Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20140526

Mañana era lunes


Mañana era lunes y el pasillo se abría con su completa alfombra arabesca de lado a lado, de principio a fin. El pasillo más largo que habrías visto en tu vida. Tu vida colgando del hilo de la incertidumbre, la emoción, el miedo, la emoción otra vez, el paso que no querías dar, el paso que no querías comenzar, el paso con todas sus consecuencias. 

El paso detenido, mirando puertas a un lado y al otro, puertas y más puertas y el final, el final lejano, más lejos que cualquier pensamiento o cualquier evidencia o cualquier emoción que no podría describirse en ese momento. 

El primer paso que dabas y luego del cual volvías a detenerte y volvías al punto de partida, al punto de inicio, el principio, todo en lo que te ibas a convertir, pero no poder impedir dar el siguiente, mover un pie delante del otro, sintiendo apenas la blandura de la alfombra, la suavidad de todos los momentos que ni siquiera podían adivinarse, que ibas a temblar ante el momento que ya no serían dos, sino uno, debatiéndose en la lucha de brazos y manos confundidos, de todo lo que seguramente querrían alcanzar, que iban a vaciarse en sí mismos para volverse a llenar, que los vestidos, pantalones, calcetines, blusas, zapatos iban a volar, que las luces iban a apagarse tantas y tantas veces, que el tiempo no iba a alcanzar para decirse, para contarse, para mirarse, para hacer planes, para volverse eternos en un segundo, que las canciones nunca iban a terminar y que cuando terminaran iban a volver a empezar, que las dudas iban a ser pequeñas y las soledades grandes, que los incentivos nunca iban a alcanzar para tantos recuerdos felices

otro paso 

y saber que nada podía detenerse ya, saber las consecuencias, preguntar las consecuencias, mirarse en un espejo, volverse a mirar, saberse otra persona, saberse otras personas, las que no podrían ser más que allí, saber que allí podría decirse todo, contarse todo, ser como quisieran, envolverse en sábanas si así lo quisieran, bailar y brincar, convertir el mundo en algo que de alguna otra manera no podía ser, mirar el cielo de otra forma, hacer de una historia toda la mierda capaz que podía ser una historia, y seguir a pesar de eso, seguir caminando y sintiendo y no pensando y caminando y caminando, en tardes que querrías que no terminaran nunca, tardes que afuera no existirían, en cosas que eran irremediables y en sonrisas y promesas y palabras, otra vez palabras, palabras largas como presagios, palabras tiernas como nubes y seguir caminando, caminando, caminando, y mediodías llenos de sol y todo lo que no debería ser pero -sin remedio- sería, y tantos adioses y buenas noches y buenos días, la certeza única de que algún día tendría que terminar, la certeza de noches y de labios y de abrazos, de tantos vinos compartidos de tanta cerveza derramada, la certeza la única e inevitable, la seguridad de saber que no se pertenece, de que todo es un oasis, un abismo, un lugar en donde caer cuando sea necesario, otro paso y un te quiero, otro paso y otro te quiero también, y perderse, perderse en un infinito de ideas y silencios, de palabras otra vez que era lo único que podría quedar, de palabras que iban y venían, de canciones dándole sentido a todo, de amor te digo amor y suena diferente y saber que no, que nunca podría sonar diferente porque era mentira, porque era un espejismo, un espejo en donde reflejarse, en donde encontrar la verdadera imagen, la imagen desde hace años perdida, la imagen que se quedo atrás, otro paso y que de repente el mundo solo fuera eso, nada mas que eso, la cadencia de unas cuantas horas de ser lo que que se hubiera querido, y las putas y malditas canciones sonando siempre de fondo, como un fondo interminable lleno de promesas que de repente comenzaban a desbaratarse, de estar contigo es estar presente en el fin del mundo, que comenzaban a ser de verdad el fin del mundo, el fin de un mundo para el que nadie puede estar preparado, el fin de un mundo, que por alguna extraña razón, llegó a ser todo el mundo, toda la vida, todo lo que podría ser, y las luces que eran y no, y las vidas que eran y no y las mentiras que de alguna manera comenzaban a dolerse, las vidas que nunca podrían ser, las horas que se iban terminando, los adioses que comenzaban a ser presagios, los adioses, ahora más largos, convertidos en todo lo que nunca podría explicarse, lo que nunca podría podría tener sentido, la vida que era, que empezaba a ser lo que fue, los adioses adivinados y pequeños, las navidades, las fiestas, adioses otra vez, escaramuzas y otro paso, y un nos merecemos más que esto, y las puertas a ambos lados, puertas encerrando historias, historias escondidas o de mentiras, historias que de alguna manera siempre llegan al final y las promesas de quererse igual toda la vida, las promesas de ser los mismos para siempre aunque pasen los años,

todo va despacio y los pasos nunca llegan a terminar

los pasos que no se escuchan en una alfombra que no tiene fin, en un pasillo que no tiene fin, decir que muchas cosas cambian con el tiempo, pensar que muchas cosas cambian con el tiempo, pero que nada va a cambiar que el amor el cariño o como pueda llamarse, nunca va a cambiar, que el tiempo los años, son una mentira, y los finales perfilándose como verdades, dulces y cariñosos, como un final de temporada, como un to be continue, porque seguramente serán más grandes que eso, eso van a pensar cuando el final sea una certeza

y alguien seguramente no va a poder respirar

la respiración como el único signo de vida

de la vida que termina con cada historia

seguir caminando, llegar al final, pararse frente a la puerta y mirar el número, el número que se borra como la única verdad posible, y volverse sobre los pasos, porque la persona que está allí dentro, no está inquieta, no se come las uñas, no mira la hora cada tres o cuatro segundos, no revisa si hay suficiente hielo para servirse una buena docena de tragos, porque la persona que está allí dentro no espera a nadie, es el irremediable personaje de otra historia.

Y el pasillo se abre paso con su completa alfombra arabesca de lado a lado, de fin a principio.

Mañana era lunes y ya es pasado, quedó atrás. 





¿Por qué Far Behind de CandleBox?



Y dice Ivone Veciana (@NoMienta) que

"Porque es una rola que me dio mucha fuerza en una época incómoda para mí. A pesar que la letra resume con alguna precisión lo mismo que me incomodaba de la vida en ese momento.
El grunge es mi género favorito. Parece ser que las letras y el ritmo agresivo me resultan relajante."

---



Y digo yo:

Démole, pues.

:)

20140519

"Heroin" - The Velvet Underground






(It was hard to write with this song. Ramblings mostly would come out.)


Sweet addiction 
Sensations of a colorful mind
Diluted bodies in a splash of pleasure.
Tiny droplets of honey.
Sweet addiction to your perfect body
Naked femininity
Like some Renaissance statue
Sprinkled with golden dust
Magical fairies
Dancing all around
Collecting the juices
Of our love.
There we are
Dancing
Moaning
Coming
Becoming one
Eternal moments
In white space
Where we blend
Taking one last chance
Of hope and love
Like teenagers
Like cat’s tails
Like warm water
Like weightless feathers
Falling from the sky
In the form of liquid pleasure
In the form of tears
From our eyes
From our mouths
From our hands.
Expressions of the divine.
Bodily sensations
From us
The ones who create 
Universes 
To fly.
Sweet addiction 
To the transparent kissess
To the warm hands
To the playful smile
That recreate universes
And shoot mind away
Sailing
Away, far away
In empty spaces
Of magical dust
And milk.



NGB.DA20140519 

¿Seguro que lo has hecho antes?

A Ignacio
Porque "a él le habría gustado"

El teléfono sonó en medio de la noche, Mario nunca tuvo un sueño ligero, era bien improbable que escuchara que alguien le llamaba en medio de la noche... si acaso no hubiera estado esperando aquella llamada.

- ¿Aló?... ¿Aló? - dijo con el característico tono de preocupación de los que esperan la muerte.
- Soy yo, Ernesto... te llamo porque me avisó Estela que Ignacio acaba de morir.

El silencio luego de aquella frase fue eterno y de hielo, fue justo lo que todos esperaban, pero que no estaban listos para escuchar... Ignacio había muerto.

- Alistate - dijo Ernesto - paso por vos en unos 15 minutos.

Mario se sentó en la cama, a su lado, su compañera alcanzó a sentir que se incorporaba y lo interrogó con los ojos medio cerrados. Él solo la vio y dijo "voy a salir con Ernesto, ya voy a regresar", ella solo le dijo "¡Ya vas a chupar!"

Muchos años de bolencia compartida entre aquella camada de amigos tan dispares le daban la razón a la mujer, todos los sábado se reunían en casa de Ignacio y trataban de resolver los problemas maritales, sociales, económicos y políticos... de sus vidas y del país a punta de vodka barato o de cerveza atontadora. Se amaban como solo pueden amarse los hermanos.

El mayor, Ignacio, un hombre alto y recio los había ido reuniendo de diferentes tiempos y espacios, hasta reunir a aquella manada que reunía a hombres entre los 30 y los 50 años. Siempre, cada fin de semana, luego del mediodía, aquellos 5 hombre desaparecían del radar de sus mujeres, hijos y jefes y se adentraban a la inmensidad del bosque salvaje de la masculinidad. Daban rienda suelta a todo su ser gregario y conversaban a gritos sobre lo que hubiera sido "mejor" en la guerra, de lo lindas que eran las mujeres y de lo que costaba criar adolescentes, de los pequeños dolores que se asomaban como haciéndoles burla a la edad y de aquellos problemas que no contaban a nadie... los hombres si hablan de "sus cosas", como las mujeres, solo que no nos damos cuenta. Los hombres si hablan de "sus cosas", pero solo entre ellos y sin admitirlo del todo.

Un sábado cualquiera, sobre la mesa esperaba a la manada, una magnífica botella de vodka, del más fino. También les esperaba una noticia.

"Tengo cáncer" - dijo aquel día Ignacio. Por supuesto la cara de cada uno de la manada estuvo para recopilar rostros de espanto, cuando pudieron usar la voz de nuevo, fusilaron a Ignacio a preguntas... "¿Cáncer de qué?", "¿quién te ha dicho?", "¿qué exámanes te han hecho?"; todo lo fue contestando Ignacio, con cada dato iba bajando el nivel de la botella de vodka, cada uno tomaba en la medida que su resistencia (o aflicción) se lo permitiera. Era el primero de toda la camada que enfermaba de algo grave.

- Maje, pero vas a empezar tratamiento, verdad?
- Yo he leído que con buena terapia podes superarlo.
- Vos no te ahueves...
- Si ya vas a ver... todo va a estar bien... después hasta nos vamos a reír de esto.
- Nombe! si es más fácil que me muera yo...

Todo lo escuchaba Ignacio, los veía como cuando un muchacho mayor le enseña a los recién estrenados adolescentes a fumar, mientras todos tosen en medio de una gran nube de humo blanco.

El tiempo se fue rápido... demasiado. A penas tres semanas y el teléfono sonó en la madrugada.

Ernesto llegó a casa de Mario, vio a su amigo parado en la puerta de la casa. Estaba serio y sereno... Ernesto siempre admiró esa frialdad de Mario, claro, no se lo podía decir, "no es de hombrecitos" andar diciendo que admira a otro, más si el otro es otro cabrón igual o peor que él.

Mario vio cómo se acercaba Ernesto y sintió un alivio verlo ahí... subió al carro y le dijo "qué pasó, cabrón?" No lo dijo buscando una respuesta específica, era como siempre se saludaban. Solo que ahora su voz tenía un dejo de soledad. "Vamos para el ISSS, tal vez podemos ayudar en los trámites, escuché a la Estela bien mal".

Ninguno de ellos era hombre de una sola mujer, esa visión romántica de la vida de la monogamia no había sido muy arraigada en esa generación de exguerrilleros. Cada uno abandonó la primera juventud con una larga lista de deslices, un par de parejas y unos hijos que estaban terminando de crecer, todo muy light, todo muy normal... y a lo mejor ese era el problema... esa normalidad.

Junio cernía lluvia en aquella madrugada, saludaron a los hijos y a la expareja de Ignacio, la muerte es demasiado burocrática.

__

Ignacio nació en Santa Ana, como Mario... se encontraron una tarde en la esquina de la colonia donde vivían, tenían la mirada afligida y la forma de ocultarse propia de los jóvenes.

- ¿Qué pasó, cerote? - dijo Mario a forma de saludo, a lo que Ignacio contestó con un leve y simbólico movimiento de cabeza... parecía como si iban a botar un poste con una bomba de contacto, tan comunes en tiempo de la guerra.

Ignacio casi le sacaba diez años de diferencia de edad a Mario y eso lo hacía más callado y cauteloso. Mario era más intrépido, faltaban muchos acontecimientos para que aprendiera a ser más cauto, más sensato. Pero aquella tarde era para realizar un solo objetivo.

Cuando llegaron a la parte más lejana del pasaje y lindando con la polvorienta cancha, Igancio sacó el botín... una hermosa y reluciente cajetilla de cigarros, a Mario le brillaron los ojitos...

- ¿Seguro que lo has hecho antes? -preguntó Ignacio.
- ¡Por supuesto que sí! - dijo indignado Mario... mentía por supuesto.

Ignacio le dio un cigarro a Mario y se puso uno en sus labios también. Encendió un fósforo y encendió el cigarro a Mario y luego el suyo. Casi instantáneamente, luego de que la brasa del cigarro encendiera, Mario empezó a toser, primero suavecito, haciéndose el loco... luego fue inevitable, tosió como si un pulmón se le fuera a salir. Ignacio reía, tanto que también empezó a toser. Cuando lograron controlarse, el único que reía era Ignacio, veía a Mario y tenía un color verduzco muy feo y una cara de absoluta nausea. Le quitó el cigarro que aún sostenía entre los dedos y lo arrojó lejos.

- Vos si que sos bruto, con tal de fumar sos capaz de decir que sos Etrusco si esa fuera el requisito para llenarte de humo los pulmones.

No sabían los chicos que Mario se volvería un fumador perenne con el paso del tiempo, luego de superar su aprendizaje de aquel arte. Ignacio siempre le decía "Etrusco" cuando estaban a solas.

____


- Maje, te acordas cuando Ignacio se quedó dormido y no llegó a tiempo a la reunión del partido - le preguntó Ernesto a Mario.
- Es que cuando se fondeaba no había poder que lo despertara. ¿Te acordas?

Todos los amigos se reunieron el siguiente sábado, Ignacio ya no estaba, pero la casa de Ernesto se abrió para conmemorar su historia como le habría gustado... con alcohol.

- Somos unos borrachos de mierda - decía, Alberto, el más jóven de todos.
- Mira, cerote, es verdad lo que decía Ignacio? (lo interrumpió Mario)
- ¿De qué?
- De que te hueviabas las monedas de un su bote donde las ahorraba, cuando viviste con él...
- ¡Qué vas a creer! si el maje, él se las gastaba y luego decía que yo me las clavaba.

La risa de los hombres cuando se burlan de ellos es como una droga, como una droga dura. Sos feliz, sin serlo de verdad.

- ¡Puta! se acabó el hielo. ¿Tenés en la refri, Ernesto?
- No cerote... se me olvidó comprarlo.
- Bueno, alguien tiene que ir a comprarlo porque así no podemos estar... - dijo determinante Mario.

Todas las miradas cayeron sobre Alberto... en eso se dieron cuenta del cachimbazo de agua que caía aquella tarde. Protección civil había dicho que aquel fin de semana llovería torrencialmente.

- Puta, menos mal que enterramos a Ignacio antes de este aguacero - dijo Alberto.
- Dejá de hacerte el maje y andá a comprar el hielo - tronó la voz de Mario.

Alberto salió bajo la lluvia por el hielo. Mario, Ernesto, Pedro y otro compa se quedaron en la casa. Ernesto aprovechó y le dijo en media voz a Mario algo que le había estado molestando desde la tarde en que fueron al sepelio de su amigo.

- ... y dijo que yo soy el siguiente en morirme y que me voy a morir un día 29...

Ambos vieron de reojo el calendario colgado en la pared. Aquel sábado era 29. Mario no resistió la idea de vivir la muerte de otro amigo, así que hizo lo que creyó conveniente... se burló de él y le contó al resto de la manada el miedo de Ernesto.

Toda la tarde pasaron burlándose de Ernesto, las dos únicas formas de morirse aquella tarde eran... o por ahogarse en alcohol o ahogarse en el aguacero. De repente, el silencio. Ignacio ya no estaba y era tan sorprendentemente increíble, a penas unas semanas antes estaban hablando de los concilios de la iglesia católica, siendo todos ateos, apostando botellas de "guaro"... con la esperanza puesta en sus conocimientos más vagos y no ser el que ponga "el bote" el siguiente sábado.

Todo aquello llegó junto con el aguacero, el silencio y el hielo.. la soledad... la ausencia.

- "Ignacio" - murmuró Mario, sin darse cuenta había empezado a llorar como nunca en su vida había llorado. Ni las mujeres que amó o que lo amaron, ni los hijos, ni su madre, ni su hermana le había sacado este dolor que sentía que lo recorría en el torrente sanguíneo como el alcohol. Estaba de pie, frente al baño, porque en la borrachera sintió deseo de "miar" pero se detuvo, cuando Ernesto lo vio ahí, inmovil, comprendió lo que pasaba.

Con cautela se acercó. Vio a Mario llorando como un niño y comprendió que no se iba a morir, simplemente iban a llorar el luto que vivían desde la tarde en que Ignacio dijo que tenía cáncer, comprendió que el miedo no es morir, el miedo es que se te muera alguien que queres. Así de simple, esa es la muerte, no es el que se muere, es el que se queda. Es el recuerdo y el no tener el referente de esos recuerdos, es la tarde de sábado sin borrachera, sin consejos disfrazados de puteadas, sin vodka barato. ¿Ahora con quién conversarían como lo hacían en casa de Ignacio? Ya no llegaría Pedro y cocinaría, porque era el único que podía cocinar rico, ni tampoco apoyarían a los amigos que se metían en líos de faldas, ni tampoco se burlarían de Alberto, de su juventud mal puesta y de sus aventuras con meseras de bares del centro. Nada de eso volvería. Como tampoco las lágrimas que (para entonces) ya salían de los ojos de los cinco hombres reunidos.

De repente algo los sacó de aquel momento emotivo compartido, una terrible ráfaga de viento entró en la casa y se escuchó un golpe, como si una maceta hubiera caído desde lo alto y se hubiera quebrado. Todos se asustaron, cuando alguien dijo "el hielo se va a deshacer, majes".

Nadie dijo nada, pero todos sabían que era la voz de Ignacio, fue claro y no estaban dormidos, todos se miraban con desconcierto, queriendo pero sin atreverse a preguntar ¿escuchaste eso?, al contrario, se abrazaron y al soltarse, se volvieron a sentar a dar término a la botella de vodka y al hielo.

Tengo una blusa negra colgada en mi clóset.


No es una blusa cualquiera.

No es cualquier blusa negra como las demás que también cuelgan sin clemencia, esperando a ser usadas. Esta es de seda, de tirantes, corte imperio, cómoda como ella sola, para salir de noche y exhibir la espalda y los hombros. Es una blusa negra colgada en mi clóset que de vez en cuando pierde el equilibro en el gancho y cae mientras muevo las otras cosas. Una blusa negra con vida propia, que toma desiciones.

Como lanzarse al vacío y caer a mis pies para recordarme esa noche.

Para recordarme que era una fiesta y yo había tomado vino y fumaba como loca mientras te buscaba en la pista de baile sin encontrarte. Para recordarme que me volteé para salir entre el amasijo de gente y en la vuelta me tropecé con vos, quedamos como a un centímetro de distancia.

– ¿Qué estás tomando? – Atinás a preguntar al ver mis manos vacía.
– Ya no tomo – 
– ¿Desde cuándo? – 

Finjo ver la hora en el reloj de pulsera que no tengo...

– Desde hace como media hora–

Tengo una blusa negra colgada en mi clóset que cae de repente a mis pies para subrayarme que algún día te encontré en una fiesta y hablamos por horas y horas recordando los quince años anteriores, recordando cuando ni siquiera llegábamos a los veinte y me viste y nos vimos y después el tiempo que vino y se fue y todas las veces que nos encontrábamos y vos casado y divorciado y casado otra vez y yo casada y divorciada esta vez, también.

 – Como esa historia de Benedetti – te dije. 
– ¿Cómo cuál? – 
– Como Puentes como Liebres. Esa historia de Benedetti. Nuestra vida es un poco así–. 

Eso te dije.

Y a vos no te importó. Ni te interesó mucho el cuento. Querías un cigarro, otro whisky y salir de la fiesta. 

– No me creás tan tonta y veinteañera, te dije, ya me puedo esa historia de salir por el cigarro–. Y me reí. Me reí de verdad como no lo hacía desde los primeros años del desolador y fallido matrimonio. 

– Es increíble el poder que tenés de reírte solo con la mirada–. Dijiste, creyendo tal vez que tenías la necesidad de conquistarme como cuando teníamos menos de veinte años. Y te creí y sonreí con los labios y no pensé en besarte ni abrazarte. Es bien tonto, de verdad, pero yo no pienso en esas cosas. Sí me fijaba, por ejemplo, que la luz te caía justo en los ojos, como a la Ingrid Bergman en Casablanca. Claro, esa película era en blanco y negro y la nuestra, a color; aunque mi blusa fuera negra y tu camisa, blanca. De seguro si no hubieran habido más de quinientas almas de testigo sí se me hubiera ocurrido besarte, pero saliste con la historia del cigarro que querías irte a fumar afuera, como si no todos estaban fumando en la fiesta...

Tengo una blusa negra colgada en mi clóset que cae de repente a mis pies para recordarme que afuera había llovido. Sí, como cualquier julio que se preste a los aguaceros. Vos hiciste algún comentario de mi blusa y el frío. Y por suerte no llevabas saco o chaqueta, porque hubiera sido el colmo que me lo pusieras en los hombros como cualqueir película cursi de adolescentes, y no. Me senté en el suelo y vos no quisiste. Estaba mojado y no querías ensuciarte el pantalón caro. Yo me siento en el suelo mojado y me quito los zapatos cuando me da la gana. Vos sos demasiado apropiado. Creo que por eso el destino nos ha traído y llevado y vuelto a llevar y a traer y no nos ha juntado nunca. No podría ser feliz con un hombre que no se sienta en el suelo ni se quita los zapatos, de verdad, por mucho que nos demos cuenta mientras compartimos un cigarro que nos reímos de lo mismo y nos gustan las mismas canciones y leemos los mismos libros y vemos las mismas película. En ese momento soy conciente de lo mucho que me gustas, de lo mucho que me has gustado desde que tenemos menos de veinte años. La cadencia de tu voz, tus palabras, el vino, tu mirada; me hacen sentir más borracha de la cuenta. Vos te das cuenta. Por fin te sentás en el suelo. Me hacés alguna broma del frío y la blusita de tirantes y sin más aviso, me besás.

Esa blusa negra colgada en el clóset que cae al suelo con voluntad propia me hace recordar que me besaste, que pasé mis dedos por tu pelo, que respiraste entrecortado en mi oreja, que te dije qué rico olés. Esa blusa negra me recuerda que el piso mojado de un lugar para fiestas y convenciones no es muy apropiado para hacer lo que hicimos.

Tengo una blusa negra colgada en mi clóset. Cada vez que cae al suelo me acuerdo de vos.

(Relato inspirado en Heroin de The Velvet Underground)


20140518

Cathy



Cada quien escoge su veneno, o vicio; esa fuente de destrucción placentera, pues existen cosas que nos hacen daño, o nos hacen daño a medida hagan daño a nuestro entorno… y que aún así nos enamoran. ¿Será el caso de todos? Jim nunca sabría decirlo, pues únicamente reconocía la lógica detrás de perseguir las ganas y las pulsiones. No compartía el pensamiento de Juan, quien tenía una serenidad y sensatez capaz de afectar y contagiar a quien se le acercara. “Es que vos porque te hacés ese tipo de preguntas, Jim.” Al final, de todas formas, entendían profundamente qué era lo que no entendían del otro. Descansaban en este acuerdo tácito que guiaba, llevaba, alimentaba la amistad.

La siguiente ronda la iba a pagar Jim, Juan siempre pagaba la primera. Eso era como siempre, pero algo que le decía a Jim que algo había cambiado. Juan parecía haber perdido algo de su inseguridad que caracterizaba la manera en la que hesitaba antes de tomar cualquier decisión que podría cuestionar la forma en la que tenían que fluir las cosas.  Hasta sonreía más de lado, como con picardía y confianza.

“¿Tenés fuego?” preguntó Jim, habiendo buscado cerillos en sus bolsillos.

“Perame” dice el otro, y empieza a buscar en su blazer, acción interrumpida bruscamente con una mueca y una mirada viendo al frente. Se levanta Juan a recibir a una mujer que viene caminando, brazos abiertos y saludo de beso.

“Jim, te presento a Cathy”.

Ella es la razón por la que Juan se siente, o por lo menos se ve, mejor que nunca. Juan que ha buscado y buscado lazos estables con mujeres a veces hasta vacías, hoy a parece en sintonía con una mujer elegante e inteligente, hasta misteriosa. Dicen, recuerda Jim, que uno no escoge quien causa qué impresión en ti. A veces solo pasa que, bueno, conocés a alguien que te atrapa, te gusta, a la primera. Otras veces, todos sabemos, la primera impresión no es representativa de esa atracción creciente que nace y vive entre dos personas, de manera bilateral en el mejor de los casos; o hacia una persona. Otro cigarro, y otra ronda, y lo más embriagante era la sonrisa, la cara, la energía de esta mujer. Su risa, sonaba cada vez más familiar y atractiva, como si se acercaran más a medida pasaba el tiempo. ¿Cómo hacen, este tipo de mujeres, para aparecer un día con todo lo que pudiera pedir? Y Jim, tranquilo, poniendo barreras a medida, en su mente, se compenetraba más con la compañía de Cathy.

“Ya vengo”, y sonrió. Quizás iba al baño, y Jim la siguió en su mente a otro bar, a otra calle, a otro momento en el que han estado solos por mucho tiempo.

La sonrisa y la seguridad de Juan eran como el sello de un amor y una emoción sin precedente. Ella es, le contaba a Jim. Desde esa vez que se la presentaron, no tenía más remedio que intentar conocerla más y seducirla, sin la seguridad de que esta mujer, tan interesante y entretenida, iba a permitirlo. Pero parece que queremos lo mismo, por suerte que tuvo de que se cruzara con ella en el camino.

Le bajó el nivel de sonrisa, lo miró y le dijo “A ella no te dejo, Jim.”

“Por supuesto.”

Cathy regresó, y era el turno de Jim de levantarse. Sus pensamientos lo siguieron, no había llegado al baño cuando había decidido dejarla irla. Sacarla de la cabeza. Comerse la curiosidad por saber si a él también le podría hacer lo que le hizo a Jim. Igual, Sara lo estaba esperando, en la cama de ella. Sara era lo que Jim de verdad necesitaba, porque no le pedía nada. Aunque ella le dijera esas palabras dulces como… ¿Cómo fue lo último que le dijo? Que entre más tiempo pasaban juntos, más tiempo quería que pasaran juntos. “¿Qué hacemos Jim?” ¿Y qué iban a hacer, pues? Nada: sólo entender que las cosas van a pasar en los términos de Jim. Que falta mucho para que Jim ceda lo que lo hace sentir más cómodo y apegarse a los modelos de una relación estable. Que pasan cosas que te provocan otras cosas, que no hay que renunciar a ellas. Más bien, hay que actuar en función de los deseos. Pero, hoy no puede. Hoy, quizás, esté ganando Sara, con esta lealtad que lo empuja a la cama que no quiere. Ya, se lavó la cara, se volvió a ver al espejo por última vez, y regresó a la mesa.

Cathy pidió una siguiente ronda. Ya casi era viernes, ¿qué tiene de malo? Ya eran las 11, se le había hecho tarde a Juan. ¿Y entonces? Cathy propuso quedarse con Jim, tomarse la última, y ya. Podía confiar en él para llegar bien a su casa, ver a Juan mañana, normal; y otro día encontrarse de nuevo los tres. Juan dejó el dinero de su parte, Jim insistió en que no. Los tres de pie, Juan se fue después de darle besos a su novia y un abrazo a su buen amigo.