No es que que haya tomado la decisión de desaparecer de un
día a otro de nuestras vidas la convierta en una persona mala, no, no es eso;
pero la forma en cómo nos dejó en medio de la nada, en medio de planes y de
sueños a futuro... Eso no se hace. Y digamos que yo fui el que menos salió
perdiendo de esta desaparición súbita.
Apenas estábamos comenzando a darle
forma al café Limbo, al lugar de libros e intelectuales que habíamos soñado
desde el día que nos dimos cuenta de que no encajábamos en la oficina y
teníamos que tener un plan be de salida. El Limbo, decíamos, y nos matábamos de
la risa... Y como les iba diciendo, está también el esposo, Mario, con el que
apenas tenían cuatro años de casados, un tipo un poco parco, para mi gusto, sin
mucha conversación. Si me lo hubiera encontrado alguna vez por separado de
Estela, nunca me hubiera imaginado que pudieran tener una relación. Ni siquiera
sexual. Imagínense. Qué bueno que no tuvieron hijos. Sino, estarían los hijos y
Mario. Y Saúl. Saúl era un tipo de greñas largas y mirada profunda que venía
por ella antes del tiempo que destinábamos para nuestras reuniones de trabajo.
Lo de la mirada profunda lo decía ella. Que la mataba su mirada. Que le había
dado miedo desde el primer día que lo vio a los ojos. Lo había conocido en La
Casa Tomada en una de esas tantas exposiciones a las que le gustaba ir y a las
que yo le huía. Allí lo conoció, entre Pilseners y cigarros y a la noche
siguiente ya estaban entre más Pilseners y cigarros. Y así sucesivamente. Al
principio fue una cosa mas bien intelectual, o al menos eso me decía ella. El
hombre le llevaba alrededor de diez años y yo creo que la había embobado con
sus palabras. Había que ver la cara que ponía ella cada vez que Saúl le
hablaba. Parecía como si el mundo entero desapareciera cuando estaban juntos,
no solo para ella. Para él también. Era una cosa extraña. Se lo dije desde el
principio, desde que no había pasado a mayor cosa que las cervezas y los
cigarros, que iba a acabar mal ese asunto, era demasiado intenso, se sentía
desde que tal Saúl entraba a nuestro lugar de las reuniones, una energía
extraña, llamémosle casi cósmica, se apoderaba de la escena, y, no les miento,
parecía que corrientes eléctricas de todos los colores volaban alrededor de
ellos. Como buen observador que soy de las relaciones humanas, la cosa me
parecía extraordinaria, les juro que no me aguantaba por el día en que todo ese
asunto energético se consumara, claro, no iba a poder estar presente, a menos
que ellos me lo permitieran; pero imaginarme toda esa luz desbordando por cada
uno de los poros de los susodichos; me daba una curiosidad extrema. Por eso no
me molestaba que Saúl llegara e interrumpiera nuestras reuniones de trabajo en
las mejores partes, en esos momentos en que ya estábamos llegando a algo, como
a seleccionar el menú apropiado, o encontrar los nombres ideales para nuestras quince variedades de café. Mario no se daba cuenta, se imaginarán, como en la
mayoría de estos casos. A mí me conocía desde los días en que eran todavía
novios y yo era el mejor amigo de la oficina. Confiaba en mí. El pobre. Yo
tenía la asignación de dar fe que ella estaba conmigo hasta altas horas de la
noche trabajando en el proyecto, esa era mi misión. Y nunca tuve que cumplirla,
Mario confiaba demasiado en mí y en ella. Creo que siempre tuvo la impresión de
que yo era gay y no representaba ninguna amenaza para su mujer. Y, bueno, he de
confesar que en algún momento de nuestras vidas me había interesado mucho.
Mucho, dije. Ya no caminan mujeres como esa en este mundo, entendiendo como
mundo este paisito reducido a un amplio patio de hacienda. Pueblo, llamémosle,
mejor. Este pueblito. Pero bueno, yo conozco mis límites, y en un acto de total
valentía, decidí, a tiempo, que no iba a poder con una mujer como esa. Me gusta
demasiado la vida pausada. Con altos por aquí y por allá solo cuando yo lo
quiero o necesito. Esa mujer me iba a volver loco, señores.
– Y esa es la mejor decisión que he tomado en mi vida.
Porque luego de algunos meses transpirando colores con Saúl en los escenarios más bizarros de la ciudad, ella desapareció. El primero en notar la ausencia fue Mario, claro. Ella no había faltado ni una noche a calentar la cama. Me llamó por teléfono alrededor de las cinco de la mañana. Parco, como siempre. Que si yo sabía en dónde estaba. Y yo no sabía. ¿Y qué iba a decir? Entenderán que lo primero que pensé fue que se les había ido la mano con Saúl y las corrientes de colores y había amanecido con él en alguno de sus escenarios favoritos. Y le llamé. Y no, no estaba con ella. Y a ese punto entenderán que se apoderara de mí la angustia. Saúl se quedó de lo más tranquilo. "Ya va a aparecer", me dijo. Que andaba en esos días pensando en darse un tiempo libre, que quizás se lo había tomado. Pero yo era su mejor amigo, se suponía. Su mejor amigo que a esas alturas no sabía nada. Menos mal que el calmado Mario se tomó su tiempo para notificar a la policía. Menos mal que el intenso Saúl lo pensó dos veces antes de aparecerse en la historia contando su verdad. Porque a las diez de la mañana en punto apareció el mensaje en el WhatsApp de cada uno:
La vida está llena de ausencias.
Que no quería seguir siendo la ausencia de nadie y que nadie siguiera siendo una ausencia demasiado profunda en su vida. Eso nos dijo. Que iba a estar bien y que si le daba la gana cuando se asentara en la vida nos iba a dar su paradero. Eso nos dijo.
Días después, pasado el asombro, Mario, Saúl y yo nos reunimos para hablar de ella. Había mucho que contar y compartir, la verdad. No nos alcanzó una noche, ni varias, ni siquiera un mes. Seguimos reuniéndonos regularmente, hasta que Mario y Saúl decidieron unirse conmigo en la creación y apertura de Limbo. Desde aquí cuento esta historia, en la que no piensen que Estela es la mala. Ya saben, nunca hay malos ni buenos. Seguramente ella sigue tratando de llenar sus ausencias.
Que no quería seguir siendo la ausencia de nadie y que nadie siguiera siendo una ausencia demasiado profunda en su vida. Eso nos dijo. Que iba a estar bien y que si le daba la gana cuando se asentara en la vida nos iba a dar su paradero. Eso nos dijo.
Días después, pasado el asombro, Mario, Saúl y yo nos reunimos para hablar de ella. Había mucho que contar y compartir, la verdad. No nos alcanzó una noche, ni varias, ni siquiera un mes. Seguimos reuniéndonos regularmente, hasta que Mario y Saúl decidieron unirse conmigo en la creación y apertura de Limbo. Desde aquí cuento esta historia, en la que no piensen que Estela es la mala. Ya saben, nunca hay malos ni buenos. Seguramente ella sigue tratando de llenar sus ausencias.
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