Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20140228

"Con Nombre de Guerra" - Héroes del Silencio


          Una fila interminable de personas espera afuera. Sus ojos se llenan de ansiedad cada vez que me levanto de mi escritorio. Aún faltan cinco minutos. Veo su impaciencia cada vez que miran el reloj a través del cristal. Faltan cuatro minutos. Bebo un poco de café frío mientras trato de ordenar los papeles en el escritorio. Un señor con bigotes toca por la ventanilla demandando que ya es hora. Sin emoción, le indicó el reloj en la pared, faltan dos minutos. La gente siempre es puntual cuando se trata de sus intereses. Un minuto. Un minuto interminable para ellos, demasiado corto para mí. Me levanto de la silla. Veo como aumenta la ansiedad de los de afuera cuando ven que me acerco a la ventanilla. Sus ojos llenos de cristalina emoción, como mascotas alegres cuando ven a su dueño acercarse para jugar con ellos. Cambio el letrero de la ventanilla de “cerrado” a “abierto”. Ya son las ocho.

          "Buenos días.”, exclama el señor de bigotes. Le devuelvo el saludo con un buenos días rutinario mientras tomo el documento de identidad que me entrega. Busco dentro de todos los documentos algún papel que diga 'Juan Luis Gutierrez'. "Aquí está señor Gutierrez, por favor verifique que todo esté correcto.”  Juan Luis verifica el papel, sus ojos se llenan de felicidad y una sonrisa invisible se dibuja debajo de ese bigote mitad negro mitad blanco. "Si, todo está en orden.” "Necesito su firma aquí, y aquí también." le indico en los papeles blanco y rosado que debo archivar después. Juan Luis firma sin titubear, le entrego su documento y rápidamente desaparece de mi vista sin antes exclamar “Muchas gracias. Que pase un feliz día.” 

          Hoy es fin de mes. Para Juan Luis significa media hora en una fila en la ventanilla de pagos. Una hora en la ventanilla del banco para cambiar ese cheque que le acabo de entregar. Una hora en los establecimientos de servicios para pagar las facturas pendientes. Para mí significa esa fila interminable que espera afuera desde hace una hora. Significa revisar incontables documentos con identidades que después del primero olvidaré, significa llamadas, discusiones y dar explicaciones o excusas porque a alguien se le olvidó entregar la planilla, revisar montos y cantidades, apellidos o cualquier cosa que la gente siempre olvida. Recolectar firmas en papeles blancos y rosados que al final del día debo archivar cuidadosamente. Si, es fin de mes. Un cheque también espera por mí. Mañana es sábado y podré descansar.


NGB.DA20140228





20140225

La marcha



Relato inspirado en "Con nombre de guerra", de Héroes del Silencio.



Assenne se ve en el espejo. Decide cambiar su cabello de rojo a azul y oprime para el ello el botón respectivo de su control capilar. También cree que quiere llevarlo un poco más corto hoy. Otro botón, y listo.

El microvestido sería lo mejor para la visita de hoy. "Cadetes", recuerda. Suspira resignada y opta por un mono de pantalones, para facilitar el camino hasta la base.

Vive fuera de la ciudad, lo que le dificulta las visitas a los clientes en la metrópoli, pero no a los de la base. Su chip de roles no tiene permiso para abordar los trenes ultrarápidos, pero sí cuenta con privilegios para los transportes de campo. La base, sin embargo, queda a un par de kilómetros de su casa y esta vez se le antoja ir caminando.

A los primeros metros andando recuerda por qué no le gusta caminar: se encuentra sola consigo misma y entonces comienza a pensar. Detesta hacerlo, siempre lo ha evitado con todo recurso disponible: sicoestimulantes, música, lectura de historias sobre vidas ajenas. Enciende su audífono y espera que las notas estridentes le ayuden a enajenarse de sus recuerdos.

Es en vano. Se ve a sí misma nuevamente como la infante 2987 del orfanato. Recuerda su escape a los 12 años, su paso por las capillas de reorientación y su final asignación como meretriz cuando recién cumplía 15. "No llores", le había dicho la oficial que la llevó a la implantación del chip de roles. "Todos somos importantes, hagamos lo que hagamos. Vas a ayudar a la pacificación con tu trabajo, a eliminar tensiones que podrían convertirse luego en violencia".

Ella había soñado con ayudar a la pacificación, pero no de esa manera. Ir a las bases le gustaba. En su niñez había visto a las cadetes sin poder evitar fantasear con convertirse en una de ellas, con viajar en el tiempo y evitar aquel ataque al sector noreste de la ciudad que la dejó huérfana, medio sorda, con dificultades para mover un brazo y una cicatriz en el rostro, que le borraron poco antes de su asignación de rol.

Ahora iba a la base. Le habían encomendado a miembros nuevos de la tropa. Tendrían misión en un par de días y el gobierno les había aprobado un pase verde para esa noche.  Entró despacio, llegó antes que las demás mujeres asignadas a la unidad y saludó a un par de oficiales que ya conocía.

Había pensado ya en huir. Había considerado escapar. Hasta se le había ocurrido enojar a alguno de aquellos oficiales para que un golpe de láser acabara con aquella vida que otros habían escogido para ella.

Pero ese día sonríe, avanza sin prisas al galpón donde la esperan los cadetes. Sabe que esa será su última asignación. Ya ha calculado que la inexperiencia y los nervios de estos jóvenes serán factores a su favor.  Entra y saluda. "De una forma u otra, esto termina hoy", piensa, y cierra la puerta.

20140224

Inés


Imposible describir con exactitud la dualidad seductora con la que ella te atraía e intrigaba. Digo, una dualidad producto de estas dos fuerzas que habitaban en ella: su fachada fascinante y su inseguridad desilusionante, aunque tierna. Quizás venía de esta guerra interna que la define, este pleito entre quien es y quien quiere ser, aquella guerra que empezó cuando señaló del dedo todo lo malo del entorno en el que había nacido.

Inés nació en un lugar que desprecia, creció rodeada de paredes en las que no se veía reflejada, y vivía en conflicto con ella misma por esto mismo, su rechazo al mundo perfecto en el que sus padres desempañaban roles ejemplares y criaban a ciudadanos educados. Una vida que se trata de verse bien, y hacer las cosas bien, para que hablen bien. "Bien", ¿según quién? ¿Para qué? Para hacer más gruesas las paredes de la burbuja y, al perder todas las edificaciones de una vida semi-urbana y materialista, enfrentarte al final al sin fin de deseos reprimidos. La solución tiene que ser más que hacer un buen trabajo en mantener la cordura; debería de ser posible salir, escarbar, caerse, y seguir adelante. 

Se puede decir que era rebeldía. Rebeldía y rechazo, como un poeta que adopta una postura crítica y rompe, además, con las formas tradicionales de hacer versos. Rebelarse contra los finales felices y los pactos sociables, buscar en los vicios y en los círculos bohemios lo contrario, las salidas; una rebeldía que fue mutando con el tiempo y fue esculpiendo aquella inseguridad que convertía a Inés en su propia enemiga y que Inés nunca enfrentó. Pasó de ser una adolescente a una mujer y le daba la espalda a esas punzadas que sentía en ciertas situaciones, como alfileres disfrazados de Esto es lo que de verdad valgo. 

La sed que la llevó a las artes también la llevó a una pared que, aunque blanca, no fue posible de convertir en un lienzo ni en prosa ni en nada. Carecía del talento incluso teniendo todos los elementos en serio; y no podía engañar a nadie, ni a ella misma. Ella no es artista; ella va convertirse en otra cosa que no sea uno de estos personajes que admira y que no aburren. ¿En qué? Han pasado los años y no puede responder esta pregunta. Sin embargo, en secreto sí admite haber encontrado el punto medio, desde hace ratos: la musa. Le encanta esta zona de confort, el placer de desnudarse emocionalmente y de quitarse la ropa para que la usen, y ser un puente para algo más grande. En su rol de musa coexisten perfectamente lo encantador de sus ganas de vivir, salen a la luz sus ideas y le brillan los ojos mientras se muerde los labios; y se pelea su satisfacción con la inestabilidad e inseguridad. Aprende, inhala, lo interioriza, y dibuja la línea pues no puede dar más. No se puede encerrar, no podría vivir encerrada; las respuestas vienen en otros tamaños y en varios colores. 

Quizás aún está en guerra, las partes de ella en conflicto; pero es más fuerte desde el día que aceptó una pérdida. Con el amargo sabor al pasado y débil de cuerpo y de alma, Inés se enfrentó, usada. Esto ya no era el buen vivir o la búsqueda de este, por huir de patrones conocidos por miedo a ser atrapada. Esto era otro patrón, con paredes más frías; por querer salir, se quedó atrapada. Lucha para romper con las raíces de lo que sembró, más fuerte y preparada para la guerra. 

El Anticuario.

Relato de Otto Meza,
Insipirado en "Still" de Alanis Morrisete. 


"Tienen una sola vida, gástenla en algo que valga la pena"
Chiara Luce Badano

Afuera de la tienda se podía ver el rótulo de  letras raras y para nada inteligibles. Un aroma a éter, mezclado con el perfume sepia de viejas fotos te daba la bienvenida invitándote a pasar. Al abrir la puerta, parecía que el silencio  se tragaba el espantoso ruido del mundo. Era un oasis de calma, un segundo robado al universo entero y conservado en alcanfor y cosas viejas.

En el inmenso caos de cosas dispuestas sin orden aparente, sobresalía el único objeto que cada tanto se movía:  la figura turca del tío Nael. Delgado, ojos  hundidos en una cara de huesos  y de la que solo sobresalía una nariz desproporcionadamente grande. Sus manos de dedos largos trenzados. Los brazos delgados atados (por una vieja bufanda verde) a ese cuerpo siempre encorvado sobre su mesa de trabajo, desde donde "rescataba el alma de los recuerdos", como le gustaba decir, aunque para mí solo era un simple vendedor de antigüedades limpiando objetos para ofrecerlo a algún turista. Alto como las paredes de su tienda, de movimientos lentos, parecía sostenido por los andamios de la nostalgia.  

-¿Por qué trabajas tanto en esas cosas viejas?- le preguntaba mi madre sin esperar respuesta. Yo que me quedaba un rato más le escuchaba mascar algunas palabras de forma lenta: no son cosas, son recuerdos... 

-Sabes, Mateo - me dijo un día- La realidad de los humanos defrauda de tal manera que solo la nostalgia nos salva de hacernos insensibles. La nostalgia y la luna.

Nunca se casó, nunca le conocí pareja, o deseos de descendencia. Nada, ni un desliz, ningún arrebato. Pero si tenía una viejo amor: la luna, en quien refugiaba sus noches enteras. Se sentaba por horas a verla y parecía convertirse en un objeto más de su tienda, inerte, embebido en la belleza del círculo blanco. Cada tanto, mamá iba a verlo, quizá para cerciorarse que no hubiese muerto. Lo veía por un momento y dejaba escapar una leve sonrisa al notar que el tío Nael movía su cabeza al compás de la danza astral de su musa. La luna parecía la pupila insomne que aún amaba al mundo entero gracias a la mirada perdida de un viejo octogenario. 

Me contaba que las lunas más hermosas las vio durante su servicio militar, nunca habló de esos dolorosos días de inútil guerra, más que para reconocer sus antológicas memorias lunares. Como si ese "amor" lo salvara de daños colaterales. 

Una noche parecía inquieto, nervioso mientras fumaba su pipa de agua. Pequeño Mateo - me dijo- hoy he visto llorar la luna. Derramó tres lágrimas de diamantes que surcaron la bóveda oscura que encierra al mar. He buscado pistas y señales en cada recuerdo que viene a mi tienda con el objetivo de entender a la luna. Y creo saber lo que busca. Sé que es lo que ella necesita, Mateo - repetía una y otra vez.

A la mañana siguiente mientras regresaba de la escuela vimos una muchedumbre en el muelle. Casi todos en silencio. Un sollozo, daba sentido de dolor a la escena, era mi madre que sostenía la bufanda verde del tío Nael. Según algunos pescadores, durante la madrugada, una figura delgada, con una pequeña bolsa al hombro, cantaba, sonreía y se adentraba al mar diciendo cosas en lengua hindi.

No lo encontraron nunca, ni un rastro más que su bufanda. No hubo nota de despedida. Daba la sensación que el tío Nael se había diluido en las aguas. La tristeza inundó su tienda y mamá remató en venta de domingo todo lo que había. No se habló del tema en casa, aunque en el pueblo comentaran que la locura de vivir tantos años oliendo alcanfor lo había llevado al suicidio. Mi tío era mejor que esa teoría. Por eso, cuando vengo de noche al mar, creo advertir que cuando la luna se refleja en las aguas, lo hace para bajar al océano, perdiéndose y arañando las profundidades; buscándolo para bailar con él y corresponderle  las noches de devoto silencio frente a la ventana. Esas noches cuyos recuerdos y nostalgias me salvan a mí de ser insensible y rescatan la luna de su soledad.

Hablemos de misericordia.

Hablar de amor es difícil. Más difícil es hablar de la misericordia, habitualmente hemos perdido la perspectiva de lo que eso significa. La humanidad es voraz.

Pero, ¿cómo fui a caer a esta canción? 

Hace poco mas de dos años empecé a tener problemas de salud, de esos problemas de salud que no te dejan en paz... tanto por el dolor corporal como también por el miserable miedo de morirte desangrada. A veces he pensado que el miedo me ganaba. En especial al inicio. Lloré mucho la semana en que me diagnosticaron. Para entonces trabajaba y vivía en Suchitoto en un proyecto de arte y cultura, tenía a maravillosas mujeres a mi al rededor que me aguantaron esa semana de lágrimas. Sumado a la situación de salud, justo ese día mientras hacía mi recorrido desde la clínica de mi ginecólogo hasta mi oficina en Suchitoto en mi correo estaba una carta que me ayudó a llorar aún más. Las cosas no iban bien en mi relación con el hombre que sigue a mi lado. Esas cosas pasan, pero estaba cansada que me pasaran a mí.

Como todo ser humano, común y silvestre, me pregunté ¿por qué a mí?

Esta canción apareció justo entonces, ya la conocía, pero aquella noche, mientras me terminaba una cajetilla de cigarros y una botella de vodka, esperando (quizás) a que eso acabara con mi sufrimiento me vino a la mente. Esos vericuetos de la mente tienen su misterio. 

"Still" es un mantra... bueno, para mí lo es. Comprendí aquella madrugada que muchas cosas no las puedo cambiar, otras sí, pero que lo que impulsa esos cambios es el amor. No de ese amor cursi y ridículo de catorces de febrero, o de ese amor maternal cuasi compulsivo y protector de la camada a cargo, no, sino de ese amor que es tan raro, inmaterial e incomprendido: la misericordia. 

La misericordia a una misma y hacia los demás. Ese que te dice que a pesar de todos los errores, todos los dolores, de toda la sangre, de toda la vergüenza, de la historia pasada que te hace herir a los demás... aún, a pesar de todo eso, existe el amor para una, que merecemos ese amor. 

Pero, perdonarnos es bien difícil. Se los digo por experiencia, pareciera que soy una persona que tiende mucho al error y a herir gente (la mayoría de veces sin intención) y eso me ha traído reflexiones nocturnas bastante duras contra mí misma. Pero perdonarnos esos errores es precisamente lo que nos puede salvar.

No soy una persona religiosa, en mi juventud primera si lo fui. Demasiado creo. Mucha gente me asume atea y yo misma a veces digo que no creo en Dios. Posiblemente sea porque lo que no logro entender con la lógica me parece imposible de existir. Pero entonces recuerdo aquella madrugada, drogada por analgésicos, sumergida en vodka, envuelta en el humo de cigarros baratos, ahogada en lágrimas... justo ahí lo comprendí. Tengo vida y merezco vivirla y eso depende exclusivamente de mí, no de otros... no de mis doctores, no de mi pareja, no de mi familia nuclear, no de mis amigas que me acompañaban en la tragedia. Vivir depende de mí y eso implica que debía perdonarme para poder agarrar estos treintypico de años que he vivido y ver qué haré con los que están por venir. Sean estos pocos o muchos. 

Perdonarse es amarse a pesar de todo. Es saber que la divinidad no está en una imagen, en un culto o en una creencia, la divinidad nos habita. Es esa vocecita interna que te dice "dejate de tonteras ya, buscá cómo ser mejor persona"

Cuando andaba pensando la semana pasada qué canción regalarles a mis compañeras de Non-girly Blue la recordé y la lógica fue: Si a mí me sirvió debo compartirla, porque amar es perdonarse, luego vivir y luego... compartir eso que te hace vivir, porque seguramente le puede servir a otro ser humano. 

Así que les dejo esta canción, Still de Alanis Morrisete, no solo a mis compañeras de blog, sino también a todos los que se toman el tiempo de leer y compartir con nosotras.

Termino contándoles que esta semana, como invitado, nos acompañará Otto Meza, caricaturista, escritor y un muy buen amigo que surgió de la nada y que a través de mensajes esporádicos del wasap hemos establecido un afecto que va más allá de las posibilidades de vernos seguido. Léanlo, es bueno encontrarse, de vez en cuando, personas que aún guardan candor en el alma. 

Saludos.



20140222

Crónica de un inicio. "Dream On" - Aerosmith

Primero conocí a @florsypower en Twitter. Después conocí a Flor Aragón cuando me entrevistó en Apex BBDO, para ver si entraba a trabajar en la agencia. 

Si hay algo que me encanta es la gente que cree. Ella creyó en mí a través de un “mensaje directo" en Twitter cuando le envié un enlace a mi portafolio de egresada de la U. 

Trabajar en publicidad es duro cuando tenés un alma artista porque hay muchas cosas que no podés hacer, o por lo menos, cuesta un poco más hacer, como por ejemplo escribir guiones de t.v. llenos de poesía; o si sos diseñador, intentar escribir un copy es algo raro, porque para eso ya hay copys.

Pero trabajar en publicidad tampoco es una excusa para no seguir tus sueños y hacer lo que querés hacer. Supongo que esa fue la motivación principal para comenzar este proyecto.

***

Como nació la idea de Non Girly Blue no estoy segura. Lo que sí sé es que no se me ocurrió a mí. Fue una idea que a Flor Aragón (@florsypower) se le ocurrió compartir, probablemente en una de esas salidas a fumar a la terraza de la agencia, o quizás en uno de esos viernes de “Premios Marfil” en el estacionamiento de Apex, entre cerveza y cerveza que hablamos del proyecto. No lo sé y poco importa. Lo que importa es que así como mucha gente ha creído en mí, yo también comencé a creer.

Y un buen día, decidimos que era hora de comenzar.

***

El 17 de febrero de 2013, tres soñadoras de generaciones diferentes, se reunieron en lo que me gusta llamar “la primera reunión oficial” para hablar sobre un proyecto para escribir. 

La cita fue a las 10 a.m. en el Palacio Tecleño de la Cultura y las Artes, en Santa Tecla. Era sábado. Hacía calor. Nada raro, porque en El Salvador siempre hace calor. Yo andaba con una resaca ligera.

Café tras café, esperamos junto a Carol Monroe (@carolmonroe) más de una hora a que Flor Aragón apareciera. "El tráfico” dijo en una excusa.

Estaban construyendo la carretera hacia Los Chorros, era sábado, casi mediodía, quincena… Decidimos creerle. 

Cuando por fín apareció, platicamos y soñamos juntas por una hora o más, no recuerdo. Hablamos de cosas e historias, de sueños e ideas. Posibilidades infinitas de esas que a los artistas les gusta imaginar. Compartimos correos electrónicos y nos comprometimos a hacer el proyecto.

Esperando a @florsypower en el Palacio Tecleño.



Sin planes claros, como es costumbre en nuestra cultura, pasaron días, semanas y meses… y nada. El proyecto no comenzaba todavía. 

Luego, a mi se me ocurrió que era buena idea aceptar un trabajo en Honduras, y me fuí. Recuerdo que era abril cuando emocionadamente le conté a mi directora de cuentas que por fín, por fín! ibamos a comenzar un proyecto, comencé a bocetar un par de logos…  terminó abril…  y nada.


Hispter eye. Boceto para logo.

Entre correos, sykpe chats, y más correos, llegó Junio y nada. Pasó Julio y nada. Dejé mi trabajo en Honduras y me fuí a Guatemala… y nada. Aún no había proyecto.

Un buen día, me prometí hacer el logo. Me senté por horas, desempolvé mi Wacom y comencé a hacer logos. Y se los mandé a las involucradas. 

Recuerdo que un buen sábado, en un Facebook chat le dije a Flor: “si no comenzamos hoy, no lo vamos a hacer nunca. Comencemos como sea y en el camino lo mejoramos”. 

Así, alguna de las dos abrió el blog en blogger (no recuerdo quien la verdad) y así, como una patada en el trasero, Flor envió un correo a todas diciendo “ya es hora de comenzar”. Era octubre.

Y así, sin tanta vuelta, dejando el perfeccionismo atrás, comenzamos con una idea,  creyendo que podemos escribir, que podemos hacer lo que querramos porque ¿por qué no?

...



Es complicado eso de seguir tus sueños. Siempre vas a encontrar obstáculos, y mientras más pasión y amor sintás, más grandes serán esos obstáculos. No sé si es ley de Murphy, pero así sucede siempre. 

Lo importante es no dejar de creer.




NGB.DA20140222 

Sentate, te voy a contar una pasada.

Relato inspirado en Nombre de Guerra
de Héroes del Silencio. 

A Erminio, 
que se murió sin saber mi nombre. 


- Viera compadre, qué feo fue encontrarla.
- Ya le dije, compadre, que no ande yendo a la cantina tan noche.



Mi abuela cuenta que una vez rescató a mi bisabuelo de la Siguanaba. Hay que decir primero que mi bisabuelo era un campesino muy dado a la bebida, en palabras de nuestro pueblo, era bolo chichipate. Campesino, bolo... y de paso indio. 

1932 no era un tiempo tranquilo para vivir, en especial si vivías en Panchimalco, no sabía mi bisabuelo que jamás sería un lugar bueno para vivir. Las apariencias engañan... la matanza del 32, la guerra, las cortas en las fincas, los terremotos, otra vez la guerra y ahora las pandillas. Panchimalco está maldito, tal vez sea por la Puerta del Diablo, tal vez porque ella siempre ha rondado ahí. 

Mi abuela tuvo que pedirle ayuda a sus hermanos mayores, ella era una muchachita de doce años cuando esto pasó, entre los cuatro sacaron a don Erminio Tecpan de un barranco. Alguien les había llegado a avisar a la casa que allá por el nacimiento de agua se oían gemidos de alguien agonizando. Mi abuela se asustó y fue a ver si no era su papá el que estaba boqueando en el fondo de la quebrada. Sabía que mi bisabuelo siempre pasaba por ahí para acortar el camino, más cuando venía de la cantina. 

- ¡Tata! - gritó Sebastiana - ¡Rubén, vení... mi papá se está muriendo!

Mi tío abuelo Rubén fue el primero que se murió de todos los hijos de mi bisabuelos. En febrero del 32 lo agarraron los de la guardia y lo fusilaron porque dijo su apellido indio. Faltaba un mes para que eso sucediera. Tenía 14 años. 

Entre Sebastiana, Rubén, Luis y Armando lograron sacar a mi bisabuelo del fondo del barranco, la curandera que llegó a la casa a auxiliarlo era tan anciana y tan ciega que tuvo que palparle todo el cuerpo para saber dónde poner las cataplasmas de chichipince y donde poner las regletas de bambú para que los huesos pegaran rectos. Tenía cinco fracturas. La cosecha de aquel año deberían de sacarla los hijos, él estaba incapacitado. 

Erminio Tecpan se había quedado viudo, su mujer se murió de un "parto helado", ahora ya no se usa ese término, se desangró pues, mi bisabuela se murió cuando le dio la vida a mi tía abuela Hortensia, 7 años antes. La camada estaba compuesta por Armando, Luis, Rubén, Alicia, Sebastiana, Carlos y Hortensia. Debido a su recuperación, todos los varones se fueron a trabajar a "la finca", así llamaban a la propiedad del patrón. Cortaban café algunos y otros cultivaban hortalizas. Las muchachas se quedaron en la casa, cuidando al tata y preparando almuerzo para los hermanos que estaban echando riata en la tierra del patrón. 

- Tata, te viene a visitar don Manuel - le anunció Alicia.
- Pase compadre, siéntese. 
- Puchica, compadre... qué jodido quedó... ¿y qué le pasó pues?
- ¡Cállese compadre! Yo dije "hoy si ya me morí"
- Ya le he dicho, que no ande agarrando zumba, no ve que estos cipotes algunos todavía están chiquitos, los va a dejar solos, más que las cipotas ya se le están poniendo bonitas, más la Alicia que ya va quieriendo...
- Mire compadre, si me llegara a pasar algo se los encargo y ahí a la Alicia mejor que sea mujer suya y no de otro. 
- Compadre, deje de estar hablando brutadas. Menos mal que la Tanita lo fue a rescatar. 
- Ella dice que le avisaron, pero a saber quién. Nunca me lo ha dicho, pero yo creo que ve finados, compadre. Su nana era así... y la niña Tencha siempre me la anda sonsacando para que sea su aprendiz.
- No la deje, compadre, la niña Tencha tiene fama de hacer el bien, pero también el mal. Hasta dicen que la esposa de mi General Martínez la mandó a llamar para que una su cuñada se muriera en el mar cuando iba para las europas, dicen... usted no me crea... pero como no hay que creer sin dejar de creer, compadre. 

Panchimalco estaba maldito, abundaban las brujas y los indios lambiscones de los ladinos, por cualquier chambre te taleguiaban o te amarraban a un palo en la plaza central y te tenían ahí a pleno sol y lluvia y nadie te podía dar de tomar agua o darte de comer algo. Sino también te amarraban. 

- Bueno, pero ya en serio... y qué fue lo que le pasó pues, compadre.
- Ay, don Manuel, ayúdeme a darme vuelta, ya no aguanto estar de este lado... ay, ay, ay... despacito, don Manuel... puta, compadre, despacito le dije... 
- Esto es para que deje de andar de bolo, no ve que se va a morir y ni cuenta nos vamos a dar. 
- Que me muera de la talega no importaría, viera compadre, creo que la Siguanaba me salió la noche que me caí, más que era noche de luna, estaba bien clarito.  Venía yo tranquilo, no había podido ir donde las muchachas porque no me alcanzó, así que me vine para la casa, subiendo por el ojo diagua venía cuando la vi que venía. Viera que chula era, compadre. Yo hasta me confundí, creí que era la sobrina de la niña Tanchito, como esa cipota si es bien coscolina y que dicen que se conforma si le dan un su racimo de plátanos o cualquier cosita, pensé en decirle si se dejaba. Cuando se acercó vi que no era ella, de todos modos era bien chula, si hasta en lo oscuro se le veían los cachetillos chapuditos y las chiches ni le cabían en el vestido. Traía el pelo suelto. Bien negrito, negrito y largo, y aquellas nalgas de potra... yo dije "jum... aquí si ya la hice" y cuando se acerca la saludé, le dije "noches le de dios, niña", se detuvo y me dijo... "a usté lo andaba buscando don Minio, me dijo la niña Chon le debe un favor y que se puede cobrar con yo". Ahí ya no atiné. 
- Diocuarde, compadre. Usted como que no tuviera temor de Dios. ¿Por qué se presta a esas cosas, compadre? Imagínese lo que ha de sufrir en la otra vida la comadre... usté no piensa que allá en el alto cielo se la va a encontrar y lo va a garrotiar y con justa razón. 
- No creo que me garrotee, compadre. Ya pagué, deje que le termine de contar... pues la muchacha que me dice eso y que se me acerca y me besó en la boca. 
- ¡Gran Podre de Cristo! compadre, eso ha de ser puritito pecado.
- Yo creí que me iba a tragar. Sentía su lengua por toda mi cara. Yo ni atinaba a qué hacer, ni dónde poner las manos, porque puesi, uno de hombre es el que hace esas cosas, las mujeres de bien no hacen eso. Ahí caí en la cuenta que segurito era mujer de vida alegre. Más por lo que me dijo...
- ¿Y qué le dijo, compadre?
- Al inicio no le entendía porque hablaba jadeando, como si hubiera pegado una gran carrera. Cuando logré entenderle decía... "pisame, pisame rico por favor". 

Seguramente don Manuel jamás en su vida había escuchado semejantes cosas, ni cuando se animaba a ir a la casa de la niña Tanchito, reconocida prostituta y regenta del burdel del pueblo. Escuchar aquel relato de su amigo, que ahora estaba postrado y regañado por sus hijas, porque las cipotas no sabían los detalles, pero sobre todo Sebastiana se lo imaginaba. 

- ¿Va querer un cafecito, don Manuel? - dijo la niña.
- Si me haces el favor, mamita. 
- La Tana anda bien rara, me cuida pero se me queda viendo como resentida, compadre.
- Y con razón, no se haga el maje, compadre. La cipota ya va sabiendo de seguro que usted no andaba en buenos pasos.
- Le digo... a mi la Tanta y la Tencha me dejan en qué pensar, son bien de otro mundo, como su nana. Siempre hablan solas y dicen que ven aparecidos y la Tencha tiene esa maña de andar trayendo todo animal roñoso que se encuentra en el camino a la escuela. No ve que la Tana fue la que me dijo que a mí la Siguanaba me había salido, me lo dijo solo a mí, así quedito, para que los otros no supieran. Me dijo que sabía por las grandes calenturas que me dieron y porque en los ojos se me echaba de ver. 
- Ay, compadre...
- Vaya, don Manuel, aquí le traigo - dijo Sebastiana poniendo la taza de barro en un taburete de madera - no se vaya a quemar que está hirviendo. 
- Gracias, Tanita. 
- Hija, deberías de ir a traerte unos elotes allá donde tu tía Licha. 
- Vaya, tata.

La Tana, como la llamaban, estaba destinada a ser mi abuela, pero primero tenía que sobrevivir a la matanza, a conocer a mi abuelo, a parir a sus siete hijos, a que se le murieran dos, hasta que la menor de todos, llegara a este mundo para que tuviera el destino de ser mi mamá... me habría gustado conocer a mi abuela, dicen que con el tiempo si afinó sus artes y llegó a ser una reconocida pitonisa de la zona de los Planes de Renderos, obvio que tuvieron que salir de Panchimalco luego de la matanza, fue cuando a mi abuelo se le ocurrió que como todos sus hijos tenían nombre ladino, la salvación sería cambiarse el apellido y disimular así un poco, pero para entonces ya habían fusilado a Rubén. Tecpan nunca más se usó en mi familia. Todos somos Palacios ahora, ese es mi segundo apellido. 

- Bueno, compadre, termine de contarme. 
- Pues nada, que quitándole la ropa estaba cuando de repente sentí un graaaan frío, como si todo el sereno me cayera de un solo, solo a mí. Y voy sintiendo como se le fue arrugando la piel y cuando le vi la cara era feísima, era como un diablo, con unos grandes dientes chucos, chucos, las greñas se le habían hecho grises y me enmarañaba con ellas. Me decía... "hoy si te jodiste" y yo gritaba, compadre, gritaba... y le pedía santo auxilio a Dios, cuando me soltó fue que me fui así para el barranco... ni sentí los golpes, solo la alcancé a ver que iba corriendo como si fuera un gran mono para dentro de la loma y se carcajeaba y decía mi nombre... "Erminio, estás maldito". Cuando vine a abrir los ojos a la que vi fue a la Tanita, lloraba la pobrecita... y me decía "Tata, no te muras, no te muras" al ratito llegaron los cipotes y entre todos me trajeron a la casa.
- Le digo, compadre, fuera bueno que se confiese con el padre y que le venga a echar agua bendita a la casa, imagínese que esa animala quiera venir a llevárselo de vuelta. 
- No sé, compadre, no quiero asustar a los cipotes, solo la Tana fue la que me dijo que ella si sabía... pero que no le iba a decir a nadie. Ahí anda poniendo morritos con agua en la entrada de la casa todas las noches, dice que con eso no entran los malos espíritus y que si la tal Siguanaba vine, que ella la va a cachimbear, que ella no le tiene miedo ni a ella ni a ninguna puta.... imagínese, compadre, mi cipota hablando de putas... yo seguirito me voy a ir al infierno directito... la Chenda me hace tanta falta para criarlos.
- Puesí, compadre, si eso es cierto, la comadre le hubiera criado bien a todos los cipotes, sino mire al Armando, ya está grande, también Luis, no crea... en cualquier ratito le avisan que se van porque se van a acompañar. Tanta cipota chula que hay por la finca. 
- El que me preocupa es Rubén, no le veo que le agarre al cultivo, tal vez lo mande a aprender un oficio mejor, allá a San Salvador, creo que haciendo el sacrificio bien lo puedo mandar de aprendiz de zapatero o sastre. 
- Bien, dígales a sus cipotes que no anden tan noche solos, no solo por lo que le pasó a usted, el tiempo se está poniendo bien feo. Bueno compadre, me voy, antes de que se me haga noche. Cuidese y voy a ver cuándo vengo otra vez para que demos otra platicadita. 
- Vaya con Dios, compadre.

La gente dice que este tiempo es terrible, pero no se ponen a pensar que esto siempre ha estado así. A Rubén lo mataron justito un mes después, toda la familia de mi bisabuelo tuvo que salir corriendo porque la guardia venía quemando casas, matando hombres y violando mujeres, se robaban los animales... todo lo arrasaban. 

De la vieja casa lo único que se llevaron fue una planta que estaba en una macetita de barro, esa planta ha sido parte de la familia durante años, es decir, los hijos de aquella planta que rescató la tía Tencha, pero de esa historia te voy a hablar la próxima vez que nos veamos. Sí, yo sé que te tenés que ir, tu mujer ha de estar pensando que a saber dónde estás, ya vi que te llamó dos veces al celular. El otro miércoles no voy a estar disponible, tengo que ir a Santa Ana a atender a un cliente, pero el jueves bien que nos podemos encontrar. No, no te preocupes, ya casi no me duele, además así te gusta a vos, a mi lo que más me gusta es la platicadita que nos damos después de pisar. Si, son $75. Nos vemos guapo. 

20140221

La señora del pan

Se levantaba a las cuatro y media de la mañana todos los días, incluyendo fines de semana.

Dormía en camas separada con su marido a quien amaba como el primer día; pero él tenía mal dormir: aunque estuviera profundamente dormido, lanzaba brazadas y patadas como si estuviera en competencia de nado en estilo mariposa.

"Pero solo nos separa la mesita de noche", decía con tono pícaro.

Daba ocho pasos y llegaba a su tocador. Su marido lo había mandado a hacer donde un carpintero de la zona. "Madera blanca de la mejor", había pedido varios años atrás cuando construyeron esa casa para comenzar su vida juntos.

Tomaba su gorro plástico para evitar que se dañaran sus rizos con el agua y se dirigía al baño. Era un cuarto de baño bastante amplio por la falta de paredes. La bañera estaba expuesta ante el lavabo y el lavamanos, desafiando el pudor de la época. El piso era una mosaico de azulejos en diferentes tonos de amarillo, al igual que las cuatro paredes solitarias que abrazaban ese lugar extraño.

Se quitaba su camisón de dormir, y se sujetaba de una barra de hierro puesta especialmente pensando en ellos mismos para cuando llegaran a la edad de oro.

Tomaba su ducha mientras abría la pequeña ventana que daba al cielo. Cuatro vidrios horizontales sujetos a una manecilla giratoria. Una ventana que estaba en lo alto de la casa y ver a través de ella significaba el deleite de las nubes y las tórtolas que siempre buscaban esa esquina de la casa para anidar.

Se enjabonaba con una marca especial que compraba en el mercado. Unas cajas amarillas con la silueta de un gato negro. "Prefiero oler a jabón y no a frutas", pensaba.

Terminaba su ducha llena de trinos y mientras se secaba con su toalla favorita, pensaba en la mezcla de pan.

Finalizaba su ritual en el baño de mosaico amarillo, se vestía siempre con el mismo tipo de vestido de manga corta y ruedo hasta las rodillas, un cincho hecho de la misma tela del vestido, que la costurera vecina le confeccionaba y donde ella se colgaba el manojo de llaves de todas y cada una de las puertas de la casona, sandalias abiertas como si fuera monja franciscana y medias que debía quitarse cuando encendía el horno del pan porque no aguantaba el calor.

Bajaba hasta la cocina donde saludaba a sus dos ayudantes ya vestidas con su delantal para evitar el baño de harina y guantes para evitar contaminar el futuro pan. Se repartían las mezclas, las tazas medidoras, el papel encerado, la mesa de trabajo y quién debía estar pendiente de la radio "porque el pan hecho con alegría sabe mejor".

El despacho de ese día:

10 bolsas de pan de caja normal
10 bolsas con  8 pan francés cada una, porque la demanda había bajado
5 bolsas de pan de caja hecho solo con semillas, porque nadie entendía ese sabor avanzado
20 bolsas de pan de caja integral. El producto especial de la casa

Cada maqueta de pan que salía del horno -y para entonces ya ninguna de las tres mujeres tenía sus medias puestas- se metía bajo una cortadora que dejaba las rodajas perfectas y después se envolvía en un rollo de plástico transparente que era cortado con una prensa selladora. Se le pegaba una viñeta con el teléfono para recibir más pedidos y se ponían los paquetes en canastas de plástico -parecidas a donde va la ropa sucia- para ir a repartir cada orden.

Así pasaba los días. Así pasaron los años.

Entre pan de leche y el integral vinieron los hijos. A todos les compró la tela del pañal con lo que ganaba del pan de caja. Todos fueron a la escuela gracias al pan de caja. Todos tuvieron sus juguetes, zapatos, el primer televisor de la casa, los chocolates cuando iniciaron los amores, el alpiste para las tórtolas que llevaban generaciones anidando por la ventana del baño amarillo, el pago de las ayudantes que se turnaban la música en la radio y hasta las medicinas para cuando ella enfermó y sus hijos descubrieron miles de monedas en botellas. Todo gracias al pan de caja y a la mujer de los rizos intactos que se duchaba temprano y le cantaba a la harina para hacer feliz a los demás.






En los pasillos del Edén.


Relato de @ElCopycito
Inspirado en Con Nombre de Guerra
de Héroes del Silencio

¿Con qué quieren que empiece?, ¿con una frase que captará su atención en dos segundos?, ¿con la descripción de un personaje que no se siente como antes?, ¿con la puerta que al fin se abrió? ¿con la última fiesta en donde no pude conseguir la droga que ella quería? Aaaaah, ya sé… ¿qué les parece si iniciamos  esta historia con una buena conversación? A todos les gusta una buena conversación, vamos, la mayoría de las buenas historias empiezan con una buena conversación. Mierda. Ya me hicieron  repetir tres veces la palabra conversación (y ahora cuatro veces). En fin. Pongan atención, porque no lo diré dos veces.

– Espero que tus recuerdos pesen más que la grandeza de tu ausencia– le dije a Gerardo, mientras fumaba mi último cigarro.

– No me jodás, cabrón, ¿de dónde te sacaste esa frase?, ¿de una de esas novelas de vampiros culeros que brillan en el día?


– No, en serio, es decir, quiero que…


– Espero, y en serio espero, que lo próximo que salga de tu boca llena bacterias de tabaco barato sea lo suficientemente interesante para que me quede un rato más ¾me reclamó Gerardo al tomar un sorbo de la última botella de Estrella Verde.

Suspiré.

– Perdoná, pero no pude pensar en otra cosa. Estoy demasiado borracho para pensar jajajaja... La frase de “Espero que tus recuerdos y bla bla bla…” se la robé a mi ex jefe.

Gerardo escupió una lluvia de gotas de Estrella Verdes, las cuales bañaron mi cara y parte de las paredes de mi apartamento. No me importó. Al fin y al cabo mis paredes necesitaban una limpieza, o por lo menos un olor al cual estaba acostumbrado. ¿Y mi cara? pues, mi cara había pasado tres noches sin dormir, sin conocer agua. Claro, mi rostro se había convertido en el nueva fragancia de Armani: Trasnosheando (así con sh… ajá, yo sé, los publicistas y su creatividad en nombres, ¿qué le vamos a hacer?) Por cierto, después de eso Gerardo no paró de reír.

– Todavía no entiendo por qué renunciaste

– No me sentía bien.

– ¿Cómo que no te sentías bien? Si te pagaban bien, cabrón. Y tu hedor me dice que no has salido del apartamento desde que lo hiciste. Olés como el  culo de un vagabundo.

– No me sentía bien escribiendo esquelas para gente rica.

(Dato curioso: después de graduarme de redactor profesional, trabajé por tres años en una agencia que se especializaba en escribir, diseñar y distribuir esquelas para pudientes).

– ¿Y qué si no te sentías bien?  Tenías dinero para tus vicios, para invitarme de vez en cuando a un trago  ¾dijo Gerardo al ver por la ventana.

– Soy más que eso.  O sea, ya estaba harto de escribir “ mi más sentido pésame, que descanse en paz, nuestro profundo dolor…” Mierda, ¿sabés cuántos Jesuses sangrando y cruces y palomas y vírgenes y querubines he visto  en los últimos años? Creo que un día en la oficina aluciné que un Jesús agarraba su sagrado corazón, me lo tiraba en la cara y se reía de mí, de mi estúpido trabajo.

– ¿Y?

– ¿Y? Y come mierda, cabrón. Y tampoco apesto a culo de vagabundo, tal vez a pelo de vagabundo, pero no culo, pedófilo de mierda…

Brindamos, reímos y reímos un poco más. La luz que entraba por la ventana mal formaba la cara de Gerardo, como una máscara hecha de sombras.

Gerardo era un de mis mejores amigos. Tenía la adicción de andar con niñas vírgenes de 19 años. Creo que era porque sentía que tenía control. Ellas, las niñas de 19, hacían todo lo que él les pedía. ¿Por qué? Porque quizás ellas creían en la experiencia de un hombre que había cogido durante más de 15 años y querían que la primera vez no fuera incómoda, dolorosa. Gerardo les decía que el pene de un hombre mayor era anatómicamente perfecto para no causar dolor. El cabrón hasta había diseñado una página web sobre eso y subía artículos falsos, firmados por autores falsos.

Pero la verdad, lo auténtico de él, es que las trataba muy bien y les daba cierto tipo de esperanza en este mundo lleno de cinismo. Pues, tenía su forma especial:  les contaba historias fantásticas sobre él. Un día, una de sus novias me comentó que quería ser una pintora exitosa como él y que quería exponer su obra en París como él. (Dato curioso: Gerardo no ha podido dibujar una línea recta desde que empezó kínder.)

Gerardo era como el Pelé, el Picasso, el Scrosese de los novios mentirosos. Piénsenlo. Al menos las hacía aspirar a más y a no ser solo la esposa de alguien.

– Odio que tenga que irme en cinco días y tu así. Te dije mil veces que mantuvieras la cabeza baja y que siguieras ganando
dinero– dijo Gerardo, apretando con su mano derecha la botella..


– ¡Ahora ya no nos alcanza para más guaro, ni para invitar a Cindy!

Gerardo seguía apretando la botella

– Tranquilo. Mierda. Perdoná. Es así, empezaré a escribir un libro y cuando lo lance…

Gerardo abrió la boca como un león a punto de morder a su presa, gritó, y arrojó la botella hacia el suelo

– Pero no  vamos a pasar peleando por esto durante los últimos días que me quedan aquí, ¿verdad?...

– …Ya, estoy seguro que Cindy entenderá, no volvás a tus maneras de bolo violento. Tomá ¾ le arrojé  el último cigarro que me quedaba.


– Sí, sí, sí. Te amo, tú me amas, nosotros nos amamos y todas las personas gramaticales nos amamos. Ahora vení, acercate y mirá de lo que te estás perdiendo– me dijo, viendo fijamente por la ventana.

No era la primera vez que él me pedía que me acercara a ver por la ventana. Sabía lo que había. Y mientras me acercaba a él, solo podía pensar en que iba a extrañar nuestras conversaciones, sus enojos esporádicos, las preguntas estúpidas de sus novias acerca del mundo del arte y de los penes que no dañan a vírgenes, las puteadas, los perdones…

Desde el séptimo piso podíamos admirar a gente glamorosa, mujeres con vestidos que brillaban más que las estrellas, hombres acompañados de sus guardaespaldas como chuchos cuidando su comida, grupo de chicas de adolescentes borrachas pidiendo taxi… Todos ellos saliendo o entrando al hotel de cinco estrellas en donde yo vivía.

Cinco estrellas. Leyeron bien. Resulta que, un día, un nuevo rico quiso competir en la industria del hospedaje de lujo. Conoció un edificio de apartamentos que se encontraba en una zona de alto tráfico y lo compró. Así de fácil pasó y así de fácil él lo convirtió en un hotel que los periódicos llamaron “El Edén de Oro”, no me pregunten porqué.

Ah, ¿por qué YO, un redactor desempleado de 28 años, vivía en un hotel de cinco estrellas? Gracias a una ley que dice, defiende y proclama que el dueño de un cuarto en la ciudad no podrá ser desalojado, aunque compren el edificio entero. ¿Qué les parece? Vivía alrededor del lujo, pero adentro, en mi apartamento, vivía en la mierda de mi situación económica, en otras palabras: en el limbo veinteañero-soñadero-desempleadero.

Afortunadamente, encontré otra botella de Estrella Verde. Bebimos hasta el amanecer esa noche. Gerardo olvidó que tenía que ir a traer a Cindy, su novia, para llevarla a la universidad y al salir corriendo de mi apartamento, tropezó con una mucama del hotel. Le pedí disculpas a la pobre y la ayudé a levantarse, ella no dijo ni gracias. Cuando regresaba a  mi realidad, vi lo que esperaba, la imagen que ocurría todas las mañanas y medianoches desde hace unos meses.


Los pasillos del Edén tenían un parecido a esos hoteles antiguos de la década de los cincuenta. No había nada estándar sobre sus accesorios. El piso era cubierto por una alfombra roja, la cual, al parecer, borraba rastros o manchas, nunca la vi malgastada o si quiera una mancha de salsa de tomate o de vino tinto. El Edén cuidaba lo que hacían los huéspedes aun afuera de los cuartos.  Las lámparas eran adornadas por dos ángeles de oro con ojos vendados, quienes sostenían el foco. Las paredes eran suaves, tenían  ojos azules y un pantalón de cuero, con blusa roja…

Perdón. Perdón. Me confundí. Eso era ella, la imagen de mañanas y medianoches. Ella, todos los días, antes de entrar a su cuarto de hotel, se me quedaba viendo cada vez que  paseaba por los pasillos del Edén.

La primera vez fue hace dos meses cuando regresaba borracho a las 6 de la mañana, ella me observó caer al suelo y después entró a su cuarto.

La segunda vez estaba besando en el pasillo a una de las amigas de la novia de Gerardo. Podía sentir sus ojos en mis labios, en mi lengua tocando otra lengua, en las fantasías que tenía de adolescente con dos mujeres en la cama. ¿Qué tenían esos ojos azules?  Y… ¿Por qué acabo de sonar tan cursi/poético hace un ratito?

La tercera vez, y esta es la que recuerdo más, me le quedé viendo también. Los dos estábamos como pegados a la pared. Nuestras miradas entraron en esa vía invisible de la atracción. Pensé en que  le decía hola, la invitaba a mi sucio y desordenado cuarto a tomar un trago de Estrella Verde o nos reíamos de las  a niñas borrachas pidiendo un taxi que veíamos desde la ventana. Y eso. Así terminó lo más memorable de los encuentros no encuentros.

Verán, cuando yo imagino todas las posibilidades, las acciones que pueden pasar o las conversaciones que pueden surgir con una persona es cuando la recuerdo más. Es patético. Me gusta, pero es patético.

Gerardo no sabe de ella y Cindy no sabe ni siquiera que tuve sexo con una de sus mejores amigas.  

Esa mañana que Gerardo tropezó con la mucama, ella, la de los ojos azules ya no tenía ojos azules,  porque de cerca las cosas se ven como nunca las pensaste, imaginaste o soñaste, y es la razón por la cual le dije las palabras que seducen a cualquier mujer:
 “tus ojos no son azules”.

Pero ella no era cualquier mujer.

Ya, cerca de mí, acarició mi puerta y me preguntó si podía pasar. No respondí. Abrió  la puerta sin importarle mi opinión.  Al entrar  mencionó que su nombre era Beth, al mirar por la ventana me contó que no había hablado con nadie en años, al acostarse en mi cama observó mis libros  en mi mesa de noche, ojeó algunos, se río un poco, lloró durante las dos páginas de uno y estuvo en silencio por más de media hora mientras yo le servía Estrella Verde.

– “Ese lugar conocido” es uno de mis libros favoritos. Pensé que ya no había más copias. ¿Cómo lo conseguiste?

– Ya sabés, un amigo de un amigo de un amigo me lo prestó y nunca lo devolví. Dicen que la autora nunca ha dado entrevistas o explicaciones sobre el último cuento. ¿Qué opinás del último cuento? Yo todavía no…

– Flor Aragón no necesita explicar sus cuentos– me dijo al tomar el vaso de Estrella Verde de mis manos. –Y menos el último. No necesita ninguna explicación, el personaje principal siempre quiso que fuera así: un mundo que fuera más que la suma de sus realidades y reglas.


La discusión se alargó durante toda la mañana. Me recomendó que leyera a Karla Rauda y su colección de cuentos. Le comenté que últimamente había sido escritor de esquelas para ricos. Ella se burló, me dio un golpe en la espalda y me dijo que un día  le dedicara una.

Beth  la de los ojos verdes y no azules regresó  a su cuarto. Y yo, yo por fin me bañé después de tres días, abrí mi computadora, miré por la ventana otra niñas borrachas pedir taxi y empecé a escribir.

Durante los siguientes días, Beth se invitaba así misma a mi cuarto. Es más, hasta llamaba a la recepción y ordenaba room service para todos: Gerardo, Cindy, yo.

Gerardo no la pudo tragar. Me decía que escondía algo, cuestionaba sus gustos musicales, y no era fan las largas verborreas sobre las películas nominadas al Oscar.

Una noche, entre cigarros, cervezas y Estrella Verde,  Cindy le preguntó a Gerardo sobre sus pinturas, y por qué nunca le mostraba su bocetos o nuevos trabajos. Gerardo cuestionó si yo le había comentado algo sobre sus mentiras.

Beth sabía. Todo. Y se divertía diciéndole a Cindy que ella era también  un artista, que debería visitar su nueva exposición llamada Falsos Novios. Ah, y Beth, la creadora de pinturas como Niñas Borrachas Pidiendo Taxi y Perros Guardespaldas En Cocaína, no tenía idea de quién era Gerardo el pintor.

– La mentira es divertida– me decía Beth con una voz delicada, casi inaudible –me hace sentir como nueva persona.

Sí. Disfrutábamos ver a Gerardo tomar y tomar y tomar y así  evitar tener si quiera conciencia para responder las inquietudes de Cindy.
Amo a Gerardo, quiero que quiere claro eso, y burlarse de él con mi nueva cómplice era una manera de demostrarlo.


Imaginar sobre la ocupación de Beth era mi forma de procrastinar antes de seguir escribiendo. Gerardo tenía la teoría que era un prostituta clase A y que quizás uno de los accionistas del Edén la mantenía. Sorpresa: las suposiciones de Cindy, siempre tontas y ridículas,  ahora caían en mi categoría de cosas que podían ser verosímiles. Una de ellas fue que Beth era una etnógrafa de el extranjero que había venido a estudiar a jóvenes desempleados del tercer mundo. Lo que más me sorprendió de esa idea era que Cindy sabía lo que hace  un etnógrafo.

Cierto. Beth nunca nos dejaba ir a su cuarto de hotel. Era muy hermética en ese sentido. A mí no me importaba que hacía o no hacía, sus discursos acerca del boom literario y el anécdota sobre cómo conoció a Tarantino en un bar eran suficientes para mí. Y no, no me atraía, al menos no sexualmente. Nuestros gustos, nuestra versión de la vida construían una frontera fuerte entre amistad y el placer inevitable del coito.

Dato curioso: sus tetas tenían una manera de excitarme cuando las apoyaba en mis hombros al  servirme un trago de Estrella Verde.

Las líneas de cocaína estaban repartidas sobre la mesa de noche,  las manchas de mi alfombra roja brillaban  a líquido de Estrella Verde, la ventana escupía humo. Y yo, Gerardo, Beth y Cindy estábamos en la cama.

Tocaban a la puerta.

Ver a Gerardo y Cindy derramar cerveza en sus cuerpos desnudos es algo que hasta ahora no puedo olvidar. No porque fue algo bello y excitante, más bien me dio la impresión de ver una pareja de viejitos cogiendo. ¿La están imaginando? Ajá, así se siente.
El ácido que se metieron estaba fuerte y durante horas se hicieron llamar Lady Pijamas y Don Bolas de Paja. 

Tocaban a la  puerta otra vez.

– Quisiera ver lo que ellos están viendo ¾ dijo Beth  otra vez con esa voz casi inaudible y limpiándose el polvo blanco de su nariz.

– Oye, Beth, ¿quisieras hacerme un favor?, más bien, cumplir uno de mis deseos.

– Claro, chivo, dale, contá, contá, contá.

– ¿Pudiera aspirar toda esta bolsa de cocaína  sobre tus nalgas?

– Sí, sí, sí.– Se quitó la falda roja –Dale, dale, dale, yo también quiero sentir qué se siente. Jajajaja ¿Viste? Repetí la misma palabra pero en diferente conjugación. ¿Quién crees que toca la puerta? Tengo hambre. Mucha, mucha.

La línea de cocaína casi se pierde encima de las nalgas blancas de Beth. Aspiré. Aspiré. Aspiré. Aspiréééééée. Armé otra línea y aspiré, aspiré. La frontera entre la amistad y el placer del coito se caían en pedazos. Un temblor estaba pasando por todo mi cuerpo, por todas sus nalgas, vibrar sin vibrar,  dejar de imaginar y olvidar todas las teorías sobre ella y postular una nueva sobre nosotros.

Era el último día de Gerardo y lo mejor que pudo hacer Beth fue traer su caja de golosinas ilegales.

Dato curioso: tocaban la puerta. Otra. Vez.

Beth me comentó que había escrito una canción y que quería cantármela. ¿Cómo no iba a negar que me cantara  una mujer guapa y sin falda? ¡Dios! Puede ser que no sintiera atracción sexual  hacia ella (en serio, créanme), pero no podía dejarla sin cantarme.

–...“Y dejemos que los sueños se apoderen del deseo
recordemos que lo nuestro…” –cantaba y ahora su voz inaudible rugía en rimas y versos.

– Héroes del Silencio– gritó Gerardo –Sííííí, Héroes, ahí está Búnbury mirá amor, cantando y usando la toalla como micrófono jajajajaja.

– No es de Héroes, es mía, mía, mía– reclamaba Beth

Gerardo abrazó a Beth y ella de regreso. Los dos cantaron  juntos la canción de Beth y de Héroes del Silencio (aunque yo no creo que los Héroes hayan compuesto tan hermosa canción, pero bue…)


– ¿Cómo se llama la canción?– pregunté acariciando las nalgas de Beth.

– No tiene nombre todavía.

– Se llama Nombre, se llama ¡Nooooombre! ¿Verdad, Búnbury?– babeaba Gerardo.

Tocaron a la puerta. Me dirigí a abrirla, pensando que era el  room service.

Es vago lo que recuerdo a partir de ese momento:  un hombre vestido de negro, gritos, Gerardo desmayándose, Cindy encerrándose en el baño, pistola, más gritos, miedo, Beth vistiéndose, golpes, empujones, puteadas, cocaína en los ojos…

No sé cómo, pero Beth y yo logramos escapar del hombre vestido de negro. ¿Qué quería con Beth?, ¿a caso era su pimp o su padre? ¿Por qué nos amenazó con una pistola? ¿Por qué, después de salir del cuarto y darle múltiples golpes en la cabeza, todavía nos seguía por los pasillos del Edén?

Bajamos por las escaleras, pasamos por la cocina del hotel y nos detuvimos en el aparcamiento.

– ¿Quién es él, Beth y qué quiere con vos? ¾pregunté jadeando, con cocaína derretida saliendo de mi nariz.

– Hay cosas que no debes saber… Tengo que irme.

– ¿Quién sos?

– Soy lo que quieres creer que soy.

– ¡No me salgás con eso!

– Sshhhh, oígo pasos. ¿Crees que me podés conseguir más cocaína? ¿Tenés un amigo o alguien conocido que tenga un contacto…?

– No, no soy tu tienda de cocaína ¿Sos una puta, una etnógrafa o qué?

– ¿Ah? ¿Qué putas estás hablando?

– Olvidalo.

– Así no más, me dejás con alguien persiguiéndome, después de que te dejé tocar y aspirar mi culo?

– No te  pongás dramática ¾ la tomé de los brazos y nos escondimos atrás de un carro. –Decime quién sos y ya, necesito eso.

– Creo que has necesitado lo suficiente de mí.

Beth se soltó de mis brazos, me empujó al suelo, me dio un beso en la mejilla, y susurró algo  en mi oído: “yo conocí a Flor Aragón”. Después preguntó mi nombre y salió corriendo.


El hombre vestido de negro pasó a centímetros de mí. Escuché disparos, gritos y al regresar a mi cuarto podía oír sirenas de ambulancias.

Ha pasado un año y Gerardo vive en el país que siempre quiso vivir. Ahora, por lo menos, me cuenta que se ha metido a clases de pintura y que sale con una niña virgen de 22 años.

Deben saber que el dueño del Edén me echó a la calle,  la marca de disparos  en los pasillos y cuartos y demandas por parte de los huéspedes fueron mi condena. ¿Y la ley que protegía mi cuarto? Pues… la ley siempre se deja coger cuando tienes dinero para ella.

Ahora vivo en un hostal, pago mi estadía haciendo rótulos para  eventos o promocionando el lugar. Sí, ahora soy la puta de un cliente. Tengo que comer, amigos y amigas.

Y sigo escribiendo y escribiendo… todavía nada que valga la pena. 
De vez en cuando publico un esquela para la misma persona:

Por la sensible pérdida de

Beth, la del Pasillo del Edén

cantamos tu canción

..dejemos que lo cierto
sea lo que imaginamos
recordemos que lo nuestro
todavía no ha acabado
aunque, por esta noche, ...
...por esta noche...

El Salvador, San Salvador,  20 de febrero de 2014.

Tal vez reciba demandas de parte de los abogados de los Héroes, pero para Beth, la del pasillo del Edén, siempre será su canción.

Un día la veré. Tiene que pasar.
Dato curioso: en el aparcamiento, le dije a Beth que solo iba a saber mi nombre si regresaba un día.

¿Tiene que regresar, verdad?