No es una blusa cualquiera.
No es cualquier blusa negra como las demás que también cuelgan sin clemencia, esperando a ser usadas. Esta es de seda, de tirantes, corte imperio, cómoda como ella sola, para salir de noche y exhibir la espalda y los hombros. Es una blusa negra colgada en mi clóset que de vez en cuando pierde el equilibro en el gancho y cae mientras muevo las otras cosas. Una blusa negra con vida propia, que toma desiciones.
Como lanzarse al vacío y caer a mis pies para recordarme esa noche.
Para recordarme que era una fiesta y yo había tomado vino y fumaba como loca mientras te buscaba en la pista de baile sin encontrarte. Para recordarme que me volteé para salir entre el amasijo de gente y en la vuelta me tropecé con vos, quedamos como a un centímetro de distancia.
– ¿Qué estás tomando? – Atinás a preguntar al ver mis manos vacía.
– Ya no tomo –
– ¿Desde cuándo? –
Finjo ver la hora en el reloj de pulsera que no tengo...
– Desde hace como media hora–
Tengo una blusa negra colgada en mi clóset que cae de repente a mis pies para subrayarme que algún día te encontré en una fiesta y hablamos por horas y horas recordando los quince años anteriores, recordando cuando ni siquiera llegábamos a los veinte y me viste y nos vimos y después el tiempo que vino y se fue y todas las veces que nos encontrábamos y vos casado y divorciado y casado otra vez y yo casada y divorciada esta vez, también.
– Como esa historia de Benedetti – te dije.
– ¿Cómo cuál? –
– Como Puentes como Liebres. Esa historia de Benedetti. Nuestra vida es un poco así–.
Eso te dije.
Y a vos no te importó. Ni te interesó mucho el cuento. Querías un cigarro, otro whisky y salir de la fiesta.
– No me creás tan tonta y veinteañera, te dije, ya me puedo esa historia de salir por el cigarro–. Y me reí. Me reí de verdad como no lo hacía desde los primeros años del desolador y fallido matrimonio.
– Es increíble el poder que tenés de reírte solo con la mirada–. Dijiste, creyendo tal vez que tenías la necesidad de conquistarme como cuando teníamos menos de veinte años. Y te creí y sonreí con los labios y no pensé en besarte ni abrazarte. Es bien tonto, de verdad, pero yo no pienso en esas cosas. Sí me fijaba, por ejemplo, que la luz te caía justo en los ojos, como a la Ingrid Bergman en Casablanca. Claro, esa película era en blanco y negro y la nuestra, a color; aunque mi blusa fuera negra y tu camisa, blanca. De seguro si no hubieran habido más de quinientas almas de testigo sí se me hubiera ocurrido besarte, pero saliste con la historia del cigarro que querías irte a fumar afuera, como si no todos estaban fumando en la fiesta...
Tengo una blusa negra colgada en mi clóset que cae de repente a mis pies para recordarme que afuera había llovido. Sí, como cualquier julio que se preste a los aguaceros. Vos hiciste algún comentario de mi blusa y el frío. Y por suerte no llevabas saco o chaqueta, porque hubiera sido el colmo que me lo pusieras en los hombros como cualqueir película cursi de adolescentes, y no. Me senté en el suelo y vos no quisiste. Estaba mojado y no querías ensuciarte el pantalón caro. Yo me siento en el suelo mojado y me quito los zapatos cuando me da la gana. Vos sos demasiado apropiado. Creo que por eso el destino nos ha traído y llevado y vuelto a llevar y a traer y no nos ha juntado nunca. No podría ser feliz con un hombre que no se sienta en el suelo ni se quita los zapatos, de verdad, por mucho que nos demos cuenta mientras compartimos un cigarro que nos reímos de lo mismo y nos gustan las mismas canciones y leemos los mismos libros y vemos las mismas película. En ese momento soy conciente de lo mucho que me gustas, de lo mucho que me has gustado desde que tenemos menos de veinte años. La cadencia de tu voz, tus palabras, el vino, tu mirada; me hacen sentir más borracha de la cuenta. Vos te das cuenta. Por fin te sentás en el suelo. Me hacés alguna broma del frío y la blusita de tirantes y sin más aviso, me besás.
Esa blusa negra colgada en el clóset que cae al suelo con voluntad propia me hace recordar que me besaste, que pasé mis dedos por tu pelo, que respiraste entrecortado en mi oreja, que te dije qué rico olés. Esa blusa negra me recuerda que el piso mojado de un lugar para fiestas y convenciones no es muy apropiado para hacer lo que hicimos.
Tengo una blusa negra colgada en mi clóset. Cada vez que cae al suelo me acuerdo de vos.
(Relato inspirado en Heroin de The Velvet Underground)
Genial relato, transmite muchas emociones :)
ResponderBorrarLo amé.
ResponderBorrar¡¡Gracias!!
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