Relato inspirado en All I Know de Washed Out
Todo lo que sé es que su cuello, visto desde aquí, desde un pupitre detrás, es la cosas más hermosa que he visto en la vida: largo, infinito, con un moño divertido, como de bailarina de ballet recién estrenada, con algunos pelos saltando por aquí y por allá... Pelos castaños, de color de miel, de color absurdo, como sus ojos, como los ojos que ahora no puedo ver, como los ojos que ahora estarán concentrados en las preguntas del examen.
Su mirada estará absorta, lo sé. Perdida en las preguntas y analizando cada una de ellas. Lo sé porque presiento cada uno de sus pensamientos, los adivino entre la paredes que se elevan, que caen a veces, entre las paredes estas de tantas veces, de tantas palabras que he ido inventando para llamar su atención, de tanta sonrisa tonta que he dibujado cada mañana al verla entrar al aula. Aula C-24 de nuestras interminables clases de Derecho Romano y la profesora contando la historia como si hubiese estado allí, como si Marco Antonio o Augusto o Julio César fueran o hubiesen sido amigos de ella, como personajes cotidianos...
Pero lo único que sé ahora es que ella, vista desde aquí, desde apenas un metro de distancia es una Livia, una Julia Augusta, una emperadora romana, la emperatriz de todos mis pensamientos, y, sí, se que suena cursi, pero qué más puedo pensar, si lo único que sé es que su mirada me sosiega, que su pensamiento me domina, que su número de teléfono está clavado en mi mente como flecha: 77298900-77298900-77298900-77298900-77298900-77298900-77298900-77298900-77298900
Y lo marco y suena y corto cuando ella contesta, aunque sepa que soy yo... Aunque lo sepa siempre y nunca diga nada. O nunca pregunte "¿me llamaste ayer?, porque yo sé que no le interesa saber que le he llamado, no le interesa saber qué quería o si algún día le voy a decir algo o si algún día la voy a invitar a un café, a cenar, al cine o, al menos, a estudiar, a repasar las lecciones, para eso que soy bueno. Porque los aventajo a todos en todas las materias, más a ella que le cuesta tanto, a ella, que quiere, pero no puede, a ella que se quema las pestañas todas las noches porque no quiere ser una más de la facultad, una bonita más caminando por allí en los pasillos... Yo sé que ella quiere más, porque me lo ha dicho cada mañana mientras esperamos a que la profesora de la vuelta por el pasillo y aparezca con sus blusas y pantalones de lino blanco, la profesora italiana que parece ser amiga de todos los augustos y césares y marcos del libro, la profesora que nos sonríe todas las mañanas mientras la esperamos y nos mira con desdén y con recelo: la niña bonita y el pobre intelectual que nunca va a conseguir a la niña bonita, lo sé porque yo fui una niña bonita y nunca un intelectual obtuvo nada de mí. Nunca, ninguno.
Todo lo que sé es que su cuello, visto desde aquí, me embruja, me atrae, me hechiza, me siembra ganas de ponerle un beso allí, un beso en ese lugar en donde hay un remolino de pelitos casi rubios que dan vueltas y vueltas y vueltas y vueltas... Sí, sus pelitos me emborrachan, me intoxican, me hacen olvidar. Me hacen olvidar todo lo que sé. Lo que sé de ella, de su nombre, su número de teléfono, su dirección, su color favorito, su postre favorito, su película favorita, su canción favorita, el actor que la hace perder la cabeza, todo lo que sé de ella porque me lo ha dicho, porque le presto atención cada vez que me lo dice, aunque ella me lo cuente como algo que no le importa, solo por pasar el tiempo, solo para perder los diez minutos en lo que llegamos -ella y yo- y aparece la profesora por el pasillo, con su blusa y pantalón de lino, sintiendo lástima por mí, no por ella, porque es linda. Es lo más lindo que ha caminado por estos pasillos gastados de la universidad.
Ya no soporto su cuello. Querer besarlo es todo lo que sé.
Está tan cerca y a la vez tan lejos.
Me levanto y entrego mi papeleta.
- Señor Quintanilla, su examen está sin contestar.- Me dice la italiana con su blusa y pantalón de lino.
- Es todo lo que sé-, le contesto abandonando el aula.
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