Relato inspirado en "Miss Sarajevo" de U2 y Luciano Pavarotti
La escena era dantesca, las llamas salían por las ventanas, arrasando todo a su paso, todo lo que estaba en el edificio sería destruido sin nada que pudiera evitarlo. Era desolador.
A la inocencia,
que se nos muere sin darnos cuenta.
La escena era dantesca, las llamas salían por las ventanas, arrasando todo a su paso, todo lo que estaba en el edificio sería destruido sin nada que pudiera evitarlo. Era desolador.
Abajo, todas las personas que habían logrado salir a tiempo miraban estupefactas el alcance del desastre. Nadie decía nada, el rechinar de las llamas en contacto con el cemento, con las telas, con la madera y con todo tipo de materiales se hacía escuchar a muchas cuadras, la luz en los rostros tilosos y entristecidos de la gente doraba no solo planes rotos, sino también la desesperanza. ¿Qué les quedaría luego de ese día de infamia?
- ¿Han visto a la Adelita? - se escuchó la voz de un hombre joven. Al instante todos salieron del hipnotismo de lo nefasto. Un rumor empezó a escucharse mientras unos se veía a otros. La respuesta era una sola, nadie la había visto desde antes de que la alarma los despertara y salieran en estampida rescatando lo único que tenían puesto y las ganas de vivir.
A lo lejos se empezaron a escuchar las sirenas, alguien al fin había llamado a los bomberos, alguien al fin se apiadó de los adultos mayores y los separó del cordón humano al rededor de lo que quedaría de sus hogares, inmediatamente llegaron bomberos, paramédicos y el alcalde con su tropa de gente falsamente piadosa municipal, protegieron a los niños, dieron mantas a los ancianos y otorgaron oxigeno a los asmáticos, nadie sabía donde estaba la Adelita y aunque todos se preguntaban por ella, nadie se miraba ofuscado buscándola, con la desesperación del amor.
Alguien le dijo al jefe de bomberos que faltaba, en el censo de seres humanos y máscotas, la loquita del barrio. La Adelita. Se dio la voz de alarma. Ella siempre dormía en el sótano abandonado del edificio, siempre con primor guardaba sus pocas pertenencias, tan protegidas que nadie sabía de qué se trataba su tesoro envuelto en trapos chucos.
El siniestro fue apagándose poco a poco, los bombero fueron combatiendo a las furiosas llamas, arrancaron de sus brazos pocas pertenencias de algunos inquilinos, fueron despacio y con cuidado abriendo habitaciones, hicieron censo de pérdidas, revisaron posibles causas del inicio del incendio, recuperaron fotografías a medio quemar, juguetes rotos, cuadros quebrados, cada habitante del edificio agradeció la entrega de un pequeño escombro, era lo que quedaba, eso y la vida, ese pedazo carbonizado de su vivienda y la vida.
Cuando ya solo quedaba humo y carbón y las llamas se habían apagado, volvieron a decirlo, la Adelita no aparecía, ya era preocupante, alguno de los cuerdos presentía algo malo y lo contagió, los bomberos, los paramédicos y la gente de la alcaldía se dedicaron a buscarla entre las ruinas. La encontraron en su antiguo refugio; calcinada.
Sus manos de anciana estaban pegadas a su tesoro: la corona de latón, la que le dieron cuando la proclamaron reina del barrio, allá por mil novecientos cuarenta y siete.
Sus manos de anciana estaban pegadas a su tesoro: la corona de latón, la que le dieron cuando la proclamaron reina del barrio, allá por mil novecientos cuarenta y siete.
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