Relato inspirado en Red Right Hand de Nick Cave & The Bad Seeds
~ A Dave Hope
Era una lástima haber ensuciado ese suelo de mármol. Tan brillante, impecable. De las cosas que menos me gustan de este oficio es eso: tener que dejar tanto desorden atrás. Me gustan las cosas limpias.
Me levanté temprano, con el sol. Como tiene que ser. Nada de
holgazanerías. Cuando se trabaja como yo, hay que ser puntual. Le hago un
servicio a la comunidad: cuando se acumula la basura, aparezco yo a encargarme
de todo, a espulgar los parásitos y a desechar lo que no sirve a nadie. Se
requiere algo de encanto para esto, no es lo mismo tener a alguien que trabaje
con elegancia que contratar a cualquier bruto que sepa moverse. La juventud no
es garantía de talento en esto, sino al contrario. Entre más canas y años tenga
quien lo haga, más sabrá acerca de cómo es que se hacen bien las cosas. Estos
niñitos de hoy confían más en su bola de músculos que en su cabeza. Pobres.
Piensan con la otra cabeza, inútiles. No saben cómo se hacen las cosas, se les
olvida que otros como yo tenemos muchos años más en esto. Si me pongo a pensar,
al principio era como ellos, pero prefiero no pensarlo.
Ya ni me acuerdo cuando comencé, fue algo que salió de
repente: me ofrecieron dinero, dije que sí y lo hice. En esa época tenía pocas
opciones para trabajos 'honorables'. Habían muchas manos listas, pero todos los
de mi edad querían lo mismo: ser doctores, abogados, contadores, profesores.
Hubiera podido hacerlo, sería uno del montón y hubiera podido tener una maldita
casa con jardín abierto, petunias en el césped y un perro faldero que me
recibiera al llegar. En realidad no vivo tan mal con mi espacio en el
condominio y un gran piso para mí, en lo alto de la ciudad con luces en mis
ventanas todas las noches, rodeado de rascacielos y tiendas de lujo. Puede que
no tenga quien me espere todas las noches, excepto el portero que me hace
sentir jodidamente especial. Buenas noches señor, pase adelante señor, gusto en
verlo señor, si el señor tiene la gracia de acompañarme por acá: trato de rey, mejor que el que me pudiera dar un perro faldero babeando sobre mi
alfombra. Y puedo vestirme como yo quiera, no tengo a nadie a quien
impresionar, lo tengo todo para tener lo que quiera. Con los años se aprecia el
lujo de la soledad y tranquilidad, sin nadie que llegue a interrumpir la
comodidad propia ni fastidiar la rutina.
Este trabajo tiene grandes beneficios, viajo mucho y conozco
personas nuevas todos los días; aunque eso realmente no dura más que unos
momentos en verdad. Olvidemos eso último, no es realmente un beneficio. En los
trabajos formales, firman las dos partes
involucradas. Eso fue diferente en mi caso. No hubo ceremonias formales, ni
contratos, sólo un apretón de manos y una promesa de caballeros, eso fue
suficiente. Todos ahorran, hasta las palabras. ¿Para qué ahorrar algo que nadie valora? No sé
por qué ya nadie da su palabra para cumplirla. La palabra de nadie no vale nada,
pero eso ya es polvo, estoy chocheando.
A mi edad no me gusta recordar la juventud más que para
reírme de mis idioteces. Sí, cuando tenía veinte años menos daba pena. Es
vergonzoso. Era un asco, no sabía lo que hacía y dejaba todo mal. Nada de la
limpieza de ahora con mis zapatos bien lustrados, traje impecable y mis
guantes. ¿Cómo pude haber trabajado sin guantes antes? Es de principiantes
dejar rastro. Tuve suerte: no tenían forma de saber quién pasaba y cómo.
Tenía también que cuidarme, no podía exponer mis manos a tanta suciedad. Claro
que cuando se es joven no se piensa en uno mismo de esa manera. Si no me
hubiera cuidado lo suficiente después, no estuviera aquí todavía pensando en
esto, pensando en el mármol y casi lamentando que esa casa y ese piso no fueran
míos. ¿Saben qué es lo mejor de este trabajo? No sólo la paga, sino la
satisfacción. Saber que nadie lo puede hacer mejor que yo, que los demás sólo
lo hacen por salir del paso y cobrar pero yo lo hago mejor que nadie. Es esa
pequeña gran diferencia la que me hace querer seguir haciendo esto hasta que se
terminen mis días.
Regreso a lo de hoy. Terminé de guardar todo, cerré las
persianas y escuché, mis herramientas listas en la mano derecha y el trapo en
la izquierda, mi sombra en el piso y estaba listo. Subí los escalones despacio,
no se oía más que el viento afuera. Abrí la puerta con cuidado, pasando el
trapo por el pomo, con una caricia. Estas cosas se hacen bien. Esperé hasta que
lo oí venir. Se sentó en el sofá, alcancé a oír cómo cayó en los cojines, apagó
la luz y se dispuso a ver la televisión. Desde ese momento dejó de ser una
persona a un trabajo más. ¿Por qué no leía como la gente? No, prefería quedarse
como idiota mirando la caja mágica. Mejor para mí.
Un gato gordo y gris (como
su dueño) pasó cerca del sofá y tuve que esconderme aun más para que no me
viera. En silencio, saqué del bolsillo una tira de carne seca (sirve bien
para los perros, gatos y otras mascotas que hagan estorbo). El gato sintió el
olor y a los pocos segundos vino hacia mí, fue entonces cuando tiré la carne un poco
más lejos para que se fuera. Cerré la puerta con el trapo para evitar el ruido
y seguí esperando. Pasaron varios minutos y luego una hora... El fofo del sofá
seguía viendo una película asquerosamente aburrida. Esperé hasta que comenzó a
roncar. Le dí unos minutos para que
estuviera del todo dormido y supe que era el momento perfecto para terminar lo
que había comenzado.
El infeliz no se lo esperaba: bastó un segundo para que
terminara todo. Saqué el silenciador, lo puse con toda calma en su lugar y
disparé. Salpicó mi guante ese desgraciado. Iba a tener que volver a
dejar todo limpio. Pero no importaba. Había terminado y era un trabajo bien hecho.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario