Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20140730

La Fiesta

La puerta la esperaba entreabierta mientras él terminaba de servir sangría en dos vasos. Entró a su casa todavía con los recuerdos de la última vez. Tratando de amarrarlos al olvido como perros rabiosos.

De fondo sonaba lo que parecía ser una canción; pero se concentró en no tropezar con la puerta principal que regresaba en su dirección por una ráfaga de viento.

_ ¿Cierro?  -preguntó con la voz sonriente que a él tanto le gustaba
_ Como gustes -dijo indiferente mientras ponía ambos vasos en la mesa del comedor y cerraba la ventana.

Iniciaron una conversación de todo y nada. Risas, recuerdos, gustos y amigos en común, de la canción que casi no se escuchaba. Trabajos. 
Conversación vacía y poco importante para lo que ambos querían en realidad. Llenaron con lo que pudieron el vacío que sentían. El tema obvio.

Acomodaron dos sillas y se sentaron con un par de palabras que arrastraron desde la cocina y luego quedaron en silencio. 
Parecía un acuerdo tácito dejar de fingir. Si no harían eco del elefante blanco entre los dos, al menos honrarían el silencio.

Él fijó su mirada en una parte del encaje de sus medias que asomaba por la abertura de la falda larga. Al cruzar la pierna esa abertura parecía el telón de un teatro francés listo para recibir con aplausos a su actriz favorita.

Ella abandonaba cada una de sus dudas y afirmaba su decisión de dejar de vivir en el pasado. Aunque no estaba segura si él pensaba lo mismo. El silencio ya era ridículo pero no importaba. Era más cómodo que tener que explicarlo.

Todavía sosteniendo el vaso con su mano izquierda, pasó su dedo índice de la otra mano sobre el pedacito de encaje que él seguía admirando. 

De inmediato se dio cuenta lo que ella hacía y se dejó caer en el juego como un chiquillo travieso viendo por una puerta entreabierta el baño de niñas.

Fueron los diez segundos más largos que ella haya vivido.

Luego él hizo lo que mejor sabía hacer: arrodillarse y pedirle perdón.

Fue un susurro que casi se pierde en los últimos acordes de la canción.  Pero encerró un perdón atrasado. Perdón por el tiempo perdido, perdón por no hablar cuando debí, perdón por dejar que te fueras, perdón por aquel beso equivocado y todo lo que le siguió. Perdón por tanto perdón.

De rodillas frente a ella, le quitó el zapato de la pierna que cruzaba, con ambas manos le tomó la rodilla y la bajó para quitarle el otro zapato. Cuando ella comenzó a pensar si dejaba que pasara lo siguiente o no, él acostó su cara sobre sus piernas sin mover las manos más que lo necesario para seguir sintiendo con la palma y los nudillos, el elástico de encaje negro y el liguero. Nada más.

Ella puso el vaso sobre la mesa y no supo qué hacer. ¿Respondía a ese susurro de perdón?, ¿ponía las manos sobre su cabeza para enredar sus dedos sobre ese cabello que tanto había extrañado?, ¿acariciaba su espalda como consolando a ese chiquillo mal portado?, ¿Halaba su camisa para besarlo?...

Se dio cuenta que había sanado más de lo que pensó. Se comparó a sí misma con lo que pasaría en la misma situación años antes y encontró drama. Agradeció el tiempo que había logrado enseñarle a simplemente estar. Llegó sin expectativas y obtuvo lo que más quería: él.

No sabe cuánto tiempo pasaron en esa tesitura. Disfrutó el roce casi obsesivo de sus nudillos sobre la misma porción de encaje, una mano arriba y la otra abajo, intercambiando funciones y velocidades, como una máquina perfecta.

Cada segundo era un año. Cada broche del liguero tardó una década en soltarse. Fue un siglo quitar todo excepto las medias.

Cuando despertó al día siguiente trató de recordar porqué le dolía tanto la cabeza. Como pudo, enfocó la vista a la orilla de la cama. Encontró un tarro de miel, orillas mal cortadas de queso, trozos de fruta que se salvaron de morir ahogadas en sangría. Siguió el rastro de comida para encontrarse con su pintura de labios en la espalda que él tenía a medio tapar.  
Sus brazos largos derramados sobre la cama y el cabello que no recordaba haber acariciado con enredos, sobre la almohada.

Se tapó la boca tratando de aterrizar de su nube cuando escuchó un "_Buenos días. Voy a preparar café para no dejar que te vayas".

_No quiero hablar de lo mismo -dijo ella en tono incómodo

_Nunca es lo mismo dos veces. Siempre hay alguna diferencia. Y sí, vamos a hablar -insistió con su voz  de mañana

Ella guardó silencio como si fuera la culpable por una travesura ajena.

Él se volteó hundiendo la cabeza sobre la almohada y tocándose la frente para que el dolor le dejara pensar, le tomó su mano para acostarla sobre su pecho y fue él quien enredó sus dedos en su cabello largo:

_Vamos a hablar hasta haberlo dicho todo -insistió- Así cuando nos equivoquemos tarde o temprano, no tendremos pasado ni dudas con qué hacernos daño.

_¿Estás seguro de ésto?

_Nunca estaremos seguros. Pero contigo siempre será una fiesta.


20140729

La vida es cocinar, escuchar música y amar

... o la combinación de todas.

Escogí esta canción luego de pensar mucho si me decantaba por una canción de metal gótico, o un clásico de piano tocado por Lang Lang, por supuesto a veces me gana el amor y decidí que Camille reúne, en esta canción, los amores más grande que he sentido: la cocina y mi sobrino.

Sentarse con un niño o niña es precisamente entrar a un mundo que hemos olvidado; verlo comer, verlo reír y escuchar su voz diciéndote que no hay mejor persona que vos (en mi caso, después de su mamá, por supuesto) es lo más maravilloso que le puede pasar a un ser humano: tener el amor de un infante.

Con eso como punta de lanza dejo este trozo de sentimiento con ritmo y armonía. Esperando que no solo el amor de adultas hacia un infante nos abrace, sino también que podamos recordar ese momento mágico de la infancia en el que fuimos inmensamente felices. Esos momento son los que nos hacen fuertes.

Un abrazo, los dejo, debo ir a cocinar.

20140715

Hermandad

-- Relato inspirado en "No es serio este cementario" de Mecano --


"¿Con qué be se escribe bello?" - preguntó Gabriel.

"Depende" - contestó Carlos sin levantar la vista del crucigrama que estaba resolviendo, él era así... nunca levantaba la mirada mientras estaba rebanándose las neuronas si resolvía uno de los crucigramas que pasaba arrancando cada mañana a periódico que la señora del comedor compraba para la clientela de la colonia donde vivían los tres hermanos.

"¿Dependen de qué?" - osó en preguntar Gabriel.

Carlos tuvo un instante de silencio, no sabía si contestar lo primero que le pasó por la mente, o si, al contrario, debía poner a funcionar sus filtros y no parecerle tan odioso a su hermano menor.

"De tu ingenio" - dijo con desdén Carlos. Por supuesto Gabriel entendió que no debía seguir preguntando, se arriesgaba a una respuesta mucho más grosera y que dejaba en evidencia su ignorancia en cuestiones ortográficas y de redacción.

"Ya no vino Silvio" - apuntó a otro tema con mucha sabiduría, vio como Carlos levantó la mirada hacia la ventana que daba a la calle, supo que dio en el clavo.

"Tenés razón, ya no vino este maje" - acotó Carlos, inmediatamente frunció la frente, no le gustaba que sus hermanos menores anduvieran muy noche solos en la calle. Desde que su madre se fue vivían en la vieja casa del abuelo, en la zona vieja de la ciudad, rodeados de burdeles, cantinas y vencidas imprentas de antaño.

Silvio era el hermano de enmedio, tenía unas horas de haber salido a buscar algo para comer, por supuesto, Carlos cocinaría, ni Silvio, ni Gabriel estaban preparados para sobrevivir en la vida, no sabían ni hervir agua. A Carlos "le tocó" aprender por necesidad, sino se hubieran muerto de hambre cuando niños. Luego la maña quedó y simplemente siguió la rutina. Más cuando su madre los abandonó.

Pensaba Carlos en el rostro de su madre, al menos cómo lo recordaba, hacía varios años de que se había marchado, era bella para entonces. "Bella, con b" pensó mientras veía a Gabriel que se entretenía en acariciar al gato que los había adoptado. No solo recordaba bella a su madre, la recordaba inteligente, "Brillante, con b" volvió pensar e inmediatamente se preguntó por qué sus hermanos no habían heredado su brillantez, él se sabía algo topado, pero tenía el empecinado objetivo de superar su estupidez natal y parecer un poco listo.

Se oyó la llave entrar a la chapa de la puerta de madera e inmediatamente vieron el rostro redondo de Silvio. "¡Holaaaaa!" dijo mientras entraba con las bolsas del mercado. Las puso en la mesa mientras se iba quitando la camisa, dejando a la vista sus hermosas lonjas grasosas. Carlos lo observaba en silencio, no comprendía muchas cosas de aquellos dos jóvenes que compartieron con él la casa desde niños, se llevaban muchos años entre ellos, pensaba insistentemente que debía irse, ya no podía vivir con ellos, no porque se odiaran o no se soportaran, no... nada de eso, de hecho, vivir con aquellos dos era fácil. Tanto, por una sola razón, solo él se preocupaba de toda la logística de un hogar...  la limpieza, la ropa, el gato, la comida, los recibos, todo... con suerte (como aquel día) ayudaban a hacer algún mandado, previamente escrito con cada detalle para no agarrar cólera porque olvidaban algo. Aún así, los amaba, aún así deseaba irse lejos y pronto. Se pensó la peor persona sobre la faz de la tierra.

"¿Por qué no me voy? con v..." pensó mientras veía a aquel par y sacaba las verduras que acababa de llevar Silvio.

"¡Puta! No trajiste el apio, Silvio..." dijo con vos molesta Carlos.

"Eeehh... se me olvidó" contestó el otro con una pereza premonitoria de la siesta que iba a darse... "me hablas cuando ya esté la comida" dijo mientras se acomodaba en el sillón de la sala, dispuesto a empezar a roncar inmediatamente.

"Si queres te lo voy a traer", dijo Gabriel, en realidad era su forma de salir de casa, antes que Carlos montara en cólera y empezara a hablar fuerte (porque no, él no gritaba [según su propio concepto]) y evitar escucharlo decir que aquella casa era una desgracia.

"No" dijo a secas Carlos. Se le notaba, ya estaba molesto. No solo era la falta de apio, o vivir en aquella casa en ruinas o la pobreza que los envolvía, o el gato que se le choyaba en las piernas cada vez que podía y él no tenía corazón para decirles a sus hermanos que detestaba al animal. No tenía corazón para decirles que los amaba, pero que deseaba irse lo más lejos y lo más pronto posible... con el gato... No podía. Sería enfrentarlos a un nuevo abandono, primero el padre que se le ocurrió morirse muy joven y luego la madre que de la nada se fue una mañana. No podía irse. Estaba condenado. En eso se escucha que alguien toca a la puerta.

"Andá a ver quién es" le dice Carlos a Gabriel. El otro deja su cuaderno donde está escribiendo un reporte estudiantil y va a la puerta, Carlos se atreve a ver de reojo el cuaderno y medio lee algunas líneas, en un pequeño párrafo ve al menos cinco errores de ortografía, se "amarra" las manos para no corregirlos, piensa que Gabriel debe aprender a corregir sus propios errores, como él hizo.

Gabriel regresa a la cocina, viene pálido, como si algo lo asustara mucho, Carlos con un gesto leve de su cabeza le hace entender que quiere saber qué le pasa.

"En la puerta está un señor, bien parecido a vos, que dice que es papá", dice con voz entrecortada Gabriel, que apenas era un bebé cuando el padre de todos murió. Carlos abre los ojos como suele hacerlo cuando algo le sorprende, suelta el cuchillo que usaba para ralear la carne que cocinaría para la cena y va  a ver quién es el gracioso que pretende ser el autor de una puntada.

Al llegar al puerta, lo ve... está ahí, de pie, tal como lo recuerda... su pelo muy negro, su piel morena y su bigote... todo parece igual que la última vez que lo vio con vida. ¿Estaba vivo? ¿Y dónde estuvo todos aquellos años? ¿qué hacía ahí en la entrada? Gabriel iba justo atrás de su hermano, no quería perderse detalle.

"Hola hijo" dijo el hombre. Carlos estaba inmovil viéndolo, más con enojo que con asombro, el hombre lo supo, conocía aquel rostro desde que nació y sabía que habían muchas preguntas en ellos, vio a Gabriel y se sorprendió de verlo tan grande. "Vos has de ser Gabriel" dijo "eras un bebé la última vez que te vi", concluyó.

"¿Qué pasa aquí?" Preguntó Carlos.

"Los anduve buscando desde hace años, pero su mamá no me dio muchas señales de cómo se veían ahora de grandes" dijo... "por eso me tardé un poco".

"¿Qué pasa aquí?" preguntó Silvio, rascándose la cabeza, tratando de desesperezarse, cuando vio a su papá se asustó y se puso justo atrás de Carlos, como acuerpándolo, también quería una explicación.

"Sé que tienen muchas preguntas... pero no se preocupen, tenemos toda la eternidad"

___


La mujer, como cada noche, antes de dormir, elevaba una oración por las almas del purgatorio, donde seguramente estaban sus tres hijos y su marido... solo esperaba que hayan podido estar en la misma región.

"Amén".

20140714

Cumpleaños en el apartamento


Ella casi nunca iba a la ciudad, siempre pasaba afuera, en la casa que tenían afuera de Antigua Guatemala. Ya se sentía como que los muebles habían crecido y madurado, acaparando más espacio, estables y casi robustos, aunque eran los mismísimos muebles del final de los 80’s, por decir algo. ¿Será que los muebles crecen como nosotros? ¿Madurarán con el tiempo? Antes eran novatos, pero ahora ya conocen a los cuerpos que atraviesan estos cuartos templados. No, no es un cementerio: es el hogar de muebles que maduran, historias que crecen, cuerpos que cambian. Todo vive aquí, en la paredes.

Entre más se extendían las estadías de Rosa María en aquella casa acogedora de las afueras de la Antigua, más crecían los lazos de sus hijas con la casa que tenían en Ciudad de Guatemala. Rosa María aceptó que entre más crecía la ausencia de ella, disminuía su espacio en lo que alguna fue la casa de ella y de Miguel, el padre de sus hijas. Ella casi nunca iba a la ciudad ya, siempre pasaba afuera, en la casa que tenían afuera de Antigua Guatemala, la casa que ahora era de ella. Los muebles habían crecido y ya se habían comido el vacío que dejó la división de bienes: el vacío en el que iban los vinilos de él, el cuadro de Zuñiga que compraron juntos se fue pero se quedó la escultura que compraron en Cuba… y ya el closet no olía al almidón de sus camisas planchadas, y ya su olfato no extrañaba el olor a almidón de camisas planchadas… (Aunque a veces el olor particular de una marca de desodorante la enviaba directamente a los brazos de Miguel, a la remembranza de no ser ni libre, ni aceptada, ni feliz; extraño…)

Ahora, habían crecido las raíces de su felicidad, desde hace mucho. Después de sus altos y bajos, su lucha contra la pasividad, los fracasos sentimentales en el intento de reemplazar la estabilidad que venía con las palabras que definían a su ahora exesposo, después de encontrar en intercambios el recuerdo de sus gustos más profundos y pasiones… ahora ya era feliz con su mente, su cuerpo, el sonido ronco de sus risas, los escotes de los vestidos viejos y pasados de moda, el sabor a alcohol fuerte que le queda después de una noches que se supone ser de cena pero termina siendo de copas. No sabe, ni se imagina, lo que dirán de ella, esa señora de 52 años que aún hoy modela para pintores-amigos-de-ella que pintan figura humana en acrílico. Su piel morena brilla más de lo que brillaba en su juventud, quizás porque sabe qué quiere de su vida, esta vida que no le pertenece a nadie más. Rosa María, divertidísima, como pasa que llega a echar tanto de menos a sus queridos amigos. Es que ella casi nunca va ya a la ciudad.

Pero era el cumpleaños de Rodrigo Antonio, y ya era hora de verse, igual. Ana y Rodrigo, el modelo de pareja al que trataron de llegar Rosa María y Miguel (pero se quedaron en el camino). ¿Será que escogieron bien al quedarse con la opción de no tener hijos? ¿Será que fue el hecho que Ana era divorciada para el momento en el que se conocieron viendo El lago de los Cisnes en el Teatro Nacional de Guatemala, el Centro Miguel Ángel Asturias? Pues aún se acuerda Rosa María, de encontrarse en la cocina ayudando a Ana a preparar el fiambre, anticipando el 1ero de noviembre y la ida al cementerio, comentandole el cambio de opinión que empezaba a habitar en ella… Todo este cuento de que ahora sí, ya, quizás tenga hijos con Miguel, a pesar de todo el discurso que había sostenido antes…

Rosa María mueve la cabeza, la sacude como para evacuar el pasado que estaba acechando a su presente.

Todo es gritos y abrazos. Ya, aquí estamos ya todos, que gusto, feliz cumpleaños. Rodrigo Antonio está cumpliendo 55 años, viste igual que cuando tenía 35, sonríe igual que cuando tenía 21, baila como cuando tenía 19. Un cumpleaños más de reencontrar a todas estas características que ha acumulado, de nuevo en el cuarto del apartamento de él y su novia de 25 años, Ana. Van a ser los cuatro de siempre y además esta vez nos acompañan los sobrinitos de Anna, que hora ya están grande. 28 ya es grande. Beso en el cachete, y adelante. Suena David Bowie en el fondo, como anunciando ese ansiado momento de cantar todos juntos, al unísono, Space Oddity. Pero ese momento no ha llegado: es hora de sentarnos todos alrededor de la mesita de madera. Jaime, el nuevo-amigo de México, cuenta sobre su viaje a Italia. Recién vino de Roma, o algo así; trajo grappa. Por supuesto que Rosa María recuerda el sabor y el efecto de grappa, recuerdos que la alientan a volver a recordar, un trago directo de la botella; la rola, se la pasan a Ana y a Rodrigo, y sus ojos siguen en Jaime; hasta que José Luis toma la palabra y nos cuenta acerca de lo que él aprendió en su último viaje a El Salvador.

***

Para este momento de la noche ya contaron las anécdotas que no fallan, las que los hacen reír con los ademanes y gestos y el detalle de la narrativa de Rosa María. Y ya sabemos todos qué ha pasado en Antigua, y qué tal están las hijas de Rosa María; que lástima que la grande cree que ya encontró el amor de su vida. Los hijos de Jaime, en cambio, hablan de piñatas y regalos y malcrían a los nietos. Jaime, con su barba blanca, creemos que se ha puesto de meta que se compagine el crecimiento de su barba blanca con el de su panza. Hay suficiente humito verde, pero no tanto: ya para estas altura la que más fuma es Anna, y el resto nos hemos calmado. Ya no vamos a volver a tener 23 años y correr desnudos por exceso de substancias en playa del Carmen, pero aún le permitimos algo a nuestros pulmones y nuestro paladar. Y no sabemos si hay eco de nuestro pasado en el presente de los nuevos, de los jóvenes de 28 años presentes en esta mesa. No sabemos, tampoco, si aguantan más que nosotros, porque, ajá, hemos tomado lo mismo.

Ya Rodrigo Antonio tiene seis canciones de estar bailando solo, y a medida crecen las risas, sube el volumen, alzamos las voces, Rosa María va agarrando energías para bailar. Los jóvenes deberían de seguirle la iniciativa, ¿no? Además ya son años de que bailan entre sí; una nueva pareja de baile estaría bien.

Pero ella y Ricardo ya han bailando, solo que no han sido pareja. Y ahora que se han vuelto a ver, que las risas van creciendo y el volumen y el ritmos también, allí se encuentran a bailar también. 28 años, con voz de 28 años que habla y coquetea con la voz de Rosa María. Mano en la cintura, bailan cerca, se cuentan cosas, y ríen. Los cachetes se acercan, también. Es una ocasión especial en donde se juntan dos personas con cotidianidad especial que esa noche sin ataduras se acercan más, y todo dice que pasarán a más…

Llega el momento de cortar con la música, pues el final de ese CD da para el regreso a David Bowie: el cumpleañero quiere y debe de cantar y gritar Space Oddity. Ground Control to Major Tom… Y cantamos todos, las edades, los rostros, los gustos, confundidos y mezclados en la alegría de hacer lo que a nos hace felices a cada uno.

Inspirado en "No es serio este cementerio"


(im)Posibilidad

Dicen que no todo se puede dar ni decir.

Hay experiencias que crean miedos,
miedos que crean frenos,
frenos que se hacen piedra
piedras que nos tropiezan
tropiezos que nos callan.

Pero hoy no callo tanto, aunque no todo se dice: Sigo guardando una posibilidad.
De esas que nacieron flexibles en una camada de rigidez.

Que no se confundan las palabras, si fuera esperanza estaría vestida de humo.
Con la posibilidad me visto de cinismo largo hasta los tobillos.

La guardé por instinto. No pensé volver a usarla y hoy la encontré. Sigue siendo mi talla y no ha perdido brillo.

No te diste cuenta; pero la pusiste al sol. Hoy huele a aire limpio y quiero usarla con sandalias.

Dicen que no todo se da,
pero esa posibilidad insiste.
Más que aquel error. Más que la sensatez y el tiempo
Más que tu necesidad de huir.

Esa posibilidad duerme a tus pies
te mira ir y venir en la madrugada
se fija en los detalles que extraño
te espía bajo la cama
te entiende el silencio
te acompaña
Sabe.

La olvidé por un tiempo; pero no la puedo obviar. No la quiero ignorar
Sigue ahí con la misma tibieza con que la guardé.
No se puede perder lo que ya sabe cómo regresar.

Dicen que no todo se dice,
Amor
Amor
Amor, te digo ya sin culpa y sin miedo.

Como el derecho que tengo a tenernos
Como cada impulso que amarro cuando te veo
Como la implosión que termina en sonrisa
Como esa posibilidad que conoce tu insomnio
Como la libertad con la que te quiero.

Te digo y te doy una posibilidad
Sigue ahí.
Dejemos que nos acomode
Te la voy a regalar


20140706

"No es serio este cementerio" - Mecano




          La lluvia encontraba difícil borrar las huellas que dejaban los pasos pesados de Esteban. Caminaba lento hacia el Oeste dejando nada más que una sombra alargada detrás de él. El pesado azadón se arrastraba en el lodo dejando un surco tan profundo como sus huellas, imposible de borrar. El sol se ocultaba rápidamente entre las colinas que bordeaban la ciudad. Las nubes grises se vestían de negro y los pájaros se arrullaban entre sí en algún rincón de algún árbol mientras un destello eléctrico surcaba el cielo haciendo que la sombra de Esteban se alargara hacia el infinito. Un segundo. Dos segundos. Un estruendo. Luego el murmullo de la lluvia incesante cayendo como una letanía larga y perenne, como una Magdalena legendaria llorando la muerte de todos sus hijos a través de la existencia de la humanidad.

          Esteban tropezó en una pequeña maceta de mármol con crisantemos grises que bordeaba el camino. Había llovido tanto que el agua le llegaba hasta los tobillos. “¡Es imposible! Imposible trabajar bajo estas condiciones… sin embargo los muertos, aunque muertos, no deben esperar el santo entierro. No es de Dios hacerlos esperar”, murmuró haciendo la señal de la cruz. Miró hacia el cielo con la esperanza que dejara de llover pero las nubes parecían reunirse como viejas chambrosas, escupiendo aguas torrenciales. No, no dejaría de llover ni en mil años. El sol había desparecido por completo. El océano de lodo se había tragado la sombra de Esteban en una oscuridad de agua salpicante. La silueta de Esteban se había vuelto una con la noche disfrazando el silencio con el sonido de la lluvia. Casi poético. Casi, excepto que estaba solo, solo con él. 

          A pesar de ser uno de los señores más importantes de la ciudad, no había llegado nadie al funeral, no había ni un alma llorando por él, solo el cielo infinito llorando por todos aquellos difuntos abandonados. Estaba solo con un difunto importante que para él era uno más. Miró en dirección del ataúd y esbozó una sonrisa incrédula. “¡Carajos! ¿Cómo se supone que te entierre?”, sonrió amargamente. "Más fácil es que ambos terminemos sepultados con este diluvio a que te logre hacer reposar por la eternidad”. Reclinó el azadón sobre su rodilla e iluminando con la luz de una linterna que sacó de su bolsillo, buscó la banca más cercana.

          “Supongo que poco le importa quién esté a la par suya a estas horas”, exclamó. “Sin embargo, esta lluvia no me va a dejar cumplir con mi trabajo, verá usted, llueve como si fuera el fin del mundo”, reprochó chasqueando la lengua. “Usted debió haber sido alguien con mucho dinero… uno de esos que le tienen mucho amor a las cosas y por eso no quiere irse del todo todavía”, exclamó mientras iluminaba el ataúd tratando de identificar algún detalle que le diera más información sobre su cliente. “Pero mire usted, déjeme decirle que así no funciona. Una cosa le voy a decir, es más fácil que se suelte del todo y que deje que la tierra se lo trague de una vez por todas. Ya va a ver que va a ser más fácil para todos, especialmente para mí porque no vaya a creer que es divertido estar aquí en vigilia bajo esta lluvia junto a un desconocido”. Esperó un buen rato en silencio. La lluvia continuaba cayendo sin señal de menguar. “Supongo que no tiene mucho que decir, sin duda en vida fue uno de esos que hablan sin cesar. ¡Ah! pero no se preocupe, en la muerte todos son así de mudos, tampoco se crea el único”, se carcajeó para sí. “Todos se ponen tan fríos y serios que parecen inteligentes, como si estuvieran pensando lo que van a responder, pero al final no dicen nada… pero ¿sabe qué? no se preocupe, a mi el silencio no me estorba, es más, no puedo creer lo maleducado que he sido, permítame presentarme, mi nombre es Esteban Segovia”, dijo solemnemente quitándose la gorra empapada y poniéndose de pie nuevamente. “Mucho gusto, don… emmm… bueno, poco importa el nombre. En la muerte todos se llaman igual. A falta de nombre, le llamaré Rodolfo. Encantado de conocerle Don Rodolfo. Rodolfo Aguirre. Mañana cuando haya luz podré leer su nombre real desde la lápida, usted por eso no se afane”. Sacó un pequeño frasco de vidrio que guardaba en la bota de hule del pie derecho. “¡Salud! ¡Salud porque todo tiene un fin!”, brindó mientras se empinaba el pequeño frasco. “¿A poco no toma usted?”, dijo incrédulo mientras extendía el brazo en dirección al ataúd. “Bien. Bien que sí, bien que si era un borracho también. Quizás uno de aguas más finas, pero borracho después de todo, porque no es la calidad sino la cantidad lo que hace borracho a los hombres. ¿No cree?”, cerró el pequeño frasco y lo guardó nuevamente entre la bota y su pantorrilla.

          Un rayo cruzó el cielo e iluminó el agua a su alrededor. Los pequeños mausoleos de piedra blanca y mármol relucieron como estrellas fugaces. “Mire, está algo peligroso que estemos aquí, ¿no cree?”, exclamó mirando a su alrededor. “Bueno, a usted igual le puede dar que le caiga un rayo, si ya no tiene caso, pero a mí, como que no me va a agradar ser uno de esos electrocutados que aparecen en las noticias… A poco y somos dos los enterrados mañana”, se carcajeó con ironía. 

          Se levantó de la banca en dirección a uno de los mausoleos buscando refugio de esos rayos que comenzaban a amenazar la tranqulidad de la noche. “No crea que me voy. Es solo que me voy a guardar de esos rayos malignos. Aquí mire, cerquita de usted, con una tal 'Lui-sa-Man-cí-a'”, dijo leyendo la lápida iluminada con la pequeña linterna. “Me pregunto quién habrá sido esta tal Luisa. Oiga, mire aquí dice mil-ocho-cien-tos-setentay-cua-tro a... mil-no-ve-cient-os-se-senta… osea que vivió qué ¿Ochenti qué? Ochent-iseis años?”, dijo contando con los dedos. “¿Cómo puede alguien vivir tanto? ¿Rodolfo? ¿Cuántos años tiene usted?”, dijo iluminando el ataúd. “Mire, aquí hay una fotografía en la pared… Fue bonita esta tal Luisa usted. Si la viera, no lo creería”. Sacó nuevamente el frasco de vidrio. “¡Salud mis amigos Luisa y Rodolfo! Ustedes son los mejores amigos que he encontrado hasta hoy: su silencio habla más que cualquier palabra. ¡Salud! porque aquí vamos dando vuelta juntos, en este cementerio. Aquí vivimos sin pasar de la puerta, eso sí, ¡sin pasar de la puerta! Los muertos... si... los muertos... es aquí donde tienen que estar...”. Y empinándose el resto del líquido en el frasco se recostó sobre la pequeña puerta de hierro forjado del mausoleo de Luisa Mancía mientras cantaba … que los muertos aquí es donde deben estar… los muertos... aquí es dónde nos debemos quedar…  mientras la lluvia continuaba llorando a todos aquellos que como Rodolfo, Luisa y Esteban no tienen a nadie quien llore por ellos.


NGB.DA20140706