Relato inspirado en Al lado del camino de Fito Paez |
Pequeña, como de sobre; y de charol negro, brillante. Ahora, quizás me veo más opaca. Quizás es porque por dentro sí cambié. Mi carácter antisocial combina con el negro, y eso me hacía sentir bien dentro de la comodidad del closet o de las maletas, depende donde me guardaran, y pasaba echada, envuelta en ocio. No conocía en ese momento nada acerca de preocupaciones, dudas, deseos ni frustraciones. No me tardé mucho, tampoco, en aprender de las de ellos y del comfort de salir de mi zona de confort.
¿Qué diablos estamos haciendo en la calle un jueves por la noche? Encendiendo cigarros y sacando cervezas, simulando 3 o 4 años más de madurez de los que de verdad tenían, el grupo de jóvenes discutía el plan. Allá estaba aquel bar, pero había gente en el depa de no-sé-quién (alguien cuyo nombre sonaba a falso)... Yo no sabía quienes eran todos ellos, pero creo que todos ellos tampoco lo tenían muy claro. ¿Qué estaba haciendo yo aquí? Empezaba a desaparecer mi característico olor a perfume y manos me hurgaban para encontrar chicles, tabaco, labiales. Me fui embriagando yo también, con el pasar de las horas y de los bares.
Muy elegante, muy pequeña... pero experta en trasnochar. Desarrollé un gusto por las malas decisiones y la piel eriza. Viví (aunque no parezca pues no ha cambiado mi look de fiesta elegante) entre madrugadas y mañanas incómodas. La seducción es un juego cuyas reglas se aprenden muy de malas; nadie te las enseña. Es probando que aprendes a ceder el control, porque tu mente embriagada no distingue la seda del costal. Probando aprender a exigir, a rechazar, a retroceder, a perder y a ganar.
Al salir el sol, solo me sacaba si es que combinaba aún con la ropa de la noche anterior encogida por el descuido. El sol era mi momento de descanso, de pausa, de momentos en los que mi paladar dormido anhelaba más humo, alcohol y piel eriza.
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