Relato inspirado en "Paint it, black" de Rolling Stones
"Vengan y sueñen conmigo"
George Méliès, Hugo.
Su rastro era definido, exacto, detectable. Siempre pensé que era una leyenda urbana cuando me contaban que existía una mujer que, al caminar, dejaba su huella negra en el piso. Durante años supe de sus apariciones; nadie daba cuenta de conocerla, solo la veían pasar y aseguraban ver su paso negro.
No recuerdo cuándo empezó, solo sé que a medida que iba creciendo empecé a ver un cambio químico en mis pasos, fue tan extraño el día en que vi por primera vez la sobra grisácea de mis pies, al inicio pensé que me había metido en algún charco sin darme cuenta y era la humedad que registraba la suela de mis zapatos. No fue así, a medida que pasaron los días aquella sombra gris fue haciéndose más fuerte, más negra, más definida, más contundente. Me daba pena salir y dejar aquel rastro, pero no podía enconcharme y no salir nunca más de mi hogar. Aunque lo consideré.
Una tarde me dirigía a mi casa cuando vi la línea negra de su paso, eran pisadas cortas, se notaba que las dejó unos pies pequeños, ligeros y un poco alargados, supe que era una mujer pequeña. Ya otros testigos la habían descrito antes pero es hermoso imaginársela con solo ver sus pisadas. Es un descubrimiento personal. La imaginé pequeña, añadí otros datos ya proporcionados: morena, cabellos negros, lentes que ocultaban un poco un par de ojos negri-cafès, algo saltones. Supuse que andar dejando tanta oscuridad desperdigada era la virtud de una persona más bien tímida. Nunca me la imaginé festiva. De repente caí en la cuenta, era cierto. Existía, no era una leyenda urbana. Ahí estaba yo, ante su oscuro pasar.
Tuve que readaptarme un poco a la soledad, la verdad el contacto social nunca había sido mi fuerte, pero en mi nueva situación fue más una necesidad, debo admitir que a veces extrañaba a mi familia, mis colegas y amigos, fue irónico que me perdieran el rastro teniendo uno bien definido. Claro, ellos no sabían que quien iba dejando negrura a su paso era yo. Siempre me recordaron normal. Creo que nunca lo fui, solo que la vida se tomó un tiempo antes de hacerlo patente.
Durante varios meses me pareció que estaba cada vez más cerca de aquella mujer. A ratos creía ver frescas sus huellas, sabía que había pasado hacía poco por mi recorrido, me intrigaba poder conocerla, no sé por qué. Nunca lo supe, solo sentía la necesidad de descubrir por qué una persona dejaba semejante rastro. ¿Estaría triste? ¿se encontraría sola? ¿Estaría de luto? Debía, en mi lógica, tener una razón para tanta oscuridad.
Aquella tarde decidí, contrariando mis costumbres, ir a tomar un café. Creo que la soledad me estaba pesando de más, como no tengo el número de ninguno de mis antiguos conocidos no podía llamar a alguien para que me acompañara, tendría que enfrentarme a murmullo de la gente al verme pasar. Era lo que más me molestaba, ser vista como un espectro. No se imaginan que ya me acostumbre a este color, que esta es mi habitualidad, esté feliz o triste, esté tranquila o acongojada. El negro me invade.
Me decidí a buscarla, fue un impulso bastante tonto lo sé, solo vi que sus huellas estaban frescas, recién hechas, emanaban un aroma de aire fresco, no era totalmente triste, era una normalidad que nadie había podido ver como tal, una normalidad que era anormal. Aquella tarde al parecer ella se sentía de buen humor, vi que su rastro se dirigía a un centro comercial. ¿Necesitará algo? pensé mientras me dejaba guiar por sus pasos pequeños y ligeros. Como era un lugar que no frecuentaba sus huellas eran las únicas que se veían claramente en el piso de adoquines del parqueo que cruzo. Seguí, estaba dispuesto a encontrarla, a preguntarle todo lo que me había acumulado en el pecho para preguntarle y descubrir su voz. De repente me detuve en seco... ¿y si estaba acompañada? podíamos ver sus huellas, pero no sabíamos si iba con otra persona o con más. Si estaba acompañada no tendría el valor de hablarle.
La mesera que me atendió estaba asustada, era como si hubiera visto a un fantasma, durante años había sucedido eso, tanto que ya hasta me había acostumbrado, a lo que si nunca me acostumbre fue a la curiosidad de los niños que se acercaban a preguntarme si me estaba destiñendo. Al inicio no era tan enfática esta curiosidad colectiva sobre mis pasos negros, pero a medida que fui pintando la ciudad de negro con mi rastro, con mis rutinas y mis rutas alternas, la gente no solo fue teniendo curiosidad, sino también fue temiendo. Algunos pensarían que era la premonición de desgracias o de la muerte, no entienden que esas cosas llegan por sí mismas y sin anunciarse. Que son tan lindas. "Me trae un cappuccino, por favor", dije y la mesera le dio mi pedido a otro mesero que no tuvo más remedio que llevar mi taza de café con el leve temblor de manos que caracteriza a la ignorancia.
Vi a aquella mujer, los que la describieron tenían razón en todo lo que dijeron, pero no hablaron de la calma que residía en su rostro. No era la muerte en persona, no era la desolación materalizada, era una mujer normal, con el tiempo en su piel, con canas entre los cabellos negros. La noté un poco cansada, quizá había caminado mucho, se sabía que no usaba el transporte colectivo y todas las apariciones reportadas denotaban que iba caminando. No podía ser de otra forma, sino cómo hubiera pintado la ciudad de negro... calles, asfaltos, zonas verdes, alfombras, gradas, pasajes. Durante años se había dado a la tarea, sin proponérselo, a pintar con oscuridad todo lo que la rodeaba. Me parecía una tarea hermosa.
Lo vi de pie frente a mí. No supe qué hacer, nunca nadie me había puesto nerviosa. La que provocaba nerviosismo y extrañeza era yo. Sentí como mi corazón latía fuerte y rápido, me miraba como nadie me había mirado antes, descubrí en sus ojos todas las preguntas que tenía y que no iba a decir. No me explico cómo pero sabía que así sería. Quise hablar y no pude. En cambio él sonrió y dijo... "Hola, puedo tomarme un café con usted?" al momento que iba sentándose frente a mí. Es posible que haya notado que se me salía el alma por algún lugar del cuerpo.
Creí que se iba a morir, estaba tan nerviosa que no podía disimularlo. Junto al café estaba un cine, para aminorar la tensión pensé en decirle en si me aceptaba una invitación a ver una película francesa que pasaban por esos días. Aceptó con un movimiento de su cabeza, no sé si era por alejarme y fui a comprar las entradas mientras traían el café que había pedido. Fui, tomé el riesgo de no encontrarla al regresar con los boletos en la mano, pero ahí estaba esperándome. Me alegré de que así fuera. Estaba mejor, tenía una sonrisa en los labios y al fin conocí su voz.
No recuerdo tantas cosas de aquella tarde, creo que no tiene importancia. Lo que no es importante se olvida.
Tomamos el café y le hice un par de comentarios graciosos sobre su paso negro, sobre algunos libros y películas, hablamos mucho antes de entrar al cine. No entendía por qué nadie le hablaba, era muy agradable. A lo mejor ella no los dejaba acercarse, me sentí afortunado de que a mi si me dejara sentarme con ella a platicar y que no haya huido cuando pudo. No era una mujer demasiado bella, no al menos como nos enseñan. Me fascinaba algo en ella... no le temía a su sombra, a su rastro... al contrario, toda aquella oscuridad le daba fuerza. Seguirá pintando su rastro en negro, posiblemente no quede nada fuera de su alcance, yo la acompaño a lugares que a los que nunca ha ido, me gusta pensar que necesita conocer más lugares y dejar su constancia ahí, me enorgullece sugerirle rutas, espacios y lugares donde dejar su rareza pintada. Aquella rareza es, ahora, mi objeto de fascinación, incluso de deseo. Lo extraño jamás había sido tan bello.