A Ignacio
Porque "a él le habría gustado"
- ¿Aló?... ¿Aló? - dijo con el característico tono de preocupación de los que esperan la muerte.
- Soy yo, Ernesto... te llamo porque me avisó Estela que Ignacio acaba de morir.
El silencio luego de aquella frase fue eterno y de hielo, fue justo lo que todos esperaban, pero que no estaban listos para escuchar... Ignacio había muerto.
- Alistate - dijo Ernesto - paso por vos en unos 15 minutos.
Mario se sentó en la cama, a su lado, su compañera alcanzó a sentir que se incorporaba y lo interrogó con los ojos medio cerrados. Él solo la vio y dijo "voy a salir con Ernesto, ya voy a regresar", ella solo le dijo "¡Ya vas a chupar!"
Muchos años de bolencia compartida entre aquella camada de amigos tan dispares le daban la razón a la mujer, todos los sábado se reunían en casa de Ignacio y trataban de resolver los problemas maritales, sociales, económicos y políticos... de sus vidas y del país a punta de vodka barato o de cerveza atontadora. Se amaban como solo pueden amarse los hermanos.
El mayor, Ignacio, un hombre alto y recio los había ido reuniendo de diferentes tiempos y espacios, hasta reunir a aquella manada que reunía a hombres entre los 30 y los 50 años. Siempre, cada fin de semana, luego del mediodía, aquellos 5 hombre desaparecían del radar de sus mujeres, hijos y jefes y se adentraban a la inmensidad del bosque salvaje de la masculinidad. Daban rienda suelta a todo su ser gregario y conversaban a gritos sobre lo que hubiera sido "mejor" en la guerra, de lo lindas que eran las mujeres y de lo que costaba criar adolescentes, de los pequeños dolores que se asomaban como haciéndoles burla a la edad y de aquellos problemas que no contaban a nadie... los hombres si hablan de "sus cosas", como las mujeres, solo que no nos damos cuenta. Los hombres si hablan de "sus cosas", pero solo entre ellos y sin admitirlo del todo.
Un sábado cualquiera, sobre la mesa esperaba a la manada, una magnífica botella de vodka, del más fino. También les esperaba una noticia.
"Tengo cáncer" - dijo aquel día Ignacio. Por supuesto la cara de cada uno de la manada estuvo para recopilar rostros de espanto, cuando pudieron usar la voz de nuevo, fusilaron a Ignacio a preguntas... "¿Cáncer de qué?", "¿quién te ha dicho?", "¿qué exámanes te han hecho?"; todo lo fue contestando Ignacio, con cada dato iba bajando el nivel de la botella de vodka, cada uno tomaba en la medida que su resistencia (o aflicción) se lo permitiera. Era el primero de toda la camada que enfermaba de algo grave.
- Maje, pero vas a empezar tratamiento, verdad?
- Yo he leído que con buena terapia podes superarlo.
- Vos no te ahueves...
- Si ya vas a ver... todo va a estar bien... después hasta nos vamos a reír de esto.
- Nombe! si es más fácil que me muera yo...
Todo lo escuchaba Ignacio, los veía como cuando un muchacho mayor le enseña a los recién estrenados adolescentes a fumar, mientras todos tosen en medio de una gran nube de humo blanco.
El tiempo se fue rápido... demasiado. A penas tres semanas y el teléfono sonó en la madrugada.
Ernesto llegó a casa de Mario, vio a su amigo parado en la puerta de la casa. Estaba serio y sereno... Ernesto siempre admiró esa frialdad de Mario, claro, no se lo podía decir, "no es de hombrecitos" andar diciendo que admira a otro, más si el otro es otro cabrón igual o peor que él.
Mario vio cómo se acercaba Ernesto y sintió un alivio verlo ahí... subió al carro y le dijo "qué pasó, cabrón?" No lo dijo buscando una respuesta específica, era como siempre se saludaban. Solo que ahora su voz tenía un dejo de soledad. "Vamos para el ISSS, tal vez podemos ayudar en los trámites, escuché a la Estela bien mal".
Ninguno de ellos era hombre de una sola mujer, esa visión romántica de la vida de la monogamia no había sido muy arraigada en esa generación de exguerrilleros. Cada uno abandonó la primera juventud con una larga lista de deslices, un par de parejas y unos hijos que estaban terminando de crecer, todo muy light, todo muy normal... y a lo mejor ese era el problema... esa normalidad.
Junio cernía lluvia en aquella madrugada, saludaron a los hijos y a la expareja de Ignacio, la muerte es demasiado burocrática.
__
Ignacio nació en Santa Ana, como Mario... se encontraron una tarde en la esquina de la colonia donde vivían, tenían la mirada afligida y la forma de ocultarse propia de los jóvenes.
- ¿Qué pasó, cerote? - dijo Mario a forma de saludo, a lo que Ignacio contestó con un leve y simbólico movimiento de cabeza... parecía como si iban a botar un poste con una bomba de contacto, tan comunes en tiempo de la guerra.
Ignacio casi le sacaba diez años de diferencia de edad a Mario y eso lo hacía más callado y cauteloso. Mario era más intrépido, faltaban muchos acontecimientos para que aprendiera a ser más cauto, más sensato. Pero aquella tarde era para realizar un solo objetivo.
Cuando llegaron a la parte más lejana del pasaje y lindando con la polvorienta cancha, Igancio sacó el botín... una hermosa y reluciente cajetilla de cigarros, a Mario le brillaron los ojitos...
- ¿Seguro que lo has hecho antes? -preguntó Ignacio.
- ¡Por supuesto que sí! - dijo indignado Mario... mentía por supuesto.
Ignacio le dio un cigarro a Mario y se puso uno en sus labios también. Encendió un fósforo y encendió el cigarro a Mario y luego el suyo. Casi instantáneamente, luego de que la brasa del cigarro encendiera, Mario empezó a toser, primero suavecito, haciéndose el loco... luego fue inevitable, tosió como si un pulmón se le fuera a salir. Ignacio reía, tanto que también empezó a toser. Cuando lograron controlarse, el único que reía era Ignacio, veía a Mario y tenía un color verduzco muy feo y una cara de absoluta nausea. Le quitó el cigarro que aún sostenía entre los dedos y lo arrojó lejos.
- Vos si que sos bruto, con tal de fumar sos capaz de decir que sos Etrusco si esa fuera el requisito para llenarte de humo los pulmones.
No sabían los chicos que Mario se volvería un fumador perenne con el paso del tiempo, luego de superar su aprendizaje de aquel arte. Ignacio siempre le decía "Etrusco" cuando estaban a solas.
____
- Maje, te acordas cuando Ignacio se quedó dormido y no llegó a tiempo a la reunión del partido - le preguntó Ernesto a Mario.
- Es que cuando se fondeaba no había poder que lo despertara. ¿Te acordas?
Todos los amigos se reunieron el siguiente sábado, Ignacio ya no estaba, pero la casa de Ernesto se abrió para conmemorar su historia como le habría gustado... con alcohol.
- Somos unos borrachos de mierda - decía, Alberto, el más jóven de todos.
- Mira, cerote, es verdad lo que decía Ignacio? (lo interrumpió Mario)
- ¿De qué?
- De que te hueviabas las monedas de un su bote donde las ahorraba, cuando viviste con él...
- ¡Qué vas a creer! si el maje, él se las gastaba y luego decía que yo me las clavaba.
La risa de los hombres cuando se burlan de ellos es como una droga, como una droga dura. Sos feliz, sin serlo de verdad.
- ¡Puta! se acabó el hielo. ¿Tenés en la refri, Ernesto?
- No cerote... se me olvidó comprarlo.
- Bueno, alguien tiene que ir a comprarlo porque así no podemos estar... - dijo determinante Mario.
Todas las miradas cayeron sobre Alberto... en eso se dieron cuenta del cachimbazo de agua que caía aquella tarde. Protección civil había dicho que aquel fin de semana llovería torrencialmente.
- Puta, menos mal que enterramos a Ignacio antes de este aguacero - dijo Alberto.
- Dejá de hacerte el maje y andá a comprar el hielo - tronó la voz de Mario.
Alberto salió bajo la lluvia por el hielo. Mario, Ernesto, Pedro y otro compa se quedaron en la casa. Ernesto aprovechó y le dijo en media voz a Mario algo que le había estado molestando desde la tarde en que fueron al sepelio de su amigo.
- ... y dijo que yo soy el siguiente en morirme y que me voy a morir un día 29...
Ambos vieron de reojo el calendario colgado en la pared. Aquel sábado era 29. Mario no resistió la idea de vivir la muerte de otro amigo, así que hizo lo que creyó conveniente... se burló de él y le contó al resto de la manada el miedo de Ernesto.
Toda la tarde pasaron burlándose de Ernesto, las dos únicas formas de morirse aquella tarde eran... o por ahogarse en alcohol o ahogarse en el aguacero. De repente, el silencio. Ignacio ya no estaba y era tan sorprendentemente increíble, a penas unas semanas antes estaban hablando de los concilios de la iglesia católica, siendo todos ateos, apostando botellas de "guaro"... con la esperanza puesta en sus conocimientos más vagos y no ser el que ponga "el bote" el siguiente sábado.
Todo aquello llegó junto con el aguacero, el silencio y el hielo.. la soledad... la ausencia.
- "Ignacio" - murmuró Mario, sin darse cuenta había empezado a llorar como nunca en su vida había llorado. Ni las mujeres que amó o que lo amaron, ni los hijos, ni su madre, ni su hermana le había sacado este dolor que sentía que lo recorría en el torrente sanguíneo como el alcohol. Estaba de pie, frente al baño, porque en la borrachera sintió deseo de "miar" pero se detuvo, cuando Ernesto lo vio ahí, inmovil, comprendió lo que pasaba.
Con cautela se acercó. Vio a Mario llorando como un niño y comprendió que no se iba a morir, simplemente iban a llorar el luto que vivían desde la tarde en que Ignacio dijo que tenía cáncer, comprendió que el miedo no es morir, el miedo es que se te muera alguien que queres. Así de simple, esa es la muerte, no es el que se muere, es el que se queda. Es el recuerdo y el no tener el referente de esos recuerdos, es la tarde de sábado sin borrachera, sin consejos disfrazados de puteadas, sin vodka barato. ¿Ahora con quién conversarían como lo hacían en casa de Ignacio? Ya no llegaría Pedro y cocinaría, porque era el único que podía cocinar rico, ni tampoco apoyarían a los amigos que se metían en líos de faldas, ni tampoco se burlarían de Alberto, de su juventud mal puesta y de sus aventuras con meseras de bares del centro. Nada de eso volvería. Como tampoco las lágrimas que (para entonces) ya salían de los ojos de los cinco hombres reunidos.
De repente algo los sacó de aquel momento emotivo compartido, una terrible ráfaga de viento entró en la casa y se escuchó un golpe, como si una maceta hubiera caído desde lo alto y se hubiera quebrado. Todos se asustaron, cuando alguien dijo "el hielo se va a deshacer, majes".
Nadie dijo nada, pero todos sabían que era la voz de Ignacio, fue claro y no estaban dormidos, todos se miraban con desconcierto, queriendo pero sin atreverse a preguntar ¿escuchaste eso?, al contrario, se abrazaron y al soltarse, se volvieron a sentar a dar término a la botella de vodka y al hielo.
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