La puerta la esperaba entreabierta mientras él terminaba de servir sangría en dos vasos. Entró a su casa todavía con los recuerdos de la última vez. Tratando de amarrarlos al olvido como perros rabiosos.
De fondo sonaba lo que parecía ser una canción; pero se concentró en no tropezar con la puerta principal que regresaba en su dirección por una ráfaga de viento.
_ ¿Cierro? -preguntó con la voz sonriente que a él tanto le gustaba
_ Como gustes -dijo indiferente mientras ponía ambos vasos en la mesa del comedor y cerraba la ventana.
Iniciaron una conversación de todo y nada. Risas, recuerdos, gustos y amigos en común, de la canción que casi no se escuchaba. Trabajos.
Conversación vacía y poco importante para lo que ambos querían en realidad. Llenaron con lo que pudieron el vacío que sentían. El tema obvio.
Acomodaron dos sillas y se sentaron con un par de palabras que arrastraron desde la cocina y luego quedaron en silencio.
Parecía un acuerdo tácito dejar de fingir. Si no harían eco del elefante blanco entre los dos, al menos honrarían el silencio.
Él fijó su mirada en una parte del encaje de sus medias que asomaba por la abertura de la falda larga. Al cruzar la pierna esa abertura parecía el telón de un teatro francés listo para recibir con aplausos a su actriz favorita.
Ella abandonaba cada una de sus dudas y afirmaba su decisión de dejar de vivir en el pasado. Aunque no estaba segura si él pensaba lo mismo. El silencio ya era ridículo pero no importaba. Era más cómodo que tener que explicarlo.
Todavía sosteniendo el vaso con su mano izquierda, pasó su dedo índice de la otra mano sobre el pedacito de encaje que él seguía admirando.
De inmediato se dio cuenta lo que ella hacía y se dejó caer en el juego como un chiquillo travieso viendo por una puerta entreabierta el baño de niñas.
Fueron los diez segundos más largos que ella haya vivido.
Luego él hizo lo que mejor sabía hacer: arrodillarse y pedirle perdón.
Fue un susurro que casi se pierde en los últimos acordes de la canción. Pero encerró un perdón atrasado. Perdón por el tiempo perdido, perdón por no hablar cuando debí, perdón por dejar que te fueras, perdón por aquel beso equivocado y todo lo que le siguió. Perdón por tanto perdón.
De rodillas frente a ella, le quitó el zapato de la pierna que cruzaba, con ambas manos le tomó la rodilla y la bajó para quitarle el otro zapato. Cuando ella comenzó a pensar si dejaba que pasara lo siguiente o no, él acostó su cara sobre sus piernas sin mover las manos más que lo necesario para seguir sintiendo con la palma y los nudillos, el elástico de encaje negro y el liguero. Nada más.
Ella puso el vaso sobre la mesa y no supo qué hacer. ¿Respondía a ese susurro de perdón?, ¿ponía las manos sobre su cabeza para enredar sus dedos sobre ese cabello que tanto había extrañado?, ¿acariciaba su espalda como consolando a ese chiquillo mal portado?, ¿Halaba su camisa para besarlo?...
Se dio cuenta que había sanado más de lo que pensó. Se comparó a sí misma con lo que pasaría en la misma situación años antes y encontró drama. Agradeció el tiempo que había logrado enseñarle a simplemente estar. Llegó sin expectativas y obtuvo lo que más quería: él.
No sabe cuánto tiempo pasaron en esa tesitura. Disfrutó el roce casi obsesivo de sus nudillos sobre la misma porción de encaje, una mano arriba y la otra abajo, intercambiando funciones y velocidades, como una máquina perfecta.
Cada segundo era un año. Cada broche del liguero tardó una década en soltarse. Fue un siglo quitar todo excepto las medias.
Cuando despertó al día siguiente trató de recordar porqué le dolía tanto la cabeza. Como pudo, enfocó la vista a la orilla de la cama. Encontró un tarro de miel, orillas mal cortadas de queso, trozos de fruta que se salvaron de morir ahogadas en sangría. Siguió el rastro de comida para encontrarse con su pintura de labios en la espalda que él tenía a medio tapar.
Sus brazos largos derramados sobre la cama y el cabello que no recordaba haber acariciado con enredos, sobre la almohada.
Se tapó la boca tratando de aterrizar de su nube cuando escuchó un "_Buenos días. Voy a preparar café para no dejar que te vayas".
_No quiero hablar de lo mismo -dijo ella en tono incómodo
_Nunca es lo mismo dos veces. Siempre hay alguna diferencia. Y sí, vamos a hablar -insistió con su voz de mañana
Ella guardó silencio como si fuera la culpable por una travesura ajena.
Él se volteó hundiendo la cabeza sobre la almohada y tocándose la frente para que el dolor le dejara pensar, le tomó su mano para acostarla sobre su pecho y fue él quien enredó sus dedos en su cabello largo:
_Vamos a hablar hasta haberlo dicho todo -insistió- Así cuando nos equivoquemos tarde o temprano, no tendremos pasado ni dudas con qué hacernos daño.
_¿Estás seguro de ésto?
_Nunca estaremos seguros. Pero contigo siempre será una fiesta.