Soy Liza Onofre, la new girl in town. Me uno a este círculo de mujeres creativas con mucha ansiedad y entusiasmo. Cómo dice por ahí una canción, a lo mejor resulta bien
EL BLUES DE LA SOLEDAD:
las invenciones que recordamos
@LaOnofreEscribe
Me cuento entre las hijas no
reconocidas de la radio Súper Stéreo o, como la conocimos, la doble SS. No sé por
qué bondad extrema de los dioses viví parte de mi adolescencia y de mi
despertar estético con la programación de la doble SS. La escuchaba hasta las
tantas en mi habitación de hija de dominio
que le gustaba leer y escribir, pero sobre todo dibujar un mapa en el
carril auxiliar donde van las locas, las que fuman puro, las ave fénix, las lectoras, las que
investigan, las que hablan en voz alta, las brujas, las alquimistas, las
fiesteras, las playeras, las borrachas, las libres y todas esas a las que a
veces se les acusa de no ser aptas para los actos de la vida civil y sus mieles
de columpio en el jardín, para ponerlo, indeseadamente, en liricas de un señor
Sabina.
Y según leí, en un blog perdido
en el magma de los blogs personales, Sabina
fue el compositor de El Blues de la Soledad, cuya versión más popular en los 90
fue interpretada por Miguel Ríos. Pensaba que quizás los programadores de la radio inconscientemente
la tenían contra mí, porque casi no programaban mi canción favorita o no la
programaban a las horas que lograba sintonizarla en paz. Mi percepción de aquel
tiempo juvenil era que tenía que pasar un trimestre para volver a escuchar El
Blues de la Soledad. No eran los tiempos de Spotify o Youtube.
El Blues de la Soledad tuvo por
aquellos años la capacidad de ponerme a fantasear sobre los dos protagonistas
de la canción. Sobrellevo una personal inclinación a engancharme a esas
canciones que más que canciones son relatos musicalizados.
Más o menos la canción de Ríos, que
también es la de Sabina, cuenta de un
hombre al que en una de esas noches de calma postrera a la tormenta (el dato
anterior es una elaboración propia de la imaginación de la autora), el taxista,
que lo lleva a quien sabe dónde, silba una canción y con solo ese golpe
detonador de la memoria el tipo aparece en el bar donde encuentra a una mujer
con quien quizás dejó, hace diez siglos, algo pendiente; algo como una botella.
En mi imaginación, ese hombre y esa mujer no
eran más que un par de espías jubilados
de la segunda guerra mundial. Ella se había quedado con una de sus falsas
identidades y él había seguido en el servicio secreto.
La lírica de este blues es un mapa
de como la nostalgia nos puede conducir ilusoriamente por nuestra historia. En
la canción, la escenografía (taxi, lluvia, bar, piano, taxi) esta puesta para acompañarte sin resistencias a añoranzas
en la mayoría de los casos sin asideros en la realidad. Añoramos, con una
claridad de testigo ocular, lo que nunca
hemos hecho y ni por asomo nos han pasado. Pero las historias, las intimas y
las multitudinarias, son las que se cuentan y no las que fueron, y ni siquiera las que contamos si no las
reconstrucciones que cambian según sea el receptor de las mismas.
Por eso la canción de Ríos y Sabina
es toda una postal para que dos
náufragos transfieran sus horas en común – pasadas, presentes, ya que del
futuro casi nadie se hace cargo- de los archivos de nostalgia impostora a los
expedientes finiquitados, y ya de una buena vez las historias que los unen no
sean añoranzas ficticias sino más bien un ajuste de cuentas con esa vida que
nos da un solo momento, un solo disparo, una carga de munición en el momento
preciso. Lo que toca es decidirse.
La nostalgia es una escenografista
efectiva; nos hace retener en la memoria (porque nostalgia y memoria son experiencias siamesas) fotogramas, olores,
dimensiones, intensidades de luz, mobiliario, sonidos de un tiempo que al
volver la vista atrás nos parece idílico y edénico. Es el Imstagram de la
memoria. Y hay en la nostalgia una angustia tramposa por volver “al lugar donde
se ha sido feliz y El Blues de la
Soledad sentencia que al lugar donde se ha sido feliz es mejor que no trates nunca de regresar. Hay que ver que esos de
andar visitando locaciones pasadas es de nostálgicos y asesinos seriales.
Porque la memoria idealizada es esto:
imágenes sin indexar de lo que fue, con anhelos de entonces y las ganas de ver
nuestro pasado bajo la lupa de felicidad conjugada en tiempo verbal imperfecto.
Y es posible que ese pasado sea normal y hasta vulgar, que no haya mayores
glorias ni noblezas venidas a menos o actos heroicos de superación y coraje o
tal vez sí, pero que esas trampas cerebrales nos hagan ficcionarlas en un
devenir personal de prócer patrio.
Y ahora, que revisito la fantasía, me planteo si ese cuento fue solo una
ensoñación de ese viejo espía que quiso tomar todas las diligencias para
encontrarse de nuevo con la espía
pianista, porque el blues de la soledad finalmente se impacta con el baúl de un Wolkswagen
azul y ese movimiento pueda ser que lo arrebató
del túnel de la memoria que lo estaba conduciendo por unos sucesos más
deseados que reales..
Como remate, canta Ríos que el
Blues “es Goma 2 conectada al corazón”.
Como si no supiéramos que una sola estrofa puede hacernos estallar, estallar
mil veces para seguir- auxiliados con esa capacidad de regeneración que nos
aporta la música- acumulando historias reales o inventadas como la de que los
locutores de la Súper Estero la tenían contra mí.
buenísimo!! yo también crecí con la DobleSs
ResponderBorrarSin duda creo que en esa época de la SS inicié a llorar con la música y creer que se era parte de algo más grande... soñar y vibrar con la música, cosa que aún hago.
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