Los grandes bulevares Tame Impala - "The Less I know the better" |
Chocaron las voces del final de la tarde con el principio de la noche, con la mitad de la estadía parisina, justo cuando empezaban a caducar contratos de alquileres y renovarse otros; atrás las mudanzas. Pasan cosas pequeñas y grandes épocas frenéticas, y esta era una noche sobre una calle perpendicular a los grandes bulevares (sí, Les Grands Boulevards como menciona Zola en sus novelas pseudo-naturalistas, las calles limpias, grandes y majestuosas que desembocan en L’Opéra Garnier y sus acabados dorados). Nos quitamos, sin darnos cuenta, el sombrero y felicitamos al ingeniero Haussman por dejar el fondo nítido y clásico, listo para ensuciar con todo el poder de nuestros sentimientos incómodos. ¿Porqué salir del confort de las callejuelas de République que albergan las luchas cotidianas de los extranjeros y escapar de ese ruido que desborda del sinfín de bares? Quien haya visto cuadra tras cuadra de bares, sabe reconocer “un sinfín de bares” cuando lo ve, o al menos ese es el ritmo al que baila el humo del cigarrillo humedecido por el frío. Porque, pues sí, llegó aquella invitación en forma de volante digital que decía que allí, en ese bar conocido como Le Comptoir de No-sé-qué, los tragos iban a estar baratos – ¡baratísimos! – toda la noche.
Erick y Clara se proclamaron anfitriones y ampliaron las aceras de los grandes bulveras para que cupiera el decorum salvadoreño, y abrieron la locación que iban a tomar prestada, habiendo enviado ya una convocatoria extensa, el paladar de Clara emocionado por la posibilidad de beber, beber y beber. La estrategia era muy sencilla: llegar a tal hora, a tal dirección y aprovechar el alcohol; y eran los primeros en conquistar 6.6 mesas y escoger un poco de cerveza, un poco de whiskey, un poco de olor a tabaco. De allí, los demás ahí que vean qué hacen y, pues, si nos da hambre, ahí buscamos y nos comemos un grec.
La calle de dicho bar/comptoir estaba iluminada únicamente por el sereno de las noches largas de invierno y por la luz que rebasaba de las otras calles, el brillo de las vitrinas de Galeries La Fayette, ostentosa y caliente. ¿Serán estos contrastes una parte importante de la belleza de esta ciudad? Clara siempre apreció el filtro oscuro que ensucia a la imagen de cartas postales, fotografías de lo divino, romántico y perfecto; prefiriendo conocer los malos olores, la hostilidad y el estrés que existen pero que no se dibujan en las películas. Luego, después de por lo menos un par de años, entendió que la ciudad del amor no fuera lo que es sin esta utopía. Lo utópico, inalcanzable como las vidas burguesas dentro de apartamentos en los que baila el buen gusto con la educación, que está a la vista pero no podés tocar, es parte de París; estoy segura que allá en ese penthouse están los diseñadores planeando sus nuevas colecciones que llegarán con cigüeñas a Vendôme.
Porque es una característica que se riega y reparte, dividida por los diferentes arrondissements y no por partes iguales: la coexistencia del confort y la lucha, el lenguaje soez y lo vulgar que vive y respira justo al lado de estudios decorados y colecciones de arte... Y también las oportunidades de hacer trampa y encontrarse en un lugar en el que el whiskey cuesta 1 euro y la cerveza, 2. Y no, no es una tienda de un chino, y no estamos hablando de la banlieue a la que otros migran intentando equilibrar el costo de la vida y el deseo de ésta. Hablamos de un espacio un poco rudimentario, perfumado con olor a madera y tabaco. Un espacio para Erick y sus múltiples rondas de 50ml de cerveza que le alcanzan, y otras rondas; y otras caras, también, que se van sumando. La conversación hecha de complicidad y chistes internos, que empezaron estos dos amigos en el 2001, es interrumpida porque llegan otros. Los amigos se van separando y diluyendo entre los conocidos, los buenos amigos, los desconocidos.
Nubes de diálogo cobran vida en las mesas, absorbentes. Clara flota, de mesa en mesa, uniéndose poco a poco, porque sabe que la idea de perderse de algo de lo que está pasando le quitaría el sueño. Escucha y participa en las anécdotas de experiencias en metro por aquí, hacen planes por allá de qué van a hacer para año nuevo y, cuando está por compartir su gran idea, reconoce el rostro de su su ex-novio asomándose a uno de los grupo. No es el último, no es reciente, pero su rostro le sigue provocando en su vientre un revoltijo de contradicciones. “Lo que antes eran mariposas ahora son náuseas”, le explicó a Erick aquella vez en la playa. Con la mirada, la joven le dice “Hola, Esteban, ¿qué ondas?” antes de acudir a tomar asiento, en esta nube de conversaciones, lejos de él. Aquí estaría a salvo.
Pobre Clara perdió la cuenta de sus tragos y no alcanza a razonar. ¿Habrán sido las pláticas vacías con los amigos de los amigos de su amigo que quebrantaron su estabilidad? Pues, digo, al final del día las cosas por compromisos requieren un esfuerzo y el exceso cansa. No sabe qué es pero ya está mareada, como cuando virgen encontró en su primera cerveza un efecto soporífero del que hablan cuentos infantiles de literatura clásica.
-- Sostengo que los hombres no son tan malos, sólo son pendejos. O sea, sí, OK, las riegan, pero no lo hacen por ser malas personas. Lo hacen porque son tontos. Es cierto.
Es la voz de Clara, Erick la reconoce desde su mesa, y reconoce que suena a modo-monólogo, el estado al que uno entra cuando ha bebido en exceso y crece el protagonismo de tu inestabilidad emocional. O, por lo menos, es el estado que Erick reconoce en Clara y en Elsie, que padece del mismo mal y puede que te agarre en un descuido a recitarte su postura estoica y los males de su vida.
--Clara, ¿te acordás de la vez que la Elsie estaba sentada como sirena sobre la mesa hablando de estoicismo a media fiesta?-- le pregunta Erick a su amiga, metiéndose en las pláticas.
Y así quiebra el modo-monólogo, un poco. Ahora Clara y Erick cuentan en conjunto anécdotas producto de cuando compartían apartamento, y muchas involucran el protagonismo de Elsie, la amiga que cuando bebe se vuelve seria, inmaculada e irracional. Elsie, quien está allí, por cierto, esa noche en el Comptoir-de-no-sé-qué o no-sé-cuantos… Pero, ¿adónde? No la encuentran.
-- Allí está, mirá!-- Erick señala en dirección a las primeras mesas, a la mesa en la que está el ex-amor-de-la-vida de Clara, Esteban --vamos, venite.
No. Clara no quiere ir.
-- Allí está Esteban-- le susurra en voz alta a Erick, develando el secreto de borracha.
-¡Mejor me voy!
Los “¿Por qué te vas?” y los “Pero no sabés dónde estás” no la detuvieron. Rápido agarró su cosas, pasó repartiendo ademanes de Adiós. Se puso su abrigo, la temperatura subió a 35 C. e iba en la calle buscando, tratando de encontrar la entrada de métro. Que diablos se había hecho?
--¡Clara! ¡Pará!
Clara volvió a ver a los cielos, porque escuchó su nombre. ¿Será Dios el que le está hablando?
-- ¡Clara!
Era la voz de Elsie, ahora más cerca, quien salió del bar a buscarla y logró alcanzar.
--¿Adónde vas, tonta?
--No sé. Pero es que… Allí estaba Esteban, Elsie.
-- Yo sé, Clara. Pero es que vos te ponés muy terca, y estás muy borracha ¿qué estás haciendo aquí? Venite, te voy a llevar a mi apart, que yo ya me quiero ir a la casa. Ellos no sé qué van a hacer.
Ya no había necesidad de tomar el metro, ya que iban para el pequeño estudio de Elsie. Aunque era otra la ruta que llevaba a ese edificio en sobre las calles traseras del quartier Opéra. Todos los caminos llevan a lo mismo que el tiempo no borra. Esta era una ruta más lenta, porque llevaban la carga de la madrugada y de lo que habían bebido, afectadas por el berrinche de Clara. Sí, había sido exagerado de su parte salir corriendo; está bien, lo aceptaba… pero, aunque mareada y desubicada, sabía que era mejor para ella evitar las calles siniestras de su pasado. Esteban y Clara nunca iban a ser como los grandes bulevares y siempre existía el riesgo de volver a patinar y deslizarse en el intento de llegar a esa idea romántica de lo que podrían ser. Mientras no se vean y no los acerquen esas grandísimas avenidas, Clara podía olvidar el coqueteo de lo que no sabe, de lo que ocurre cuando ellos están lejos; porque siempre lo habían estado, y las cosas siempre acaban siendo o blancas o negras, pero no ambas.
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