Relato Inspirado en
Con Nombre de Guerra de Héroes del Silencio.
Hola Clara, habla Cecilia. Perdoná que te llame a tu casa
a esta hora, ¿qué son, las once? La una. Siempre se me olvida que son dos horas
de diferencia. Pero es que fijate que no podía dormir, desde hace días que no
duermo. Y es que, ¿te acordás que hace dos meses cuando me fui vos me dijiste
“te vas a arrepentir de irte del país”? Pues sí, me arrepiento. Pero no por lo
que vos creías. Cuántas veces me dijiste que por mi familia, mi vida, que ya la
tenía hecha, mi trabajo, todo el éxito que tenía en ese momento, la cantidad de
prospectos para matrimonio que desfilaban frente a mis ojos a diario. Eso es lo
que a vos más te entusiasmaba, verme por fin casada, que yo pudiera tener una
vida como la tuya, con tu esposo, tu casa, tus hijos… Verlos crecer, me decías,
no hay más felicidad más grande que esa. Y yo te creía, de verdad, creía que
podía tener lo que vos tenías. Y que podría ser como vos. Y entonces empezaste
con todas aquellas invitaciones, viernes de copas, a bailar, a los karaokes.
Los fines de semana a la playa, visitando pueblitos, de compras; y siempre tus
hijos, Daniel, y vos; la familia feliz y siempre un amigo diferente que no sé
de donde lo sacaban, siempre los prospectos, a cual mejor, abogados,
ingenieros, arquitectos, siempre hombres de éxito, para una mujer de éxito como
vos, decías. Todo hermoso e idílico. Todo perfecto. Y a vos te daba cólera que
no me decidiera, que a pesar de la perfección de todos tus candidatos, nunca me
gustara ninguno. Sos demasiado exigente, decías, entre risas y copas. Ya no sé
de donde sacar más, reías. Pero estabas equivocada, Clara, no me tendría que
arrepentir por eso. Y es que no te diste cuenta. No te dabas cuenta que en toda
la perfección de tu vida perfecta, o de lo que te imaginabas perfecto para mí,
en toda esa historia que me montaste, yo quería tener lo que vos tenías. ¿No
era eso lo que querías para mí? Mi querida amiga, ¿no querías una vida como la
tuya para mi? Y entonces ya no eran solo los fines de semana, eran los viajes.
¿A Disney? Allá iba yo como parte de la comitiva de tu viaje perfecto, con
fotos y sonrisas, las sonrisas mías, de Daniel y tus hijos, porque siempre era
vos la que tomabas las fotos y yo sonreía. No me costaba, de verdad, porque era
la vida que vos querías para mí. ¿A la Dominicana con aquellas playas azul
turquesa? ¿Los tres solos, porque probablemente allí encontraría a mi príncipe
azul? Y lo encontré de verdad, porque a la noche vos siempre estabas cansada y
no te importaba que yo me fuera a
discotequear con Daniel, porque confiabas tanto en nosotros, en mí con mis
copas de más, en Daniel con sus ojos verdes. ¿Le has visto esos ojos? ¿De
verdad alguna vez te has mirado en esos ojos profundos con la profunda gana de
perderte, de hundirte para siempre? Yo sí, yo me miré, yo me perdí, con el mar
azul turquesa iluminado por la luna llena y con palabras que nunca imaginé
podrían acompañar a aquel par de ojos. El mismo Daniel callado y torpe del que
vos te quejabas a diario, el mismo que te cargaba las maletas, que te jalaba la
silla, que te servía los tragos, el mismo, ese, podía decir lo que vos
reclamabas que nunca decía, ese mismo podía acariciar y abrazar y besar al
compás lejano de una bachata cursi de Juan Luís Guerra de esas que vos tanto te
reías. “Me quede en tus pupilas, mi bien, ya no cierro los ojos me tiré a los
más hondo.” Me cantaba, mientras vos estabas en a saber qué sueño. Y me besaba,
sin preámbulos ni anunciaciones. No. No nos acostamos. Hubiera sido demasiado.
Hasta con tu permiso. Hasta con tu consentimiento. La Clara confía demasiado en
vos, me decía, te alucina. Y mejor nos íbamos de regreso, él a tu cuarto,
yo al mío. ¿Cómo pudiste, Clara? ¿Dos años sin tener sexo? No creás que me lo
contó Daniel. Yo oí una vez cuando se lo estaba contando a Rafael.
Supongo que ese tipo de confesiones se le hacen al mejor amigo, los hombres no
son como nosotras, que siempre le andamos contando las cosas a cualquiera. Se
lo estaba contando al mejor amigo, al que también trataste de “engatusarme”, el
que tampoco me cuadró nunca. Se lo estaba contando y ni se mosquearon porque yo
pudiera estar oyendo, o que no estaba poniendo atención, o que estaba tan borracha como ellos. “Dos años sin nada”, le
decía. Y Rafael abría los grandes ojos de asombro. “¡Puta, viejito! ¿Y que
excusa te pone?” “Nada, decía, al principio que estaba cansada, que estaba
estresada. Ya después de unos meses ya ni el intento hacía, ya ni le preguntaba
nada”. Y entonces me vio que los estaba viendo. Yo no sé si desde el principio
lo hizo con la intención de que yo escuchara, ya ves, los hombres también
tienen sus mañas, hasta los buenotes como Daniel. Yo no sé si fue una especie
de permiso, de justificación a lo que él ya sabía que iba a pasar o a lo que
quería que pasara. Es que él sabía que yo no me iba a dejar ir así nomás, bueno
y creo que él tampoco.
Y no creás que pasó tan rápido. De eso pasó como un año. Nos besamos varias veces, al principio suavecito, como con miedo, después ya se fue haciendo más intenso y vieras que cosa me daba verte. Yo le decía a Daniel “que mala onda lo que estamos haciendo”, pero él me decía “esto no tiene nada que ver con eso”, ¿Qué era “esto” que era “eso”. Y entonces empezaron tus viajes. A Guate para una reunión, a Miami a una capacitación. Y me dejabas a tu familia completa de herencia. “Sacáme a los niños, me decías, mirá que coman, es que a este se le va a olvidar”… Y allí me dejabas, con tu familia feliz, en tu hogar perfecto, con Daniel diciéndome cosas lindas, alabando mi manera de cocinar, de poner la mesa, de hablarle a los niños, es que vos no les gritás, decía. Es que vos no te ponés histérica por cualquier cosa, decían los niños. Y entonces me di cuenta de que yo era perfecta para tu hogar perfecto. Y a estas alturas, con tanta información que me venía de Daniel, de los niños; como buena amiga, tendría que haberte preguntado qué estaba pasando en tu casa, qué te estaba pasando; pero no. Primer error: me quedé callada disfrutando tu vida, tu casa, tus hijos. A tu esposo, porque esa vez sí, esa vez sí nos acostamos… Sí, en tu casa, en tu propia cama. Daniel fue bien claro desde el principio, me dijo que no te iba a dejar, que no le quería hacer ese daño a los niños, que a vos te debía mucho, que no concebía la idea de dejarte. Te confieso que a mi tampoco se me ocurrió nunca que te dejara. Nunca pensé estar metida en una cosa así. Romper un matrimonio, separar una familia. Aunque vos no te merecieras nada de eso con tu indiferencia, eras ante todo mi mejor amiga. Sí ya sé, que contradicción y que hipocresía. Me podía estar cogiendo a tu marido, pero eras mi mejor amiga. Uno nunca se imagina que le van a pasar esas cosas. Me enamoré de verdad, verdad. Yo creo que Daniel también. No te imaginás cómo me miraba. Con esa mirada que le salía de lo más profundo de aquellos ojos verdes, a veces no decía nada, solo me miraba y a mí me daba como miedo, pena, qué se yo, me sentía como adolescente. No sabés, cómo me gustaba verlo venir los miércoles a encontrarnos a La Ventana, me encantaba cómo olía siempre, a fresco y recién bañado, aunque no se acabara de bañar. A vos te caía mal que viniera y no te explicabas cómo de repente le había agarrado de venir a acompañarnos, si nunca le habían interesado nuestras pláticas, si nunca se había metido en eso. Iba a verme a mí, Clara. Era nuestra cita de los miércoles solo para mirarnos. Porque después de la segunda vez que nos acostamos, esta vez en mi apartamento, decidimos que no íbamos a seguir con aquello, ya no tanto por vos, sino por nosotros, nos estaba haciendo demasiado daño. Qué fácil hubiera sido si no te hubiera conocido desde el kinder. Qué fácil hubiera sido si yo no hubiera conocido a Daniel y te lo hubiera presentado cuando teníamos veinticinco años. Qué fácil si no hubiéramos tenido diez años de ser aquel trío. Entonces, a los dos años de aquel primer beso que nos dimos en la Dominicana. Daniel y yo decidimos darte otra oportunidad. El decidió empezar otra vez, reconquistarte. Yo decidí hacerme a un lado, desaparecer. Fue por eso que me fui. No por el trabajo glorioso que me salió en Miami. No sabes cuánto me costó tomar esa decisión. Yo no me quería ir, Clara. Nunca me había gustado nadie como me gustaba Daniel. No sabes cómo lloramos cuando nos despedimos. Sí, él también lloro. Nos abrazamos como media hora, repitiendo la canción de Silvio Rodríguez que le dejé de despedida. Sí siempre fui así, tan cursilerona. Le dediqué una canción, ángel para un adiós, se llama… Las primeras dos semanas en Miami fueron de lo mejor, no me acordé de Daniel, ni de vos ni de tus hijos. Esta es la felicidad total, pensaba, no me dolió en lo más mínimo, ya ni me acuerdo, qué feliz soy. Pero luego comencé a recordarme de Daniel, me lo imaginaba en cada esquina, que caminábamos bajo ese sol quemante de South Beach, me acordaba de cosas, de momentos, de pasaditas, nadie más me podría mirar así. No, no fue entonces cuando me arrepentí. Fue como hace dos semanas cuando te vi entrando al Presidente. No puede ser, pensé. No podías ser vos. Por eso me bajé del taxi. Por eso entré al hotel, te vi de lejos, sí eras vos. Habías venido a buscarme. Te habías dado cuenta. Daniel te lo contó. Todo eso pensé en fracciones de segundos parada en el umbral, imaginando qué te iba a decir, qué explicación darte. Cuando entonces, del otro lado del lobby apareció Rafael. Rafael el mejor amigo, el mismo al que abrazaste tan efusivamente, con el que desapareciste aún abrazada por el ascensor. Y entonces entendí tu indiferencia, los dos años sin sexo, los viajes. Hasta entendí porque me lo dejaste a mi antojo.
¿Cómo pudiste ser tan pendeja? ¿Cómo te fuiste a meter a Miami sabiendo que yo estaba allí? Sí, ya sé es una ciudad bien grande. ¿O fue parte de tu plan que yo me diera cuenta? Ya no te entiendo, Clara. Y sí, esa es la razón por la que me arrepiento, no por las que vos creías. No sé que hacer, Clara. Como te dije ya no puedo dormir.
Y lo peor es que no tengo una amiga con quien hablar.
Y no creás que pasó tan rápido. De eso pasó como un año. Nos besamos varias veces, al principio suavecito, como con miedo, después ya se fue haciendo más intenso y vieras que cosa me daba verte. Yo le decía a Daniel “que mala onda lo que estamos haciendo”, pero él me decía “esto no tiene nada que ver con eso”, ¿Qué era “esto” que era “eso”. Y entonces empezaron tus viajes. A Guate para una reunión, a Miami a una capacitación. Y me dejabas a tu familia completa de herencia. “Sacáme a los niños, me decías, mirá que coman, es que a este se le va a olvidar”… Y allí me dejabas, con tu familia feliz, en tu hogar perfecto, con Daniel diciéndome cosas lindas, alabando mi manera de cocinar, de poner la mesa, de hablarle a los niños, es que vos no les gritás, decía. Es que vos no te ponés histérica por cualquier cosa, decían los niños. Y entonces me di cuenta de que yo era perfecta para tu hogar perfecto. Y a estas alturas, con tanta información que me venía de Daniel, de los niños; como buena amiga, tendría que haberte preguntado qué estaba pasando en tu casa, qué te estaba pasando; pero no. Primer error: me quedé callada disfrutando tu vida, tu casa, tus hijos. A tu esposo, porque esa vez sí, esa vez sí nos acostamos… Sí, en tu casa, en tu propia cama. Daniel fue bien claro desde el principio, me dijo que no te iba a dejar, que no le quería hacer ese daño a los niños, que a vos te debía mucho, que no concebía la idea de dejarte. Te confieso que a mi tampoco se me ocurrió nunca que te dejara. Nunca pensé estar metida en una cosa así. Romper un matrimonio, separar una familia. Aunque vos no te merecieras nada de eso con tu indiferencia, eras ante todo mi mejor amiga. Sí ya sé, que contradicción y que hipocresía. Me podía estar cogiendo a tu marido, pero eras mi mejor amiga. Uno nunca se imagina que le van a pasar esas cosas. Me enamoré de verdad, verdad. Yo creo que Daniel también. No te imaginás cómo me miraba. Con esa mirada que le salía de lo más profundo de aquellos ojos verdes, a veces no decía nada, solo me miraba y a mí me daba como miedo, pena, qué se yo, me sentía como adolescente. No sabés, cómo me gustaba verlo venir los miércoles a encontrarnos a La Ventana, me encantaba cómo olía siempre, a fresco y recién bañado, aunque no se acabara de bañar. A vos te caía mal que viniera y no te explicabas cómo de repente le había agarrado de venir a acompañarnos, si nunca le habían interesado nuestras pláticas, si nunca se había metido en eso. Iba a verme a mí, Clara. Era nuestra cita de los miércoles solo para mirarnos. Porque después de la segunda vez que nos acostamos, esta vez en mi apartamento, decidimos que no íbamos a seguir con aquello, ya no tanto por vos, sino por nosotros, nos estaba haciendo demasiado daño. Qué fácil hubiera sido si no te hubiera conocido desde el kinder. Qué fácil hubiera sido si yo no hubiera conocido a Daniel y te lo hubiera presentado cuando teníamos veinticinco años. Qué fácil si no hubiéramos tenido diez años de ser aquel trío. Entonces, a los dos años de aquel primer beso que nos dimos en la Dominicana. Daniel y yo decidimos darte otra oportunidad. El decidió empezar otra vez, reconquistarte. Yo decidí hacerme a un lado, desaparecer. Fue por eso que me fui. No por el trabajo glorioso que me salió en Miami. No sabes cuánto me costó tomar esa decisión. Yo no me quería ir, Clara. Nunca me había gustado nadie como me gustaba Daniel. No sabes cómo lloramos cuando nos despedimos. Sí, él también lloro. Nos abrazamos como media hora, repitiendo la canción de Silvio Rodríguez que le dejé de despedida. Sí siempre fui así, tan cursilerona. Le dediqué una canción, ángel para un adiós, se llama… Las primeras dos semanas en Miami fueron de lo mejor, no me acordé de Daniel, ni de vos ni de tus hijos. Esta es la felicidad total, pensaba, no me dolió en lo más mínimo, ya ni me acuerdo, qué feliz soy. Pero luego comencé a recordarme de Daniel, me lo imaginaba en cada esquina, que caminábamos bajo ese sol quemante de South Beach, me acordaba de cosas, de momentos, de pasaditas, nadie más me podría mirar así. No, no fue entonces cuando me arrepentí. Fue como hace dos semanas cuando te vi entrando al Presidente. No puede ser, pensé. No podías ser vos. Por eso me bajé del taxi. Por eso entré al hotel, te vi de lejos, sí eras vos. Habías venido a buscarme. Te habías dado cuenta. Daniel te lo contó. Todo eso pensé en fracciones de segundos parada en el umbral, imaginando qué te iba a decir, qué explicación darte. Cuando entonces, del otro lado del lobby apareció Rafael. Rafael el mejor amigo, el mismo al que abrazaste tan efusivamente, con el que desapareciste aún abrazada por el ascensor. Y entonces entendí tu indiferencia, los dos años sin sexo, los viajes. Hasta entendí porque me lo dejaste a mi antojo.
¿Cómo pudiste ser tan pendeja? ¿Cómo te fuiste a meter a Miami sabiendo que yo estaba allí? Sí, ya sé es una ciudad bien grande. ¿O fue parte de tu plan que yo me diera cuenta? Ya no te entiendo, Clara. Y sí, esa es la razón por la que me arrepiento, no por las que vos creías. No sé que hacer, Clara. Como te dije ya no puedo dormir.
Y lo peor es que no tengo una amiga con quien hablar.
WOW! me encanto!
ResponderBorrarGracias. Sería bueno saber tu identidad. :)
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