Ilustración: Otto Meza |
Día 1
¿Dónde está mi
traje? ¿Es este el ajuar de la muerte, una desnudez fría? Es posible. Llegamos
al mundo vestidos sólo con nuestra piel y la tibia viscosidad remanente del
vientre de nuestras madres. En cambio, ahora tengo frío.
Día 2
Quiero moverme
pero mis músculos se han vuelto plomo inmóvil. ¿Serán mis músculos? ¿Será que
este cuerpo nuevo es así, helado e inamovible? Nunca imaginé así la muerte, la
conciencia presa por siempre en el cadáver mustio que irremediablemente volverá
a ser polvo... Pero no puede ser. Mi cuerpo material debería estar aún vestido,
sí, debería tener mi traje, no hay modo de que fuera diferente.
Día 3
Me pesa pensar.
Apenas logro ver. Todo es blanco aquí, tal y como lo pensé. La luz era blanca,
blanquísima, me envolvió, me cegó. Estoy sobre una cama, quizá una mesa, o
simplemente una plataforma de algo que parece metal. Creo que por eso tengo
frío todo el tiempo. Lo que no me explico es esta alternancia entre conciencia
e inconsciencia, este ir y venir entre recuerdos de mi colorida vida en la
Tierra y este blanco despertar en ¿la muerte? Ya no sé, ya no estoy tan seguro.
Día 4
¿Cuánto tiempo ha
pasado desde que flotaba en el espacio? Recuerdo la angustia que me invadió
cuando veía alejarse la nave, la opresión en el pecho, el galope de la ansiedad
en mi pecho. Y luego, la luz. La paz que me dio esa luz me hizo suponer que,
después de todo, estuve equivocado todo el tiempo y sí hay un dios, sí hay algo
más allá, y que la muerte no es el final de todo. Pero ahora todo es confuso.
Extraño las estrellas. Siempre fueron la única constante en mi vida. Desde el
hueco del techo de la granja cuando me escapaba al cobertizo, desde la
ventanilla del auto en los largos viajes con mi padre, desde las noches de
desvelo en el tecnológico. Ellas, siempre ellas, y ese inexplicable anhelo por
ir siempre más lejos. ¿Valió la pena? ¿Habrá algún legado en mi sacrificio, más allá que una
escuela que lleve mi nombre?
Día 5
La Tierra luce
particularmente bella desde el espacio. Aquella es una visión sobrecogedora.
Nos hace sentir pequeños, ínfimos. La vista de las estrellas lo es más aún, y
aunque el rigor científico y mi natural escepticismo siempre me hicieron
dudarlo, ahora creo que no estamos solos. Al menos yo no. No estoy muerto, pero
no sé por cuánto tiempo más sea así. Supongo que una vez obtengan lo que
quieran no les seré más útil y deberán desecharme. O querrán diseccionarme. La
curiosidad con la que me observan me hace pensar que soy el primero que ven.
¿Será que no han llegado realmente hasta la Tierra? ¿No les atrae visitar esa
peculiar esfera azul en un sistema planetario más bien muerto? Quizá no, quizá
sea mejor así.
Día 6
No sé dónde floto
ahora. Sé que no es aire, no es una cámara sin gravedad. Creo que es agua.
Trato de entender cómo respiro en este líquido y sigo vivo y alerta de todo lo
que pasa. Nunca me gustaron los acuarios, y ahora me observan como a uno de
tantos delfines que soñé liberar en las visitas a Miami durante las vacaciones
veraniegas. Me observan y los observo. No han intentado hablar conmigo, y yo no
tengo intención de decir nada. Espero que me tomen por un bruto, por un
espécimen de una raza radicalmente inferior a la que no vale la pena conocer.
Mi única preocupación en este momento es la nave. Podría haber rogado al dios en el que
creí brevemente que no encontraran mi nave.
Día 7
Me han devuelto
mi traje. Ha sido un alivio no padecer más de frío. Sigo inmóvil, de espaldas
en la plataforma en la que desperté el primer día. Qué curioso que yo siga
pensando en términos de días. No sé cuánto tiempo he estado aquí y los
conceptos de días y horas de la Tierra no tienen ningún sentido. Mi equipo no
funciona. Nada. Supongo que estas criaturas me han vestido por alguna
consideración para con mi dignidad. Me río de mis propios pensamientos. No me
han dado mejor trato que el que le daríamos a una chinchilla en un laboratorio
de la tierra. Debo seguir siendo la chinchilla, uno no piensa que las
chinchillas representan algún peligro ni considera siquiera la idea de aniquilar
a la población completa de chinchillas.
Día 8
Abro los ojos y
siento la brisa en mi rostro. El inconfundible olor del campo recién segado. El
sol no me deja ver bien pero escucho a mi madre hablándome. "¡Qué bien lo
has hecho! ¡Eres famoso ahora!", me dice. "Los periódicos no han
dejado de llamar y tu padre refunfuña con cada solicitud de entrevistas".
Me paro con dificultad, camino hacia ella y la abrazo, la aprieto, siento el
olor a galletas de su cabello, el dulce roce de su delantal de algodón crudo.
"¿Madre? ¿Cómo es posible?". Y lloro, lloro de felicidad y de alivio.
Día 9
Me duele el
cuerpo. Las fantasías y los sueños vívidos durante los periodos de coma a los
que me inducen son cada vez más reales, ahora dudo de mi cordura. Estoy en lo
que creo es una celda. No hay puertas ni ventanas, qué maldita obsesión con el
blanco. Pero me dejan moverme, puedo caminar, puedo tratar de explorar. Doy
vueltas, recorro una y otra vez aquel confuso espacio sin formas particulares.
Más bien pareciera que cambia para aumentar mi tormento. Finalmente abren la
puerta y me ven. Les grito, les exijo saber qué quieren, les llamo cobardes,
lloro, les pido que me maten. Luego un sonido fuerte y la nada. La nada.
Día 10
En la inmensidad
de esta plataforma mi nave no es más que una pequeña y delgada lata. No sé cómo
desperté acá dentro. No veo a nadie. No veo otras naves, solo la plataforma y,
al final de esta, una esfera negra que pone fin al desesperante blanco, al maldito
blanco de este lugar. Ese pequeño trozo de espacio me llena de alegría, puedo
huir, puedo flotar entre las estrellas, puedo quitarme el casco y terminar con
mis miserias. Quizá eso quieren. No me han matado ellos mismos pero saben que
no duraré mucho allá afuera. Qué poco saben de los humanos. La muerte en
libertad. La prefiero con creces sobre la vida como su
conejillo-de-Indias-cautivo. La nave funciona.
¿La han reparado ellos mismos? Se abre una puerta y los veo allí,
pálidos y altos, inexpresivos, observándome. Un zumbido y se aparta el techo de
la plataforma. Un segundo zumbido y mi nave comienza a flotar. Pruebo los
controles y todo está bien. Me miran, sus ojos negros me retan, se preguntan si
me atreveré. Y sí, claro que me atreveré, me atrevo, enciendo propulsores y
salgo. Voy hacia la nada y, sin embargo, jamás fui tan feliz. No se me cruza
siquiera la más mínima esperanza de volver a la Tierra, pero no me importa. Las
lágrimas recorren mi rostro mientras un sonido de estática interrumpe la celebración
de mi recién recuperada libertad. "Control de tierra al Mayor Tom, ¿nos
escucha, Mayor Tom?".
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