“Sí. tendrá unos cinco días que no aparece por acá. Ahora que lo menciona tampoco he visto a Jinix” respondió Castaneda cuando Roberto Aguilar apareció con unas llaves preguntando por Graciela Escobar. Castaneda, quien parecía más un adolescente disfrazado de vigilante quedó hipnotizado frente el baile nervioso del pequeño lagarto de felpa que colgaba como llavero.
“¿Jinix?”
“Su gato. Perdón pero ¿cuál dijo que eras su nombre?”
Roberto Aguilar se abrió paso entre la puerta y el muchacho. Avanzó por el corredor hasta llegar al apartamento 135. Inspeccionó la puerta. Tenía doble cerradura.
“Mmm”
Se asomó por las ventanas pero estaban bien cerradas. Las cortinas violetas cubrían todo muy bien impidiendo ver hacia el interior.
“¿Cinco días dices?”
“Ehh… si… cinco.”
“¿Seguro?”
“Si. Cinco. ¿Cree que esté ahí adentro?”
“Mmmm” inspeccionó el aire con su nariz. “Definitivamente no. El olor sería la primera señal. Oye, ¿hay alguna otra forma de entrar a estos apartamentos que no sea por la puerta principal? Qué se yo, ¿Alguna ventana con truco? ¿Alguna puerta trasera?”
“Ehh… nnnnnoo… No que yo sepa. ¿El olor? Oiga, ¡espere! ¡deténgase!… ¿De qué está hablando? ¿Qué tiene que ver Chela en todo esto? … digo, Graciela”
“¿Y tú qué? ¿Cuál es tu interés en la tal 'Gra-cie-li-ta'? ¿No me digas que es de interés especial tuyo también?”
“¡No! ¡Pues no! es solamen—”
“¿Solamente qué? ¿Solamente qué? ¡Solamente estás aquí haciéndome preguntas como idiota en lugar de estar afuera asegurándote que nadie intente robar el edificio! ¿O qué? ¿Acaso ahora te pagan por interrogar policías?”
“Nnno…”
“¿Entonces?”
“¡Ese lagarto!"
“¿Qué? ¿Qué con eso?”
Sin decir más y sin hacer ningún ruido, Castaneda señaló hacia el segundo piso. Roberto Aguilar le devolvió una mirada incrédula y miró hacia el techo.
“Más te vale que no se trate de una broma niño. ¡Quédate aquí y no hagas ningún ruido!”
Roberto subió por las escaleras. Avanzó por un corredor al aire libre que servía como terraza. Era uno de esos edificios de apartamentuchos pequeños de dos habitaciones, de esos de clase obrera atiborrados por familias numerosas. Llegó a la apartamento 235. Contrario al resto de apartamentos, la puerta de éste era de metal con los bordes inferiores oxidados por la lluvia.
“Busca adentro” murmuró Castaneda, tomando a Roberto por sorpresa.
“¿Qué? ¿Qué carajos haces aquí?”
“En el lagarto”
Abrió el pequeño llavero de felpa y encontró otra llave más. Una profunda desconfianza se apoderó de Roberto. Miró hacia ambos lados y abrió la puerta con cuidado.
Una maleta esperaba junto a la mesa de la sala. Unas pesadas cortinas floreadas cerraban las ventanas. El plato de comida estaba vacío, sin rastros de mascotas. El olor a encierro delataba que el apartamento llevaba vacío más tiempo de lo que pensaba. Roberto Aguilar dejó caer un pasaporte con un nombre desconocido junto a un tiquete de autobús programado para las 7:30 de la mañana. Eran las 10:13.
En el corredor-terraza quedaba solamente un reguero de tierra, allí donde estuvieron unas macetas de plástico con plantas que nunca florecieron y que le fueron regaladas a la niña Clarita, la octagenaria del edificio de enfrente.
“Oiga, me parece que aquí hay una confusión”
“¿Una confusión? ¡Una confusión! ¡Claro! ¿Y qué clase de confusión crees que hay aquí, tarado?”
“Pues… es que aquí,” dijo señalando hacia el piso “aquí nunca ha vivido ninguna Graciela”
“Entonces, ¿por qué carajos me traes a este apartamento?”
“¡Que ya se lo dije hombre! ¡Ese llavero! Acá vive Rutilia Aparicio. Cada vez que sale del edificio me saluda y siempre veo que guarda cosas en ese lagarto. A veces guarda dinero también.
“¿Y esa es qué? ¿Lógica de vigilante o cómo funciona? No estoy buscando a la dueña del llavero, estoy buscando a Graciela Escobar. Y algo me dice que tú sabes dónde está.”
TBC
NGB.DA20150713
No hay comentarios.:
Publicar un comentario