Relato inspirado en Kitsch en C, de Cartas a Felice.
Podría ser que ese
dolor en el corazón le durara toda la vida. Y él lo sabía. A lo mejor lo supo
desde el principio, quizás desde que ella se le apareció con el pelo revuelto y
los zapatos gastados de tanta vuelta por el mundo. En ese momento él supo que
podría mirarla dormir todos las noches.
– Me gustaría
apagarte la luna cada vez que sea necesario–, le ofreció él.
Puede que haya sido
lo único que podría darle; no permitir que la luna le empañara la mirada. Esa
mirada de ámbar desmesurado que le haría pensar en todos los "y si" que fueran posibles. Y así sería siempre. Él queriéndole tapar la luna,
los defectos y las imperfecciones para que ella pudiera levantarse cada mañana;
fresca y sonriente, mirando las nubes y los amaneceres, pensando en palabras como nadie más podría hacerlo, como tal vez solo ella pudiera, cada vez que quisiera. O que imaginara.
– Deberías saber que la vida real es una mentira –, le dijo ella una mañana.
Tal vez enojada por el descubrimiento de que, cada noche, por más intentos de él de opacar la luna, esta siguiera estando tras las cortinas.
• Foto, Flor Aragón
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