El lunes llueve y cuesta tanto despegarse de la cama, que Estela se queda en la cama, algo que repercuta en trabajo acumulado y menos mal esta semana hay dos clases, porque implican un trayecto de 1 hora ida y una de vuelta… Eso es tiempo para leer y escribir, pero el miércoles y el jueves se pierden, por las noches, porque hay dos parciales: uno de Literatura Francesa y otro de Literatura Comparativa, y es a través de muchas horas de escribir un par de análisis a puño y letra que Estela termina de entender las consignas, que dependen del enfoque de la clase. Esta vez si se trataba de comparar dos marcos históricos, dos ritmos narrativos, dos estructuras… pero ya estaba ciega al final de la semana y odiaba los tiempos muertos entre una clase y otra. Esta semana debió haberlos aprovechado más. O, mejor aún, debió haberse encerrado con galletas y cigarrillos para ser más eficiente. Not now, I’m becoming an adult.
Cuando empezaba a contar de su vida, explicando las dos carreras que estaba llevando y lo extenuante de combinar la entrega de papers con las clases particulares necesarias para la subsistencia, de su semana, y que contame más, ¿cómo así? Estela se daba por vencida, porque no llegaba a ningún lado el recuento de los desvelos y la tensión que se acumulaba hasta estallar en una noche de exceso de vino y shots; nadie iba a dimensionarlo, nadie lo compartía, nadie la comprendía. (Y después se sorprende la gente cuando ve que encuentra a alguien que sí, que entiende…) Soy toda oídos, esa es su nueva filosofía, ya que eso el slogan de una calcomanía de 2001 "contar una pena es olvidar una pena" no aplica, ¿no? Y mientras le presta atención a los demás, antes de que se vuelva una dinámica recíproca como un juego de X Vs. 0, va y baila tango en su mente. Un pie adelante, la postura ultra firme, la barbilla imponente, y se deja llevar por los brazos de su pareja imaginaria. Es un gran ejercicio, eso del tango. ¿Quién sabe? A lo mejor y se inscribe a clases y se hace tan buena que la llevan a Buenos Aires a competir. ¡Y ganamos! Suficiente para sonrojar a solas y esconder sus cachetes en su copa, vaciándose a tragos de Bordeaux.
Y el tiempo pasaba tan rápido que luego amanece y, por fin, no hay de qué preocuparse por nada que antecede el sábado a la mañana y su olor a sábanas y almohadas que migraron de la cama al sofá de cuero. ¿Era cuero o cuerina? Yo no sé, pero sé que Estela solía arrinconarse en él, envuelta en capas protectoras de algodón, y ella había descifrado la manera de tomar té con leche en el sofá sin que este se derrumbara. Con una playlist de The Beatles que sonaba al fondo, cuando no había nada en la tele, Estela había construido un muro que no dejaba entrar el peso de la semana, de la rutina, de las caras desconocidas con historias familiares. Ya, no importa, y al estado de ánimo nervioso lo vencían este collage de voces y ritmos y canciones. Digan lo que quieran de los Beatles, a Estela le gusta toda su discografía. ¿Quién no le agarra cariño a algo que te hace sentir bien? Y desde allí, en su área privilegiada, se imaginaba quien ha de estar pasando por una resaca inmovilizadora. Quién estará ocupado perdiendo el tiempo boca arriba en una cama, a la par de alguien. Quien, a esta hora del día, ya fue al doctor y al mercado y a comer y a visitar a algún familiar, ocupado. ¿Y Gabriel andará ocupado? ¿Será que podría hablarle? Ha de estar en la calle para este momento. Si Gabriel estaría aquí, él y yo podríamos hacer cosas juntos. Me fuera a ver la presentación del libro a Shakespeare And Company, haríamos cuenta y caso de que somos Jesse y Céline, y fuera chistoso porque no lo somos. ¿Qué pasará cuando uno de los dos se case?
Pero Gabriel no estaba conectado en el chat y ya, pues, si todos están haciendo algo interesante, ¿por qué Estela ha de quedarse sola en el sofá de semicuero? Y octubre es ideal, porque un par de suéteres y una bufanda es suficiente; puede irse caminando y pasar comprándose unos bocadillos chinos, solo un poquito, porque si no sale muy caro. El día está gris, pero no está tan mal, no con el iPod y los audifonitos blancos que le dan un filtro vintage a las calles y avenidas, a través de la playlist de Velvet Undergound and everybody knows she’s a femme fatale. Hay quienes los conocen por herencia cultural y buen gusto aprendido, mientras que para latinoamericanos como Estela no son menos que un descubrimiento.
Aún suena cuando llega a la librería y escucha al autor debatir acerca de la melancolía. Su personaje está triste y estancado y parece que el argumento central es cómo lidia con esa situación que aparentemente, según la sinopsis, lo lleva a desarrollar una relación online. Hay que leerlo para ver cómo se resuelve, pero Estela decide no comprar el libro, porque Carmen lo tiene. Mejor que se lo preste. Si me gusta mucho, me lo quedo. Pero estando allí, se quita el suéter y la bufanda porque va a aprovechar para ver libros. Leer algo, quizás, pero más que todo ver. Nunca había visto un Zazie in the metro de 1959, pero entendía que debía ser más interesante en idioma original. Y ¿qué tal El Extranjero de Camus? Nunca está de más volver a leer ese incipit, un primer pasaje que define el tono de toda la novela.
"Hoy ha muerto mamá.”
Cuando lo leyó por primera vez fue acostada en casa de él, cuando él y ella eran ellos y conjugaban sus acciones en plural. Vamos a ir, estamos listos, queremos ir a Barcelona, vamos a comprar el pasaje. A él le encantaba L’étranger, mientras a ella le encantaba escuchar la historia de cuando él lo leyó, lejos del Shakespeare And Company y su olor a libros.
Si pudieran hablar aún, hablaran del robo tácito de libros, que quien tiene qué, o hablaran de las bandas sonoras que escuchan por separado… hasta que eso se deforme y tome el aura de algo más íntimo. No, no dejo de pensar en vos. Ya intentamos, no funcionó. ¿Qué hacemos? ¿Nos tomamos la última? Se dijo a ella misma que no iba a tomar esa noche, pero la verdad es que era tan tarde ya que no importaba su sobriedad. No, no podemos. Vámonos. Y terminarían perdiendo noción del tiempo y del espacio, con un viñedo interminable atrás, y sin saber dónde hospedarse.
Estela solo hablaba con él en estas conversaciones imaginarias que se presentaban en algunos libros, a las que ella les hacía caso. Le contaban a Estela de tantos escenarios que la separaban de ese sofá de semicuero. Podía ser muy firme, por fuera, y aguantar las barreras y la distancia, pero su soledad no interrumpe los lazos que ella mantiene en su mente.
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