Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20160530

“UFO Starmen” —Piotr Kalachyn


Remedios Varo. El Relojero. 1955.

The bells toll for those
who awaken surrender
willfully to death. 


1
Seclusion

     Johan Strauss swayed at the bottom of the mechanical tower clock moving the pendulum on a controlled, relentless oscillation. He wasn’t used to the constant movement and as he looked down to relieve his revulsion, he discovered a trail of footprints ingrained on the wooden floor. For how long had he been there walking in cycles? Three decades? A century perhaps? He couldn’t remember at all. 
     If only I could stop,” he thought.
     But stopping was not an option. Three broken ribs and a half-healed scar reminded him that he was bounded to that pendulum; that if he dared to stop, like the day he went on a strike, the pendulum’s inertia would drag him back and forth on a vicious cycle, claiming, if unlucky, his life. No shenanigans. No matter what he tried, he was tied to a win-lose situation.
     He looked up where the mechanical gear danced harmoniously, but he failed to appreciate its perfection. If anything, it was its precision what Johan feared the most: the dented circles rotating against each other, devouring themselves endlessly, producing that raucous sound.
     Oppressed by the tic-tac-tic-tac, he went from left to right, or right to left? he wasn't sure which way was next, not that it mattered at all. The only thing in Johan's mind was to keep that mechanical beast alive.
     As the pendulum swung across the miniscule cell, the image of Eliene's hair appeared swirling in the invisible air waves. Johan realized he hadn’t thought of her or any of them since that day. In fact, he barely remembered anything about his life before the pendulum. Was his mind playing tricks on him? Was seclusion driving him mad?
     Frightened, he allowed himself to wander deeper in his own thoughts. Between the monotonous tic-tac-tic-tac and his steps cracking on the floor, he heard a smile. 
     Yes. It was hers.
     He closed his eyes and after some effort, he saw a cake. A birthday cake. There had been a celebration that day, but whose was it? Was it his? Had it been his birthday?
     “Open your eyes,” the memory whispered.
     Johan opened his eyes. In the shallow darkness, a blue cake waited in front of him. he stretched his hands to grasp the cake but it dissolves in the air. Johan closed his eyes to keep the memory in his mind. He saw clearly a ribboned blue cake. A golden table. A giant backyard with prehistoric vegetation. A lilies pond. Burning candles on top of the cake. One, two, three, six… seven. Seven golden candles shining on top of the exuberant cake.
     “Make a wish,” Elienne’s memory whispered.
     But there was no time for wish-making. They appeared from behind. With forceful arms, they grabbed him and pulled him from the chair on a violent m, Johan had lost his balance and before he knew it, his face was on the table. A buzzing sound. A trail of blood over the blue chiffon tablecloth. In the blurry vision, the candles melting over the meringue on the cake. The others taking Eliene’s by force. Eliene’s muted screams.
     Then, darkness.
     Silence.

     (tic-tac-tic-tac)

     He was seven when They preserved him. With anger, Johan opened his eyes and looked around the wooden cell. He looked down and saw his worn out shoes. He looked at his hands with acute curiosity. It was only now, in front of Eliene’s ghost, that Johan wondered why he was still seven years old. 



--From "The Clock Maker". ©DA2015

20160525

Chris Isaak y las notas de las sensaciones



Si alguien me preguntara cuál es la canción más sensual de la historia, respondería sin dudarlo que es "Wicked game", de Chris Isaak. Desde la primera vez que la escuché me pareció una oda a las sensaciones compartidas y al dolor que, curiosamente, casi siempre acompaña a la pasión. Luego vi el video y, pues, muy ad-hoc a la canción.



Esta quincena las Non Girly Blue nos inspiraremos en esta melodía. Yo misma espero con ansias qué surgirá de esto. Estoy consciente de que las reacciones a un mismo estímulo, a un mismo símbolo, dependen del contexto y las vivencias de cada uno, pero eso hace aún más interesante el ejercicio.

Escuche la canción, ¿qué sensaciones, qué recuerdos, qué deseos le inspira?



20160524

Para sentime bien, se solicitan forasteros




No deja de asombrarme como la humanidad se inclina a crear toda una filigrana de ideas y creencias sobre seres que técnicamente la ciencia no ha podido comprobar su existencia (pero tampoco ha podido negarla).

La construcción de estos personajes culturales deben tener el mismo proceso de creación que el de los personajes literarios. Finalmente, el acto de narrar se puede rastrear hasta el arranque de los tiempos; desde que la humanidad necesitó unos relatos con que matar las horas o con qué convencer a unos para que maten a los otros, en virtud de lo cual los inventores de los relatos puedan dedicarse a  gestionar el poder desde un templo, pirámide, casona blanca o infraestructura afin.

Estos personajes creados por la cultura y cuyo rastro se encuentra en casi todo soporte que puede consignar el pensamiento y la creatividad humana toman diversos vestuarios: dioses, ángeles, fantasmas, extraterrestres, gremlins, espectros y hasta pirañas inteligentes capaces de devorar una comarca en pocas horas.  Unos pueden servir para salvarnos o echarnos una mano en este valle de lágrimas, otros cómo los extraterrestres a lo mejor nos abusen en su nave nodriza y nos hagan engendrar algún espectro siniestro como Aliens o quizás solo nos digan (estoy simplemente replicando el relato, no convenciendo a nadie) como pacificarnos de una buena vez para cuando venga la nueva era, algunos andan penando por ahí queriendo decir un mensaje: que todo mundo le devuelva las pertenencias a la abue, por ejemplo. Vamos, que formas  y contenidos hay muchos,  y funciones también. Pero todos, o casi todos,  tienen un denominador común: tienen una misión y están de paso. Son forasteros.

Y ahí es donde me pregunto: con qué objeto, qué necesidad  primaria subsana  la humanidad haciéndose acompañar de ese  extranjero, de ese otro que no se parece a nosotros pero solo un poquito. Porque en el Olympo los dioses se la pasaban regio y sus deidades cuando hacían sus incursiones por estas tierras también andaba por ahí de traviesos, qué decir de los ángeles mensajeros que te dejaban de una pieza con sus revelaciones. Allá vos como salías con las encomiendas de los cielos. Los extraterrestres pues sí son variopintos, pero son bípedos y con unas ganas de conquistar la tierra superadas solo por ciertos protagonistas de los noticieros. En fin que estas construcciones simbólicas no son más que la proyección de nosotros mismos queriendo ser mejores o depositando en lo intangible la responsabilidad de una vida, muchas veces, imposible de abordar.

UFO Starmen me remite en sus sonidos a la inconfundible banda sonora  que antecede a la aparición del ser venido de galaxias ajenas, que ha decidido por fin dejarse ver.  Pero ese ser de las galaxias por ahí de los 50 vestían a gogo, luego ET nos enseñó que bien podía ser una mascota (para luego abandonarnos: primer trauma infantil imposible de superar) y ya luego pues casi ser ese extranjero (migrante) hostil hay que hay que aniquilar a hierro  y fuego. Otra vez: el arquetipo del extranjero para justificar ideas que no queremos trabajar directamente por que es menos doloroso proyectar la culpa en el enemigo, al que de ser posible deformamos en sus características físicas.  Nuevamente, mi amigo el simbolismo nos ayuda en este cometido.

Y aquí es donde aparece la relación binaria del atormentado ser humano,  expulsado del paraíso y totalmente perdido en la historia, la del líder y el enemigo. En el líder podemos también  descansar esa angustia y la náusea sartreana de hacernos cargo de la responsabilidad y consecuencia de nuestros actos, nada más que a este lo queremos un poquito. Es más fácil indicar quien es el o la iluminada, seguirlos mansamente y luego ya acordaremos si nos ha complacido lo suficiente o le hacemos un juicio sumario real o mediático, pues el arquetipo de líder y mesías tiene esa cualidad que también nos puede servir de chivo expiatorio que con ponerlo a arder pues ya quedamos todos en paz ¿Quedamos en paz?

Y es así como esta manera de andar por la vida narrando las otredades nos lleva a dibujar héroes o villanos, fantasmas y extraterrestres, ángeles y demonios que llenan la programación de Netflix y las campañas electorales. Si nos enseñaran de pequeños el Diccionario del Bestiario Universal a lo mejor pudiéramos distinguir mejor la realidad de la ficción y no convertir en monstruos a nuestros iguales ni dotar de cualidades que no tienen a simples mortales.  Madurar un poquito, pues. 
Imagen tomada de: Filmaffinity


20160523

The last man standing













Esa Navidad, una pequeña Aura de apenas cinco años, bailó subida en la mesa de la sala familiar para el tío-hermano-lejano que había venido para las festividades. Alguien tuvo que haber sabido, entonces, que nunca iba a parar. Que en interminables fiestas con amigos, amores, familia, amantes, conocidos o desconocidos; siempre todo iba a parar en eso: ella era la que siempre terminaba bailando a altas horas de la noche cuando todos los demás ya estaban doblados de la borrachera. Y así fue pasando de clases de ballet a danza moderna, folclórico, bellydance, salsa y hasta lambada, punta, samba. Ustedes solo menciónenlo. Ella bailaba. Unos pintan, otros cantan, otros escriben. Ella bailaba. Era su forma de decirle al mundo que nunca iba a parar. Como esa noche en el cuartito blanco y a oscuras del primer romance en serio, con algunos jalones de más a la pipa y el hombre que la miraba anonadado mientras ella brincaba y su ropa volaba para todos lados, o la otra noche en que apenas en calzones le bailaba demasiado cerca al querido en cuestión, aquellas escenas, aquellos bailes que iban a parar directo a la cama, porque ella sabía cómo, ella sabía qué fibra tocar. Toda su vida se tratataba de playlists, todos sus amores los arreglaba con un paso por aquí, otro por allá. Porque no tenía otra forma de entender las cosas. Solo a través de la música y bailando.

– I'm the last man standing!!! Gritaba en aquella fiesta alzando su vaso casi vacío mientras las demás ya se habían ido, o estaban dobladas en alguna silla, o dormían la borrachera en algún sueño.

Ella era the last man standing con los pies descalzos y chucos de tanto bailar. Sabía que había nacido para andar en el mundo y agarrarle a la música el gusto y las ganas. Porque nadie tenía más ganas que ella de andar por allí sin que nada le importara, sin explicación cierta, sin aburrimientos ni excusas.

Hasta que, - claro, siempre hay un "hasta que" - apareció el Marciano. Se lo encontró en la pausa entre una canción y otra en una de esas fiestas de viernes mientras ella buscaba otra cerveza y él pedía su quinta agua mineral. Ese hombre no tenía modos ni filtros, y a la primera, sin mediar palabras ni presentaciones, le estaba tratando de adivinar el color de ojos en la oscuridad. Y luego le estaba contando un sueño, tan vívido que parecía como si hubiera pasado de verdad. Fue el sueño ese de cómo bajaba su nave espacial sobre el volcán de San Salvador y de cómo sus compañeros planetarios lo habían dejado aquí a la buena de Dios... Bueno, sea cual sea el Dios de los marcianos. Y de allí su nombre. Y el Marciano era tan atractivo que bien se le podría creer que no era de este mundo. Seguía hablando incoherencias a las que Aura ya no les prestaba atención, solo quería sentarse a oírlo por siempre y tener la excusa de mirarse en su mirada todo el tiempo que fuera posible. El Marciano le contaba otro sueño, pedía la séptima botella de agua mineral, y a ella ni siquiera le había preguntado su nombre. Le contó todos sus sueños y fantasías por más de cinco horas, diez agua mineral y siete veces al baño, hasta que entró la madrugada. Que si quería ir a ver el amanecer al volcán, le preguntó, le iba a enseñar dónde lo había dejado la nave... Según su sueño, claro.

Subieron y subieron y subieron y subieron.

Hasta el final o el tope de una calle. La calle terminaba allí en medio de una nada con vista a San Salvador, el lago de Ilopango y el Chinchontepeque. Y de hecho, el sol estaba saliendo cuando llegaron. Aura estaba incendiada de rojo cuando el Marciano cayó de rodillas a la orilla de la alcantaría que previamente había abierto. Con los brazos abiertos hacia arriba invocó a Zeus y a algunos otros dioses del Olímpo. Y sin advertir si quiera "aquí va", se tiró de un solo salto en el hoyo recién abierto.

Comenzaba a subir el calor y eso no podía estar pasando. Vio el reloj y eran casi las siete de la mañana. Vio su sombra tirada en el suelo.

– I'm the last man standing!!! Gritó

* Foto tomada de -  http://coordenadascuba.blogspot.com/2015/06/la-bienal-de-la-habana-tiene-zona-franca.html


Inquina


Ilustración: Otto Meza


El carrusel avanzaba lentamente y hacía un extraño rompimiento con la música acelerada que inundaba la noche. El volumen era exagerado, pero ¿qué de esa noche no lo era?

Las luces en el cielo se confundían con las estrellas, no se sabía qué era natural, qué era artificial, un caleidoscopio de pequeños focos, bengalas, fuegos artificiales y las pocas estrellas de aquel cielo veraniego que se negaban a ser opacadas por el exceso de iluminación formaban un velo iridiscente bajo el que la fiesta adquiría un tono de surrealismo al que nadie escapaba.

Lo más real del momento era el galope de su corazón, sus manos frías y esa embriaguez que definitivamente no se debía a las dos cervezas que había tomado. Sarah sospechaba que era la música, la hora, las risas, ese hoy-se-vale-todo tan extraño para ella. Pero sobre todo, la compañía de Andrew.

Sus días llenos de rigidez y tareas, de horarios y compromisos, de control, control y más control, habían preparado el terreno para que esta noche, justo esta noche, fuera tan espectacularmente especial. Se le cruzó precisamente ese pensamiento: de no ser por la vida gris que había llevado hasta hoy, no se sentiría extasiada y embriagada por lo que en ese instante ocurría. De pronto se encontró dando gracias por tanta disciplina y rutina, pero al mismo tiempo la horrorizó la certeza de que mañana volvería a esa normalidad... Sacudió la cabeza y paró allí su hilo de ideas. No quería arruinar su momento.

—¿Bailamos?

Andrew le extendió el brazo y tomó su mano, que seguía fría, a pesar del calor sofocante que se mantenía aún a esa hora. Sarah se incorporó suavemente, sin prisa, fiel a su objetivo de prolongar aquella vivencia tanto como pudiera, de expandir los segundos hasta donde dieran sus fuerzas. Imaginó un reloj elástico, y rió con la idea de poderlo estirar a su antojo.

En la pista apenas había espacio. Las parejas rebotaban entre sí en una danza desordenada y alegre. Algunos hablaban a los gritos, otros reían y comenzaban a abundar los besos. Pero para Sarah todo lo demás sobraba. Existían sólo ella y Andrew. El roce de su cuerpo tibio, el olor de su colonia impregnado en la camisa de algodón, la sensación de su barbilla mal rasurada sobre el hombro de ella, su cercanía, esa deliciosa cercanía, interrumpida cada tanto por las exigencias de los pasos de baile entre melodías cada vez más aceleradas... todo era perfecto, no podía pedir más.

Al lado de la pista de baile, decenas de jovencitos se malacomodaban en las bancas de la improvisada cafetería. La carpa apenas lograba cubrir el tumulto de gente que comía y bebía entre aquel jolgorio. Allí, entre los comensales, Alicia había logrado sentarse y seguía a los danzantes con la vista.

Una amargura que la hacía desconocerse a sí misma le impedía tragar la limonada que ya se había calentado en el vaso de cartón. Veía a Andrew, a su Andrew, bailando con una chica de nada, feliz y entusiasmado,  apretándola contra su cuerpo y diciéndole quién sabe qué cosas al oído.

La amargura le sube a la cabeza, de la misma forma que lo hizo el rubor, aquella vez que había sido a ella a la que le había susurrado algunas palabras al oído:

—Hasta la próxima, muñeca.

Sólo que "la próxima" nunca llegó. Esa primera y única cita con él la había dejado en pausa. Ella se consideraba una muchacha libre, experimentada, sabedora de los rituales del cortejo adolescente e incluso de las técnicas utilizadas por los hombres mayores, al menos por los tres con los que había estado. Pero Andrew tenía algo especial, algo que la cautivaba y que la había dejado prendada. Jovial, despreocupado, demasiado coqueto, le parecía un punto de equilibrio ideal que se alejaba de la inocencia y falta de decisión que le irritaba tanto entre los jóvenes de su edad, pero tampoco llegaba a la altanería y cinismo que había encontrado en los hombres mayores.

Durante días y semanas esperó que la llamara. Su ansiedad crecía y finalmente se decidió a buscarlo ella misma, para encontrar únicamente respuestas evasivas. Inventaba pretextos para encontrárselo, incluso se ofreció a ayudar a su padre con las compras de los insumos para la granja en la tienda de la familia de Andrew. Al padre le extrañó el repentino interés en los asuntos del hogar. Él y su hija no se llevaban bien y apenas intercambiaban un par de palabras por las noches.

Alicia persistía, ilusionada, pero el joven comenzó a evitarla.  Ella no se rendía fácilmente. El efecto no fue el esperado. En lugar de tomar a bien el interés de la chica, Andrew decidió cortar todo contacto con ella, lo que la dejó confundida y resentida.

Los recuerdos se mezclaban en su cabeza, sublimaba la intensidad y la importancia de los pocos momentos que habían compartido, y minimizaba los rechazos que había recibido. Quizá él sería muy tímido, o estaría confundido. Había terminado por causarle cierta ternura que él no fuera capaz de encarar su amor. Pero esa noche, esa calurosa noche llena de luces en medio de la multitud embriagada por la fiesta, la ternura había dado paso a un odio y a un resentimiento que la mantenían paralizada en una banca de madera mientras veía a Andrew y a Sarah prestos a darse el primer beso.

—¿Ganador o perdedor? ¡Usted decide su suerte, venga y atrévase!

El grito del encargado de la carpa de apuestas la hizo dar un salto en el asiento. Vio a su alrededor y se sintió extraña, foránea, totalmente fuera de lugar. Le irritaban las risas, el alegre ambiente, la música, las luces. La amargura había vuelto a bajar a su pecho y la asfixiaba.

—Pues sí— se dijo — quizá deba ser así. Quizá esta vez decida no ser la única que pierda.

Metió la mano al pequeño bolso de tela y acarició con feliz anticipación el frío metal del revólver que algunas horas antes había sacado del cajón de su padre.


Cuaderno verde

Inspirado en UFO Starmen de Piotr Kalachyn



Dos cosas pasaron. No, no fueron 2: fueron 3. Vamos a empezar por el comienzo, porque no podemos entender lo uno si no entendemos lo otro, ajá, es debatible, pero dejemos la discusión para después, ¿no? Además, esto tiene poco que ver contigo: tiene que ver con el protagonista de la historia, reactivo y tranquilo, inconsciente de las consecuencias de reaccionar e ir y venir y llegar a lugares por inercia, y no convicción. La primera fue el cortocircuito, causado por un choque eléctrico entre lo que él esperaba y ella le dio. ¡Boom! De un solo, así el accidente del Challenger, pero más lento; igual de inesperado, pero más lento.

Después vino el estado catatónico. Compartido o a solas, no salía de la cuarentena de protección y silencio. “Cuando un hombre se queda acostado viendo al techo es que de verdad está hecho mierda”, dicen. Y esta vez fue eso multiplicado por 10 y llevado a mesas de bares y restaurantes. Palabras que no tenían sentido, llegaban a estrellarse una tras otra en la pared invisible del trauma post ruptura, el primero en la historia amorosa de nuestro protagonista. Lo delicado era que nadie estaba consciente que uno de los síntomas es asociar el malestar a todo y por eso los pleitos por el control de la tele o por qué comer un viernes en la noche. Todas las partes involucradas, sin embargo, llegaron a sus treintas sabiendo que cuando uno está mal con uno mismo está mal con todo. Amigo protagonista #2 puede llegar después de una ruptura y la red de apoyo asienta con la cabeza y juntos se preparan porque no, no es cosa de un día al otro. Silenciosamente se soltaba si y solo si desaparecía la realidad virtual para dejarlo a sola con su cuaderno verde.

Y ahora, ¿qué putas? ¿qué es lo peor que puede pasar? Si el celular se cae caería en un pasto verdoso, antes verde y virgen y hoy machucado por los infiltrados como yo y probablemente habrá que limpiarlo pero peores golpes ha sobrevivido y ya la pantalla está floja y cada acción te dice que hoy teléfono vale menos. Peores cosas han pasado y la vida útil de tantos aparatillos sigue, yo no debería de ser la excepción, ¡maldita sea! Me llevo la lección y los callos, pero no sé cómo quitarme el mal sabor de boca, todo me sabe a maldecir y a “What’s the point?” Quiero descansar apoyado en una botella de plástico o de vidrio y usar el alcohol para apagar el cerebro, el cerebro que enciendo con textos y correos electrónicos que apelan al conocimiento y la cobardía de las responsabilidades pues es más cobarde someterse a los deseos de las responsabilidades que renunciar a ellas del todo y en tiempos de desconexión igual sirve de puente al pasado. Quizás eso me hace falta: desconectarme y caer al pasto verdoso y que me trague el lodo, morir; morir públicamente para renacer emocionalmente.

Y así fue que ocurrió lo que faltaba que ocurriera para terminar de narrar tres de las tres cosas enunciadas al inicio: él huyó de todo su pasado para encontrar su futuro. Nadie sabe cuál es la receta para desaparecer sin morir tan bien como el, que ya no existe, no es alcanzable ni distinguible. ¿Cómo logró desaparecer dejando esa impresión de que allí sigue? Todos los testigos que le conocieron aseguran que no ha muerto, que aún vive, que en una identidad paralela vive mejor que antes, siempre sobre la faz de esta tierra, dicen.

20160519

Microdelirios


Microcuentos inspirados en
UFO Starmen de Piotr Kalachyn



A veces, cuando me levanto en la noche y me paro frente a un espejo, miro para todos lados antes de acostarme. Me da miedo pensar que mi reflejo me mira cuando duermo.

***
Vivo con el pensamiento horrible de algún día abrir un huevo y encontrar algo que se mueva y no sea un pollo.

***
Me preocupa que esta vida sea un sueño. Quizás solo soy un perro con demasiada imaginación.

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Espero que algún día el fantasma de mi difunta abuela me encuentre. Muero de lástima al pensar que está en la casa de mi infancia esperando verme.

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¿Qué tal si un día alguien en el gobierno dijera que hay un impuesto al llanto? ¿Habría más gente valiente?

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Había una vez una mujer con el pelo tan largo pero tan largo, que tenía que llamar al fontanero dos veces al mes para que destapara las cañerías de su casa.

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Esta muchacha pensaba que los niños nacían por el ombligo. Se alegró cuando le dijeron la verdad, porque dijo que allí abajo al menos había más espacio.

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Don Armando Huevostibios agonizaba en su cama de anciano. Mandó al carajo a su hija cuando le dijo que lo sentía más caliente de lo normal.

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Aprendí a nunca discutir con un creativo. Un pleito se vuelve una lucha eterna por ver quién sale con el peor insulto.

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Soñé que veía a mi hermana desaparecer bajo el suelo en un túnel de luz azul mientras yo le pedía que me devolviera los cien pesos que le presté hace dos meses.

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Le temo a los murciélagos. Creo que son fantasmas de ratas que lograron entrar en este mundo por algún error.

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Las muñecas de porcelana son portales o lupas. Esos ojos de vidrio no me pueden convencer de lo contrario.

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Ella dejaba platos con agua salada en las ventanas. Decía que quien quisiera entrar se iba a quedar allí, estuviera muerto o vivo. Tiene más de treinta años haciendo lo mismo.

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No soporto ver ropa sucia tirada en el piso porque me hace pensar que El Rapto ya pasó y yo me quedé en la tierra como un pecador sin remedio.

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Juan lleva a un muerto a cuestas. En algún lugar, hay una tumba con su nombre, de alguien que solo existió un día, antes que él naciera.

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En la antigua casa, teníamos una rata que se robaba la comida del perro. Era la rata con el pelo más sedoso y brillante que hayamos visto jamás.

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20160510

Ruskiy-Polski & UFO Starmen Invasion



Alguna vez durante el 2015 recomendé una canción polaca, y recientemente en el 2016 una canción rusa. Tal parece pues que mi conexión con la Europa Central no termina ya que hoy les traigo "lo que es" una muy bonita, módica y versátil canción ruso-judía-polaca. 

La pieza, UFO Starmen es producción de mi buen amigo, traductor, programador, profesor de ruso, músico, cantante, estudiante de budismo y muchas otras habilidades más, Piotr Kalachyn, quien acompañado de muchos músicos talentosos, inspiran no solamente a bailar, sino que a imaginar como sería una invasión de hombres de estrellas. 

Déjola pues a su merced para su atenta escucha y modesta escritura, y a la nuestra la paciente espera para la lectura.


“God Gave Me Everything” —Mick Jagger feat. Lenny Kravitz



El 13 de mayo de 1994 fue viernes. Como antesala a un invierno que llegó puntual, el día se esfumó en un reflejo naranja-grisáceo. Dentro del salón de clases, los estudiantes se ocuparon del orden de unas clases vespertinas que terminaron antes de lo habitual. Por las ventanas, el tiempo se diluyó gota tras gota sobre las plantas achicopaladas por una ligera lluvia. Fue bajo ese cielo que segundo a segundo se volvía gris, entre cuadernillos y lápices; sillitas y mesitas; uniformes y mochilas escolares, que a sus recién estrenados 8 años, Camila se encontró dándole la razón a los adultos: los viernes 13 eran de mala suerte. Los 13 de mayo dejaron de ser de una virgen maría que bajaba de los cielos de cova e iría —o como dijera la canción, para bajar a su casa y llevarse a su abuelo. ¿Qué de santo tendría ese viernes gris, tenebroso como la sala de la funeraria por donde desfilaron las caras desconocidas, hinchadas por el llanto? ¿Qué de memorable tendría esa noche donde los primos lejanos aparecieron en un disfraz de luto, ignorantes del dolor ajeno? ¿Qué entenderían de un duelo inexplicable? ¿De madres llorosas y abuelas consagradas al nazareno a causa del dolor extremo? ¿De tardes de novenario ahumado en incienso y mujeres con velos en las cabezas y cánticos disueltos en llantos? ¿Quién explicaría el significado de la muerte, del cáncer, ese que por años consumió no solo a una persona, sino que a toda una familia dejándola en un luto perverso y eterno?


CORTE A: 

El 27 de septiembre de 2008 fue jueves. A las 00:12 horas caminó sin dirección por las calles de la ciudad. A través de unos ojos llorosos marcó por cuarta vez el número telefónico de la única persona en quien confiaba. “El número que intenta llamar no se encuentra disponible—”, respondió mecánicamente el buzón de voz.  —dios, y las desérticas calles fueron los testigos de ese arrebato fúrico que hizo estrellar el teléfono celular contra el concreto. ¿En qué momento la algarabía de la noche, de los nuevos amigos, de la cerveza se convirtió en pelea? ¿Cómo fue que las palabras de amor se volcaron a pleitos borrachos, tan difíciles de recordar y al mismo tiempo, tan difíciles de olvidar? ¿Cómo fue posible pasar de la compañía al abandono? Entre la soledad de media noche y la confusión, Lucía lloró sobre las gradas que llevaban a una institución financiera. Luego de limpiarse las lágrimas borrachas que le escurrían el maquillaje, recobró la compostura. 21 años no era edad para llorar, deambular por las calles durante la madrugada y mucho menos entender de (des)amores. Un suspiro largo le devolvió la dignidad. Una a una, recuperó la compostura y las piezas que conformaban el aparato celular. El teléfono no volvió a prender. No había a nadie a quien llamar. Caminó 700 metros hasta la casa de sus padres. Para variar, no llevaba la llave. Sonrió ante el absurdo adagio que reafirma que las cosas cuando van mal siempre pueden ir peor. De alguna forma, alguien la dejó entrar a la casa y entre la vergüenza y el etílico, se durmió.

CORTE A: 

El 18 de agosto de 2014 fue lunes. Dos rayitas azules sonrieron positivas sobre la porcelana del servicio sanitario de la oficina. ¿Cuántas pruebas positivas más pasarían por ese baño frío e impersonal?, se preguntó. ¿Cuántas acciones indeseadas? ¿Cuántos desaciertos, equivocaciones y pendientes por resolver? Con manos temblorosas, guardó la paleta de plástico que confirmaron la peor de las noticias. No tuvo necesidad de verificar las instrucciones, ni de exámenes de sangre adicionales. Las tiritas azules se pintaron en menos de dos segundos, cambiando para siempre la vida de Jimena. Con la caja, los papeles y el miedo guardado en su bolso, salió hacia la sala de reuniones. Prendió el computador y sobre su lista de “cosas por hacer”, anotó un pendiente más.







El Blues de la Soledad



   
 Soy Liza Onofre, la new girl in town. Me uno a este círculo de mujeres creativas con mucha ansiedad y entusiasmo.  Cómo dice por ahí una canción, a lo mejor resulta bien




EL BLUES DE LA SOLEDAD: las invenciones que recordamos
@LaOnofreEscribe
Me cuento entre las hijas no reconocidas de la radio Súper Stéreo o, como la conocimos, la doble SS. No sé por qué bondad extrema de los dioses viví parte de mi adolescencia y de mi despertar estético con la programación de la doble SS. La escuchaba hasta las tantas en mi habitación de hija de dominio  que le gustaba leer y escribir, pero sobre todo dibujar un mapa en el carril auxiliar donde van las locas, las que fuman  puro, las ave fénix, las lectoras, las que investigan, las que hablan en voz alta, las brujas, las alquimistas, las fiesteras, las playeras, las borrachas, las libres y todas esas a las que a veces se les acusa de no ser aptas para los actos de la vida civil y sus mieles de columpio en el jardín, para ponerlo, indeseadamente, en liricas de un señor Sabina.

Y según leí, en un blog perdido en  el magma de los blogs personales, Sabina fue el compositor de El Blues de la Soledad, cuya versión más popular en los 90 fue interpretada por Miguel Ríos. Pensaba que quizás  los programadores de la radio inconscientemente la tenían contra mí, porque casi no programaban mi canción favorita o no la programaban a las horas que lograba sintonizarla en paz. Mi percepción de aquel tiempo juvenil era que tenía que pasar un trimestre para volver a escuchar El Blues de la Soledad. No eran los tiempos de Spotify o Youtube.

El Blues de la Soledad tuvo por aquellos años la capacidad de ponerme a fantasear sobre los dos protagonistas de la canción. Sobrellevo una personal inclinación a engancharme a esas canciones que más que canciones son relatos musicalizados.

Más o menos la canción de Ríos, que también es la de Sabina, cuenta  de un hombre al que en una de esas noches de calma postrera a la tormenta (el dato anterior es una elaboración propia de la imaginación de la autora), el taxista, que lo lleva a quien sabe dónde, silba una canción y con solo ese golpe detonador de la memoria el tipo aparece en el bar donde encuentra a una mujer con quien quizás dejó, hace diez siglos,  algo pendiente; algo como una botella.

 En mi imaginación, ese hombre y esa mujer no eran más que un par de espías  jubilados de la segunda guerra mundial. Ella se había quedado con una de sus falsas identidades y él había seguido en el servicio secreto.

La lírica de este blues es un mapa de como la nostalgia nos puede conducir ilusoriamente por nuestra historia. En la canción, la escenografía (taxi, lluvia, bar, piano, taxi) esta puesta  para acompañarte sin resistencias a añoranzas en la mayoría de los casos sin asideros en la realidad. Añoramos, con una claridad de testigo ocular,  lo que nunca hemos hecho y ni por asomo nos han pasado. Pero las historias, las intimas y las multitudinarias, son las que se cuentan y no las que fueron, y  ni siquiera las que contamos si no las reconstrucciones que cambian según sea el receptor de las mismas.  

Por eso la canción de Ríos y Sabina es  toda una postal para que dos náufragos transfieran sus horas en común – pasadas, presentes, ya que del futuro casi nadie se hace cargo- de los archivos de nostalgia impostora a los expedientes finiquitados, y ya de una buena vez las historias que los unen no sean añoranzas ficticias sino más bien un ajuste de cuentas con esa vida que nos da un solo momento, un solo disparo, una carga de munición en el momento preciso. Lo que toca es decidirse.
La nostalgia es una escenografista efectiva; nos hace retener en la memoria (porque nostalgia y memoria  son experiencias siamesas) fotogramas, olores, dimensiones, intensidades de luz, mobiliario, sonidos de un tiempo que al volver la vista atrás nos parece idílico y edénico. Es el Imstagram de la memoria. Y hay en la nostalgia una angustia tramposa por volver “al lugar donde se ha sido feliz y  El Blues de la Soledad sentencia que al lugar donde se ha sido feliz es mejor que no trates nunca de regresar. Hay que ver que esos de andar visitando locaciones pasadas es de nostálgicos y asesinos seriales.

Porque la memoria idealizada es esto: imágenes sin indexar de lo que fue, con anhelos de entonces y las ganas de ver nuestro pasado bajo la lupa de felicidad conjugada en tiempo verbal imperfecto. Y es posible que ese pasado sea normal y hasta vulgar, que no haya mayores glorias ni noblezas venidas a menos o actos heroicos de superación y coraje o tal vez sí, pero que esas trampas cerebrales nos hagan ficcionarlas en un devenir personal de prócer patrio.

Y ahora, que revisito la fantasía,  me planteo si ese cuento fue solo una ensoñación de ese viejo espía que quiso tomar todas las diligencias para encontrarse de nuevo con la  espía pianista, porque el blues de la soledad  finalmente se impacta con el baúl de un Wolkswagen azul y ese movimiento pueda ser que lo arrebató  del túnel de la memoria que lo estaba conduciendo por unos sucesos más deseados que reales..

Como remate, canta Ríos que el Blues   “es Goma 2 conectada al corazón”. Como si no supiéramos que una sola estrofa puede hacernos estallar, estallar mil veces para seguir- auxiliados con esa capacidad de regeneración que nos aporta la música- acumulando historias reales o inventadas como la de que los locutores de la Súper Estero la tenían contra mí.