Entonces espero. Me siento afuera de cada puerta verde en la calle a esperar, a escuchar las conversaciones de los transeúntes, a ver como la vida se va en palabras y palabras que nadie nunca recuerda porque nacen en la trivialidad. Me siento con las piernas recogidas y las manos dentro de los bolsillos porque el frío comienza a calar.
Y escucho. Escucho con los ojos cerrados imaginando el sonido de tus pasos, esos que nunca he escuchado pero que algún día llegarán como promesas sin fecha.
Como quien tiene la vida por delante, con paciencia de esa que sólo los santos conocen, espero a que la lluvia, el frío o los perros sin dueño me espanten esta maldita gana de esperar. ¿Por qué el espacio, aunque vacío, siempre está lleno de ilusiones? ¿Por qué es juego de niños creer?
Calle tras calle y día tras día la ciudad cada vez se me hace más pequeña: ya no me quedan suficientes calles; ;os perros, transeúntes y vecinos me conocen ya. Me he sentado en cada puerta a esperar y tras cada espera una historia y dos cervezas, cinco cervezas y mil historias más, sin un final real. Todos los hombres somos iguales: buscamos sin encontrar pasos que nunca vienen y siempre van.
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NGB.DA20140519
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