Oda a un mal día.
Sabía que no saldría completa de aquella habitación, al menos intentaría salir de una sola pieza.
"Cerrá" - escuchó la voz del jefe - "sentate" - fue la siguiente orden.
Era difícil no ser autómata ante el enojo instalado en aquellos ojos, sabía que lo que discutirían es el trabajo atrasado, el trabajo poco creativo, el trabajo rutinario. Era difícil no obedecer. Era difícil conformarse. Le dolía la cabeza, no dijo nada, no escuchó sus pasos que dio desde la puerta hasta la inmensa mesa de cristal en medio de la sala. "Cristo, ampárame" logró pensar. Era lo único lógico y honesto que había pensado en todo el día.
Tener un mal día es lo más común. Lo que no es común es lo que sucedió a continuación. En sus manos traía una pequeña libreta amarilla, de esas genéricas para anotar ideas genéricas y para anotar, traía entre sus dedos un lapicero genérico. Se sentó.
No lograba escuchar lo que le decía el hombre, en su cabeza sonaba incesante la letra de la canción que la martillaba desde 48 horas atrás. Quería desesperadamente escapar.
Tomó su lapicero con la determinación necesaria para ignorar al hombre que la había citado para discutir su último texto. Jamás había trabajado de copy. Jamás lo haría de nuevo... con fuerza clavó el lapicero en su brazo izquierdo, acertando justo en la vena adecuada, a pesar del dolor y del grito del jefe, tuvo la buena voluntad de arrastrar la punta del arma, antes lapicero, y abrir de tajo el lugar por donde la vida se liberaría. Jamás estarían juntos, ella y sus textos. Jamás escucharía esa horrible canción de nuevo.
La sangre se esparció sobre el vidrio de la mesa... lo último que escuchó fue la voz de su jefe... "Vieja!".
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"Cerrá" - escuchó la voz del jefe - "sentate" - fue la siguiente orden.
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