Relato de @ElCopycito
Inspirado en Con Nombre de Guerra
de Héroes del Silencio
¿Con qué quieren que empiece?, ¿con una frase que
captará su atención en dos segundos?, ¿con la descripción de un personaje que
no se siente como antes?, ¿con la puerta que al fin se abrió? ¿con la última
fiesta en donde no pude conseguir la droga que ella quería? Aaaaah, ya sé… ¿qué
les parece si iniciamos esta historia
con una buena conversación? A todos les gusta una buena conversación, vamos, la
mayoría de las buenas historias empiezan con una buena conversación. Mierda. Ya
me hicieron repetir tres veces la
palabra conversación (y ahora cuatro veces). En fin. Pongan atención, porque no
lo diré dos veces.
– Espero que tus recuerdos pesen más que la grandeza de tu ausencia– le dije a
Gerardo, mientras fumaba mi último cigarro.
– No me jodás, cabrón, ¿de dónde te sacaste esa frase?, ¿de una de esas
novelas de vampiros culeros que brillan en el día?
– No, en serio, es decir, quiero que…
– Espero, y en serio espero, que lo próximo que salga de tu boca llena
bacterias de tabaco barato sea lo suficientemente interesante para que me quede
un rato más ¾me reclamó Gerardo al tomar un sorbo de la última botella de Estrella
Verde.
Suspiré.
– Perdoná, pero no pude pensar en otra cosa. Estoy demasiado borracho
para pensar jajajaja... La frase de “Espero que tus recuerdos y bla bla bla…”
se la robé a mi ex jefe.
Gerardo escupió una lluvia de gotas de Estrella
Verdes, las cuales bañaron mi cara y parte de las paredes de mi apartamento. No
me importó. Al fin y al cabo mis paredes necesitaban una limpieza, o por lo
menos un olor al cual estaba acostumbrado. ¿Y mi cara? pues, mi cara había
pasado tres noches sin dormir, sin conocer agua. Claro, mi rostro se había
convertido en el nueva fragancia de Armani: Trasnosheando (así con sh… ajá, yo
sé, los publicistas y su creatividad en nombres, ¿qué le vamos a hacer?) Por
cierto, después de eso Gerardo no paró de reír.
– Todavía no entiendo por qué renunciaste
– No me sentía bien.
– ¿Cómo que no te sentías bien? Si te pagaban bien, cabrón. Y tu hedor me
dice que no has salido del apartamento desde que lo hiciste. Olés como el culo de un vagabundo.
– No me sentía bien escribiendo esquelas para gente rica.
(Dato curioso: después de graduarme de redactor
profesional, trabajé por tres años en una agencia que se especializaba en
escribir, diseñar y distribuir esquelas para pudientes).
– ¿Y qué si no te sentías bien?
Tenías dinero para tus vicios, para invitarme de vez en cuando a un
trago ¾dijo Gerardo al ver por la ventana.
– Soy más que eso. O sea, ya estaba
harto de escribir “ mi más sentido pésame, que descanse en paz, nuestro
profundo dolor…” Mierda, ¿sabés cuántos Jesuses sangrando y cruces y palomas y
vírgenes y querubines he visto en los
últimos años? Creo que un día en la oficina aluciné que un Jesús agarraba su
sagrado corazón, me lo tiraba en la cara y se reía de mí, de mi estúpido
trabajo.
– ¿Y?
– ¿Y? Y come mierda, cabrón. Y tampoco apesto a culo de vagabundo, tal vez
a pelo de vagabundo, pero no culo, pedófilo de mierda…
Brindamos, reímos y reímos un poco más. La luz que
entraba por la ventana mal formaba la cara de Gerardo, como una máscara hecha
de sombras.
Gerardo era un de mis mejores amigos. Tenía la
adicción de andar con niñas vírgenes de 19 años. Creo que era porque sentía que
tenía control. Ellas, las niñas de 19, hacían todo lo que él les pedía. ¿Por
qué? Porque quizás ellas creían en la experiencia de un hombre que había cogido
durante más de 15 años y querían que la primera vez no fuera incómoda,
dolorosa. Gerardo les decía que el pene de un hombre mayor era anatómicamente
perfecto para no causar dolor. El cabrón hasta había diseñado una página web
sobre eso y subía artículos falsos, firmados por autores falsos.
Pero la verdad, lo auténtico de él, es que las
trataba muy bien y les daba cierto tipo de esperanza en este mundo lleno de
cinismo. Pues, tenía su forma especial:
les contaba historias fantásticas sobre él. Un día, una de sus novias me
comentó que quería ser una pintora exitosa como él y que quería exponer su obra
en París como él. (Dato curioso: Gerardo no ha podido dibujar una línea recta
desde que empezó kínder.)
Gerardo era como el Pelé, el Picasso, el Scrosese
de los novios mentirosos. Piénsenlo. Al menos las hacía aspirar a más y a no
ser solo la esposa de alguien.
– Odio que tenga que irme en cinco días y tu así. Te dije mil veces que
mantuvieras la cabeza baja y que siguieras ganando
dinero– dijo
Gerardo, apretando con su mano derecha la botella..
– …
– ¡Ahora ya no nos alcanza para más guaro, ni para invitar a Cindy!
Gerardo seguía apretando la botella
– Tranquilo. Mierda. Perdoná. Es así, empezaré a escribir un libro y
cuando lo lance…
Gerardo abrió la boca como un león a punto de
morder a su presa, gritó, y arrojó la botella hacia el suelo
– Pero no vamos a pasar peleando
por esto durante los últimos días que me quedan aquí, ¿verdad?...
– …Ya, estoy seguro que Cindy entenderá, no volvás a tus maneras de bolo
violento. Tomá ¾ le arrojé el último cigarro que
me quedaba.
– Sí, sí, sí. Te amo, tú me amas, nosotros nos amamos y todas las
personas gramaticales nos amamos. Ahora vení, acercate y mirá de lo que te
estás perdiendo– me dijo,
viendo fijamente por la ventana.
No era la primera vez que él me pedía que me
acercara a ver por la ventana. Sabía lo que había. Y mientras me acercaba a él,
solo podía pensar en que iba a extrañar nuestras conversaciones, sus enojos
esporádicos, las preguntas estúpidas de sus novias acerca del mundo del arte y
de los penes que no dañan a vírgenes, las puteadas, los perdones…
Desde el séptimo piso podíamos admirar a gente
glamorosa, mujeres con vestidos que brillaban más que las estrellas, hombres
acompañados de sus guardaespaldas como chuchos cuidando su comida, grupo de
chicas de adolescentes borrachas pidiendo taxi… Todos ellos saliendo o entrando
al hotel de cinco estrellas en donde yo vivía.
Cinco estrellas. Leyeron bien. Resulta que, un día,
un nuevo rico quiso competir en la industria del hospedaje de lujo. Conoció un
edificio de apartamentos que se encontraba en una zona de alto tráfico y lo
compró. Así de fácil pasó y así de fácil él lo convirtió en un hotel que los
periódicos llamaron “El Edén de Oro”, no me pregunten porqué.
Ah, ¿por qué YO, un redactor desempleado de 28
años, vivía en un hotel de cinco estrellas? Gracias a una ley que dice,
defiende y proclama que el dueño de un cuarto en la ciudad no podrá ser
desalojado, aunque compren el edificio entero. ¿Qué les parece? Vivía alrededor del lujo, pero adentro, en mi
apartamento, vivía en la mierda de mi situación económica, en otras palabras:
en el limbo veinteañero-soñadero-desempleadero.
Afortunadamente, encontré otra botella de Estrella
Verde. Bebimos hasta el amanecer esa noche. Gerardo olvidó que tenía que ir a
traer a Cindy, su novia, para llevarla a la universidad y al salir corriendo de
mi apartamento, tropezó con una mucama del hotel. Le pedí disculpas a la pobre
y la ayudé a levantarse, ella no dijo ni gracias. Cuando regresaba a mi realidad, vi lo que esperaba, la imagen
que ocurría todas las mañanas y medianoches desde hace unos meses.
El hombre vestido de negro pasó a centímetros de mí. Escuché disparos, gritos y al regresar a mi cuarto podía oír sirenas de ambulancias.
Los
pasillos del Edén tenían un parecido a esos hoteles antiguos de la década de
los cincuenta. No había nada estándar sobre sus accesorios. El piso era
cubierto por una alfombra roja, la cual, al parecer, borraba rastros o manchas,
nunca la vi malgastada o si quiera una mancha de salsa de tomate o de vino
tinto. El Edén cuidaba lo que hacían los huéspedes aun afuera de los
cuartos. Las lámparas eran adornadas por
dos ángeles de oro con ojos vendados, quienes sostenían el foco. Las paredes
eran suaves, tenían ojos azules y un
pantalón de cuero, con blusa roja…
Perdón.
Perdón. Me confundí. Eso era ella, la imagen de mañanas y medianoches. Ella,
todos los días, antes de entrar a su cuarto de hotel, se me quedaba viendo cada
vez que paseaba por los pasillos del
Edén.
La
primera vez fue hace dos meses cuando regresaba borracho a las 6 de la mañana,
ella me observó caer al suelo y después entró a su cuarto.
La
segunda vez estaba besando en el pasillo a una de las amigas de la novia de
Gerardo. Podía sentir sus ojos en mis labios, en mi lengua tocando otra lengua,
en las fantasías que tenía de adolescente con dos mujeres en la cama. ¿Qué
tenían esos ojos azules? Y… ¿Por qué acabo
de sonar tan cursi/poético hace un ratito?
La
tercera vez, y esta es la que recuerdo más, me le quedé viendo también. Los dos
estábamos como pegados a la pared. Nuestras miradas entraron en esa vía
invisible de la atracción. Pensé en que
le decía hola, la invitaba a mi sucio y desordenado cuarto a tomar un
trago de Estrella Verde o nos reíamos de las
a niñas borrachas pidiendo un taxi que veíamos desde la ventana. Y eso.
Así terminó lo más memorable de los encuentros no encuentros.
Verán,
cuando yo imagino todas las posibilidades, las acciones que pueden pasar o las
conversaciones que pueden surgir con una persona es cuando la recuerdo más. Es
patético. Me gusta, pero es patético.
Gerardo
no sabe de ella y Cindy no sabe ni siquiera que tuve sexo con una de sus
mejores amigas.
Esa
mañana que Gerardo tropezó con la mucama, ella, la de los ojos azules ya no
tenía ojos azules, porque de cerca las
cosas se ven como nunca las pensaste, imaginaste o soñaste, y es la razón por
la cual le dije las palabras que seducen a cualquier mujer:
“tus ojos no son azules”.
“tus ojos no son azules”.
Pero
ella no era cualquier mujer.
Ya,
cerca de mí, acarició mi puerta y me preguntó si podía pasar. No respondí.
Abrió la puerta sin importarle mi
opinión. Al entrar mencionó que su nombre era Beth, al mirar por
la ventana me contó que no había hablado con nadie en años, al acostarse en mi
cama observó mis libros en mi mesa de
noche, ojeó algunos, se río un poco, lloró durante las dos páginas de uno y
estuvo en silencio por más de media hora mientras yo le servía Estrella Verde.
– “Ese lugar conocido”
es uno de mis libros favoritos. Pensé que ya no había más copias. ¿Cómo lo
conseguiste?
– Ya sabés, un amigo de
un amigo de un amigo me lo prestó y nunca lo devolví. Dicen que la autora nunca
ha dado entrevistas o explicaciones sobre el último cuento. ¿Qué opinás del
último cuento? Yo todavía no…
– Flor Aragón no
necesita explicar sus cuentos– me dijo al tomar el
vaso de Estrella Verde de mis manos. –Y menos el último. No necesita ninguna explicación, el personaje
principal siempre quiso que fuera así: un mundo que fuera más que la suma de
sus realidades y reglas.
La
discusión se alargó durante toda la mañana. Me recomendó que leyera a Karla
Rauda y su colección de cuentos. Le comenté que últimamente había sido escritor
de esquelas para ricos. Ella se burló, me dio un golpe en la espalda y me dijo
que un día le dedicara una.
Beth la de los ojos verdes y no azules
regresó a su cuarto. Y yo, yo por fin me
bañé después de tres días, abrí mi computadora, miré por la ventana otra niñas
borrachas pedir taxi y empecé a escribir.
Durante
los siguientes días, Beth se invitaba así misma a mi cuarto. Es más, hasta
llamaba a la recepción y ordenaba room
service para todos: Gerardo, Cindy, yo.
Gerardo
no la pudo tragar. Me decía que escondía algo, cuestionaba sus gustos
musicales, y no era fan las largas verborreas sobre las películas nominadas al
Oscar.
Una
noche, entre cigarros, cervezas y Estrella Verde, Cindy le preguntó a Gerardo sobre sus
pinturas, y por qué nunca le mostraba su bocetos o nuevos trabajos. Gerardo
cuestionó si yo le había comentado algo sobre sus mentiras.
Beth
sabía. Todo. Y se divertía diciéndole a Cindy que ella era también un artista, que debería visitar su nueva
exposición llamada Falsos Novios. Ah, y Beth, la creadora de pinturas como
Niñas Borrachas Pidiendo Taxi y Perros Guardespaldas En Cocaína, no tenía idea
de quién era Gerardo el pintor.
– La mentira es
divertida– me decía Beth con una
voz delicada, casi inaudible –me hace sentir como
nueva persona.
Sí.
Disfrutábamos ver a Gerardo tomar y tomar y tomar y así evitar tener si quiera conciencia para
responder las inquietudes de Cindy.
Amo
a Gerardo, quiero que quiere claro eso, y burlarse de él con mi nueva cómplice
era una manera de demostrarlo.
Imaginar
sobre la ocupación de Beth era mi forma de procrastinar antes de seguir escribiendo.
Gerardo tenía la teoría que era un prostituta clase A y que quizás uno de los
accionistas del Edén la mantenía. Sorpresa: las suposiciones de Cindy, siempre
tontas y ridículas, ahora caían en mi
categoría de cosas que podían ser verosímiles. Una de ellas fue que Beth era
una etnógrafa de el extranjero que había venido a estudiar a jóvenes
desempleados del tercer mundo. Lo que más me sorprendió de esa idea era que
Cindy sabía lo que hace un etnógrafo.
Cierto. Beth nunca nos dejaba ir a
su cuarto de hotel. Era muy hermética en ese sentido. A mí no me importaba que
hacía o no hacía, sus discursos acerca del boom literario y el anécdota sobre
cómo conoció a Tarantino en un bar eran suficientes para mí. Y no, no me
atraía, al menos no sexualmente. Nuestros gustos, nuestra versión de la vida
construían una frontera fuerte entre amistad y el placer inevitable del coito.
Dato curioso: sus tetas tenían una
manera de excitarme cuando las apoyaba en mis hombros al servirme un trago de Estrella Verde.
Las líneas de cocaína estaban
repartidas sobre la mesa de noche, las
manchas de mi alfombra roja brillaban a
líquido de Estrella Verde, la ventana escupía humo. Y yo, Gerardo, Beth y Cindy
estábamos en la cama.
Tocaban a la puerta.
Ver a Gerardo y Cindy derramar
cerveza en sus cuerpos desnudos es algo que hasta ahora no puedo olvidar. No
porque fue algo bello y excitante, más bien me dio la impresión de ver una
pareja de viejitos cogiendo. ¿La están imaginando? Ajá, así se siente.
El ácido que se metieron estaba fuerte y durante horas se hicieron llamar Lady Pijamas y Don Bolas de Paja.
El ácido que se metieron estaba fuerte y durante horas se hicieron llamar Lady Pijamas y Don Bolas de Paja.
Tocaban a la puerta otra vez.
– Quisiera ver lo que ellos están viendo ¾ dijo Beth otra vez con esa voz
casi inaudible y limpiándose el polvo blanco de su nariz.
– Oye, Beth, ¿quisieras hacerme un favor?, más bien, cumplir uno de mis
deseos.
– Claro, chivo, dale, contá, contá, contá.
– ¿Pudiera aspirar toda esta bolsa de cocaína sobre tus nalgas?
– Sí, sí, sí.– Se quitó la falda roja –Dale, dale, dale, yo también quiero
sentir qué se siente. Jajajaja ¿Viste? Repetí la misma palabra pero en
diferente conjugación. ¿Quién crees que toca la puerta? Tengo hambre. Mucha,
mucha.
La línea de cocaína casi se pierde
encima de las nalgas blancas de Beth. Aspiré. Aspiré. Aspiré. Aspiréééééée.
Armé otra línea y aspiré, aspiré. La frontera entre la amistad y el placer del
coito se caían en pedazos. Un temblor estaba pasando por todo mi cuerpo, por
todas sus nalgas, vibrar sin vibrar,
dejar de imaginar y olvidar todas las teorías sobre ella y postular una
nueva sobre nosotros.
Era el último día de Gerardo y lo
mejor que pudo hacer Beth fue traer su caja de golosinas ilegales.
Dato curioso: tocaban la puerta.
Otra. Vez.
Beth me comentó que había escrito
una canción y que quería cantármela. ¿Cómo no iba a negar que me cantara una mujer guapa y sin falda? ¡Dios! Puede ser
que no sintiera atracción sexual hacia
ella (en serio, créanme), pero no podía dejarla sin cantarme.
–...“Y dejemos que los sueños se apoderen del deseo
recordemos que lo nuestro…” –cantaba y ahora su voz inaudible rugía en rimas y versos.
– Héroes del Silencio– gritó Gerardo –Sííííí, Héroes, ahí está Búnbury
mirá amor, cantando y usando la toalla como micrófono jajajajaja.
– No es de Héroes, es mía, mía, mía– reclamaba Beth
Gerardo abrazó a Beth y ella de
regreso. Los dos cantaron juntos la
canción de Beth y de Héroes del Silencio (aunque yo no creo que los Héroes
hayan compuesto tan hermosa canción, pero bue…)
– ¿Cómo se llama la canción?– pregunté acariciando las nalgas
de Beth.
– No tiene nombre todavía.
– Se llama Nombre, se llama ¡Nooooombre! ¿Verdad, Búnbury?– babeaba Gerardo.
Tocaron a la puerta. Me dirigí a
abrirla, pensando que era el room service.
Es vago lo que recuerdo a partir
de ese momento: un hombre vestido de
negro, gritos, Gerardo desmayándose, Cindy encerrándose en el baño, pistola,
más gritos, miedo, Beth vistiéndose, golpes, empujones, puteadas, cocaína en
los ojos…
No sé cómo, pero Beth y yo
logramos escapar del hombre vestido de negro. ¿Qué quería con Beth?, ¿a caso
era su pimp o su padre? ¿Por qué nos
amenazó con una pistola? ¿Por qué, después de salir del cuarto y darle
múltiples golpes en la cabeza, todavía nos seguía por los pasillos del Edén?
Bajamos por las escaleras,
pasamos por la cocina del hotel y nos detuvimos en el aparcamiento.
– ¿Quién es él, Beth y qué quiere con vos? ¾pregunté
jadeando, con cocaína derretida saliendo de mi nariz.
– Hay cosas que no debes saber… Tengo que irme.
– ¿Quién sos?
– Soy lo que quieres creer que soy.
– ¡No me salgás con eso!
– Sshhhh, oígo pasos. ¿Crees que me podés conseguir más cocaína? ¿Tenés un
amigo o alguien conocido que tenga un contacto…?
– No, no soy tu tienda
de cocaína ¿Sos una puta, una etnógrafa o
qué?
– ¿Ah? ¿Qué putas estás hablando?
– Olvidalo.
– Así no más, me dejás con alguien persiguiéndome, después de que te dejé
tocar y aspirar mi culo?
– No te pongás dramática ¾ la tomé de los brazos y nos escondimos atrás de un carro. –Decime quién sos y ya, necesito
eso.
– Creo que has necesitado lo suficiente de mí.
Beth se soltó de mis brazos, me
empujó al suelo, me dio un beso en la mejilla, y susurró algo en mi oído: “yo conocí a Flor Aragón”.
Después preguntó mi nombre y salió corriendo.
El hombre vestido de negro pasó a centímetros de mí. Escuché disparos, gritos y al regresar a mi cuarto podía oír sirenas de ambulancias.
Ha pasado un año y Gerardo vive
en el país que siempre quiso vivir. Ahora, por lo menos, me cuenta que se ha
metido a clases de pintura y que sale con una niña virgen de 22 años.
Deben saber que el dueño del Edén
me echó a la calle, la marca de disparos en los pasillos y cuartos y demandas por
parte de los huéspedes fueron mi condena. ¿Y la ley que protegía mi cuarto?
Pues… la ley siempre se deja coger cuando tienes dinero para ella.
Ahora vivo en un hostal, pago mi
estadía haciendo rótulos para eventos o
promocionando el lugar. Sí, ahora soy la puta de un cliente. Tengo que comer,
amigos y amigas.
Y sigo escribiendo y escribiendo… todavía nada
que valga la pena.
De vez en cuando publico un
esquela para la misma persona:
Por la
sensible pérdida de
Beth, la
del Pasillo del Edén
cantamos
tu canción
..dejemos que lo cierto
sea lo que imaginamos
recordemos que lo nuestro
todavía no ha acabado
aunque, por esta noche, ...
...por esta noche...
El
Salvador, San Salvador, 20 de febrero de
2014.
Tal vez reciba demandas de parte
de los abogados de los Héroes, pero para Beth, la del pasillo del Edén, siempre
será su canción.
Un día la veré. Tiene que pasar.
Dato curioso: en el aparcamiento,
le dije a Beth que solo iba a saber mi nombre si regresaba un día.
¿Tiene que regresar, verdad?
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