"¿Cómo sabes que no soy una alucinación?"
MG
Durante años pasé esperándolo, sin saber cómo sería, ni como se llamaría, ni como aparecería. Solo estaba segura que algún día se haría presente.
Llegó una tarde, con excusa de un café y nunca más se fue.
Sucedió de todo en ese tiempo: pasión, ternura, lluvia, viento, besos, cartas fulminantes, poemas escondidos, fotografías, viajes, soledades, silencios, esperanzas, estrellas, libros, frialdad, caricias, cervezas, café, risas y el llanto.
Por suerte siempre tengo gente alrededor, al menos eso creía. Nada me había preparado para algo inimaginable, todos me decían que no debía confiar, que debía protegerme; yo me fui enamorando, luego olvidé el enamoramiento en cuanto me lo dijo claro... no sabía si quería seguir junto a mí. No hay nada más eficaz para sacarlo a una del estado de estupidez como una baldada de realidad. Ya no estoy en la edad de las ilusiones y lo recordé.
Luego regresó... ¿o regresé yo? No lo sé.
Dicen que la monotonía es una forma de ser adultos, la rutina, lo establecido, lo coordinado... siempre esa gana de formar personas encajonadas, nunca me gustó eso, no había forma de encontrar paz en esa forma de vida, nunca he encajado. Nunca me he sentido parte de nada, ni de nadie, excepto cuando él estaba conmigo. Había una forma de ser persona normal a su lado, deseaba lo que nunca había deseado, buscaba la forma de ser persona estable, era ecuánime, serena, linda. Terminé aceptando que me agradaba a mí misma si estaba con él. Cuando no estaba era triste, melancólica, con el enojo a flor de piel, con un constante ruido, como un dolor de cabeza constante, como cuando un sol de mediodía achicharra todos tus pensamientos. Era la peor versión de mí si no estaba.
De repente empecé a sospechar, habían cosas que no eran lógicas, era demasiado bueno o demasiado malo, era como si existiéramos solo en el momento de estar juntos.
Me di cuenta que no podía seguir así. Debía huir de él, debía alejarme, debía... no podía.
Cierta tarde, me decidí a hablar con él. Debía confesarle mis desordenes mentales, no era justo que creyera que yo era normal, no era justo que no pudiera decidir quedarse o no con la loca que soy, no era justo que cuidara de una inadaptada. Me dolía tanto porque yo deseaba tantas cosas: construir más recuerdos, realizar más viajes a su lado, emprender un negocio, amar a sus hijos, disfrutar con sus amigos, cuidarlo en su vejez, cocinar sus alimentos. Todo lo que cualquier mujer normal haría. Quería dejar de ser yo. Quería ser nosotros. Debía decirle todo.
Llegó a mi casa como era su costumbre, hablamos de lo que siempre hablábamos, nos besamos como siempre nos besábamos. Reuniendo el valor necesario empecé a contarle todo, desde mi insomnio, pasando por la época en la que consulté a una psiquiatra, hasta las alucinaciones que son habituales en mí. Todo, con miedo a su rechazo, con miedo a estar sola de nuevo.
Los días son mejores desde aquella tarde, ya no tengo miedo. Él escuchó todo, su reacción fue esperanzadora, humana, gentil.
Entonces sucedió algo extraño... empecé a desaparecer. No es mi intención, no lo había planificado así, solo ha sucedido sin poder evitarlo. Fue muy duro comprenderlo luego de un par de semanas, la que se estaba yendo era yo. ¿O el que se iba era él?
La doctora me pidió volver a tomar mis medicinas. Durante varios años renuncié a los medicamentos, esta era la consecuencia. Me di cuenta que no era capaz de distinguir si las cosas eran realidad o alucinación. La última vez que lo vi se lo comenté. Me miró con esa forma que tienen los hombres al despedirse. Vi que le costaba hablar, quizá buscando la forma de no dañarme más.
- "He estado buscando la forma de decirte esto, no es fácil porque te quiero tanto, pero debo hacerlo... no soy real".
Cada noche tomo una pastilla, me garantiza que nunca vuelva él, no quiero verlo y me muero por no tenerlo, pero debo dejar que ya no aparezca, aunque lo extrañe, aunque no tenga con quien hablar cada día, aunque no comprenda cómo pude querer tanto a alguien que no existe.
A veces, luego de medicarme, salgo al balcón para extrañarlo mejor.
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