A Emilia,
mi amiga, mi hermana,
mi compañera de pato-aventuras
mi acompañante de viajes y canciones.
¿A quién más?
A ella le parecía que la niña nueva era muy creídita, muy fina, muy de colegio de monjas, su eterna trenza castalla, sus calcetas altas, la veía de reojo con cierta desconfianza.
A ella le parecía que aquella muchacha morena con cabellos demasiado negros era agresiva innecesariamente, bastante tosca, mal hablada, demasiado comunista. La veía de reojo... con cierta desconfianza.
Ninguna de las dos sospechó que serían amigas el resto de la vida.
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- ¿No les ha pasado que de pronto conocen a alguien y de pronto se sienten profundamente comprendidas en las locuras más ocurrentes posibles?
- No.
- No has vivido nada entonces.
- Estás enamorada...
- No, es diferente. Es tener una amiga, una hermana que es como vos y sigue siendo totalmente distintas. Es eso, tengo una amiga.
- Vos tenés montón de amigas...
- No, tengo conocidas, cheras... amigas solo tengo una. Vas a entender cuando encontrés a tu hermana elegida. Ahorita sos demasiado joven.
- Hace cuánto conociste a esta tu amiga.
- Éramos unas niñas recién llegadas a la adolescencia. Con ella es la única con la que sigo siendo esa niña de 15 años.
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Se dieron un beso, ambas estaban felices de verse, justo en el estacionamiento de un centro comercial, diciembre había sido clemente con el trópico y la brisa aliviaba todo un año de calores insoportables. Ambas iban acompañadas, pero en ese breve instante solo ellas dos existían, tenían casi tres años de no verse, de no saber nada de ambas. Se vieron y se abrazaron. Creo que una de ellas susurró un "qué gusto verte". En realidad para el resto de mortales presentes nada de eso tenía de raro, eran un par de mujeres saludándose, como si no se hubieran visto un par de semanas.
- ¿Quién era? - preguntó Mario.
- Mi amiga María - contestó Judit mientras una sonrisa no se le quitaba del rostro.
Mario sabía que Judit y María no se veían desde hacía años, había sido testigo de la melancolía de su mujer durante aquella ausencia. Muchas noches había escuchado la frase "y la vez que, con María... tal cosa" o un solitario "Es que con María..." Siempre le preguntó por qué no se veían, Judit nunca le dio una respuesta satisfactoria y entendió al segundo año de tanta tristeza que era mejor no preguntar mucho.
Judit no se apartó de esa alegría del saludo breve con su amiga, conservó ese entusiasmo intacto hasta que un día recibió un mensaje por Facebook.
Como siempre son amigas, las mismas niñas de 15 años, sorprendiéndose con la vida, jugando tetrix con las emociones, encariñándose de sus decisiones de mujeres adultas. Suele vérseles cabalgando al atardecer, como cuando iban al colegio, siempre atentas, siempre libres, siempre gitanas, siempre hermanas.
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