Microrelatos inspirados en What it takes de Aerosmith |
A los héroes anónimos del pasillo
El chicle tenía un mal sabor después de estarlo mascando por dos horas. Llevaba un marcador en el bolsillo de la falda desdoblada de su uniforme. Allí venía la sueca amargada que le daba clases de Inglés. Seguía preguntándose qué putas había venido a hacer a este país de podridos, de muertos y de recuerdos grises cuando tenía todo un mundo civilizado a sus pies, a un país que aseguraba el futuro de sus mujeres y sus recién nacidos con buena salud y educación gratuita. No entendía por qué siempre olía a whisky y cigarros. O quizás sí. Se ponía a pensar en sus propios zapatos mal lustrados y en los pellejos de la sueca asomando por las mangas de la chaqueta que llevaba. No ha de haber sido fácil para la pobre sueca seguirle el ritmo a ese montón de malcriados que se creían con derecho a todo por venir de una familia con dinero. Después de pensar en todo eso, botó el chicle y se puso a dibujar, sentada con las piernas cruzadas en el pasillo polvoso.
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Un par de minutos después, sonó el timbre que llamaba a clases. Recogió el cuaderno, los lápices y la orilla de la falda llena de polvo. Volvía a oír a las mismas idiotas de siempre que la llamaban, preguntándole por qué nunca hablaba. Las oía pero no les daba el gusto de dejarles ver una rección de su parte. Sintió algo húmedo en el bolsillo. Justo lo que le faltaba: el marcador se había derramado. Pensó en la suerte que tenía. Menos mal que el marcador no era rojo. Eso le hubiera dado algo más para reír al grupo de arpías de los recreos.
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Allí estaba otra vez, leyendo un tomo de las enciclopedias que quedaban en la biblioteca. Le gustaba ver cómo leía. Le gustaba ver como se podía quedar callado durante toda la hora con aparente y fingido interés a la clase mientras seguía leyendo cualquier cosa: desde los ritos funerarios de una tribu africana perdida hasta cuántas clases de bacterias puede haber en un cabello humano. Podía haber estado haciendo cualquier cosa y ella lo hubiera seguido viendo con el mismo encanto. Tenía pestañas largas, el uniforme sucio (como ella), pelo negro como el de un cuervo (como el de ella) y por qué no decirlo, un buen trasero (Con eso ella no había tenido tanta suerte). Verlo era lo único que hacía tolerables esas largas horas escuchando fórmulas, reglas y teoremas que en realidad nunca terminaba de entender. Era simple en realidad: cuando no veía que estaba en clase, las horas se estiraban y multiplicaban hasta lo insoportable.
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Había terminado una pintura más. La esposa del director daba las clases de pintura más por amor al arte que por el sueldo. Se le notaba en la cara sonriente que tenía, enmarcada con una melena corta de color plata. Se deshacía en elogios y le decía que tenía talento. Ella apreciaba a su maestra pero pensaba que en realidad la señora tenía buenas intenciones y no comprendía que en ese jodido país nadie jamás apreciaría el hecho que pudiera imitar a Klee o Kandinski de esa forma. Jamás le serviría de nada. Pobre mujer. (Pobre... ¿Ella?) Sus ilusiones germanas no se habían aclimatado todavía al país en el que le había tocado vivir. Se limitaba a sonreírle de regreso a su maestra. ¿Cómo le explicaría que la ilusa era ella y no sus alumnos?
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La fuerza centripetal (¿O era centrípeta?) era esa que actuaba sobre objetos en movimiento en una trayectoria curvilínea... O al menos eso era lo que recordaba al final de la clase. La señora holandesa tenía un inconfundible tono de voz nasal que actuaba como un tónico para el sueño. Con su compañera de mesa se dedicaban a señalar (con risas secretas) todos los errores gramaticales al intentar componer oraciones en otro idioma. Terminaban armando una lista que revisaban después, sacando un "top 10" de los errores más garrafales, sin acordarse que ellas también estaban leyendo un idioma extranjero. Eso, claro... Si acaso el sueño no las dominaba primero.
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La señorita (No señora) de apellido italiano tenía más telarañas que cabello. Veía su enorme y canosa cabeza adivinando si habrían bichos adentro. Seguro era un nido de alacranes y otros animales con más patas que ella misma. Había decidido que todo lo que tuviera más de cuatro patas era horrendo y debía ser eliminado del planeta... Esa señora (no, señorita) debía albergarlos a todos en su cabeza. Estaba segura. Ese pelo no era normal. Les dictaba lentamente como debían ir sus dedos sobre el teclado. A con meñique, S anular, D con el medio y F con el índice. ("F" de 'Fuck you'. Eso siempre la hacía reír) No sabía si era viuda, solterona o simplemente sin suerte en el amor o adicta a su persona sin espacio para nadie más. Siempre la veía sola y se imaginaba que aparte de su población secreta de animales en su cabeza, tendría muchos gatos con los que hablar en sus horas de soledad, quizás dándoles instrucciones para mecanografiar correctamente o para lamentarse acerca de sus alumnos que ya no entendían el arte escondido en las enormes máquinas Olivetti del salón. Era realmente una mala alumna: pasaba fantaseando más con la vida oculta de su profesora que poniéndole atención a lo que intentaba explicarles. Y así, sin darse cuenta, comenzaba a sonar entre sus oídos el timbre de salida.
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