Relato inspirado en "Luz de día" - Enanitos Verdes |
Santiago vino de Argentina. Con sus sandalias, sus pizzas y sus porros. Lo conocí cuando acababa de abrir la Trattoria, una amiga me lo presentó como el mejor anfitrión de Robledondo. Me ofreció una ensalada mientras abría una botella de vino, se reía siempre a pierna suelta, pero en ese entonces yo no lo sabía todavía.
Esa noche en la pizzería tenían una session de jazz deliciosa, con diferentes músicos, todos amigos de Santiago. Cada quien agregaba su toque personal, pero el resultado era tan dulce a los oídos que embriagaba. El humo de los porros no me dejaba respirar pero disfruté esa música como nunca. Pasó un buen rato mientras escuchaba cada nota, cada matiz y me asombraba cómo esos músicos, sin conocerse antes, habían logrado encajar tan bien y producir esas tonadas armoniosas.
Mi nariz cobarde me traicionó y al poco rato tenía una alergia insoportable. Tuve que salir del salón a la terraza a respirar. Toda la fachada de sofisticación se me cayó y me resigné a quedarme fuera, viendo las estrellas. Al poco rato, llegó Santiago.
- ¿No te querés quedar adentro? Mirá que la música está linda... ¿O no te gusta?
- Ahhh... Sólo estaba tomando aire. No fumo.
- Ah, les digo entonces que bajen los porros.
- No quiero ser una aguafiestas. Acá eso es legal. Yo soy la ridícula que viene de un país sin porros en los bares.
Santiago me regaló entonces otra de sus enormes sonrisas.
- No te sintás así. Vení, cométe una pizza. O mejor aun, yo te la traigo.
Regresó con una copa de vino y una tabla de madera donde venía la pizza.
- Mirá, te la hicieron de salame. ¿O le decís salami? Da igual, espero que te guste.
Le dí las gracias y comencé a comer. Me seguía contando de su hija, Estrella, que recién había llegado a visitarlo pero que no quería irse sin conocer la Trattoria y me confesó que le apenaba saber que su hija fumaba igual que él. Había llegado hace tres días a Robledondo y todavía no la veía. No contestaba sus llamadas.
- Seguro está de farra. Yo ya estoy viejo, pero ella no. Debería de acordarse que estas cosas a la larga afectan.
Fue la primera vez que lo ví pensativo en toda la noche. Luego pasamos un largo rato hablando de los errores de su hija, de cómo se podía hacer que la pizza supiera mejor, de las plantas del jardín, de las estrellas en el cielo que le recordaban a su hija y del disco que pensaba grabar con sus amigos. Me dijo el posible nombre: "El retorno del Capitán Cáñamo". Estallé y no aguanté la risa, dije que era el nombre más absurdo que había oído para un disco y que a Estrella no le haría ninguna gracia.
- Si hasta la portada tengo ya, mirá: salgo yo con un fondo azul y hojitas alrededor. ¡Es sublime! Mirá ve, si hasta parezco un angelito.
- No sós vos hablando, son el vino y los porros. Estás loco, Santiago.
Las horas morían y seguíamos hablando. De verdad era un anfitrión genial y un amigo único. La Trattoria cerró sus puertas, pasaron los meseros y se apagó el jazz. Amaneció sin que nos diéramos cuenta y sentados en la terraza, vimos al cielo.
- Mirá ve, ya no hay estrellas.
Y con un suspiro hondo, volvió a reír, con una risa visceral que despertó al perro.
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