No era la primera vez que le pasaba esto de sentir que todo se perdió. O que, fragilizado por los conflictos que dibujan el final de una relación (relación que no es seria, que tomas en serio, que nunca fue, que siempre será), había que llorar. Quizás aún hay esperanzas. El miedo de que cuando se vayan a ir las lágrimas se va a ir todo. ¿Cómo dejar ir voluntariamente todo lo que nunca antes te había pasado? Como se habían mezclado ciudades con gustos con deseos y con virtudes. Como habían nacido chistes y escalofríos y ganas de más. Fragilizado todo por cómo no tenía que pasar más, no daba para más lo que parece haber sido un vínculo y unos círculos de entendimiento y emociones recíprocas.
El problema era, después, que ya le había pasado antes esto de sentir que todo se perdió. Habían, desde entonces, ya pasado varios suspiros y respiraciones y proyecciones que la sacaban de allí. Dejarte llorar o dejar de llorar, no había diferencia. Prolongar el dolor o ver para adelante, no hay diferencia pues igual no cambian el hecho de que lo hecho hecho está. Y viene el aliado de sobre-pensar las cosas, ese amigo con el que se complementan el exceso de preguntas: el tiempo ayuda a ver las cosas cómo eran y tomarlas por lo que son. Ajá, sí; eso: sea lo que haya sido, fue y será el recuerdo de que en su momento eso hizo sentido. Así como hizo sentido la amistad que llegó a su fecha límite, o esa relación estrecha con la discografía de Madonna, o la obsesión-expertise con Almodóvar. Los primeros años de tus veintes hacen sentido, hasta que ya no. Hacen que agarremos fuerza y criterio y reafirman las ganas y las pasiones, o no. Hacen que nos hagamos preguntas y no sigamos tan ciegamente, tan felizmente, tan incómodamente.
El problema era que se le olvidaba, como amnesia parcial, como borrón de tape de una noche de copas… Es decir, recordamos vívidamente lo que aprendemos. Qué hacer, qué evitar, con nuestros ojos nuevos, cada año más viejos en el amor y el odio, que ven la imagen grande, la realidad como sustituto de la influencia de la pantalla grande. Hay matices, las cosas no son tan simples y tu paladar no es insensible a la incompatibilidad ni a los conflictos que fragilizan ese estado que alcanzás, que no querés perder. Recordamos lo que aprendemos, algo que nos hace olvidar cómo lo aprendemos. Olvidamos que debemos de ir probando, jugando, viviendo, cayéndonos. Así, cayéndose, levantándose para aprender más, con la seguridad de que no pueden durar los amoríos ni con los miedos ni con la comodidad.
("So I thought" - Flyleaf)
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