Ciudad: San Salvador.
Trayecto: Desde tu casa a la oficina, aproximadamente 10 Kms.
Nivel de dificultad: Debido al tráfico y a la densidad poblacional de la ciudad... MÁXIMA.
Estrategia de traslado: Abordar dos buses.
Meta: Llegar a las 8 a.m.
Una creería que la vida es sencilla en su más mínima expresión, trasladarse al lugar de trabajo debería ser un momento aprovechado para ver el paisaje, para avanzar en la lectura del libro de turno, para meditar y planificar la semana. Hasta que se da cuenta que comparte el espacio del bus con aproximadamente 80 personas.
Ella empezó a trabajar en esa oficina hace como tres meses... el ambiente y las funciones eran muy distintas a las que realizaba en una escuela de teatro en un pueblo perdido en el interior del país, ahora era una mujer decente y oficinista. Aún se negaba en usar las falda y chaqueta propias de esos puestos burocráticos. Se dio a la tarea de no apartarse tanto de la comodidad de los zapatos pachos y la versatilidad de los pantalones.
Cada mañana sale de su casa, se enfrenta a la multitud, que como ella, busca llegar puntual al trabajo. Nunca sospechó que en este nuevo trayecto conocería a la maldad.
Él... no pasa de 1.25 metros, su cuerpo gordo y soso, su carita de niño... su uniforme de escuela pública. Su cabello casi rapado, su sonrisa diabólica. Cada mañana se traslada de su casa a la escuela, lo acompaña su madre, mujer de mediana edad, posiblemente contemporánea de nuestra protagonista, su pinta es distinta, desordenada, melena colocha tinturada, piel clara, siempre con cara de estres.
La primera vez que se encontraron en la 44 fue determinante para esta relación de coexistencia.
Contexto: bus casi lleno, al rededor de 48 personas sentadas y otras 24 de pie, entre ellas... ella... con su cartera, su libro y su bolsito donde lleva su almuerzo. De repente suben.
El silencio reina, él con su forma torpe de moverse logra pasar por la máquina rotativa del bus, su madre se entretiene pagando el pasaje, en realidad lo que está haciendo es dejar que su hijo tome posesión del bus. Nada será igual.
Ese niño, con cuerpo de troll, mocoso, con cara de mediodormido a propósito, se rebuscó por golpear a cada uno de los presentes que iban de pie, más a algunos que iban sentados a la orilla del pasillo. Se fue a detener justo al lado de ella, si... ella que siempre odió a los niños como él, con esa incapacidad de manejar su propio cuerpo. Se detuvo en ella, el impulso de la marcha del bus hizo que él se impactara en su cadera. Pero entonces ella no se imaginaba que aquello no había sido un accidente, no, era una treta.
Lo vio con misericordia y pensó que menos mal que no se golpeó el niño. ¡Pobre ingenua!
Veinte minutos de viaje fueron suficientes, en ese lapso de tiempo, él la moquió, se quedó arrecostado adormitado sobre su hombro, eructó, dijo sentirse mareado... mientras su malvada madre hacía lo mejor que podía... ignorarlo.
Ella se sintió mal por el chico.
Pronto todo terminó, ella se movió pues tocaba bajarse. Cuando caminaba a la oficina, pensó en el cipote, le dio "cosita", quiso pensar que jamás lo vería. No fue así.
"Tengo tres meses de estar viajando en esta ruta, al menos tres veces a la semana lo veo... he llegado a la conclusión de que el cipote tiene un problema de psicomotricidad gruesa... ni quiero saber cómo será la fina... nunca he sido muy afecta a los cipotes entre esa edad, esa edad en la que no son ni niños ni adolescentes... pero hoy menos. Al inicio pensaba que su madre era una arpía, que lo dejaba a sus anchas para que su torpe hijo nos golpeara a todos, pero no... ahora comprendo... yo haría lo mismo, si esa mujer tratara controlar a su hijo en el bus, es muy seguro que ambos cayeran al piso. Pobre mujer, comprendo su cara de amargura."
Aquella mañana ella se sentía mal, la fiebre la había perseguido, sospechaba que tenía una infección de vías urinarias, deseaba con fuerzas tener un traslado tranquilo a su oficina. Es decir, deseaba no encontrarse con el niño.
Pero nada es como deseamos, nada. Ahí estaba, justo cuando él y su madre subían, alguien le cedía el asiento a ella, pensó que tenía suerte a pesar de todo, el asiento cedido estaba del lado de la ventana, no habría forma que ese niño la golpeara ahora que ella se sentía tan mal. ¡Pobre ingenua!
"Me senté, justo en ese momento, mi compañero de asiento se levantó, dejando libre el espacio. ¿Por qué? ¿Por qué la vida me hace esto?... él se acercó y al ver el asiento libre, su rostro se iluminó y se avalanzó para sentarse. Lo supe, su fuerza era tal que no le permitiría detenerse a tiempo. Sus 120 libras cayeron sobre mí. Mi instinto hizo que pusiera las manos a la altura que caería... lo empujé para que se quitara, su madre vio el gesto, la via ella, la vi con cara de 'detesto a los niños... y más al suyo!', ella no se inmutó. Me esperaban 20 minutos de compartir espacio con él. Por supuesto, él que no entiende de limites de espacio personal, se quedó dormido sobre mi, con la cabeza echada para atrás, con su boca abierta, con sus mocos manando de la nariz, con su ronquido horriblemente atragantado... Mátenme por favor... ¿por qué no ocurre un accidente de tráfico cuando lo necesito?"
Con dificultad se quitó al niño de encima, la iba aplastando, el dolor de cuerpo y fiebre le incrementaban la sensación de aplastada, la madre del niño se sentó donde ella iba y con gran ternura tomó al niño, quien la abrazó y murmuró algo. "Mi bebito" contestó la mujer.
o_O
A ella le pareció que el niño se incorporó justo cuando ella se dirigía a la puerta trasera del bus, le hizo un guiño y le dijo murmuradito... "nos vemos mañana".
Cuando reaccionó, ella estaba en el hospital, una enfermera le explicó que sus heridas sanarían pronto, que la caída del bus fue brutal, pero que era afortunada, un buen samaritano la había auxiliado y ahora su fiebre estaba controlada y vio su pierna enyesada. "Se recuperará", dijo la enfermera, mientras le inyectaba un líquido en la sonda que iba hacia su brazo derecho.
Al fondo, en la ventana de vidrio que separaba el cuarto del pasillo, estaba él, su pelo casi al rape, sus 120 libras sosas y flojas, su uniforme siempre chorreado, su mirada perdida diciendo... "nos vemos en la 44".
"Alguien, por favor... ¡máteme!"
"Alguien, por favor... ¡máteme!"