Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20140221

En los pasillos del Edén.


Relato de @ElCopycito
Inspirado en Con Nombre de Guerra
de Héroes del Silencio

¿Con qué quieren que empiece?, ¿con una frase que captará su atención en dos segundos?, ¿con la descripción de un personaje que no se siente como antes?, ¿con la puerta que al fin se abrió? ¿con la última fiesta en donde no pude conseguir la droga que ella quería? Aaaaah, ya sé… ¿qué les parece si iniciamos  esta historia con una buena conversación? A todos les gusta una buena conversación, vamos, la mayoría de las buenas historias empiezan con una buena conversación. Mierda. Ya me hicieron  repetir tres veces la palabra conversación (y ahora cuatro veces). En fin. Pongan atención, porque no lo diré dos veces.

– Espero que tus recuerdos pesen más que la grandeza de tu ausencia– le dije a Gerardo, mientras fumaba mi último cigarro.

– No me jodás, cabrón, ¿de dónde te sacaste esa frase?, ¿de una de esas novelas de vampiros culeros que brillan en el día?


– No, en serio, es decir, quiero que…


– Espero, y en serio espero, que lo próximo que salga de tu boca llena bacterias de tabaco barato sea lo suficientemente interesante para que me quede un rato más ¾me reclamó Gerardo al tomar un sorbo de la última botella de Estrella Verde.

Suspiré.

– Perdoná, pero no pude pensar en otra cosa. Estoy demasiado borracho para pensar jajajaja... La frase de “Espero que tus recuerdos y bla bla bla…” se la robé a mi ex jefe.

Gerardo escupió una lluvia de gotas de Estrella Verdes, las cuales bañaron mi cara y parte de las paredes de mi apartamento. No me importó. Al fin y al cabo mis paredes necesitaban una limpieza, o por lo menos un olor al cual estaba acostumbrado. ¿Y mi cara? pues, mi cara había pasado tres noches sin dormir, sin conocer agua. Claro, mi rostro se había convertido en el nueva fragancia de Armani: Trasnosheando (así con sh… ajá, yo sé, los publicistas y su creatividad en nombres, ¿qué le vamos a hacer?) Por cierto, después de eso Gerardo no paró de reír.

– Todavía no entiendo por qué renunciaste

– No me sentía bien.

– ¿Cómo que no te sentías bien? Si te pagaban bien, cabrón. Y tu hedor me dice que no has salido del apartamento desde que lo hiciste. Olés como el  culo de un vagabundo.

– No me sentía bien escribiendo esquelas para gente rica.

(Dato curioso: después de graduarme de redactor profesional, trabajé por tres años en una agencia que se especializaba en escribir, diseñar y distribuir esquelas para pudientes).

– ¿Y qué si no te sentías bien?  Tenías dinero para tus vicios, para invitarme de vez en cuando a un trago  ¾dijo Gerardo al ver por la ventana.

– Soy más que eso.  O sea, ya estaba harto de escribir “ mi más sentido pésame, que descanse en paz, nuestro profundo dolor…” Mierda, ¿sabés cuántos Jesuses sangrando y cruces y palomas y vírgenes y querubines he visto  en los últimos años? Creo que un día en la oficina aluciné que un Jesús agarraba su sagrado corazón, me lo tiraba en la cara y se reía de mí, de mi estúpido trabajo.

– ¿Y?

– ¿Y? Y come mierda, cabrón. Y tampoco apesto a culo de vagabundo, tal vez a pelo de vagabundo, pero no culo, pedófilo de mierda…

Brindamos, reímos y reímos un poco más. La luz que entraba por la ventana mal formaba la cara de Gerardo, como una máscara hecha de sombras.

Gerardo era un de mis mejores amigos. Tenía la adicción de andar con niñas vírgenes de 19 años. Creo que era porque sentía que tenía control. Ellas, las niñas de 19, hacían todo lo que él les pedía. ¿Por qué? Porque quizás ellas creían en la experiencia de un hombre que había cogido durante más de 15 años y querían que la primera vez no fuera incómoda, dolorosa. Gerardo les decía que el pene de un hombre mayor era anatómicamente perfecto para no causar dolor. El cabrón hasta había diseñado una página web sobre eso y subía artículos falsos, firmados por autores falsos.

Pero la verdad, lo auténtico de él, es que las trataba muy bien y les daba cierto tipo de esperanza en este mundo lleno de cinismo. Pues, tenía su forma especial:  les contaba historias fantásticas sobre él. Un día, una de sus novias me comentó que quería ser una pintora exitosa como él y que quería exponer su obra en París como él. (Dato curioso: Gerardo no ha podido dibujar una línea recta desde que empezó kínder.)

Gerardo era como el Pelé, el Picasso, el Scrosese de los novios mentirosos. Piénsenlo. Al menos las hacía aspirar a más y a no ser solo la esposa de alguien.

– Odio que tenga que irme en cinco días y tu así. Te dije mil veces que mantuvieras la cabeza baja y que siguieras ganando
dinero– dijo Gerardo, apretando con su mano derecha la botella..


– ¡Ahora ya no nos alcanza para más guaro, ni para invitar a Cindy!

Gerardo seguía apretando la botella

– Tranquilo. Mierda. Perdoná. Es así, empezaré a escribir un libro y cuando lo lance…

Gerardo abrió la boca como un león a punto de morder a su presa, gritó, y arrojó la botella hacia el suelo

– Pero no  vamos a pasar peleando por esto durante los últimos días que me quedan aquí, ¿verdad?...

– …Ya, estoy seguro que Cindy entenderá, no volvás a tus maneras de bolo violento. Tomá ¾ le arrojé  el último cigarro que me quedaba.


– Sí, sí, sí. Te amo, tú me amas, nosotros nos amamos y todas las personas gramaticales nos amamos. Ahora vení, acercate y mirá de lo que te estás perdiendo– me dijo, viendo fijamente por la ventana.

No era la primera vez que él me pedía que me acercara a ver por la ventana. Sabía lo que había. Y mientras me acercaba a él, solo podía pensar en que iba a extrañar nuestras conversaciones, sus enojos esporádicos, las preguntas estúpidas de sus novias acerca del mundo del arte y de los penes que no dañan a vírgenes, las puteadas, los perdones…

Desde el séptimo piso podíamos admirar a gente glamorosa, mujeres con vestidos que brillaban más que las estrellas, hombres acompañados de sus guardaespaldas como chuchos cuidando su comida, grupo de chicas de adolescentes borrachas pidiendo taxi… Todos ellos saliendo o entrando al hotel de cinco estrellas en donde yo vivía.

Cinco estrellas. Leyeron bien. Resulta que, un día, un nuevo rico quiso competir en la industria del hospedaje de lujo. Conoció un edificio de apartamentos que se encontraba en una zona de alto tráfico y lo compró. Así de fácil pasó y así de fácil él lo convirtió en un hotel que los periódicos llamaron “El Edén de Oro”, no me pregunten porqué.

Ah, ¿por qué YO, un redactor desempleado de 28 años, vivía en un hotel de cinco estrellas? Gracias a una ley que dice, defiende y proclama que el dueño de un cuarto en la ciudad no podrá ser desalojado, aunque compren el edificio entero. ¿Qué les parece? Vivía alrededor del lujo, pero adentro, en mi apartamento, vivía en la mierda de mi situación económica, en otras palabras: en el limbo veinteañero-soñadero-desempleadero.

Afortunadamente, encontré otra botella de Estrella Verde. Bebimos hasta el amanecer esa noche. Gerardo olvidó que tenía que ir a traer a Cindy, su novia, para llevarla a la universidad y al salir corriendo de mi apartamento, tropezó con una mucama del hotel. Le pedí disculpas a la pobre y la ayudé a levantarse, ella no dijo ni gracias. Cuando regresaba a  mi realidad, vi lo que esperaba, la imagen que ocurría todas las mañanas y medianoches desde hace unos meses.


Los pasillos del Edén tenían un parecido a esos hoteles antiguos de la década de los cincuenta. No había nada estándar sobre sus accesorios. El piso era cubierto por una alfombra roja, la cual, al parecer, borraba rastros o manchas, nunca la vi malgastada o si quiera una mancha de salsa de tomate o de vino tinto. El Edén cuidaba lo que hacían los huéspedes aun afuera de los cuartos.  Las lámparas eran adornadas por dos ángeles de oro con ojos vendados, quienes sostenían el foco. Las paredes eran suaves, tenían  ojos azules y un pantalón de cuero, con blusa roja…

Perdón. Perdón. Me confundí. Eso era ella, la imagen de mañanas y medianoches. Ella, todos los días, antes de entrar a su cuarto de hotel, se me quedaba viendo cada vez que  paseaba por los pasillos del Edén.

La primera vez fue hace dos meses cuando regresaba borracho a las 6 de la mañana, ella me observó caer al suelo y después entró a su cuarto.

La segunda vez estaba besando en el pasillo a una de las amigas de la novia de Gerardo. Podía sentir sus ojos en mis labios, en mi lengua tocando otra lengua, en las fantasías que tenía de adolescente con dos mujeres en la cama. ¿Qué tenían esos ojos azules?  Y… ¿Por qué acabo de sonar tan cursi/poético hace un ratito?

La tercera vez, y esta es la que recuerdo más, me le quedé viendo también. Los dos estábamos como pegados a la pared. Nuestras miradas entraron en esa vía invisible de la atracción. Pensé en que  le decía hola, la invitaba a mi sucio y desordenado cuarto a tomar un trago de Estrella Verde o nos reíamos de las  a niñas borrachas pidiendo un taxi que veíamos desde la ventana. Y eso. Así terminó lo más memorable de los encuentros no encuentros.

Verán, cuando yo imagino todas las posibilidades, las acciones que pueden pasar o las conversaciones que pueden surgir con una persona es cuando la recuerdo más. Es patético. Me gusta, pero es patético.

Gerardo no sabe de ella y Cindy no sabe ni siquiera que tuve sexo con una de sus mejores amigas.  

Esa mañana que Gerardo tropezó con la mucama, ella, la de los ojos azules ya no tenía ojos azules,  porque de cerca las cosas se ven como nunca las pensaste, imaginaste o soñaste, y es la razón por la cual le dije las palabras que seducen a cualquier mujer:
 “tus ojos no son azules”.

Pero ella no era cualquier mujer.

Ya, cerca de mí, acarició mi puerta y me preguntó si podía pasar. No respondí. Abrió  la puerta sin importarle mi opinión.  Al entrar  mencionó que su nombre era Beth, al mirar por la ventana me contó que no había hablado con nadie en años, al acostarse en mi cama observó mis libros  en mi mesa de noche, ojeó algunos, se río un poco, lloró durante las dos páginas de uno y estuvo en silencio por más de media hora mientras yo le servía Estrella Verde.

– “Ese lugar conocido” es uno de mis libros favoritos. Pensé que ya no había más copias. ¿Cómo lo conseguiste?

– Ya sabés, un amigo de un amigo de un amigo me lo prestó y nunca lo devolví. Dicen que la autora nunca ha dado entrevistas o explicaciones sobre el último cuento. ¿Qué opinás del último cuento? Yo todavía no…

– Flor Aragón no necesita explicar sus cuentos– me dijo al tomar el vaso de Estrella Verde de mis manos. –Y menos el último. No necesita ninguna explicación, el personaje principal siempre quiso que fuera así: un mundo que fuera más que la suma de sus realidades y reglas.


La discusión se alargó durante toda la mañana. Me recomendó que leyera a Karla Rauda y su colección de cuentos. Le comenté que últimamente había sido escritor de esquelas para ricos. Ella se burló, me dio un golpe en la espalda y me dijo que un día  le dedicara una.

Beth  la de los ojos verdes y no azules regresó  a su cuarto. Y yo, yo por fin me bañé después de tres días, abrí mi computadora, miré por la ventana otra niñas borrachas pedir taxi y empecé a escribir.

Durante los siguientes días, Beth se invitaba así misma a mi cuarto. Es más, hasta llamaba a la recepción y ordenaba room service para todos: Gerardo, Cindy, yo.

Gerardo no la pudo tragar. Me decía que escondía algo, cuestionaba sus gustos musicales, y no era fan las largas verborreas sobre las películas nominadas al Oscar.

Una noche, entre cigarros, cervezas y Estrella Verde,  Cindy le preguntó a Gerardo sobre sus pinturas, y por qué nunca le mostraba su bocetos o nuevos trabajos. Gerardo cuestionó si yo le había comentado algo sobre sus mentiras.

Beth sabía. Todo. Y se divertía diciéndole a Cindy que ella era también  un artista, que debería visitar su nueva exposición llamada Falsos Novios. Ah, y Beth, la creadora de pinturas como Niñas Borrachas Pidiendo Taxi y Perros Guardespaldas En Cocaína, no tenía idea de quién era Gerardo el pintor.

– La mentira es divertida– me decía Beth con una voz delicada, casi inaudible –me hace sentir como nueva persona.

Sí. Disfrutábamos ver a Gerardo tomar y tomar y tomar y así  evitar tener si quiera conciencia para responder las inquietudes de Cindy.
Amo a Gerardo, quiero que quiere claro eso, y burlarse de él con mi nueva cómplice era una manera de demostrarlo.


Imaginar sobre la ocupación de Beth era mi forma de procrastinar antes de seguir escribiendo. Gerardo tenía la teoría que era un prostituta clase A y que quizás uno de los accionistas del Edén la mantenía. Sorpresa: las suposiciones de Cindy, siempre tontas y ridículas,  ahora caían en mi categoría de cosas que podían ser verosímiles. Una de ellas fue que Beth era una etnógrafa de el extranjero que había venido a estudiar a jóvenes desempleados del tercer mundo. Lo que más me sorprendió de esa idea era que Cindy sabía lo que hace  un etnógrafo.

Cierto. Beth nunca nos dejaba ir a su cuarto de hotel. Era muy hermética en ese sentido. A mí no me importaba que hacía o no hacía, sus discursos acerca del boom literario y el anécdota sobre cómo conoció a Tarantino en un bar eran suficientes para mí. Y no, no me atraía, al menos no sexualmente. Nuestros gustos, nuestra versión de la vida construían una frontera fuerte entre amistad y el placer inevitable del coito.

Dato curioso: sus tetas tenían una manera de excitarme cuando las apoyaba en mis hombros al  servirme un trago de Estrella Verde.

Las líneas de cocaína estaban repartidas sobre la mesa de noche,  las manchas de mi alfombra roja brillaban  a líquido de Estrella Verde, la ventana escupía humo. Y yo, Gerardo, Beth y Cindy estábamos en la cama.

Tocaban a la puerta.

Ver a Gerardo y Cindy derramar cerveza en sus cuerpos desnudos es algo que hasta ahora no puedo olvidar. No porque fue algo bello y excitante, más bien me dio la impresión de ver una pareja de viejitos cogiendo. ¿La están imaginando? Ajá, así se siente.
El ácido que se metieron estaba fuerte y durante horas se hicieron llamar Lady Pijamas y Don Bolas de Paja. 

Tocaban a la  puerta otra vez.

– Quisiera ver lo que ellos están viendo ¾ dijo Beth  otra vez con esa voz casi inaudible y limpiándose el polvo blanco de su nariz.

– Oye, Beth, ¿quisieras hacerme un favor?, más bien, cumplir uno de mis deseos.

– Claro, chivo, dale, contá, contá, contá.

– ¿Pudiera aspirar toda esta bolsa de cocaína  sobre tus nalgas?

– Sí, sí, sí.– Se quitó la falda roja –Dale, dale, dale, yo también quiero sentir qué se siente. Jajajaja ¿Viste? Repetí la misma palabra pero en diferente conjugación. ¿Quién crees que toca la puerta? Tengo hambre. Mucha, mucha.

La línea de cocaína casi se pierde encima de las nalgas blancas de Beth. Aspiré. Aspiré. Aspiré. Aspiréééééée. Armé otra línea y aspiré, aspiré. La frontera entre la amistad y el placer del coito se caían en pedazos. Un temblor estaba pasando por todo mi cuerpo, por todas sus nalgas, vibrar sin vibrar,  dejar de imaginar y olvidar todas las teorías sobre ella y postular una nueva sobre nosotros.

Era el último día de Gerardo y lo mejor que pudo hacer Beth fue traer su caja de golosinas ilegales.

Dato curioso: tocaban la puerta. Otra. Vez.

Beth me comentó que había escrito una canción y que quería cantármela. ¿Cómo no iba a negar que me cantara  una mujer guapa y sin falda? ¡Dios! Puede ser que no sintiera atracción sexual  hacia ella (en serio, créanme), pero no podía dejarla sin cantarme.

–...“Y dejemos que los sueños se apoderen del deseo
recordemos que lo nuestro…” –cantaba y ahora su voz inaudible rugía en rimas y versos.

– Héroes del Silencio– gritó Gerardo –Sííííí, Héroes, ahí está Búnbury mirá amor, cantando y usando la toalla como micrófono jajajajaja.

– No es de Héroes, es mía, mía, mía– reclamaba Beth

Gerardo abrazó a Beth y ella de regreso. Los dos cantaron  juntos la canción de Beth y de Héroes del Silencio (aunque yo no creo que los Héroes hayan compuesto tan hermosa canción, pero bue…)


– ¿Cómo se llama la canción?– pregunté acariciando las nalgas de Beth.

– No tiene nombre todavía.

– Se llama Nombre, se llama ¡Nooooombre! ¿Verdad, Búnbury?– babeaba Gerardo.

Tocaron a la puerta. Me dirigí a abrirla, pensando que era el  room service.

Es vago lo que recuerdo a partir de ese momento:  un hombre vestido de negro, gritos, Gerardo desmayándose, Cindy encerrándose en el baño, pistola, más gritos, miedo, Beth vistiéndose, golpes, empujones, puteadas, cocaína en los ojos…

No sé cómo, pero Beth y yo logramos escapar del hombre vestido de negro. ¿Qué quería con Beth?, ¿a caso era su pimp o su padre? ¿Por qué nos amenazó con una pistola? ¿Por qué, después de salir del cuarto y darle múltiples golpes en la cabeza, todavía nos seguía por los pasillos del Edén?

Bajamos por las escaleras, pasamos por la cocina del hotel y nos detuvimos en el aparcamiento.

– ¿Quién es él, Beth y qué quiere con vos? ¾pregunté jadeando, con cocaína derretida saliendo de mi nariz.

– Hay cosas que no debes saber… Tengo que irme.

– ¿Quién sos?

– Soy lo que quieres creer que soy.

– ¡No me salgás con eso!

– Sshhhh, oígo pasos. ¿Crees que me podés conseguir más cocaína? ¿Tenés un amigo o alguien conocido que tenga un contacto…?

– No, no soy tu tienda de cocaína ¿Sos una puta, una etnógrafa o qué?

– ¿Ah? ¿Qué putas estás hablando?

– Olvidalo.

– Así no más, me dejás con alguien persiguiéndome, después de que te dejé tocar y aspirar mi culo?

– No te  pongás dramática ¾ la tomé de los brazos y nos escondimos atrás de un carro. –Decime quién sos y ya, necesito eso.

– Creo que has necesitado lo suficiente de mí.

Beth se soltó de mis brazos, me empujó al suelo, me dio un beso en la mejilla, y susurró algo  en mi oído: “yo conocí a Flor Aragón”. Después preguntó mi nombre y salió corriendo.


El hombre vestido de negro pasó a centímetros de mí. Escuché disparos, gritos y al regresar a mi cuarto podía oír sirenas de ambulancias.

Ha pasado un año y Gerardo vive en el país que siempre quiso vivir. Ahora, por lo menos, me cuenta que se ha metido a clases de pintura y que sale con una niña virgen de 22 años.

Deben saber que el dueño del Edén me echó a la calle,  la marca de disparos  en los pasillos y cuartos y demandas por parte de los huéspedes fueron mi condena. ¿Y la ley que protegía mi cuarto? Pues… la ley siempre se deja coger cuando tienes dinero para ella.

Ahora vivo en un hostal, pago mi estadía haciendo rótulos para  eventos o promocionando el lugar. Sí, ahora soy la puta de un cliente. Tengo que comer, amigos y amigas.

Y sigo escribiendo y escribiendo… todavía nada que valga la pena. 
De vez en cuando publico un esquela para la misma persona:

Por la sensible pérdida de

Beth, la del Pasillo del Edén

cantamos tu canción

..dejemos que lo cierto
sea lo que imaginamos
recordemos que lo nuestro
todavía no ha acabado
aunque, por esta noche, ...
...por esta noche...

El Salvador, San Salvador,  20 de febrero de 2014.

Tal vez reciba demandas de parte de los abogados de los Héroes, pero para Beth, la del pasillo del Edén, siempre será su canción.

Un día la veré. Tiene que pasar.
Dato curioso: en el aparcamiento, le dije a Beth que solo iba a saber mi nombre si regresaba un día.

¿Tiene que regresar, verdad?


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