Había mucha gente invitada a esa fiesta o al menos así parecía, cuando ellos llegaron. Pues sí, uno no llega así como tan temprano a la fiesta de cumpleaños de un compañero mas no amigo-amigo, amigo-de-verdad. Sus amigos-de-verdad son los que llegan temprano, pero Clara y Sam llegaron tarde, formando parte de otro grupito, con sus amigos de verdad. De hecho, se sirvieron algo de tomar y se sentaron por allá. Quienes iban pasando, a veces, se unían y los sacaban de la anti-sociabilidad... no mucho, eso sí. Clara y sus amigos se la estaban pasando bien pero de manera muy diferente al resto, según lo percibía ella: ellos habían fumado marijuana, un porro había bastado; y nadie más compartía este "hobby". Sam se preocupaba por estos ataques de risa imposibles de disimular, mientras que Clara escondía su mirada. A nadie se le ponen tan rojos los ojos como a Clara después de fumar marijuana, peor que si hubiera nadado en piscina llena de cloro y químicos por horas. Los demás fumadores parecían lidiar muy bien con sus sentidos alterados, dejando a Clara y a Sam solos en su paranoia que lejos de espantarlos les daba más risa. Terminaban sus frases, se perdían encontrándole sentido a lo que no tenía ningún sentido aparente, mezclando percepciones con sensaciones y comprensión mutua.
Más o menos así fue que se dieron cuenta estos amigos de 18 años que se gustaban. No era 100% seguro, pero valía la pena por lo menos hacerse la pregunta, que si era o no era atracción más allá de la amistad. Estas dudas y preguntas los acompañaron los meses que siguieron, meses compuestos por intercambio de risas y apoyo que fortalecía la amistad. ¿Y acaso no es también amor lo que se siente por los amigos? Las cosquillas en la panza y las muestras de cariño, sin embargo, era algo nuevo. Algo que fue evolucionando hasta que tomó la forma de la expresión de una atracción más grande, de una química entre dos cuerpos, sin que ellos supieran bien qué hacían. Se escondían, más bien, detrás del alcohol y la distancia, pues ya no vivían en la misma ciudad. ¿Será que el romance viene también en presentaciones tan confusas? Ese formato ambiguo que al público incluso le cuesta definir si es o no, si son amigos o qué, pero lo que sí es que era problema de ellos.
Quisieron convertirse en pareja. Lo que él sentía por ella no es lo que te provoca una amiga, o quizás era tan fuerte la amistad que lo enamoró, y ella sentía algo parecido. Habían pasado ratos en este estado que no habían aclarado, y al decirlo pasaron al siguiente, ese en el que estaban juntos. Todo era igual, pero diferente; no les fue bien. Se pronunciaron las grietas de la diferencia entre lo que ella sentía y el quería, lo que él decía y no hacía, y lo que ella no decía. 19 años y más confundida que nunca, sofocada, ella lo acabó y él lo permitió, no sin aquella tristeza que hasta pasó a ira, todo viniendo de esa amistad perfumada con humo de marijuana.
Le siguieron muchos episodios igual de ambiguos: por años la dinámica e interacción entre Clara y Sam tenía componentes de exes, amigos, amantes, amores. Sam no la quiso dejar ir, Clara no dejaba ir los altos y bajos que hacían de él, por veces, todo lo que ella quería, hasta que un día abandonó todo lo innecesario, el peso que la mantenía dudando. En esos años, a veces había inocencia y amistad, a veces indiferencia endulzada con educación. Otras veces había amargura y rencor, otras veces un imposible amor. En el transcurso de años variaron los sentimientos, el trato y el maltrato, pero había algo que no cambió: cuánto se conocían, cómo se llevaban. Al final de cuentas, ellos se hacen reír, se entienden, se escuchan y conocen los defectos y cualidades como nadie más los conoce. Eso y los recuerdos, componentes incondicionales que nunca van a perder a pesar de que ya dejaron de joderse la vida mutuamente y ya sus episodios sólo contienen el aroma de su amistad.
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