Relato inspirado en "Know How" de Kings of Convenience |
La vida era simple para él, sólo era cuestión de esperar. Desayunó, se levantó a correr y regresó a casa a bañarse para ir al club. Aburrido, se fue a la cancha para ver si alguien jugaba tenis a esa hora, pero no había nadie. No iba nunca a las piscinas. De todas maneras, ya casi no hacía ejercicio, no se veía a muchos correr por las mañanas o salir a los jardines, al menos a los pocos que quedaban.
No se invertía mucho esfuerzo en nada y la gente sólo trabajaba unas cuantas horas al día. Su asistente le llamó para avisarle que tenía su cita con el masajista a las diez. Ah sí, tenía que mantener sus músculos en forma. No quería que le pasara lo mismo que al vecino. Colgó.
Todo el día era aburrido. Pero ya sabía que tenía que hacer. Llegó a su sala, encendió el televisor y vió el anuncio que estaba esperando. Siguió las direcciones y llegó a un edificio enorme que nunca había visto. Lo recibió una mujer con una sonrisa artificial, rubia y más prefabricada que su ropa. Entendió que tenían que hacer eso si querían vender, así que ocultó su molestia y la siguió hasta la sala donde le dieron todas las instrucciones. Era un programa de seis meses. Comenzaba con pasos cortos y luego avanzaba hacia todo eso que quería hacer y que lo sacaría de su vida sin color. Todos los días eran iguales y ya estaba harto. Si el dinero no le podía comprar diversión, entonces... ¿Para que tenía dinero?
No habían circos ya, eran más los cantantes virtuales que los reales y las obras de teatro eran obsoletas, todos querían películas. Los parques eran escasos, la televisión hartaba después de un tiempo y no tenía amigos dispuestos a viajar para verse porque se les hacía más fácil una teleconferencia. Si el entretenimiento no estaba afuera, tendría que buscarlo adentro.
Llegó la hora recomendada. Como le dijeron, no cenó y tomó poca agua, tomó un baño fresco y se puso su ropa más cómoda. Cerró los ojos y trató de relajarse, esperando el milagro. Nada pasó, sólo se levantó con la garganta seca y unas enormes ganas de comer, pero le habían dicho que eso sería lo de esperar en los primeros cuatro días, era muy raro que todo comenzara el mismo día.
Pasó el segundo día... nada. Y así hasta el sexto, cuando comenzó a soñar. Al principio sólo eran sombras y vagos contornos, gente conocida y repeticiones de las mismas cosas que hacía durante el día. Le dijeron que intentara algo "consciente": escribir, leer, encender un interruptor de luz o pararse en un pie. Quiso hacerlo y despertó, eufórico.
Los días ya no fueron iguales entonces. El tiempo se le hacía elástico porque las noches nunca llegaban pronto. Primero fueron las luces, después las carreteras sin fin y luego lo mejor: crear paisajes. Noche, tras noche, disfrutaba en su paraíso personal de todo lo que no podía hacer allá afuera. Ver árboles donde ya no habían, mirar lagos donde ahora existía sólo arena o palmeras donde ahora tenían macetas, correr en plazas hermosas de ciudades remotas que visitó algún día una sola vez. Podía hacer todo lo que quisiera. No importaba si estaba en una ciudad con concreto en todas partes, podría ir a la montaña y ver el mar cuando quisiera. Si así lo deseaba, podía ver las ciudades desde el cielo y despejar los cielos o ver un eclipse.
Una noche, fue a una playa hermosa con un acantilado y se lanzó al agua para bucear. Adentro, miraba la arena y otros peces que nunca había contemplado más que en libros. Cuando despertó, decidió que era hora de ir a las piscinas porque tenía que intentarlo. Quería saber qué se sentía. Sin pensarlo, se lanzó desde una esquina. Fue alucinante y sentir que no estaba rodeado de aire y pisando suelo firme lo aturdió. Acá no podría respirar bajo el agua y comprendió que había sido una estupidez. El pánico entraba en su cuerpo en cada gota de agua que iba por su nariz y sentía como su garganta se cerraba, su cabeza se sentía estallar y comenzaba a perder la visión. Sintió unas manos fuertes y toscas sacarlo del agua. Tosió y respiró con desesperación, buscando el aire en bocanadas que no eran suficientes para quitarle el miedo de los huesos.
- ¿Está bien, señor?
Después de unos minutos, al fin pudo hablar.
- Sí, más vivo que nunca. Gracias.
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