Relato inspirado en Creep versión Postmodern Jukebox
Alex se quitó el reloj y frotó su muñeca, descontraído, antes de acostarse contra el respaldo. ¿Se acordaban de cuando no les importaban las sillas sin respaldo? Hoy no, hoy se joden la espalda y, por lo menos para Alex, era un pequeño secreto. Siempre buscaba momentos solitarios para tocarse la espalda baja, que como duele esa mierda, de modo a no quejarse en público, frente a los bichos de la oficina, de sus dolencias lumbares. Para Manuel, en cambio, el golpe bajo fue cuando lo venció la rodillera. Él había visto a su nana poniéndose esa cosa para jugar tenis, y hoy es él, con tobillera y muñequera. A la edad que tienen no pueden descuidar nada.
¿Otra birria?
Pero la edad no es tan mala, pensaba Alex. A Manuel no le va tan mal. Es bello ese apartamento en el que tantas veces se han juntado. Y ya se van a casar, al fin se van a casar, pero, pues sí, tenés que darle largas si quieren pero no pueden. ¿O serán solo las ganas de prolongar la soledad? Manuel no le veía el punto, pero pues Alex y Manuel nunca han sido iguales, men, ¿qué esperan? Manuel ha tirado más para un lado y Alex para otro, pero se juntan en el medio, siempre. Los extremos son como un putazo que se te sube, pero baja, y tanto Manuel como Alex siempre buscan su centro. El justo medio, a veces, era el balance encontrado entre la novia que viaja y la novia que vive lejos. Y así como a veces Manu se pierde siguiéndole el hilo a una que otra promesa y cambia –porque sí, cerote, te volvés irreconocible–o qué sé yo, Alex tendía por mantener un status quo y setear solito las barreras que lo confinan a su comfort.
Si por Manuel fuera, se habría casado hace ratos y se quedara en ese apartamento, pero la lógica de su chero era distinta: él había prolongado y estirado el noviazgo tanto que ya no veíamos el borde, el inicio. Todo era de esperarse, y así ¿cómo no te vas a malacostumbrar? Esas malas mañas de agarrar el celular y escribir y esconder. A saber si las irá a dejar botadas, cuando deje el apartamento y encuentre su casa y tengan sus hijos. Manuel se quedara allí, con ella, en el apartamento. ¿Qué ondas con construir algo y dejarlo? Él solo quiere algo más cuando lo dejan, y allí ni modo. Y cuando Alex y él se salgan cada uno del camino que les tienden las costumbres, y el cuerpo no les deje de acordar que ya no tienen 26 años, porque esas birrias cada vez más los hacen más pedazos y pica el intestino el día siguiente –es verdad, cerote, es como una picazón– y tengan su balance, probablemente se encuentren en los extremos. Los excesos son un lujo que damos por sentado, dijo Alex, y se levantó a contestar una llamada.
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