Audrey trabajaba en una boutique sobre la Rue des Archives, ubicada estratégicamente entre Hôtel de Ville y Le Marais. Vendía cosas chic, como para sentir que ella también pertenecía al estrato social alto que beneficia de todo lo que París puede ofrecer. Era una de sus habitudes o costumbres, fingir que todo estaba bien, mezclándose de 10 a 5 con la atmósfera distinguida y alternativa parisina. Había construido suficientes costumbres, acciones de su día a día que funcionaban como déjà-vus entrecocidos.
Saliendo del métro con la baguette debajo del brazo, llegaba a su apartamento, y buscaba entretenimiento en la Tele vieja, como esa caja de la telefonía venía con Interenet y cable; y comía alguna cosa sin esfuerzo, y a veces había vino. Variaban más sus costumbres por las noches, como si lo oscuro extendiera aún más su privacidad y le abriera paso a los baños largos con agua caliente, la lectura acompañada de tabaco. A veces se le ocurría incluir a un gato en este escenario, pero se contentaba con poner música. Se entretenía con ella misma, y con su sensualidad y apetito sexual, algo que su apatía no había logrado quebrar.
Los fines de semana, se despertaban un poco los lazos sociales que se adormecían con las rutinas que manejaban las semanas y separaban a los unos de los otros. A veces, de hecho, empezaban los jueves; y para los que eran como Audrey que trabajan los sábados, eso significaba dos días de resaca que se intensificada con el pasar del tiempo. La desagradable sensación pos-fiesta denominada gueule de bois habitaba en su aliento los viernes y los sábados, y resonaba su cabeza con los golpes de una migraña, a veces con náuseas. Esto era producto de hacer lo que más le gustaba, producto de ese afán por embriagar a su mente y a su cuerpo. Le permitía salir de la casilla en la que ella se había metido, sin realmente saber porqué, como pasa cuando sólo te dejas llevar por la impresión de lo que supone que hagás. Cuando salía, podía reír y aflojar su estricto apego a la desilusión.
Se perdía, a menudo, en la delgada línea entre el placer y el dolor. Pasaba el fin de semana, y se pronunciaba de nuevo la desesperación ahogada. Y dolía aún más cuando eran fines de semana con él o con ellos. Ambos lados de la moneda le hacían daño, tanto ser utilizada de nuevo por el que le mueve el piso pero no puede estar con ella, como desligarse de él en los brazos de otro, por el placer de ser deseada en sábanas teñidas por eau-de-toilette de él, su cuerpo petite trasladado por las manos de él, o de ellos. ¿Valdrá la pena vivir en los extremos? La douleur exquise es un ancla dolorosa, que a Audrey le pesa menos que la levedad de sus días.
Inspirado en "Déjà-Vu" - Gustavo Cerrati
Abril-mayo 2014
Me encanta... Ya he tenido semanas déjà-vu
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