Cuando la música se convierte en inspiración
Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.
Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?
[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]
20160422
Purple Rain
(Relato homenaje a Prince, que más bien es una anécdota, lejana e inolvidable)
Todo tiene que ver con la Escuela Nacional de Danza y ese año de descubrimientos de un cuerpo que había sido hecho para eso. Descubrimiento de todo ese amasijo de gente que se reunía en ese lugar para tomar o impartir clases. Mediados de los ochentas, yo todavía era una bichita y no me acostumbraba a los baños sin puertas ni a la ¿Esmeralda? sentada en el inodoro platicando a grito pelado con las demás. Las demás, más grandes, mayores, que estaban en los últimos años. No me acostumbraba tampoco a los cheros con esos cuerpos tan bien hechos y formados, ni al profesor de ballet tan él, por allí caminando en los pasillos, moreno y vestido de lino blanco, tan él y caminando siempre en primera o segunda.
Mi maestro de danza moderna también había sido o era baletista clásico. Era alto, uruguayo y con la nariz encorvada, me llamaba Floretta con cada instrucción y, de alguna manera, me quería y vio algo en mí. Esa chispa que no tuve que haber perdido, supongo. Me abrazaba entre sus brazos largos y estilizados y me dictaba sus instrucciones con cariño, como deben ser las instrucciones de un maestro, ¿verdad? Eran tiempos de guerra, faldas largas y camisetas rotas, calentadores de colores, sí, claro, muy al estilo Flashdance, y pelos colochos o anudados en moños; aunque luego terminaran desechos en el piso de madera de los salones. Eran tiempos de barras dobles de hierro, espejos, ventanales altos que llegaban hasta el techo y el tambor del maestro, marcándonos el ritmo y el paso.
El maestro me seleccionó a mí ese año, a mí, y a dos o tres de mis compañeras de primero, para ser parte de la temporada Nacional de Danza. Había montado una coreografía acerca de un pastor y la luna, claro, ellos dos, de últimos años, eran los principales de la historia; y mis compañeras y yo, éramos las nubes (huy! qué presagio del futuro) que pasábamos por allí para descubrir en los sueños del pastor, para descubrirla a ella: la luna. La Luna, entienden, blanca y con tules que daban vuelta por allí con la música. La luna, ella, en la vida real, recuerdo que se llamaba Ada. Sí, Ada de verdad. Y era blanca, así como esa luna que representaba. Fueron largas semanas de ensayo, sí, aunque solo fuéramos unas simples nubes que pasábamos por allí. Fuímos, incluso, a los ensayos algunos días de las vacaciones de Semana Santa. Y aquí aparece Prince con Purple Rain, porque un grupo de los de último año, hicieron una interpretación de esa canción, la versión larga, esa que dura 8:41 minutos. Y las cheras llevaban vestidos blancos de manta, con los hombros descubiertos, los cheros, solo en pantalón, blancos y de manta también, y todos con toneladas de bronceador vaciadas en sus cuerpos. Eran como esclavos sudados o algo así, entendí yo a mis escasos años, esclavos de esos que cortaban algodón... Y yo hubiera querido estar allí. Allí cuando, sentada en una butaca del Teatro Nacional, los miraba a ellos, los Purple Rain, perfectos y sincronizados, dejando un recuerdo que, todavía ahora, persiste. Dejando un recuerdo feliz para siempre de esa canción.
Porque Ada, la querida Luna de esta anécdota, se fue esa vacación a pasar unos días a alguna playa de El Salvador. ¿Conchalío habrá sido? Y murió ahogada, como deben morir las heroínas de estas historias. Como era de suponerse, nuestra coreografía fue suspendida, claro, el maestro la había creado especialmente para ella. Ella era una Luna. Y nosotras, aquellas nubes pasajeras que estábamos destinadas a ser.
Y entonces quedó Purple Rain grabado en esta mente, pegado a la oscuridad del Teatro Nacional, a los vestidos blancos iluminados por una luz cálida, al olor del bronceador de coco, a uno de los años más inolvidables de mi vida.
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