Relato inspirado en "Con nombre de guerra", de Héroes del Silencio.
Assenne se ve en
el espejo. Decide cambiar su cabello de rojo a azul y oprime para el ello el
botón respectivo de su control capilar. También cree que quiere llevarlo un
poco más corto hoy. Otro botón, y listo.
El microvestido
sería lo mejor para la visita de hoy. "Cadetes", recuerda.
Suspira resignada y opta por un mono de pantalones, para facilitar el camino hasta
la base.
Vive fuera de la
ciudad, lo que le dificulta las visitas a los clientes en la metrópoli, pero no a
los de la base. Su chip de roles no tiene permiso para abordar los trenes
ultrarápidos, pero sí cuenta con privilegios para los transportes de campo. La
base, sin embargo, queda a un par de kilómetros de su casa y esta vez se le antoja ir caminando.
A los primeros
metros andando recuerda por qué no le gusta caminar: se encuentra sola consigo
misma y entonces comienza a pensar. Detesta hacerlo, siempre lo ha evitado con
todo recurso disponible: sicoestimulantes, música, lectura de historias sobre
vidas ajenas. Enciende su audífono y espera que las notas estridentes le ayuden
a enajenarse de sus recuerdos.
Es en vano. Se ve
a sí misma nuevamente como la infante 2987 del orfanato. Recuerda su escape a
los 12 años, su paso por las capillas de reorientación y su final asignación
como meretriz cuando recién cumplía 15. "No llores", le había dicho
la oficial que la llevó a la implantación del chip de roles. "Todos somos
importantes, hagamos lo que hagamos. Vas a ayudar a la pacificación con tu
trabajo, a eliminar tensiones que podrían convertirse luego en violencia".
Ella había soñado
con ayudar a la pacificación, pero no de esa manera. Ir a las bases le gustaba.
En su niñez había visto a las cadetes sin poder evitar fantasear con convertirse en una de
ellas, con viajar en el tiempo y evitar aquel ataque al sector noreste de la
ciudad que la dejó huérfana, medio sorda, con dificultades para mover un brazo
y una cicatriz en el rostro, que le borraron poco antes de su asignación de rol.
Ahora iba a la
base. Le habían encomendado a miembros nuevos de la tropa. Tendrían misión en un
par de días y el gobierno les había aprobado un pase verde para esa noche. Entró despacio, llegó antes que las demás
mujeres asignadas a la unidad y saludó a un par de oficiales que ya conocía.
Había pensado ya
en huir. Había considerado escapar. Hasta se le había ocurrido enojar a alguno
de aquellos oficiales para que un golpe de láser acabara con aquella vida que
otros habían escogido para ella.
Pero ese día sonríe,
avanza sin prisas al galpón donde la esperan los cadetes. Sabe que esa será su
última asignación. Ya ha calculado que la inexperiencia y los nervios de estos
jóvenes serán factores a su favor. Entra
y saluda. "De una forma u otra, esto termina hoy", piensa, y cierra la
puerta.
Me encanta. Habrá continuación ? lo merece.
ResponderBorrarEsperemos que sí, a ver qué dicen los musos.
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