Advertencia: Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Relato inspirado en Rock & Roll dreams come through de Meat Loaf. |
Después de todo, la tarde se les había ido en risotadas y chistes. Xavier tocaba la guitarra mientras la Sequilla cantaba y el Zanate se encargaba de la batería. No sonaban lo mismo sin el bajo. Que parecían cuchumbos de leche, les dijo el papá de la Sequilla. Al fin, se hartaron y salieron a la tienda por una gaseosa y chucherías. Eso fue antes que se fuera el Zanate. Entonces todavía se reía la Sequilla. Pasó varios años esperando a que volviera hasta que se aburrió de nuestras burlas. Ya después volvió a regalarnos sus risas feyas.
Era una cosita de nada, puros huesos y pellejo con una sonrisa de dientes torcidos, amarillos por el cigarro. En aquel entonces tenía ocho años menos y más cargajadas encima. Las camisas le colgaban y la confundían con un bicho, nunca envejecía. Sólo sus manos nervudas la delataban, esas mismas manos con las que hacía tatuajes para sus compañeros, especialmente para el Zanate. Eran como hermanos. Se reían de las mismas cosas, tenían los mismos dolores y oían las mismas canciones.
El Zanate era enjuto, igual a la Sequilla. Morenito, feo, nariz pequeña y ojos de alcancía pesetera. No le gustaban el apio, la mayonesa ni los cobradores de los buses. Vivía para sus cuchumbos de leche, golpeando sus tambores con todo, aprendiendo con cada sacudida de la baqueta cómo sonar más como Dave Grohl o Dave Lombardo y menos como el chorreadito que era. Se debió haber llamado Dave, decía. Quizás algo de la magia de esos gringos se le hubiera pegado, pero los que lo conocimos bien, sabíamos que no. No tenía sentido del ritmo, tocaba sin ton ni son. Pero igual lo dejaban tocar porque no había nadie más que aguantara esas sesiones que duraban toda la noche. Si le daban instrucciones, cumplía.
"Cuando la Sequilla grite y diga "más", le tenés que dar cuatro veces al cuchumbo del centro y una al de la derecha. ¿Oís?"
"Va. Cabal."
El Zanate obedecía.
"Cuando la Sequilla levante el brazo antes del coro, sacudís los palitos para hacer bulla así como de maraca. ¿Mentendés?"
"Simón. Va".
Terco, el Zanate obedecía.
Para ser un veinteañero, tenía mañas de mocoso. La Sequilla le daba dulces entre ensayos para tenerlo contento y el Zanate seguía hasta la madrugada o hasta donde el cuerpo aguantara. Hacía todo, pero no podía estar callado, sin hacer preguntas.
"Que jodés, Zanate. Maje, ni cantás y cómo jodés. Mira la Sequilla, no jode y canta."
"Los Zanates no cantamos, vó... Pero hacemos las cosas. Aunque nos cueste." El Zanate se reía.
"Sólo de chiva vos. Seguí, ve. Sigamos".
Comenzaron a tocar. Entonces, ya no estaban en la cochera. El Zanate cerró los ojos ante las luces imaginarias del gran escenario que tenía enfrente y ya no tocaba sólo la batería. La guitarra se veía bien en sus brazos, reluciente. Y cantaba. Y los palitos bailaban en sus manos. Ya no era el Zanate, era una estrella.
Divertidos, los demás lo miraban. La Sequilla sonrió.
"Mirálo cómo está de ido. Sí que le gusta practicar, por mucho que joda."
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