El pasillo oscuro de la estructura abandonada no deja espacio para caminar a la par. Sus pasos y los de él intercambian ecos, unos tras de los otros en aquel espacio mínimo. Ella no quiere abrir los ojos y se guía por el oído: sigue el ritmo de su respiración y finalmente busca su boca. Un beso frío, cerrado, sin olor ni sabor. Él se aparta y las manos de Adalli ya solo tocan la pared, también fría.
Abre los ojos y busca
de nuevo a Olen. Una silueta que huye de
prisa hacia la luz de una torre lejana. Su primer impulso es, una vez más,
seguirlo. Pero esta vez se detiene. Esta vez, solo esta vez, no corre tras él. Llevan
huyendo juntos ya, ¿cinco años? Y permanecer juntos es lo que les ha permitido
sobrevivir. A Adalli la taladra la idea de que el instinto de supervivencia sustituyó, hace mucho, al amor. Ya antes se han despedido, ya antes han vuelto, ¿pero por
qué? Para seguir viviendo, seguro, aquella vida que ya no sabía igual. Esta vez
no será ella la que intente rescatar la alianza. Algo en ese beso le dice que
es el último, y dedica esos segundos a tratar de grabar el sabor de esa boca adorada,
antes de que desaparezca.
Aún puede verlo, alto y encorvado, caminando hacia la luz, pero ya llora su ausencia. Le duele su soledad recién asumida. Se da pena a sí misma allí, apoyada en el sucio muro. Lo ve y le sube un ardor por los brazos, la invade un dolor en el pecho, una pesadez en las sienes. Se va y no lo va a parar. Se va. Se le va.
De pronto le enoja la certeza de que aquello pudo haber pasado mucho antes. Reconstruye, en una docena de déjà vus, las veces que Olen intentó dejarla. Si nuca lo hubiera detenido hace tiempo que serían historia. De haber logrado sobrevivir separados, ya habría pasado el luto de sus ausencia, quizá se habría encariñado menos, ya no sentiría este espantoso dolor.
Trata de dejar de llorar y solo logra ahogar un adiós. Le duele la garganta también. Tiene las manos frías y suelta pequeños gemidos mientras lo ve por última vez. Debe buscar ahora refugio. Hay pocos lugares en este mundo para los desertores.
...
Aún está llorando
al despertar. La pesadilla recurrente es igual de dolorosa que la escena que la
originó. Trata de incorporarse para respirar, pero no puede. La cápsula del
sanatorio es apenas lo suficientemente grande para permanecer acostada. Recuerda
dónde está y todo lo que ha pasado, y la doblega comprobar que, pese al tiempo transcurrido, él sigue allí, doliendo. Haga lo que haga no logra hacer que se vaya,
no se va, no se le va.
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