Let’s
walk faster.
¿Hace cuánto que no salían a caminar?
–Pues, ya ni nos vemos, tú.
–No me tratés de “tú”, vos. ¿Qué te dije el día que nos conocimos?
Salieron en la estación estratégicamente ubicada al lado de la tienda que vende tabaco, al lado del cajero; lejos del restaurante al que planeaban ir. Ya con cigarrillos en su cartera y dinero en el bolsillo de él, se prepararon para una caminata. Iban a sentir corta la distancia. ¿Será que se pondrían a gritar? Parecía que ese mismo tramo lo habían hecho ya mil veces, pero borrachos. Nunca en día tan lleno de gente. La gente caminaba y caminaba, y hablaba casi que en sus oídos. No había que dar una vuelta completa para ver al par de adolescentes emocionadas, caminando a un paso ligero como el de ellos, solo que con voces agudas que las volvían insorportables.
–¿Podemos caminar más rápido…?
Hoy no era un día para andar aguantándose a todos esos jóvenes, lo jaló del brazo para apurarse.
Dio media vuelta, ubicándose en esa multitud y dijo: –Yo estaba pensando lo mismo. Caminemos más rápido. ¿Qué diablos le pasa a esta calle?
Cuando están o muy llenas o muy vacías las calles, él se incomoda; y se veía en su mirada, arrugando los ojos a pesar de que no estaba había sol ni resplandor. Su compañera sonrió, comprensiva, y empezaron a sencillamente caminar, alejándose de esa calle, la columna vertebral de una ciudad. No solo tenían mucho tiempo de no verse el uno al otro, tenían muchísimo tiempo de no ver al mundo exterior. ¿A quién le importa el mundo exterior?
–A los jóvenes les importa mucho el mundo exterior.
–A nosotros no nos importaba mucho cuando éramos jóvenes, tú.
–¡Dale con el “tú”!–dijo su amiga– Pero, sabés, no entiendo qué nos hace sentirnos viejos. Creo que fallamos.
–¿En qué?
–…En lo que sea que queríamos lograr todas esas veces que huímos. Nos decimos viejos, a pesar de que nos desenredamos de todo lo capaz de hacernos sentir adultos.
–Pero… somos adultos.
–Adultos sin vida de adulto, querido. Adultos que se ven cada cuanto, sin sus parejas ni sus hijos, porque no tenemos ni pareja, ni hijos.
–Pero tenemos estas caminatas. Caminatas mediocres, durantes los días grises, rodeados de gente que no queremos ver.
–Ay, sí tenés razón. Yo no quiero ver a nadie. ¿Entramos?
Habían llegado ya al restaurante chino, el que permanece vacío la mayor parte del tiempo, garantizandoles la privacidad a la que se aferran y rara vez le comparten a otros.
caminatas escasas |
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