A Gustavo
Porque la familia siempre es la familia
Relato inspirado en "The Logical Song", de Supertramp.
Llegar a la finca siempre era una alegría, el espacio, el clima y el silencio siempre nos recibía junto a la jauría de feroces perros que se volvían mansos al vernos. Siempre amé la finca, así la llamábamos, pero que en realidad era un pedazo de terreno asignado a la servidumbre en la verdadera finca, la finca era propiedad de un doctor alemán. Mi familia siempre estuvo bajo la protección del doctor, un viejito loco y científico pero millonario.
Yo no nací ahí, pero mi madre que había logrado salir de la servidumbre y se fue a trabajar a un hospital, tenía un vínculo explicable, su hermana era la ama de llaves del caserón y al no tener quien me cuidara mientras trabajaba yo iba a parar a aquella finca mientras ella cumplía su horario de burócrata. Aprendí a ser callada, a ser discreta e invisible. No importaba dónde estuviera, si en la casa patronal o en la pequeña casita de mi tía, yo debía encontrar un espacio donde no estorbar.
El silencio se instaló en mi, dentro de mi y alrededor de mí.
La tarde era un poco más aburrida, caminar entre los surcos que hacía mi abuelo para sembrar hortalizas y hermosas flores era la única entretención, el tiempo se detenía, era entonces cuando me iba a "ispiar" a mis primos, que habían llegado del colegio y colgaban sus lustrosos uniformes de colegio católico, el mismo donde yo iría a estudiar años después, becada por supuesto, por el doctor alemán.
Gustavo era largo y chele, muy distinto a Miguel, que era más bien pequeño e impresionantemente colocho. Eran hermanos y no se parecían, eran mis primos hermanos y no nos parecíamos en nada entre los tres, yo era una niña y ellos eran de esos adolescentes ochenteros que escuchaban canciones raras que terminaban gustándome y que no eran las mismas que escuchaban mis papás.
Tenían otro hermano, Roberto, hijo de mi tío... hijo de crianza de mi tía. Pero eso lo supe muchos años después, porque en mi familia, cuando sos hijo de alguien, no importa que no lo hayas parido o lo hayas engendrado, es tu hijo y punto.
Yo tenía 4 años en aquel entonces, cuando mi abuelo aún se iba de zumba y mis primos lo andaban buscando desesperados por la calle que conduce a la puerta del diablo, cuando Gustavo era el encargado de regar las plantas que primorosamente cuidaba mi tía, cuando Miguel hervía la sopa magi con papas hasta tres horas para "matar los gérmenes" de la mosca que había caído en ella y que era el único alimento que tendríamos, cuando Roberto me enseñaba a bajar mangos a punta de pedrada, cuando yo pensaba que había un pequeño duende escondido entre las piedras que dividían las plantaciones de mi abuelo.
Yo tenía 4 años y aún siento el aroma del bambú que daban la bienvenida a la finca, el sonido de las largas varas amarillentas y con hojas largas y delgadas, ese sonido que me aterraba cuando me quedaba a dormir ahí; aún recuerdo los colores del atardecer desde aquella finca, cómo se veía San Salvador a esa hora, a nuestros pies.
Yo tenía 4 años y creo que ha sido la época más feliz de mi infancia, cuando me revolcaba con los perros, jugando o arrastrándome panza a tierra para ver a los conejitos recién nacidos en su madriguera, regresando chuca y despeinada para que mi tía se admirara de mi capacidad de rasparme las rodillas una y otra vez y que eso no me impidiera seguir escondida entre los árboles.
Yo tenía 4 años y todos a mi alrededor parecían adultos serios y callados, en especial Gustavo... hasta que lo veía a escondidas en su cuarto, cantando con los ojos cerrados the logical song y yo imitaba a la perfección el sonido gutural y que no comprendía que era inglés lo que balbuceaba.
Han pasado 35 años de aquel entonces. Roberto murió en un accidente hace más de 11 años y Gustavo cerró los ojos para siempre hace una semana, hoy terminan sus misas de novenario, mi abuelo murió hace 25 años y Miguel sigue vivo, ahora es un hombre panzón y más bien chiquito, sigue igualito de colocho pero ahora con canas en las sienes, tiene dos hijos y una esposa. Mi tía ya no es la ama de llaves de la finca, el doctor alemán murió hace muchos años y su hijo mayor fue asesinado el mismo año en que mi primo Roberto murió.
Es difícil, pero me queda claro que no podemos regresar a esa época en la que somos felices de niños aunque los adultos que te rodeaban te exigían ser un mini adulto. Está fuera de toda lógica. Todo está fuera de la lógica, incluyendo este sentimiento de abandono.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario