He salido temprano. Son las
10:00 pm. Afuera el asfalto húmedo es la evidencia de que ha llovido a cántaros
las dos horas y media que me ha tomado terminar la nota. Otro motín carcelario. Esta vez con decapitación
de reclusos, intervención de los cuerpos de seguridad, gases, inundación de
celdas y caos. Apesto. Quisiera darme una ducha y ya un poco refrescada buscar
un par de cervezas allá por la U Nacional. Dimito de mi propio plan post
jornada laboral de 32 días seguidos con apenas tiempo para comer un par de
huevos estrellados de vez en cuando en la casa vieja cuasi abandonada, que hace
las veces de cafetería local y presumo llena de leptospirosis.
A mi beeper ha llegado una
invocación redentora: están todos en El Lobo Feroz en Suchitoto. No lo pienso
mucho, mañana por primera vez tendré un día libre -¿Tendré? y quizás -converso
conmigo -lo mejor es que haga un poco de vida social, con los mismos cuatro con
los que hago vida laboral.
Si bien cumplo 32 días
laborales continuos, cumplo 47 días calendario sin sexo así que si la noche se
pone prometedora y hasta pueda romper el celibato que me deviene desde que la
relación número enecientos ha terminado en nada, con cajas, libros y discos, de
él, en el cemento del pasaje y una jovencita que cursa Sociología 1 lo espera en putishort al volante de un Golf.
Claro que conduce ella. Gonzalo, el
corriente, a penas se mueve en bus. Recuerdo que estoy
apestosa y no es manera de presentarse a los lechos eróticos. Mejor me anoto a
la borrachera a ver si se me olvidan los traumas, la ruptura, la pobreza o la
hora.
En El Lobo Feroz están las
compañías de siempre. Las nalgas no me caben en el taburete
que me han reservado los miembros de mi club personal. Creo que durante
el trayecto atropellé a un animal. Espero que haya sido un animal, y si no a
menos gentes más tortillas. Es que venia
a unas velocidades de fórmula uno. Estas calles para Suchitoto en la noche no
son para andarse con ternuras.
Los leales, como nos autodenominamos en este mini
club, ya están cantando trova. Qué decadentes. Batres, Elías, Amalia y José han
hecho la ola cuando llegué y me han servido la primera jarra de Pilsener. Por
eso los amo, por salir sin falta al
encuentro y de manera irreductible a mi necesidad de refrescarme.
El primer sorbo me ha devuelto de un plomazo a las ganas de amanecer cantando o
recordando. Amalia quiere no tan secretamente a José, pero siempre guarda las
formas aunque ande clavada una borrachera apocalíptica. Admiro está mujer.
De pronto me veo por la
plaza central del pueblo, hablándole a la luna y explicándole a Batres que estas
calles empedradas se mueven demasiado. Batres consigue llevarme de nuevo al
interior de El Lobo Feroz.
Durante las primeras
rondas, no vi que estuvieran colocando ningún andamiaje musical en plan cubano.
¿Qué hora es? Si salí de
San Salvador a las 10:00 pm y llegué
cerca de las 11 ¿Qué grupo de son cubano
toca en la madrugada? Y lo que es peor ¿Desde cuando en El Lobo Feroz hay jornadas bailables? Amalia no para de hablar
con el bartender. ¡Ya dejalo trabajar rubia!
Vuelvo a mi taburete y entro en pánico. Elías
esta sentado con la cabeza volteada hacia atrás. Fue el único que consiguió
silla, los demás nos posamos sobre los taburetes, por lo que y gracias a la intercesión de sus ángeles custodios no está
ahora tendido en el piso con la cabeza reventada. Sus ojos parecen ventanitas de máquina tragaperras en el momento justo en que los iconos se
detienen en posiciones distintas. Elías tenia un iris arriba y otro abajo. Creo
que va a morir y lo sacudo. José me dice:
déjalo descansar. Luego me toma del antebrazo y me lleva al patio central del El Lobo Feroz, oigo los primeros acordes de una canción que violentamente despierta en mi alguna cadencia atávica. Pero no soy del caribe, con lo cual no logro
explicarme por qué me gusta tanto. Soy solo una triste mestiza con la
información genética más mezclada que la cocaína adulterada.
¡Hay
Candela¡ Me quemo, me quemo. Canta uno de los músicos
de la delantera que se me hace el hombre más atractivo de la noche, bien podría
perderme en esa barba las próximas horas, pero… recuerdo mi perfume de penal
amotinado y dimito de nuevo a mis pretensiones.
el
ratón se sube a guano y dice bien placentero
Y ahora
si quieren bailar busquen otro timbalero” canta
mi conquista truncada emulando a Buena
Vista y me percato de que José sigue ahí.
-¿Cuánto tiene este grupo de
estar tocando? Es que con esta canción no se comienzan los conciertos, esta se
pone cuando la mara ya está encendida, analizó en medio del sereno de la
madrugada.
- Marielos, me abrieron el
carro y me robaron todas las ilustraciones, me actualiza con unos ojos de
gran tristeza.
José es ilustrador, así a
mano alzada. Para mi, muy malo; es mejor infografista que es como se gana la
vida en la redacción.
En mi mareo solo alcancé a
decirle que de que se preocupaba , que el podría hacer el doble de lo que le
habían llevado y pensara, que a lo mejor los ladrones sí tenían gusto estético.
Lo invito a bailar por que las ganas ya
no me caben en el cuerpo. Veo a José que se va como en una espiral hacia el
fondo.
¿José, vos sabes qué tienen
esos sándwich con hongos que venden aquí, es que te veo como en el centro del
gordito de Michelin?, le pregunté a los gritos, mientras todo mundo guarachaba
como si en el planeta se supiera que esa noche era la víspera del arrebatamiento.
Estoy con la camisa de la
pijama, el jeans y las botas puestas. Algún día voy aprender a cerrar las
cortinas cuando salgo de la casa para no vivir estos latigazos de luz del día
después. Amalia duerme a la par. Porta uno de mis camisones. Seguramente, los otros
están esparcidos en la sala y la hamaca de la terraza. ¿Amalia vos sabes si me
bañé? El beeper ha vuelto a sonar. Esta
vez con una asignación: van a desalojar las ventas del centro. Según leí en el cuadro de turnos los parroquianos de El Lobo Feroz están a
cargo de la edición. El beeper dice que ahora yo también.
Relato inspirado en la canción Candela, de Buena Vista Social Club
Foto tomada de clasesdeperiodismo.com