para aquella hora de la mañana. Pensó en Ravi y en su blanca sonrisa brillando calma al centro de aquella piel color de oliva. Solo ella sabía que ese era su verdadero nombre, para los demás era Don Esteban, el tendero de la esquina. Nadie sabía de dónde había aparecido ni cuándo. Solo ella. Ella sabía que había venido de muy lejos, que había cruzado más de mil mares por semanas, meses, años, desde aquel lugar que buscó en el mapa y se llamaba India. Al principio todo comenzó como un juego, empezó a interesarse por las historias de Ravi solo por curiosidad, atraída por aquella mirada que iluminaba su día. El siempre le advirtió que todo aquello era secreto, que solo ella podía saberlo y fue así como se adentró a un nuevo estado y aprendió nuevas maneras de desprenderse de sí misma y lo mundano. Renunció a todo con tal de estar con él. Y fue bueno saber que él también quería estar con ella.
Acostumbrada a sentir el cabello castaño rizado cayéndole sobre la frente y la espalda, se pasó una mano por la cabeza, no quedaba nada, lo había olvidado. Se quitó lo último que le quedaba del gabán anterior, dejándolo caer sobre el suelo húmedo, ni siquiera pudo ver sus pies, su cuerpo, lo que quedaba de todo aquello. Dejó caer el nuevo gabán sobre sus hombros, tratando de que lo áspero de la tela no lastimara las heridas en su espalda. En vano. El lamento salió por la ventana y se escuchó arriba, en los pasillo que la esperaban ansiosos. Respiró profundo varias veces, cerrando los ojos, anulando el dolor. Se sentó en el suelo con las piernas cruzadas una sobre la otra, con los brazos descansando sobre éstas, con las manos hacia arriba y los dedos índices formando una “o” con los pulgares. Se olvidó de este mundo.
2.

- Lo más sorprendente de la construcción es la manera cómo ha permanecido intacta con el paso de los siglos- refiere el guía, deteniéndose sobre las baldosas de impecable piedra pulida. 
- La obra dio inicio en 1615 y fue finalizada en 1630. Se tardaron quince años en concluirla desde que fue puesta la primera piedra, exactamente en donde estamos parados en este momento... Puede ser esa piedra en donde está usted señorita- dice directamente a Blanca. Esta se sonroja y muestra su anillo alargando la mano entre la rueda de turistas que se ha formado alrededor del guía.

- Señora.

- Recién casada, supongo. ¿Y dónde esta el afortunado esposo?

- Se quedó en el hotel enviando un telegrama a la familia... Estamos de luna de miel.

- Ahora usted es su familia, jovencita. Tendríamos que reprender a ese muchacho por dejarla sola.
Todos se ríen. Blanca se sonroja nuevamente, principalmente al pensar que el muchacho en cuestión casi le dobla la edad y que es su segundo matrimonio. La muchedumbre la abruma con sus miradas.

- Solo son unos minutos, quedamos de encontrarnos aquí – dice, creyendo que tiene que explicar algo.

- Pues le vamos a dar unos momentos mientras hacemos un poco más de historia para pasar a los jardines y el convento. Permítanme contarles que originalmente fue construido por los monjes Franciscanos para dar inicio a su misión evangelizadora en esta parte de Centroamérica...
Blanca ya no escucha las palabras, estas se van yendo en su ansiedad de verlo aparecer. Su vida se ha vuelto la vida de Santiago desde que lo conoció, apenas seis meses atrás en una calle cualquiera, cruzándose un alto como cualquiera, pero él la volvió a ver, la miro mientras cruzaban en sentido contrario la esquina, él le sonrió y al día siguiente lo tenía parado frente a su escritorio de secretaria con un ramo de rosas. Ella que se había creído que su condición de huérfana no le iba a permitir casarse bien, ahora está allí con un aro de oro en la mano. Ella, sola desde los quince, ahora tiene una gran familia con cuatro hermanos, siete primos, tres tíos y hasta dos hijos postizos del matrimonio anterior de Santiago. Pero sobre todo lo tiene a él, con esa mirada transparente desde el primer momento. Lo tiene a él para verlo dormir y sonreír entre sueños, para quererlo cada día como si fuera el primero, así como siempre había imaginado que era el amor. Mira nuevamente el reloj, pasaron veinte minutos desde que lo dejó en el hotel diciéndole adiós, lanzándole besos como si fuera un adolescente. El mismo le había dicho el día que se casaron que se sentía como un adolescente, con esa misma ilusión, con esas mismas ganas de estar siempre con ella, desde que la había visto en la esquina de aquella calle. Pero ahora ya pasaron veinte minutos y siente que no debe pasar ni un segundo más...

- Vamos a pasar a los jardines... Su esposo no aparece. ¿Nos acompaña?

- Lo voy a esperar aquí y luego los alcanzamos.
3.

- ¿Te imaginás cuánta historia habrá pasado por este pasillo, por esas mismas baldosas en las que estás sentada? Pregunta Irene con una cara ya descompuesta por tanto alcohol. Yo solo le contesto con un parco, “sí, imagináte”, porque no quiero profundizar, no quiero hablar, no quiero seguir hablando, menos con ella. Pero ella sigue:
- ¿Sabés que toda esta parte en donde estamos ahora fue destruida por el terremoto del 65? Lo único que quedó fue el pasillo, esas gradas en donde estás sentada y ese corredor que se pierde en la oscuridad. Entonces en toda esta ala funcionaba un museo, pero en toda el área del fondo en donde ahora están los jardines, el restaurante, los salones de baile y las habitaciones del hotel, continuaba funcionando un convento. La construcción data del mil seiscientos y tantos. Imagináte, esas baldosas tienen casi cuatrocientos años, concluye, tratando de emocionarme con su historia, pero no me interesa. Por un momento se me cruza por la mente preguntarle cómo sabe todo eso, pero me retracto al instante, sería darle cuerda para que siga con su perorata y solo quiero que me deje sola, así que decido mandarla unos cinco metros lejos de mí con un “por qué no vas con los otros y averiguás qué pasa con el taxi.”
Solo quiero alejarme tres, cuatro, cinco kilómetros... 
Puta la noche que me trajo aquí con tacones altos y vestido de fiesta, con satín, joyas y peinado a beberme a saber cuántas copas de vino, más de una botella quizá. ¿Para qué? Para verlo como siempre siguiendo a cualquier puta que se le pone enfrente. Cualquiera menos yo, siguiéndole los pasos, perdonándolo cada vez que me hace lo mismo, cada vez que me promete que nunca más. Creo que estoy enferma, creo que estoy loca, sino cómo se explica esto. ¿Cómo?
Cómo voy a estar por enésima vez dándole oportunidades...
Allí viene Irene otra vez. ¿Por qué no le digo que me deje en paz, por qué no agarro el valor? Me pone la mano sobre el hombro, me habla con dulzura, “ya pidieron el taxi” dice, “pero se va a tardar un rato”. ¿Por qué me habla así? ¿Por qué me mira así? ¿Por qué siempre tengo que terminar siendo la pobre Laura? Podría jurar que ella está más borracha que yo...
- ¿Te sentís bien? - dice. No, no me siento bien, me duele la espalda cuando respiro, debe ser el maldito frío de las tres de la mañana. Me duele la cabeza, en medio de las cejas. Me duelen las piernas y cada dedo metido en los zapatos. Me duelen el orgullo y ese par de lágrimas que están a punto de salir. Me duele cada paso que me trajo aquí, me duelen los pasos de Gabriel que no escucho venir tras de mí sobre las baldosas del piso.
- Creo que voy a vomitar –
4.

El sonido de la llave pasando por el cerrojo de la puerta sonó amenazador en medio de toda aquella oscuridad. Iluminados por un lámpara de aceite, los rostros de los cuatro monjes que venían por ella aparecieron sombríos y desdibujados por la puerta. Uno de ellos, el más viejo, traía un lazo desgastado entre sus manos, con el que le ató los dos brazos hacia atrás. Otro le colgó una cruz de madera sobre el pecho. Luego la empujaron sobre los hombres, obligándola a arrodillarse y comenzaron sus oraciones, pidiendo a su Dios que perdonara a esa pecadora. Oraron, suplicaron, lloraron por la bruja, como la llamaron desde el principio, desde que había sido descubierta en la plaza junto a Ravi aprendiendo las doctrinas del libro de los Vedas. El libro fue quemado inmediatamente y los dos fueron azotados en la plaza ese atardecer bajo el cargo de brujería y condenados a morir quemados dos días después. Los monjes lo lamentaban, de verdad lo lamentaban en sus oraciones, en sus súplicas, mientras dejaban caer agua bendita sobre ella. Ella no lo lamentaba.
Subió descalza la escalinata acompañada por los cuatro monjes. No tendrían que haberle amarrado las manos, qué iba a hacer, a dónde iba a correr. Ese era su karma y elevaba la vista al frente, a pesar de las miradas inquisidoras de los monjes que se habían congregado a lo largo de todo el pasillo. Finalmente allí se encontró con Ravi. La mirada tranquila, la sonrisa brillando. El también estaba atado. Ella miró con serenidad la distancia que les faltaba para llegar a la calle. Diez metros de baldosas de impecable piedra pulida, de altos muros de adobe y pesadas vigas de madera en el techo. De allí en adelante todo fue caminar, los dos lado a lado, rodeados por los monjes y sus indescifrables rumores y cánticos guturales, por el ruido de la muchedumbre ansiosa que esperaba la procesión en la calle. Al llegar a las gradas se detuvieron unos segundos. Ella quiso alargar su mano hacia Ravi, olvidando que estaba atada. Solamente lo miro y suave, pausado, casi como un susurro le prometió

- Te juro que en la próxima vida voy a regresar para seguir amándote.
5.
Ya pasó media hora, piensa. Hace cuentas, del hotel hacia acá hay quince minutos caminando, cinco en poner el telegrama, son veinte. Se habrá regresado por algo, trata de convencerse, caminando despacio hasta el final del largo pasillo, contando sus pasos, tratando de mirar algo, fingiendo que admira los cuadros colgados a lo largo de las altas paredes de ladrillo antiguo, los santos descoloridos colocados en pedestales de piedra, las lámparas que cuelgan del techo de gruesas vigas de madera. Fingiendo. Lo único que puede hacer es pensar, hacer proyectos, imaginar su vida. No se puede esperar a tener hijos, uno, dos, tres, cuatro; uno tras otro, con los ricitos claros como el papá, como Santiago, con la mirada transparente, con la misma piel suave y esa manera tranquila de llevarla por la vida. Así será, piensa, regresando por el pasillo, cerrando los botones del suéter, porque de pronto las paredes altas y sin fin se volvieron frías, y oscuras. Mira desde allí a la puerta de entrada, no aparece, habrán unos diez metros, pero parece un túnel infinito. No hay nadie, a excepción del guarda y la señora que cobra los veinticinco centavos en la entrada, se ven tan lejos, silueteados por la luz de la calle, riéndose por algún chiste privado. Se detiene frente a una imagen de San Francisco, iluminada por una luz especial, no es de madera como las otras y no está pintada. La toca, está fría. Dibuja con su mano todos los pliegues de la sotana. Se atreve a mirarlo a los ojos blancos. Se atreve a sonreír. Entonces siente que el suelo se mueve despacio bajo sus pies, despacio como si la mecieran. Mira a los dos de la entrada, siguen riendo, no se han movido. Por cualquier cosa comienza a caminar despacio, siempre le dijeron que no se tiene que correr en los temblores. Se detiene otra vez al escuchar un rumor grave y ensordecedor que parece elevarse de lo más profundo del suelo. Sin más, estatuas y cuadros comienzan a desplomarse a sus pies. ¡Terremoto! Gritan los de la entrada y desaparecen entre nubes de polvo. No puede moverse, el suelo ondula como agua. Pierde el equilibrio a cada paso, ahora sí trata de correr, pero no puede. Apenas llega a las gradas, cinco metros más y está la puerta. Los ladrillos antiguos, los de más de trescientos años, se desprenden como si ya no quisieran pertenecer a esas paredes. Todo es una confusión de oscuridad, polvo, ruidos y crujidos. Sabe que no va a llegar, se enrosca junto a las gradas hecha un ovillo, cerrando los ojos, mirando a Santiago diciéndole adiós, tirándole un beso con la mano como si fuera un adolescente. El polvo que cae no la deja respirar. Ya no puede abrir los ojos. Quiere pronunciar una oración. Pero solo piensa “te juro que en la próxima vida voy a regresar para seguir amándote. Las vigas también caen. No queda nada.
6.

Estaba tan segura de que no te ibas a aparecer por ese pasillo oscuro que hasta lo hubiera jurado. Por eso me extraña escuchar tus pasos resonando suave sobre las baldosas, que ahora sé tienen cientos de años. Irene y Marta se alejan al verte venir, todavía sorprendidas por la escena que acabamos de tener en el baño. Te miro acercarte, desparramada en el suelo con mi vestido negro y los zapatos en la mano, con la joyas vueltas una vergüenza... Y lo que queda del peinado. Te miro acercarte, y no sé porqué, sé que es la última. Te deje tirado en ese baño, te dejé ir con el agua, te fuiste lento. ¡Qué fácil aceptarlo! ¡Qué liviana y descargada me siento! Ya no me importa tu sonrisa, esa misma que me lanzas desde los tres metros que nos separan. Logro pararme como sea, trastabillando al dar los pasos, caminando en equis como cualquier borracho de película. Tengo que mantener la calma, tengo que guardar la compostura. Ya te dejé atrás, te dejé en el baño.
– ¿Me abandonás tan temprano? Decís con tu sonrisa de siempre.
– No es tan temprano. Solo espero que no sea demasiado tarde– Digo. Vos te reís.
 –¿De qué putas te reís?– Te reclamo. No tengo ganas de tus mierdas, ya no, no a esta hora.
– ¡Huy! ¿De dónde salió esa fierecilla? Preguntás, tratando de acercarte, agarrándome el brazo como si fuera una de tus amiguitas de siempre.

– De donde no te imaginabas, te contesto, apartándome de tus torpes caricias que hasta ahora logro entender. Y yo que te vi y creí que podía redimirte. Y yo que te vi al cruzar esa calle como cualquiera, que te vi sonreírme y te sonreí como si te conociera de toda la vida. Miráme aquí, tratando de decirte adiós.
– Calmáte, te acompaño al hotel y allí hablamos...

– No quiero calmarme, no quiero acompañarte, solo quiero que me dejés. Me doy cuenta que en tu manera tan particular de pensar no entendás todo el daño que me estás haciendo, de cómo me duele quererte, de que esta no es la primera ni la segunda ni la tercera vez que me dejás en mi propia nariz por irte detrás de otra, pero si me querés, dejáme aquí y ya, no me acompañés a ningún hotel–
.
Se te acabó la sonrisa. Eso significa que sí me querés y que vas a dejarme. Un zapato se cae sobre la baldosa del piso. Dejálo allí. Dejáme abrazarte así, abrazáme así por todo lo bueno que fue y pudo haber sido. Podés llorar, sí, yo ya no puedo. Que no te importe si todos nos están viendo. Mañana van a tener qué contar a todos nuestros amigos. Dios mío, no puedo creer que de verdad estés llorando. No creo que creás convencerme con esa mirada de niño abandonado. No vas a convencerme. Me doy la vuelta, pero me jalas de un brazo.
– Te prometo que si hay otra vida...

– No me prometás nada, te interrumpo. - No habrá otra vida. En este momento me doy cuenta y acepto que ya ha sido suficiente para nosotros dos.
“¡Ya vino el taxi!”, grita Irene desde la puerta.
 Le dejo allí. Siento que han pasado cientos de años.


Rojo carmesí

Relato inspirado en la canción "Y si fuera ella" de Alejandro Sanz.


Al ingeniero Guzmán le dolía el estómago, llegó a su oficina y se encerró luego de que su secretaria le había dicho que su esposa le había llamado. "Le urge comunicarse con usted", apuntó la mujer enfundada en una estrecha falda azul marino y tacones negros con suela roja.

"Sos el cliché andando", pensó el ingeniero Guzmán al ver a su secretaria, lo había pensado desde el primer día que se conocieron.

En su oficina se sentó en su silla reclinable, muy cómoda y confortable, lo envolvía el aire acondicionado, salvándolo del horrible calor tropical, no podía ser de otra manera, si no hubiera muerto enfundado en aquel costoso traje y ahorcado por la corbata. 

Al ingeniero Guzmán le pasa algo, está mal, suspira, cierra los ojos y piensa en su mujer. La ama. Eso es lo que pasa. La ama tanto que no logra comprender por qué o de donde nace tanto amor. Se siente como un adolescente en ese instante. Se regaña a sí mismo diciéndose un "sos un pendejo", auto dedicándose el peor insulto: "pareces mujercita".

Todo esto no tuviera nada de raro si el distinguido ingeniero Guzmán no fuera un puto de primera calidad. Durante todo su matrimonio se ha dedicado a cogerse a toda mujer que se dejara, incluyendo a su secretaria. 25 años de recorrer senos, pubis y espaldas. Por supuesto, su mujer nunca dijo nada, ella... con su paciencia infinita y su sonrisa siempre distante era un ser pulcro y apartado de toda malicia. Era la mujer ideal para ser infiel. El ingeniero Guzmán siempre supuso que sufría en silencio, que era consciente del marido que tiene. No se imaginó nunca la verdad.

El ingeniero Guzmán sigue con los ojos cerrados, su cuello descansa en su suave y hermosa silla reclinable, no quiere abrir los ojos, está recordando a su mujer, a su alma. Se reconoce en perdición.

Su mujer lo acaba de abandonar, se fue con la vecina.

20160422

Purple Rain




















(Relato homenaje a Prince, que más bien es una anécdota, lejana e inolvidable)

Todo tiene que ver con la Escuela Nacional de Danza y ese año de descubrimientos de un cuerpo que había sido hecho para eso. Descubrimiento de todo ese amasijo de gente que se reunía en ese lugar para tomar o impartir clases. Mediados de los ochentas, yo todavía era una bichita y no me acostumbraba a los baños sin puertas ni a la ¿Esmeralda? sentada en el inodoro platicando a grito pelado con las demás. Las demás, más grandes, mayores, que estaban en los últimos años. No me acostumbraba tampoco a los cheros con esos cuerpos tan bien hechos y formados, ni al profesor de ballet tan él, por allí caminando en los pasillos, moreno y vestido de lino blanco, tan él y caminando siempre en primera o segunda.

Mi maestro de danza moderna también había sido o era baletista clásico. Era alto, uruguayo y con la nariz encorvada, me llamaba Floretta con cada instrucción y, de alguna manera, me quería y vio algo en mí. Esa chispa que no tuve que haber perdido, supongo. Me abrazaba entre sus brazos largos y estilizados y me dictaba sus instrucciones con cariño, como deben ser las instrucciones de un maestro, ¿verdad? Eran tiempos de guerra, faldas largas y camisetas rotas, calentadores de colores, sí, claro, muy al estilo Flashdance, y pelos colochos o anudados en moños; aunque luego terminaran desechos en el piso de madera de los salones. Eran tiempos de barras dobles de hierro, espejos, ventanales altos que llegaban hasta el techo y el tambor del maestro, marcándonos el ritmo y el paso.

El maestro me seleccionó a mí ese año, a mí, y a dos o tres de mis compañeras de primero, para ser parte de la temporada Nacional de Danza. Había montado una coreografía acerca de un pastor y la luna, claro, ellos dos, de últimos años, eran los principales de la historia; y mis compañeras y yo, éramos las nubes (huy! qué presagio del futuro) que pasábamos por allí para descubrir en los sueños del pastor, para descubrirla a ella: la luna. La Luna, entienden, blanca y con tules que daban vuelta por allí con la música. La luna, ella, en la vida real, recuerdo que se llamaba Ada. Sí, Ada de verdad. Y era blanca, así como esa luna que representaba. Fueron largas semanas de ensayo, sí, aunque solo fuéramos unas simples nubes que pasábamos por allí. Fuímos, incluso, a los ensayos algunos días de las vacaciones de Semana Santa. Y aquí aparece Prince con Purple Rain, porque un grupo de los de último año, hicieron una interpretación de esa canción, la versión larga, esa que dura 8:41 minutos. Y las cheras llevaban vestidos blancos de manta, con los hombros descubiertos, los cheros, solo en pantalón, blancos y de manta también, y todos con toneladas de bronceador vaciadas en sus cuerpos. Eran como esclavos sudados o algo así, entendí yo a mis escasos años, esclavos de esos que cortaban algodón... Y yo hubiera querido estar allí. Allí cuando, sentada en una butaca del Teatro Nacional, los miraba a ellos, los Purple Rain, perfectos y sincronizados, dejando un recuerdo que, todavía ahora, persiste. Dejando un recuerdo feliz para siempre de esa canción.

Porque Ada, la querida Luna de esta anécdota, se fue esa vacación a pasar unos días a alguna playa de El Salvador. ¿Conchalío habrá sido? Y murió ahogada, como deben morir las heroínas de estas historias. Como era de suponerse, nuestra coreografía fue suspendida, claro, el maestro la había creado especialmente para ella. Ella era una Luna. Y nosotras, aquellas nubes pasajeras que estábamos destinadas a ser.

Y entonces quedó Purple Rain grabado en esta mente, pegado a la oscuridad del Teatro Nacional, a los vestidos blancos iluminados por una luz cálida, al olor del bronceador de coco, a uno de los años más inolvidables de mi vida.

20160421

La que se negó a morir



Inspirado en Y si Fuera Ella
de Alejandro Sanz




Me esforcé tanto en matarla... Me tomó meses, años, días. No sabía que bajo esa gruesa capa de indiferencia y falsa madurez, todavía respiraba. Bastó arañar un poco la superficie para que volviera a salir.


La enredé en memorias falsas y borré poco a poco los recuerdos al punto que ahora no queda mucho para reconstruir la escena de nuestra despedida. Hice de todo para asegurarme que no regresara: dejé la pluma para cartas reales por siempre en el escritorio, no volvieron a sonar canciones de amor en mi presencia y tiré a la basura los libros con poemas.


La sepulté completamente vestida, con todos sus adioses aun vibrando en sus manos y todas sus mentiras blancas. Le cavé una tumba profunda, hecha con paciencia y dedicación. No fue algo repentino. Fue todo premeditado, planeé con suficiente tiempo y de antemano busqué la forma de llevar ese luto que estaba anticipando mientras calculaba el tiempo que le faltaría de vida. El detonante fue ver cómo reaccionaba a lo irreparable. Cuando me dí cuenta que lloraba, mintiendo y diciendo que estaríamos juntos por siempre, supe que debía morir. Sabía que ella creía firmemente en que todo duraría por siempre al principio, pero a medida iban pasando los años, ella mentía por mí. Yo sabía que las cosas no iban por buen camino y ella salía siempre al paso, asegurándole que todo iba a estar bien, que estaríamos siempre juntos. No me dejaba hablar. Ella: la romántica, la mentirosa, la cobarde, la débil, la ilusa, la ingenua, la que siempre tenía un abrazo lleno de perdón. No me dejaba progresar.  No me dejaba terminar algo que ya no tenía razón de ser. Me dolía el solo hecho de estar allí, de respirar, de ver el sufrimiento que ella causaba. Lo más generoso hubiera sido cortar con todo de raíz y temprano, pero ella todo lo alargaba con su permanente ilusión de un 'felices para siempre'. Para mí, eso era un motivo válido para que ella dejara de existir.


Nadie más que él y yo lloramos su muerte. A su ausencia los demás la llamaron "crecimiento", yo la llamé "alivio". No volvería  a extrañar sus sollozos. Por fin pude decir la verdad sin remordimiento, pude dejar de lamentarme por todo lo perdido y logré construirme un pasado nuevo. Reescribí todo cuando ella se fue. Aprendí a hablar sin las metáforas que construía en mi cabeza, a mantenerme firme por fuera mientras me derrumbaba por dentro y eso me ganó el respeto de quienes me veían tan entera aun en esos momentos de duelo. Me convertí entonces en la fuerte, la admirable, la valiente, la fría, la decidida, la vacía, la que sale adelante. El tiempo se dedico a irla borrando de mi memoria. Viví tranquila y sin pensar en ella después de algunos meses y por primera vez en años logré dormir una noche entera sin estar revolviendo recuerdos o recreando conversaciones que terminaban en promesas, más mentiras piadosas o más dolores. Creí que había desaparecido por fin de mi vida y fue justo esta mañana que la sentí asomarse en una lágrima. Volvía en mis lágrimas, en ese temblor de labios y en esa confusión mental que llevaba una eternidad sin ofuscarme.  



Verá doctor, ella no tiene que estar viva. Yo la maté, la maté y revivió. Es esa yo de veintidós años que revive, la que había enterrado en mi cabeza. Por favor ayúdeme a matarla de nuevo, que no quiero sentir, no quiero conmoverme, no quiero recordar. La maldita regresó cuando escuché esa canción, cuando sonó la voz de ese hombre deshaciéndose en gemidos flamencos casi llorando de amor. Por favor, doctor... Ayúdeme a no volver a sentir.

20160417

¿Y si fuera ella?


He pensado mucho-mucho para esta canción, siempre selecciono una y a último momento me da por recomedar otra. Esta quincena nos vamos a poner cursis y sencillas y vamos a escribir inspiradas por el querido Alejandro Sanz. Que no crean, tiene algunas de las letras más hermosas que se ha oído últimamente en español. Por favor escuchen Tú No Tienes La Culpa, ¿Lo Ves?, En La Planta de Tus Pies, Cuando Nadie Nos Ve, Corazón Partío, Si Tú Me Miras, La Fuerza Del Corazón... "Alguien ha bordado tu cuerpo con hilos de mi ansiedad..." Es de las metáforas más lindas que he oído por allí. Y bueno, traten de cantar una canción de Alejandro Sanz en un karaoke. No se puede. 

Conste, que yo a él lo quiero mucho, una vez me contestó un tuit y otra me mandó un DM... Puede decirse que tenemos una relación bien cercana, jajajaja. Estuve en sus dos primeros conciertos en El Salvador. Ahora ya no me gusta tanto su música, pero antes sí. Me encanta su voz y el dramatismo que le pone a sus canciones. Y sin pernsarlo mucho, porque tengo mi top five de canciones de Alejandro, recomiendo para esta quincena ¿Y Si Fuera Ella? 

Yo siempre he pensado que esa canción habla de la pregunta y la búsqueda del "amor idealizado", y claro, puede aplicar también para un EL. 

Y miren que tratando de hacer un análisis más profundo de por qué puedo oír esta canción repetidas veces y hasta el final; me encontré este trabajo que se llama Amor y Patriarcado en Alejandro Sanz, en el que en 25 páginas estas dos señoras o señoritas se dieron a la tarea de hacer un análisis de la canción. Sí, un analisis del discurso verbal y musical. Parece mentira, pero existe tal cosa y lo pueden leer aquí

Y entre otras cosas interesantes, nos cuentan que esta canción cumple con algo que se llama "retórica de la seducción", es decir, la estructuración musical en un patrón de tensión-relajación. 

La simulación sexual se logra desarrollando una estructura que comienza con el despertar del deseo, continua con un aumento progresivo del mismo a través de la tensión musical hasta un clímax y finaliza con la vuelta a la relajación. En esta canción se aprecia claramente esta estructura, lograda gracias a las progresiones tonales pero también, y en gran medida, al trabajo de producción realizado por Emanuele Ruffinengo. A lo largo de la canción se produce un continuo aumento de la tensión, lo que se consigue a través de diversos procedimientos. 

 (“¿era? ¿quién me dice si era ella?/y si la vida es una rueda y va girando y nadie sabe cuando tiene que saltar/y la miro... y ¿si fuera ella?/ y ¿si fuera ella?”). La respuesta a estas preguntas no se explicita en el texto de la canción, pero en realidad esto no es importante ya que, al afirmar que “la vida es una rueda”, indica que los acontecimientos se repetirán una y otra vez; no hay un principio ni un fin porque se trata de una estructura circular. Esto implica, por otro lado, la imposibilidad de encontrar a la mujer ideal, aunque seguirá buscándola. La música, en cambio, sí ofrece una estructura cerrada. En la [CODA] se restablece un nuevo centro tonal (Sol#) y se avanza hacia el fin en una larga cadencia perfecta, es decir, totalmente conclusiva. Se cumple así la estructura apuntada para la narrativa tradicional, con un “final feliz” en el que se hace desaparecer la amenaza de la otredad (las mujeres reales) y se vuelve a la situación de equilibrio inicial (la mujer ideal).

Y, que luego de leer todo esto y que resulta un discurso "patriarcal" y machista del amor para "engatusarnos" a nosotras, pobres y débiles mujeres.

Ya no sé qué pensar... 

¿Y si fuera ella? 

20160412

La caminata gris


Let’s


walk faster.



¿Hace cuánto que no salían a caminar?

–Pues, ya ni nos vemos, tú.

–No me tratés de “tú”, vos. ¿Qué te dije el día que nos conocimos?

Salieron en la estación estratégicamente ubicada al lado de la tienda que vende tabaco, al lado del cajero; lejos del restaurante al que planeaban ir. Ya con cigarrillos en su cartera y dinero en el bolsillo de él, se prepararon para una caminata. Iban a sentir corta la distancia. ¿Será que se pondrían a gritar? Parecía que ese mismo tramo lo habían hecho ya mil veces, pero borrachos. Nunca en día tan lleno de gente. La gente caminaba y caminaba, y hablaba casi que en sus oídos. No había que dar una vuelta completa para ver al par de adolescentes emocionadas, caminando a un paso ligero como el de ellos, solo que con voces agudas que las volvían insorportables.

–¿Podemos caminar más rápido…?

Hoy no era un día para andar aguantándose a todos esos jóvenes, lo jaló del brazo para apurarse.

Dio media vuelta, ubicándose en esa multitud y dijo: –Yo estaba pensando lo mismo. Caminemos más rápido. ¿Qué diablos le pasa a esta calle?

Cuando están o muy llenas o muy vacías las calles, él se incomoda; y se veía en su mirada, arrugando los ojos a pesar de que no estaba había sol ni resplandor. Su compañera sonrió, comprensiva, y empezaron a sencillamente caminar, alejándose de esa calle, la columna vertebral de una ciudad. No solo tenían mucho tiempo de no verse el uno al otro, tenían muchísimo tiempo de no ver al mundo exterior. ¿A quién le importa el mundo exterior?

–A los jóvenes les importa mucho el mundo exterior.

–A nosotros no nos importaba mucho cuando éramos jóvenes, tú.

–¡Dale con el “tú”!–dijo su amiga– Pero, sabés, no entiendo qué nos hace sentirnos viejos. Creo que fallamos.

–¿En qué?

–…En lo que sea que queríamos lograr todas esas veces que huímos. Nos decimos viejos, a pesar de que nos desenredamos de todo lo capaz de hacernos sentir adultos.

–Pero… somos adultos.

–Adultos sin vida de adulto, querido. Adultos que se ven cada cuanto, sin sus parejas ni sus hijos, porque no tenemos ni pareja, ni hijos.

–Pero tenemos estas caminatas. Caminatas mediocres, durantes los días grises, rodeados de gente que no queremos ver.

–Ay, sí tenés razón. Yo no quiero ver a nadie. ¿Entramos?

Habían llegado ya al restaurante chino, el que permanece vacío la mayor parte del tiempo, garantizandoles la privacidad a la que se aferran y rara vez le comparten a otros.


caminatas escasas