Qué
bien que sea de noche, que el viento sea esa oleada fría que entra por la
ventana y hace elevarse la cortina blanca de encaje a flores. Está bien el
cigarro que inútilmente humea en el cenicero lleno de colillas, los boleros
sonando sin importancia como propicia música de fondo y la tenaz narración de
Eduardo Galeano abriendo las heridas, haciendo las preguntas que vos nunca
hiciste, dictando las respuestas que nunca tuviste. “¿Qué esperabas, ¿Qué te corriera atrás? ¿Qué te llamara a
gritos?”. Ese no es tu estilo, ya te
imaginás implorando algo y te da risa, tenés un orgullos que es más grande que cualquier
otra cosa, aún que el amor, porque si tenés que rogar a alguien significa que
ese alguien no quiere nada de vos. Mejor te hacés a un lado, como siempre, y
fingís un valeverguismo parco, un “estoy magníficamente bien”, una mirada por
encima del hombro, una sonrisa de lado. Aunque terminés llorando cuando menos
se lo esperan y tengás que andar explicando después que se te destemplaron los
nervios, que se te vinieron encima los errores, te reís.“ O un perfil que se escapa, una voz adivinada entre otras cosas”. Un perfil que contemplabas subir y bajar,
aspirar y respirar, dormido e inconciente, despierta y esperando, oír al menos
las mentiras de siempre, pero oír algo, no ese insondeable traqueteo de tu
mente.“Que se equivocaría siempre”. Mil
veces y otra vez caminando por la cuerda floja, imaginando que algo te
pertenecía, rayando en la ingenuidad, tu terrible ingenuidad que enferma, que
él te enseñó a derribar, a creer en tu cuerpo. “Deambulando desnuda por la región nochera de sus sueños”. Te
enseñó a creer en vos misma, porqué no decirlo, a destruir los muros de ese
candor hipócrita que quisieron, que ya no estabas segura para qué. Y fuiste e
hiciste lo que el estadio más primitivo de tu conciencia te mandó, como dirían
los sicoanalistas. Quién sabe porqué, como dirían los moralistas, si se
enteraran, si fueran capaces de ver entre las líneas oblicuas de tu mirada. “Persistiría, persistiría”, mil veces.
Otra vez llena de odio, ese lugar conocido que recorrés de memoria. “Y a veces late y a veces arde y a veces
duele”. Al cual regresas en cada
paso, en cada noche, en cada cigarro, en cada canción –you float like a feather in a beautiful- que
te cantaba, que te presagiaba aquella luna llena alumbrando escurridiza por los
altos pinos de Montecristo junto a las fronteras de tu incomprensible
felicidad, blanca y pasajera. “La
necesidad de volver”. ¿A decir qué? A sentir tu inocencia como un animalito
mudo y juguetón rondando los caminos de la inminente madurez que se abría paso,
que querías capturar. “Como esto, nunca,
nada. Y no volvió. Un país en demolición. Esperando”. Amando, aprendiendo,
esperando, creciendo, esperando, aprendiendo, amando. Conociendo la vida de una
manera inesperada, con aliento tibio y manos calientes. Obligándote a salir, a
caminar, a corre por oportunidades, empujándote a crecer, a sonreír de veras, a
iluminar tus ojos, a dar patadas, mordiscos, arañazos, a voltearle la cara de
dos cachetadas. “Alzándola y aguantándola
para que no se tropiece y caiga”. Tu árbol donde arrimarte. Aunque te
advirtieran que amarlo era una batalla por los caminos de la desesperanza. El
oportuno flash back en cámara automática: un click y vos acostada de bruces en
la cama, él tirado en el piso como náufrago, diciendo sí te quiero y no me
digás farsante, que no gano nada con decírtelo. Otro click y los dos parados de
frente, recostados contra el marco de la puerta, él diciendo sí te quiero y vos
contestando pero no de la manera que yo quisiera. Tercer click y vos sentada en
la cama, él sorprendido, diciendo “shit” cuando se dio cuenta de que eras
virgen. Miles de clicks, la misma historia. “Persistiría,
persistiría”. Mil veces. Tomando pastillas para dormir, contando retazos de
la historia a la sicóloga moralista que no entendía nada, asistiendo a misa los
domingos, esperando, intentando cortarte las venas, logrando ser más fuerte que
eso, logrando traspasar los límites de tu miedo y resurgir del modo que él te
quiso. “I want to have control, I want a perfect body, I want a perfect soul”. Para entender que no era eso tampoco, que
te acostumbraste a no esperar nada, a verlo venir de vez en cuando,
transpirando su simpatía y sonrisa gentil, que aprendiste a callarte todo con
tal de que estuviera.
Click
Los
dos en el carro surcando las calles, él agarrando tu mano, diciéndote sos
perfecta. “Para no sentirse obligado a
esperar a nadie”
Click
“Por los ojos
no le sale nada, por la boca tampoco. No
me gusta sufrir, no me gusta estar sola”.
Despertando en una realidad de brazos y
piernas confundidas, él diciendo, podría ser tu noche de bodas y vos diciendo,
pero no es, pero podría, pero no es. Y ese es el final que inauguró el
principio. “Y lo convertimos en pasado
cuando dejamos de llorar”
Y
fuiste desde entonces la querida amiga perfecta, la que se busca porque no hace
preguntas ni le gustan los dramas, la que aprendió a lanzar señales, a mentir
como manera de vida, a transfigurar los poemas rosa, a herir a la gente y
todavía reírles en la cara. “Y te odié
mucho o quise odiarte, para que no me lastimaras”
Por
eso está bien que sea de noche, que el viento sea esa oleada fría que entra por
la ventana y hace elevarse la cortina blanca de encaje a flores, el cigarro
apagado en el cenicero lleno de colillas, la música que ya no suena de fondo,
la tenaz narración de Eduardo Galeano que concluiste.“La espalda de ella siente frío y él le sube el cierre de la blusa”. Final
feliz. Menos para vos, que tenés que verlo voltearse, mientras sabes que en
alguna parte alguien lo espera, mientras te dice que se siente responsable de
que te hayás acostado con Mario, porque si nada hubiera pasado entre ustedes
todavía seguirías conservando tu inocencia como un animalito mudo y juguetón.
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