Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160426

“Y si fuera ella” —Alejandro Sanz



Danilo Veliz era agente de la policía de tránsito. Su trabajo consistía en coordinar el tráfico del sector número 316 la ciudad. Desde las 5:30 hasta las 10:30 de la mañana, su trabajo, aparte de coordinar el caos vehicular, incluía engullir todo ese humo de automóviles y autobuses descompuestos y vueltos a componer. La hora que Danilo más detestaba eran las 8:30 de la mañana. Era la hora del terror, de las bocinas ensordecedoras, de los manantiales de humo deslizándose a 0 km. por hora sobre la Calzada Roosevelt. Roosevelt. Siempre se preguntó porqué su lugar de trabajo llevaba el nombre de un personaje del cuál nunca había escuchado nada. Rusevel? Rusvel?. Ni siquiera estaba seguro cómo se pronunciaba. Entre autobús y automóvil, se encontró pensando cómo terminó como agente policial, sin encontrar más que un suspiro sordo atragantado en su pecho y un dolor agudo en el estómago. Todos nos odian, concluyó inmune mientras soplaba el silbato indicándole al conductor del autobús de la ruta 62 que debía de avanzar y dejar de acaparar la estación de buses. Llevaba cuatro meses asistiendo el tránsito matutino. Cuatro meses de recibir el humo, el sol, la lluvia, el roce de los automóviles, las miradas hostiles de los conductores. Pero no era su culpa. Solamente —e igual que todos, se repetía constantemente, cumplía con una función desagradable a cambio de dinero. Dinero. Durante cuatro meses había aceptado despertarse a las 4:30 de la mañana, caminar hasta encontrar el primer pick-up que hiciera viajes, o cuando la suerte no estaba de su lado, caminar 32 cuadras hasta llegar el puesto de policía número 42, donde Catalina, su compañera de turno estaría lista con un termo de café azucarado. Danilo, con su apariencia escueta, tomaría el café en tres tragos sin aturrar la cara y le daría las gracias con su mejor sonrisa aún cuando no le gustara el café con azúcar. Era la gratitud y la bondad humana lo que le hacía beber tal desagradable café. A las 5:20 subirían los conos verdes en la parte trasera del pick-up policial y a las 5:23 saldrían hacia la carretera que, por cinco horas, llamaría su lugar de trabajo. Sonrió ante la idea absurda de llamar una calle su lugar de trabajo. Cuando la señorita en el banco le preguntara donde trabajaba, con oculta vergüenza le contestaría que sobre la Calzada Roosevelt, y la señorita educada con su traje sastre color gris rata y su maquillaje modesto, sonreiría apenada, no por ella, sino por él pues nunca sería sujeto para el préstamo hipotecario que, para entonces, tantas veces habría solicitado. Nunca poseería una casa propia. Con suerte viviría arrendando aquella pequeña casa que compartía con su hermana y sus tres sobrinos, cada uno hijo de un padre diferente. De los tres, era Lucas su sobrino favorito. Lucas nació durante la última (?) gran crisis del 2008, y había llegado a iluminar aquella gran decepción que se llevó cuando descubrió que Yesenia, quien para entonces era su novia, jamás se casaría con él. Tres años después de tal desafortunado descubrimiento, Lucas crecía junto a una curiosidad y un hambre voraz. Tal era su apetito que Jacinta tenía que guardar todo aquello que fuera comestible para asegurar que sus otros dos hijos pudieran comer también. Qué hacía al niño tan glotón era una incógnita. Danilo nunca fue así y sus otros dos sobrinos tampoco. En esa casa, parecía que todos entendía el significado de la escasez. Es-ca-sez. Esa que crecía día con día mientras el periódico nacional anunciaba que la canasta básica alimenticia  había aumentado en 350 quetzales durante el último año. Osea, casi 50 dólares más al mes para alimentar con menos a la misma cantidad de personas. Era una desgracia. Una tragedia, si bien no nacional, personal. Un desangre a la economía familiar. Aún así, Lucas parecía no entender más que su apetito insaciable. Todas las mañanas Danilo apartaba ⅓ de su desayuno para guardarlo y dárselo a Lucas. Si había algo que Danilo no soportaba era querer y no poder. Querer y no tener. Y ver al pequeño Lucas dormido en la hamaca junto a sus otros dos hermanos le partía el corazón. De alguna forma le hacía recordar aquellos tiempos cuando él era un chiquillo también. Cuando jugaba junto a su hermana y no importando el juego, siempre la hacía llorar. Nunca lo hizo a propósito, pero en su torpe infancia, no sabía controlar su fuerza de varón. Con los años, y tras la muerte de la niña Angélica, su madre, aprendió a usar su fuerza para cuidar a su única hermana y su único bastión dentro de un mundo que cada vez se hacía más denso, más oscuro, más tirano.

-- DA20160426

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