Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20131223

Anónimos


(Relato inspirado en Love Is Blindness de Jack White)

Un mes antes había decidido llamarla La Noche del Final. Y en ese momento, treinta días le habían parecido de lo más lejano. Treinta días no llegarían nunca, había pensado. Y sin embargo, allí estaba: sentado en la esquina más apagada del Bar Anónimo, en donde había empezado todo hace ocho meses. 

El Bar Anónimo era de esos lugares desconocidos en la ciudad, “underground” como solían llamarle elegantemente. Solo se podía ingresar por invitación y luego de una exhaustiva investigación acerca de los contactos, costumbres y discreción del sujeto. Todos habían oído hablar del lugar, muchos se morían por asistir, tal vez por curiosidad, tal vez por pertenecer a ese grupito cerrado; pocos podían decir haber estado cerca. Nadie había estado allí nunca. Esa noche de diciembre, nuestro amigo había recibido –sin mucha ceremonia- el sobre color gris plomo. Solo su nombre cubría el exterior. En el interior, una tarjeta negra con una dirección y la hora. Hora exacta, decía; si no estaba allí en punto, perdería la entrada... Para siempre. Al principio le pareció una de esas bromas tontas del Día de los Inocentes, ya que la había recibido ese día, el día en que todos se vuelven creativos para hacer caer a los más incautos en las más absurdas mentiras. Pero no, al parecer no era una broma. Estaba citado para el día 30 de diciembre a las 9 de la noche. Tenía todavía dos días para arrepentirse de la idea, a esas alturas, todo le parecía demasiado surreal como para vivirlo. Él, el tipo más equis de la ciudad, el que siempre pasaba desapercibido en las reuniones y en las fiestas, qué iba a hacer allí en el Bar Anónimo.

Sin embargo, veinte minutos antes de la hora convenida estaba allí, en la esquina más oscura de una casa en la parte baja de la Colonia Escalón. A las nueve de la noche en punto un carro polarizado se detuvo despacio junto al andén. "Vamos", le dijo una voz saliendo de la penumbra del carro... Al verlo dudar, la voz le dijo desde adentro su nombre, apellido, dirección y hasta número de celular. En el interior, solo un motorista, casi una sombra y el tipo que lo había llamado. "Uno de los requisitos para poder entrar al bar Anónimo es que te tengo que vendar", le dijo el tipo, sentado a su lado, pero metido tanto en la oscuridad y en su papel, que no asomaba más que la mano blanca sosteniendo el pañuelo rojo. "Te podés bajar ahora, si querés, y aquí se olvida todo."

-No, dale.

Desde ese momento en adelante su vida no volvió a ser la misma. Claro, él no lo sabía en ese instante en que su vida se partió en dos: la real y la anónima. Por algunos minutos, diez, quince, veinte, el carro siguió y siguió por la calles desconocidas y secretas, esas que recorrió durante meses con la misma venda roja de ese primer día, con una emoción nueva recorriéndole cada milímetro de la sangre. Cada milímetro de noche de allí en adelante... Cuando el carro se detuvo el mismo tipo le ayudó a bajar, como un ciego en la penumbra de su ceguera -pensó-. Dos toc-toc y una puerta que se abrió. Los olores  y sonidos se confundieron de golpe con la noche. Voces, murmullos, una versión demasiado electrónica de la Toccata y Fuga de Bach. Humo de cigarro, alcohol, tal vez whisky, perfumes baratos. Voces y más murmullos sonándole en los oídos al pasar. Risas lejanas. Risas estridentes.

Silencio.

Perfume de jazmín envolviendo la noche.

-¿Qué querés tomar? Pregunta una voz diminuta de mujer en algún rincón de la habitación mientras la puerta se cierra detrás de él.

-¿Tenés whisky? Un doble. ¿Me puedo quitar la venda?

-No, todavía no. Nunca. Dice ella, con la misma voz tan profunda que pronunció todo a partir de esa noche.

"Todavía no. Nunca", llegó a ser como el lema de esos encuentros anónimos, una frase tan acariciada, como lejana y extraña. Le preguntó si ella también tenía venda en los ojos y le dijo que no, pero que podía tenerla cuantas veces él quisiera. Y así comenzó el juego de nunca acabar. Sus manos, las de ella, eran suaves, pequeñas y lisas, pero lo suficiente fuertes como para masajear su espalda si el día había sido duro. Pero lo suficiente leves como para deslizarse como mariposas entre sus piernas, para meterse como hilos entre los hilos finos de su pelo y su cuello. Esa parte que le gustaba acariciar tanto, le decía ella al oído, confundiéndose entre olores a whisky y jazmín, entre sonidos como vocales y consonantes. A veces eran pocas las palabras, porque los cuerpos eran largos y al tacto se proclamaban soberanos. A veces jugaban a ponerse los dos la vendas, a reconocerse los cuerpos en la oscuridad y al tacto, y todo era como si estuviera planeado. Como si estuviera escrito desde hace siglos. "Sos mi oasis", repetía ella entre besos y caricias.

-No olvidés que la mayoría de veces los oasis son un espejismo.-

Ocho meses había sido demasiada oscuridad como para seguir siendo anónimos, dos cuerpos y dos nombres extraños, dos pieles desconocidas a la vista. Dos ciegos, cegados quién sabe por qué.  Así que allí estaba él, sentado y sin venda en la Noche Final: "Todo esto se fue tan de nuestras manos", había dicho ella un mes antes, argumentando que había que darle fin, que no podía dormir ni vivir. Él, había accedido, apelando a lo imposible del asunto, el primer hijo de él estaba a punto de nacer en esos días. Todo era real ahora: paredes rojas, sábanas rojas, espejos en el cielo más falso de todos los cielos. Una rosa, inesperadamente, también roja, posada solitaria en un florero transparente. Todo el set iluminado apenas por dos velas blancas junto a la rosa.

-Apaga las velas.- Dice ella con la misma voz tan profunda de siempre.

-Todavía no. Nunca.- Repite él.

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