Relato inspirado en Valentine de Fiona Apple.
Flor Aragón
Llueve.
Llueve otra vez por tantos días. Trato de recordar cómo es el sol. Tal vez
cálido, tal vez amable. O tal vez no exista. Como tantas cosas que creí que
eran y ya no son. Como la manera en que me mirabas cuando me sentaba aquí mismo
a escribir, a ordenar palabras. Con esa mirada calma y e impenetrable que
provenía de un interior que quizá nunca llegué a conocer.
Ha
llovido por cinco días sin parar. A veces con gotas suaves que más bien son
un murmullo, delgado y transparente. A veces con ruido sobre el techo de
millones de gotas, fuertes y acompasadas.
Llueve tanto, que en las paredes se dibujan toda clase de formas causadas
por la humedad que se cuela por todas partes: en el que solía ser nuestro cuarto se dibuja un tulipán en un florero, la sala está llena de nubes, de lunas y de estrellas, en la cocina hay margaritas, margaritas cafés y despiadadas apareciendo cada día, llenando el techo, enloqueciéndolo de jardines.
No hay un alma en la calle, y es
que nuestros treinta grados de siempre, nuestro verano eterno, ha bajado a
menos de 15. Nadie quiere salir. Ahora me envuelvo en mi frazada de franela
y mato el tiempo fumándome el cigarro de siempre, contemplando las siluetas que
el humo dibuja en el aire, escribiendo este correo que quizá nunca te envíe. Es raro, pero hasta ahora que veo tu espacio en blanco en la cama, me doy cuenta de que nunca te entendí, o mejor dicho: cómo me confundías con tu humor radiante de algunos días, me llenabas de energía, le dabas sentido a cualquier lunes o miércoles con tu sonrisa regándose por toda la casa, con tus ganas de ser amable; pero luego te metías en esa concha, esa concha sin puertas ni ventanas en donde nadie podía entrar, te convertías en una sombra despiadada, me hacías daño con tus palabras.
El
agua se lo está llevando todo. El jardín que con tanto empeño decidiste sembrar
cuando recién nos venimos a vivir juntos, se está yendo por la alcantarilla. Al principio
traté de rescatar las violetas. Ya ves, esas matitas se dañan con un suspiro.
Pero en menos de diez minutos no había más que lodo. Siempre lo supe, no iban a
durar mucho. Apenas seis meses y allí van, con sus pequeñas florcitas hechas
una maraña de desperdicio. Lamentablemente como todo lo que dejaste atrás: tus
discos, tus libros, tu ropa, tus afeites; el despertador que ya no despertaba a
nadie, tu navaja suiza, todos tus libros; que en un memorable acto
de valentía, instalé en tres o cuatro cajas hace menos de una hora para
dejarlas abandonadas y sin una explicación en la esquina más ahogada de una
calle.
– Aquí
se acaba todo, dijiste, hace más de un mes y tiraste la puerta de un golpe.
Como si hubiera sido necesario. Ya tú te habías encargado de que yo ya no quisiera volver atrás. Suficiente era
con el cansancio de verte deambular por la casa como una sombra, sembrado hasta
la cabeza en tu precioso jardín.
– Allá
se acabó todo, te digo. En una calle equis, el agua bajaba tan rápido y llovía
tan fuerte que no tuve tiempo ni de verle el nombre.
Bonito relato, lástima por quien lo inspiró
ResponderBorrarGracias. La inspiración puede venir de cualquier lado. :)
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