Cada quien escoge su veneno, o vicio; esa fuente de
destrucción placentera, pues existen cosas que nos hacen daño, o nos hacen daño
a medida hagan daño a nuestro entorno… y que aún así nos enamoran. ¿Será el
caso de todos? Jim nunca sabría decirlo, pues únicamente reconocía la lógica
detrás de perseguir las ganas y las pulsiones. No compartía el pensamiento de
Juan, quien tenía una serenidad y sensatez capaz de afectar y contagiar a quien
se le acercara. “Es que vos porque te hacés ese tipo de preguntas, Jim.” Al
final, de todas formas, entendían profundamente qué era lo que no entendían del
otro. Descansaban en este acuerdo tácito que guiaba, llevaba, alimentaba la
amistad.
La siguiente ronda la iba a pagar Jim, Juan siempre pagaba
la primera. Eso era como siempre, pero algo que le decía a Jim que algo había
cambiado. Juan parecía haber perdido algo de su inseguridad que caracterizaba
la manera en la que hesitaba antes de tomar cualquier decisión que podría
cuestionar la forma en la que tenían que fluir las cosas. Hasta sonreía más de lado, como con picardía y
confianza.
“¿Tenés fuego?” preguntó Jim, habiendo buscado cerillos en
sus bolsillos.
“Perame” dice el otro, y empieza a buscar en su blazer, acción interrumpida bruscamente
con una mueca y una mirada viendo al frente. Se levanta Juan a recibir a una
mujer que viene caminando, brazos abiertos y saludo de beso.
“Jim, te presento a Cathy”.
Ella es la razón por la que Juan se siente, o por lo menos
se ve, mejor que nunca. Juan que ha buscado y buscado lazos estables con
mujeres a veces hasta vacías, hoy a parece en sintonía con una mujer elegante e
inteligente, hasta misteriosa. Dicen, recuerda Jim, que uno no escoge quien
causa qué impresión en ti. A veces solo pasa que, bueno, conocés a alguien que te
atrapa, te gusta, a la primera. Otras veces, todos sabemos, la primera
impresión no es representativa de esa atracción creciente que nace y vive entre
dos personas, de manera bilateral en el mejor de los casos; o hacia una
persona. Otro cigarro, y otra ronda, y lo más embriagante era la sonrisa, la
cara, la energía de esta mujer. Su risa, sonaba cada vez más familiar y
atractiva, como si se acercaran más a medida pasaba el tiempo. ¿Cómo hacen,
este tipo de mujeres, para aparecer un día con todo lo que pudiera pedir? Y
Jim, tranquilo, poniendo barreras a medida, en su mente, se compenetraba más
con la compañía de Cathy.
“Ya vengo”, y sonrió. Quizás iba al baño, y Jim la siguió en
su mente a otro bar, a otra calle, a otro momento en el que han estado solos
por mucho tiempo.
La sonrisa y la seguridad de Juan eran como el sello de un
amor y una emoción sin precedente. Ella es, le contaba a Jim. Desde esa vez que
se la presentaron, no tenía más remedio que intentar conocerla más y seducirla,
sin la seguridad de que esta mujer, tan interesante y entretenida, iba a
permitirlo. Pero parece que queremos lo mismo, por suerte que tuvo de que se
cruzara con ella en el camino.
Le bajó el nivel de sonrisa, lo miró y le dijo “A ella no te
dejo, Jim.”
“Por supuesto.”
Cathy regresó, y era el turno de Jim de levantarse. Sus
pensamientos lo siguieron, no había llegado al baño cuando había decidido
dejarla irla. Sacarla de la cabeza. Comerse la curiosidad por saber si a él
también le podría hacer lo que le hizo a Jim. Igual, Sara lo estaba esperando,
en la cama de ella. Sara era lo que Jim de verdad necesitaba, porque no le
pedía nada. Aunque ella le dijera esas palabras dulces como… ¿Cómo fue lo
último que le dijo? Que entre más tiempo pasaban juntos, más tiempo quería que
pasaran juntos. “¿Qué hacemos Jim?” ¿Y qué iban a hacer, pues? Nada: sólo
entender que las cosas van a pasar en los términos de Jim. Que falta mucho para
que Jim ceda lo que lo hace sentir más cómodo y apegarse a los modelos de una
relación estable. Que pasan cosas que te provocan otras cosas, que no hay que
renunciar a ellas. Más bien, hay que actuar en función de los deseos. Pero, hoy
no puede. Hoy, quizás, esté ganando Sara, con esta lealtad que lo empuja a la
cama que no quiere. Ya, se lavó la cara, se volvió a ver al espejo por última
vez, y regresó a la mesa.
Cathy pidió una siguiente ronda. Ya casi era viernes, ¿qué
tiene de malo? Ya eran las 11, se le había hecho tarde a Juan. ¿Y entonces?
Cathy propuso quedarse con Jim, tomarse la última, y ya. Podía confiar en él
para llegar bien a su casa, ver a Juan mañana, normal; y otro día encontrarse
de nuevo los tres. Juan dejó el dinero de su parte, Jim insistió en que no. Los
tres de pie, Juan se fue después de darle besos a su novia y un abrazo a su
buen amigo.
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