This state altering taste leaves me wanting another hit of you.
Parte de ella es incapaz de relajarse, debe admitirlo. Eso de andar viajando no era algo que la hacía bajar la guarda. Al contrario: encuentra más tiempo para pensar, repensar, mover cosas, ordenar, tachar, limpiar. Y uno entre más limpia su alrededor, más siente la necesidad de bañarse. ¡Quién sabe cuánta mugre acumulan las sábanas de hotel! Y eso él ya se lo había escuchado decir. No, de verdad, Alex, uno creería que con el tiempo habría dejado mis viejas manías de orden y limpieza, que ya para este momento me hubiera calado, no sé, algo, pero no: sigo siendo impecable. Y Alex rió, porque ese adjetivo de impecable se lo atribuía a la compulsión por el aseo que caracterizaba a Anna, que los habían acompañado a lo largo de tantos años que pasaron juntos… pero no dejaba de ser a la vez un descriptivo de cómo lucía. Anna, con su pelo ordenado (ordenadísimo) y su paleta de colores que se mantiene oscilando entre el blanco y el negro, el beige y el gris. ¿Seguís teniendo solo eso en tu clóset, cierto Anna? Y nadie se fijó en la manera en la que él ya no acortaba su nombre, desaparecidos los diminutivos; ni en la distancia que se había trazado, trazada por los años transcurridos desde su separación.
Pues, no, no era así: eso ya había cambiado.
–Ahora uso celeste muy a menudo, dejame decirte.
–Tú panama hat no dice lo mismo, querida.
–Dejame. Cuando me vaya de Buenos Aires, vas a poder odiarme de nuevo desde tu estoicismo. Ahora no: ahora debes ser indulgente.
–Ah, ¿soy yo el estoico? Yo siempre creí que tu obsesión con la limpieza y el orden (y el control de todo lo que sientes) era una expresión de estoicismo. ¿Qué paso con la chica que refutaba la exaltación de la pasión? Cómplice de Descartes, ¿no era así?
Reían sin reír y Anna aseguró que eso sí había cambiado. De pronto, por más que crecía este afán por controlar todo, Anna había aprendido a dejarse ir en muchos otros aspectos. Vos no fuiste mi última ruptura, ya sé lo que es llorar de la cólera en un trabajo y lamentarme por acciones dictadas por mis emociones, acciones de las grandotas que se pasan llevando a gente. No, pues me imagino, habrá dicho él. Y lo acepto: no dejarse llevar te deja sintiéndote truncada, limitada, casi irracional. “Uno es más racional en cuánto más busca cómo optimizar sus recursos” y otras patrañas neoliberales. Debe existir un balance, de algún modo, en algún lugar.
Alex sugirió otra ronda, porque el equilibrio lo pueden buscar en otro momento. La noche pasó tan rápido como se habían sentido esos últimos (2) años. Había sido mucho, muchísimo, para seguir así como estaban. Embriagaba, más que los shots que venían en fila buscando las bocas, como un grupo de amigos que llega buscando diversión, la idea de estar tan cerca a Alex, así de nuevo. ¿Será que va a ser distinto esta vez? Las manos se acercaban y nadie podían separarlas, la pregunta “¿qué va a decir tu esposa?” fue solo dialéctica entrecortada por suspiro.
Él se quedó dormido, pero ella no logro dormir. Se le bajó la adrenalina y el efecto arrullador de esa piel conocida, y sus ojos quedaron abiertos en la penumbra del cuarto de hotel. Olía a cuarto de hotel. No olía al apartamento que ella había conocido. ¿Qué será ese ruido de afuera? Y pesan las sábanas, pero pesa más esta cosa en el pecho. Esta cosa que reconozco. Anna pensaba más lento que de costumbre, a un ritmo condicionado por el desvelo. El cambio de horario. El susto de estar tan cerca, de nuevo, de alguien tan peligroso.
relato inspirado en Heart of Glass - Blondie
No hay comentarios.:
Publicar un comentario