Si tuviera que culpar a alguien por mi amor a Rusia, ese sería Vladivostok. No sé si por causa de conexiones de vidas pasadas o por simple obsesión de escritor coleccionista de palabras, desde que escuché ese nombre hace cinco años atrás, supe que así como existe el amor a primera vista, así existe el amor a primer oído: [vlədʲɪvɐˈstok]
Cinco años después, me encuentro en “Russkiyland” descubriendo un invierno donde la vida se me presenta demasiado corta como para darle espacio a la indecisión. Donde estar en casa significa estar presente donde sea que me encuentre. Donde el amor es ilimitado, sin fronteras, ni distancias. Donde el tiempo se congela junto a un océano infinito a -38ºC. Donde el calor de Sívar es irreal y entiendo que #EnElTrópico tenemos una calidad de vida envidiable gracias a un clima benigno y proveedor. Donde detrás del frío y caras de piedra, se esconden rusos con corazones preciosos que se abren con una conversación, una fiesta, un baile, una canción.
Hace cinco años, Vladivostok era solo una palabra en mi lista de “palabras favoritas”, un check-point en el mapa de “lugares por visitar”. Hoy, Vladivostok se pinta en fotos, se manifiesta en recuerdos, se viste de amor y se transforma en canciones.
Como parte de romper conceptos, este Febrero les propongo encontrar inspiración en los sonidos de Мумий Тролль (Mumiy Troll), una banda rusa de gran recorrido e historia, originaria de Vladivostok.
¿Qué dicen en su canción "Vladivostok 2000"? No lo sé y por el momento tampoco quiero saberlo. Solamente quiero saborear los sonidos, los ritmos y la fuerza de un idioma, que como su gente, golpean con una intensidad capaz de quebrar cualquier hielo, de borrar cualquier frontera, de traspasar cualquier idioma. Después de todo, a la hora de sentir, no somos tan diferentes.
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