Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20150810

La historia sin título de Juana Velasco

joe webb - hand cut collageRelato inspirado en No More I-Love-You's de The Lover Speaks
y Sandman de Neil Gaiman

Juana da la impresión de guardar muchas historias mas no cuenta casi nada. Sin embargo, arrastra un aura y a veces elementos de alguien que ha vivido, como fotos enmarcadas y joyería extranjera y el color rojo se pone más vivo, al parecer, cada vez que ella está cerca. “Es que ella es como reservada” pero sí, seguro, tiene historias fragmentadas e inocuas que no salen a la luz, formando un patrón secreto comparable a su aglutinación de lunares y manchas sutiles, pecas que van apareciendo tras haber sido germinadas por la sobreexposición solar de los años 90. Juana culpa a los genes del lado de su madre que le regalaron piel muy sensible (pero habrá que ver si es cierto o si es irresponsabilidad de ella, ya que también te va a decir que no fuma para luego echarse un cigarro de escondidas en la azotea).

Sus lunares son del color de sus ojos amielados (pero menos dulces que la miel) que son del color de su collar de ámbar, puro ámbar que hoy día no se consigue a ese precio. (Si vamos a contar la historia de Juana, vamos adecir esto). El collar vive guardado en un cajón y sale solo cuando la ocasión amerite, como si las invitaciones a bodas y cócteles vinieran con un +1 imaginario alusivo a este accesorio preciado, la cita predilecta, el fiel acompañante. En el espacio que separa a un evento de otro, Juana olvida que Él la dejó por una tal Ámbar, quien luego fue madre de hijos que no fueron de Juana pero que bien hubieran podido ser de ella.

La historia es menos compleja que una trama Almodovareña y en eso siempre descansaba Juana, respondiéndose en su mente cuando alguien le preguntaba y a ella le daba por decir solo pistas de una historia que se puede resumir en la de un compromiso (importante que fue) roto, en un lugar deforme metido entre El Salvador y Guatemala.

Empieza en el 1999, en un paisaje del que resalta un apego latente al grunge: a los elementos skate y surf que lucíamos los jovencitos fresas-bohemios del istmo Centroamericano, se suman los trozos de camisas cuadriculadas y jeans desteñidos con huecos y rotos de Juana y su pandilla. Él se llamaba Johann y seguían escuchando babosadas de los 80’s y 90’s, a pesar de que supuestamente la cancha ya es de otros.  Siendo Juana alguien que se tomaba las cosas en serio a pesar de no parecer ni particularmente exigente ni particularmente descuidada, la relación de la joven bachiller y el amigo alemán avanzó con esa naturalidad que es impermeable e inmune a lo que esperaran, quisieran, dijeran los demás. Todo desaparece a medida avanza y solo existe Johann y el devenir de ambos depende de esta relación. La frase recurrente que aparecía en la mente de la muchacha cuando volvía a ver al hombre era Si este es el hombre con quien estaré para siempre, estaré contenta con todo lo que no tendré, una visión menos romántica pero no menos enamorada que fue vigente desde 11vo grado hasta un 31 de julio de 2007, según lo que aparece apuntado en una agenda de Quino que le regalaron a Juana en diciembre de 2006 y que le sirvió para rellenar agujeros emocionales con ideas.

No es que le haya mentido, pero definitivamente no hubo la valentía de decirle la verdad sin filtros. Lo dicho fue una verdad parcial que llegó hasta hacerla sentir culpable. ¿Será el tiempo que Juana pasa en la universidad? Medicina es bien difícil y demanda mucho tiempo, pero en ningún momento habían amenazas. Si existía una tal Ámbar o no, si era que el amor había migrado o que nunca existió… Nada iba a cambiar lo que tres días de duelo con el son de “No more I love yous”, “Breaking up is hard to do” y “Learnin’ the blues” la llevaron a concluir: el tipo se va, como en un poema de Shel Silverstein (“Goodbye then, Donald, I’m leaving you”) pero sin el carisma romanticón dentro de lo trágico. La salida era, entonces, que ella también se fuera de allí donde estaba y algo que le parecía muy, muy lógico era nunca más volver a algo semejante a esos con Johann. (No, ni cerca.)

La había dejado y ella, a su vez, dejó ropa que le recordara a él, boletos de conciertos a los que habían ido y planes de conciertos a los que querían ir; se fue la tarjeta de crédito a nombre de ella pero en manos de él y, también, las llaves de sus casas. El carro, él lo quiso devolver pero Juana no quería entonces, bueno, si así va a ser que se venda, mejor, ¿no? Adiós a las familias extendidas con mucho dolor pero con una frialdad falsa que ella trató de mantener, tratando de simular el borrón y cuenta nueva con el que él, Yohann, el novio de años atrás con quien tomaban micheladas con jugo de tomate y jugaban serio, le había dicho que No, ya no. Y con eso se fue la frase aquella y entró la nueva, la de Nunca más vuelvo a salir con alguien.

Pasaron años y nunca nadie pudo romper este compromiso con una vida alterna a la que Juana le apostó por años. En este compromiso exploró muchas disciplinas y ni una comprometía a la otra: podía pasar de squash a tejer y de tejer a natación y las vacaciones dependían de qué se le antojaba a ella. Paty, me dijo una vez, he estado con alguien desde que tengo 16 años y esta es primera vez que no tengo el reflejo de “Esperá, le voy a preguntar a Yohann” cuando alguien me invita a una fiesta. Ahora, ¿qué depende de él? ¡Nada!

Ella y yo no nos conocimos, porque esto es ficción y yo no lo soy, pero la historia continua así:

Su fase de “me liberé, me liberé” se prolonga como un acto consciente, una renuncia que no implica irse y volver pero con la cola entre las patas; una operación exitosa que requirió de muchas salidas con anillos de mentira que le daban licencia de decir Eh, estoy casada, sorry, salidas voluntarias con parejas más jóvenes (pues Juana había calculado que si ellos eran menores y además estaban emparejados, entonces no habría nadie a quien presentarle, y esa comodidad era su idea de diversión). Hubo, en paralelo, un discurso chiquito amargado de El amor no existe y de Jamás volveré que se fue diluyendo hasta convertirse en un No, yo no sé, no he conocido a nadie.

Pues no había conocido a nadie. Muy ensimismada y encerrada, fueron los años más tercos de alguien que suponía ser relajada con todo. (¿Qué le hiciste, Yohann?) Y entonces, ¿se le habrá acercado alguien que, al darle a un saco roto de un compromiso con la soltería perpetua, desistió de todos esfuerzos? Es que era interesante y sus ojos que combinaban con su piel y su pelo libre te atraían a la primera y te pegabas contra el vidrio. No hay que nadar contra la corriente –decía mi Padre– al menos que seas Juana Velasco Paredes, apellidos que ella nunca soltaría (pues, según ella, no iría a contraer matrimonio.) Otra noche más con jet lag y las manos untadas de vaselina dentro de calcetines para mermar la resequedad de la piel viajera, seguido de un sábado de Encendamos la tele y tomemos vino mientras jazz suena y resuena en las cuevas de la cabeza.

Claro que no todas las noches/días eran así (si algo es constante, es el cambio) y fue en uno de estos cambios que conoció a Manuel Antonio. No, no nos conocemos de antes, estoy seguro pero, ¿y entonces cómo explicar la familiaridad? Su voz, incluso, suena conocida y Juana reconoce hasta su perfume. Viene de una gaveta llena de lavanda y musas ubicada en el ático de la familia Velasco, pero el dice que no, que es de un viaje a Marruecos y que el olor se enamoró de él al punto que lo siguió. Y siguieron hablando y ríeron y, en un ingenuo intento de calmar los nervios inexplicables, las rodillas de Juana se rozaban y la fricción aumentaba a menudo este tipo ponía sobre la mesa las cartas que le mueven las fibras a Juana, a quien sí, le puede decir Juanita, dale.

Esa noche en la que Juana le perdió el miedo a los diminutivos rompió su compromiso con nunca jamás volver a salir con alguien, no sin antes pedir perdón porque creyó que era para siempre esto de renunciar al amor, pero heme aquí con alguien. Se llama Miguel Antonio y ya le dije que si vamos a estar juntos que más vale se corte ese pelo tan largo que tiene, una de las condiciones estipuladas en una negociación a la cual le siguieron tantas historias como los lunares color ámbar que arrugan la piel de Juana Velasco de Ríos.  


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