Relato inspirado en Golden Slumbers de The Beatles |
Imagínate que todos tuviéramos que asumir la responsabilidad de todo lo que decimos.
No existirían los chistes, los piropos, las promesas.
Quizás no tendríamos relaciones monógamas.
O bueno, la mayoría no las tendría. Sí, como ese idiota que decía que las mujeres le ofrecían su cuerpo. ¿Te acordás de ese infeliz? Es probable que haya terminado con alguna que no le importe no ser la única. Era genial como mentiroso y un asco de persona. Espero que ya esté muerto.
Esa responsabilidad, esa carga no es para cualquiera. Solo los cínicos son capaces de llevar el peso de sus palabras, por pesadas que sean. De eso sé lo suficiente como para darme cuenta que nadie lleva a cuestas sus errores con gusto.
Tendríamos especialistas en pesimismo.
Los doctores tendrían que dar diagnósticos fatales y siempre asumir lo peor, esperanzados por algo bueno solo en remotos casos. Nadie tendría infancia porque los cuentos no existirían, Santa Claus quedaría reducido al viejo panzón de algún tío que se quedó soltero, quizás apestoso a licor, quizás demasiado triste para que alguien lo quiera. No habrían ilusiones ni para niños ni para adultos. Los pájaros y las flores no tendrían razón de ser, lo que se llamaba por nombres de chistes o cariños tendría que conocerse entonces por su nombre clínico, los mocosos en su calentura no tendrían tiempo para descubrirse. Sería sencillo: se preguntarían de una vez si habría coito o no. Nada de seducción, nada de citas ni cartas románticas. En fin, se volvería una urgencia como cualquier otra, como comer o dormir y nadie se gozaría en ningún tipo de placer.
Los besos serían solo intercambios de saliva y no promesas de amor. Las visitas a los almacenes ya no serían planes para poblar una casa de sueños, los votos de la boda se borrarían de un plumazo porque no tendrían peso ni validez suficiente. Me pregunto si podrían existir los matrimonios en esas condiciones, los divorcios serían mil veces más engorrosos y ya no digamos las visitas y repartición de hijos. No, es cómodo eso de poder retractarse y arrepentirse.
Llevaría una insignia en el pecho, como medalla de guerra: "Miembro vitalicio del club de miserias y arrepentimientos". Sería uno de tantos hombres con ese dudoso galardón. Habrían graduados en Desgracia, profesores que enseñen el Arte de la Auto-compasión y maestrías en Manejo del Fracaso. Tendría que darles cátedra a todos, quizás sería la única forma de hacerme respetar. Yo, experto en todos los males resultantes de la incapacidad humana de razonar antes de hablar. ¡El mundo sería tan diferente!
¿Tendríamos comediantes? Lo más probable es que no. Todos se tomarían los monólogos como insultos y se desataría el caos con un dime-que-te-diré de nunca acabar. Ese afán de ser políticamente correcto me tiene podrido. Nada es peor que un insulto velado o una crítica asolapada. Los chinos ya no serían chinos sino asiáticos, ciudadanos de China Continental y a los negros todos les dirían Morenitos. No sé si los estaría insultando más con una sonrisa falsa con la que les diga que en realidad son demasiado estúpidos como para no detectar palabras condescendientes de otros. Si de verdad nos hiciéramos responsables por nuestras palabras, nos ahorraríamos miles de discursos políticos. Es más, casi el 100% de ellos estuvieran presos, no estaría tan mal después de todo.
No tendría que disculparme por nada. Me tomaría el café de la mañana con un "Con permiso, voy a tragarme mi taza de suicidio diaria". ¿A quién le importaría? ¿Quién tendría que aparentar preocupación por mí sino aquel a quien de verdad le importe? Sería increíble contar con un filtro tan bueno. "Personas inservibles por acá, amigos potenciales por allá" y los dividiría a todos en estas categorías desde el primer día.
Cosas que por fuera parecen ser tan ínfimas podrían torcer la realidad hasta lo absurdo. Todo esto y mucho más porque nos podemos dar el lujo de mentir, de bromear, de prometer y ofrecer. Tiramos palabras al aire, a ver qué sale, como cazando posibilidades.
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