Cuando la música se convierte en inspiración

Cuando la música se convierte en inspiración y la inspiración se transforma en historias es cuando nace Non-Girly Blue.

Somos un experimento literario conformado por mujeres amantes de las letras y la música. Cada quince días nos alternamos para recomendar una canción sobre la cual las demás non-girly blues soltamos la imaginación y nos inspiramos para escribir... escribir relatos, historias, cuentos, personajes y a veces hasta poemas. ¿Y por qué no pues?

[Publicaciones y canciones nuevas cada quince días]

20170309

Ahogo


Relato inspirado en Amar y Querer de Jose Jose



Te voy a contar algo: esta mañana, cuando me desperté, no esperaba venir a verte. No esperaba tragarme toda esta cadena de recuerdos, pero mirá ve, las cosas no salen siempre como uno quiere.  Cierro los ojos y veo todavía las luces en el cielo de cuando nos conocimos, cuando celebraban la independencia con fuegos artificiales chinos y salchichas llenas de mostaza mientras nosotros salíamos a ver quién nos estaba viendo. La noche estaba regia, como si la hubieran hecho para nosotros dos.


Pero no, no sale todo como uno quiere. No, no llorés, tampoco yo me imaginé que terminaríamos así. ¿Todavía te tardás veinticinco minutos para bañarte? Te tardabas veinticinco casi siempre, pero cuando te lavabas el pelo se iba el tiempo hasta cuarenta minutos o más, mientras el jabón se hacía una bola aguada en el  baño. ¿Siempre te tomás el café negro?  No me contestés, me imagino que sí. Nunca te gustaron las cosas dulces. Me acuerdo porque te llevaba a veces pasteles que terminaban petrificándose en la refrigeradora. ¿Y todavía te gusta que te besen en las esquinas donde no cae mucha luz? No, creo que no. Buscar esas esquinas está bien mientras se es joven y estúpido, pero no a estas alturas. Mejor no me contestés, es mejor que no sepa.


Yo también mantengo algunas de mis mañas. Todavía guardo botellas en el tanque del baño para ahorrar agua y cuento cuántos perros pasan frente a la casa cuando llego, nada más para consolarme que en realidad no estoy tan solo entre tanto anciano donde yo vivo, veinte años más joven que la mayoría. Suspirá, pues... Pero no me llorés, mirá que esto no es tan malo como se ve, cada quien va a estar donde le corresponde, lejos del otro y ya.


¿A mí me venís a decir que estar solo es mejor? Mirá, eso depende. Uno puede pasar tranquilo y en paz, pero la mente no se calla. Es como querer comer carne sin nunca encontrarla, morder por gusto para sentir hambre todo el tiempo. ¿Por qué no te callás? Sí, mi cerebro tampoco se calla, pero vos no me estás ayudando. Que apestás a sudor.


Calláte. Calláte, que yo tampoco esperé que salieran las cosas así. Todo lo dí. Mirá, yo tampoco quería llorar. Pero vos sabés como es esto. Todos sabemos querer pero pocos sabemos amar y no sé qué. Calláte, no me dejás pensar en paz. No sabés como es esto, a mí tampoco me gusta. ¿Creés que me gusta oírte llorar? No. No me gusta y menos me gusta ponerme a llorar yo y es por eso que hago esto. ¿O pensás que me levanté hoy pensando en venir a dejarte acá, a este hoyo? Calláte, que no me dejás cerrar esto. Calláte, que estás levantando polvo.

20170225

Accidentalidades











Conocí a @Accidental_ hace ocho años en Un Raro Dúo, (no me pregunten por qué, pero siento que ha pasado más tiempo). Desde ese 30 de enero de 2009 se volvió recurrente en sus visitas a nuestro blog y viceversa. Luego nos encontramos en Twitter y algún día del 2010 (si mal no recuerdo) nos juntamos a tomarnos un café en Multiplaza... De allí tuvimos muchos cafés y muchas horchatas y muchas cervezas y muchos rones. Por allí tuvimos un proyecto que se llamaba Palabras Al viento, que se lo llevó el viento. Una vez quebré un vaso cervecero en su apartamento, trabajamos juntas en algún momento del 2012 en un proyecto llamado EsArtes, he llegado tarde a traerla muchas veces, hemos compartido alumnos en la Mónica Herrera, hemos llegado hasta a emparentarnos por vía de un gato que es mi nieto y que se llama Tolstoi.

Hemos intercambiado ideas, sueños, miedos, confesiones y pensamientos tantas veces.

Es una AMIGA que llegó a mi vida de forma @accidental_ ¿ven que interesante? y hace unos años dimos vida a este proyecto de @NonGirlyBlue, ahora ella nos deja para enfocarse en nuevos proyectos y, aunque sé perfectamente que allí va a estar siempre para compartir un almuerzo o intercambiar mensajitos por FB; yo soy una dramática empedernida y ya me comenzó a dar nostalgia, porque sí, porque soy mala con esto de los cierres, de los finales...

Así que para darle una despedida como se lo merece, con bombos y platillos, esta semana-quincena vamos a escribir inspiradas en uno de sus artistas favoritos: José José.  Cada una de las NonGirlys ha seleccionado una canción, así que, queridos, el repertorio va a estar interesante... Y el homenaje a la Karla, más que merecido.

Porque, ajá, yo sí voy a extrañar sus relatos por estos lados.

20170224

Tipos de rosario


Relato edición "Yo fui una vez" de Silvio Rodríguez

Existen tipos de rosario, así como hay todo tipo de días: los días nublados que se alían con un sol canicular que propaga el vapor y el dolor, son días que caben esta tipología de días que se encuentran descritos rigurosamente en la agenda de 2008 de Cynthia. La mamá de Cynthia coleccionaba rosarios de todo tipo, y ese día no estaba pensando en ellos. 31 grados, dos baldes; La Herradura, Merliot; ¿habrá algún tipo de vino que se llame Merliot? Cynthia se levantó (cuando es de noche, desde las mesitas de madera de la Herradura de Merliot, no se nota el vapor inusual de la mitad del año) y en la cola –––que siempre se hace, que nunca termina– se despreocupó por lo que ocurría en la mesa, en la barra, en el pasillo, en la calle. Tres personas delante de ella tenían que orinar (o ajustarse el sostén, o putearse a sí mismos con un poquito de agua en la frente o…) y era, al fin, un privilegio no huirle a sus estupideces. Se imagino tocándose el vientre, porque sus manos no lo sobaron, no tal cual… Buscó cómo acomodarse sus manos, en esa fila, esa noche húmeda como la mañana con nueve días de retraso en los que se sintió los senos más grandes, hasta que encontró cómo colocarlas en las bolsas del pantalón ajustado y desteñido… Se las mordió, antes, justo antes de resignarse con las palmas sudadas al efecto de esa noche. En un par de años, no le fuera a causar este estrés. ¿Qué más va a hacer? Manejar, mantener al niño, y estar soltera y, de alguna manera, trabajar y estudiar; ¿pero en qué órden? Y cuando el tipo barbudo y brilloso salió del baño, perturbando el orden de la cola formada con mucha gracia sobre el suelo mojado por el vaivén de baldes y hieleras, volvió a ver a Cynthia y bajó un poco la mirada. Con sincronía imperceptible, el hombre, factor de disrupción de la cola, le vio el escote a la muchacha y reveló un rosario muy similar al –así como hay tipos de días o días de todo tipo, hay distintos tipos de rosario– al que cuelga del cuello de la lámpara de la mesa de noche de la mamá de Cynthia. Su “Él” usaba un rosario muy similar, y rebotaba contra su pecho cuando estaba encima de ella, y aquel ir y venir distorsionó el significado de cada perlita de madera y la única salida era rezarle a otro tipo de rosario, que no le recordara a ninguno de esos hombres. Después de la ida al baño, verse en el espejo, buscar una barriga nueva en su perfil contra el espejo sucio del bar, regresar a la mesa a fingir que todo está igual de bien o de mal que siempre, Cynthia se iría a dormir con un rosario turquesa, sin ninguna perlita de madera.

20170221

Hubo una vez

Relato-recuerdo inspirado en Yo fui una vez, de Silvio Rodríguez


A la que me acompañó en mi primera noche de espanto


Aunque esperaba aquel día con ansias desde hace semanas, Judith no vio nada distinto a otros amaneceres, estaba acostumbrada a ver levantarse el sol desde muy niña, cuando se levantaba muy temprano y salía del rancho a levantar el cerco para que las cabras salieran al potrero a comer, luego le daba maicillo a los pollos y después dedicaba todo el peso de su cuerpo pequeño y delgado a sacar agua del pozo para cocer el maíz que usaba su mamá para echar tortillas.

Aquella madrugada era igual que aquellas con una rutina rural establecida. No había nada distinto. Excepto el arma que tenía en el regazo, abrazándola como última esperanza de una vida que quería que fuera distinta. Aún se veía la penumbra cuando alcanzó a ver unos ojitos asomándose en los primeros vidrios solaire de la casa donde estaba refugiada. No tuvo miedo por primera vez en las últimas 24 horas. 

El silencio se había instalado al fin. Judith se había separado de su célula en medio del combate, su unidad intentaba repeler a varios soldados apostados en la base del cerro, en medio del cerro había una colonia y justo en la noche el ejercito había estado tirando bombas desde un helicóptero así que les tocó bajar hasta aquel caserío de techos de duralita ondulada. La estrategia era llegar al punto más alto de la colonia y desde ahí atacar hacia los cielos. 

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La noche parecía eterna, tenía cinco días de no ver a su papá, aquella guerra de la que siempre había escuchado al fin se veía cercana y palpable, nadie podía entrar o salir de la colonia y a ella le tocó vivir aquellos días sola con su mamá y su hermanita menor. No lo decía, pero tenía miedo. 

El primer día le ayudó a su mamá a acomodar toda la vida hogareña para sobrevivir. Levantaron los colchones de las camas y los apoyaron sobre las ventanas de la sala y los cuartos, excepto del cuarto que daba al patio, porque ya no alcanzaban los colchones, de todos modos ese cuarto y el que daba a la calle no iban a ser usados, las tres dormirían bajo la mesa del comedor que metieron a rastras en el cuarto de en medio. 

Dormir nunca había sido fácil para ella y aquellos días y sus noches no había podido dormir mucho, la asustaban los pasos secos y pesados que se escuchaban sobre el techo de su casa. "Son los muchachos", le decía su mamá a manera de explicación que buscaba dar alivio. Por precaución tenían prohibido ella y su hermana salir a la calle y al patio. Aún así, ella se las arreglaba para asomarse a la ventana que daba a la calle para ver si milagrosamente aparecía su papá bajo el árbol de mangos que daba la bienvenida a su casa. 

Aquella madrugada escuchó más pasos que las noches anteriores, además de escuchar el helicóptero que sobre volaba muy bajo, no estaba segura si su mamá y su hermana escuchaban lo mismo que ella, con la agilidad que siempre tuvo se fue deslizando hacia fuera de la mesa del comedor y salió con pasos de gato, se sentó en los sillones de la sala y solo se quedó viendo hacia la duralita ondulada que le anunciaba que mucha gente caminaba sobre su cabeza. 

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De pronto lo sintió. No fue dolor, fue un fuego que le pegó en la parte de atrás del muslo derecho. No dijo nada, vio a sus compas seguir el camino y ella, para no atrasarlos, solo se hizo a un lado del techo, se refugió entre las ramas de un árbol de marañón y vio hacia abajo, el patio era un espacio libre, solo había una pila y un enorme barril que supuso Judith que estaba lleno de agua. Sintió sed de solo pensar en el líquido. 

Arrastró su dolor y abrazó su AK-47, decidió que debía refugiarse si no quería recibir otro disparo. Se alegró de tener la experiencia de subir y bajar árboles desde que era una niña allá en Aguilares, se terció el fusil a la espalda y con todas las fuerzas que le permitieron sus brazos se abrazó al marañón y fue bajando, despacio, procurando no hacer ruido, solo el frotar de sus ropas asperas contra la corteza del árbol la delataban. De pronto no pudo más y faltando metro y medio para llegar al suelo se soltó y cayó al patio. Gimió de dolor al caer y el instinto le indicó que debía estar sentada, fusil en mano, apoyando la espalda al gran muro que separaban el patio de esta casa con el patio de los vecinos.

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De pronto lo sintió. No era miedo, era pura curiosidad, unos pasos sonaban distintos a los que acababan de pasar y luego el silencio, sintió cómo el árbol emitía un sonido distinto al que daba cuando el viento lo mecía. Siguió el consejo de su mamá al pie de la letra: cuando sospeches que alguien desconocido está en la casa, no importa dónde, tirate al suelo. Cuando terminó de pensar en eso, su pecho ya estaba en contacto con el piso helado. En vez de regresar al cuarto con su mamá y hermana, se fue deslizando hacia el cuarto que daba al patio. 

Su corazón latió más fuerte y rápido cuando escuchó un golpe seco, como cuando alguien deja caer un saco de papas, luego escuchó un gemido. Reconoció el dolor ajeno. No se atrevió a asomarse por la venta, el instinto le indicó que debía sentarse justo abajo de la ventana, apoyando la espalda al muro que la separaba del patio. 

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Silencio. Ninguna dijo nada, ambas se morían de apoco. Más de diez años las separaba. Todo las separaba, un muro, un arma, la edad, los estudios, el origen, una ventana. Solo las unía el miedo.

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Aún se veía la penumbra de la madrugada cuando alcanzó a ver unos ojitos asomándose en los primeros vidrios solaire de la casa donde estaba refugiada. No tuvo miedo por primera vez en las últimas 24 horas. 

Del otro lado, la niña vio a la muchacha vestida con pantalones y camisa oscura, no entendía muy bien, pero supuso que era de "los muchachos", era evidente que le dolía algo, aún así... No tuvo miedo por primera vez en las últimas 24 horas. 

Decidió recorrer el camino del cuarto hacia la puerta que daba al patio y abrirla. Cuando asomó la cabeza solo vio el rostro de Judith con su dedo índice perpendicular a su boca, diciéndole que no hablara. 

Con todo y todo, Judith sintió alivio de ver a la niña. Ya no recordaba la última vez que había sentido ternura, la guerra no es buen momento para la ternura, ¿o sí? La niña salió al patio y se acercó a Judith. 

- ¿Estás sola? - preguntó Judith. La niña solo movió la cabeza en negativa. 
- Estoy con mi mamá y mi hermana menor - dijo ella. 
- ¿Y tu papá? 
- No sé dónde está - dijo la niña. 
- Regalame agua - pidió la joven.

En ese momento la niña se dio cuenta de la herida que traspasaba la pierna de Judith y se asustó al ver sangre. Era evidente que aquella niña no sabía muchas cosas de la vida, incluyendo la muerte. Judith le tomó las manos delgadas y la forzó a verla al rostro.

- Regalame agua, por favor - dijo Judith. La niña abrió los ojos mucho y vio el rostro de la guerrillera y salió del susto, asintió y se levantó. Entró a la casa y salió con un vaso plástico con una calcomanía de IRA 26, era grande el vaso. La niña se inclinó sobre la pila y con mucho cuidado apenas giró el grifo para dejar salir un chorro mínimo de agua, de manera de no hacer ruido. No quería despertar a su mamá, ¿qué le iba a decir al ser descubierta dándole agua a una desconocida? ¿cómo iba a explicar todo aquello?

La niña le dio el vaso a Judith lleno de agua fresca, mientras daba grandes tragos vio a la niña entrar a la casa de nuevo y al rato salir con dos toallas, una se la puso en la espalda y la otra en la herida y la apretó. Es lo que en el colegio le habían enseñado que se debía hacer en casos de heridas con mucha sangre. Judith agradeció el gesto. Muchas cosas cambian con un gesto, solo que a veces no nos damos cuenta.

- ¿Cómo te llamas? - preguntó Judith.
- Karla María. 

20170220

La Domesticación












(Relato inspirado en Yo Fui Una Vez de Silvio Rodríguez)

Simón era el primo de una prima. Lo que podría verse como si él fuera mi primo, pero realmente no lo era, porque mi prima era pariente por el lado de mi papá, y Simón era primo por el lado de su mamá o algo así… En fin, no era mi primo. Todo ese análisis no lo hice ese sábado en que nos conocimos en el Chantilly que quedaba atrás del Camino Real (¿Se acuerdan?)  cuando llegó con mi prima y su novio de turno. Simón, mi prima y el novio de turno eran varios años mayores que yo, unos diez, diría. Por entonces, esas diferencias de edad me parecían fascinantes, la gente de mi edad me aburría. Sí. Así.

Simón no era guapo, ni siquiera atractivo. Tenía el típico físico de los salvadoreños natos: moreno, nariz aguileña, ojos achinados, pelo negro, liso y grueso y estatura promedio. En pocas palabras: no tenía nada de atractivo a primera vista, a excepción de su excesiva seguridad y una sonrisa de perfectos dientes blancos de lado a lado que me encantó al momento. Después de unas horas y varias cervezas, ya estabamos hablando como viejos conocidos. Lo primero que me pregunté, y obviamente le pregunté a Simón, fue que cómo, siendo pariente de mi pariente, nunca nos habiamos conocido. Resultó que vivía en Washington -el DC, no el estado- y realizaba no sé qué trabajo con las comunidades latinas de allá. Al parecer se había ido a vivir con alguna familia (que no era la mía, ya está claro) a principios de los ochentas cuando lo de la guerra y la guerrilla se empezó a poner feo y desde entonces había estado allá, yendo y viniendo cada vez que le era posible. Tenía un título universitario en International Affairs (¡Wow!) o algo parecido o algo que me sonó como a eso y una maestría en Politics (Doble ¡wow!). Así que ya se imaginarán qué placer le causó a una "intelectual de pacotilla", como yo, entablar conversación con semejante ejemplar. Simón no era solo un hombre muy “estudiado”, también sabía de música, tocaba la guitarra, escribía de vez en cuando sus propias letras (¡El colmo!) y hasta escribía una columna en un periódico.

No me enamoré de él, como se hubiera esperado. No me explico por qué, tenía todas las características necesarias. Ahora que lo pienso: ni siquiera me gustaba, de gustarme físicamente, me encantaba estar con él y pasar interminables horas hablando de temas inesperados, insospechados y desconocidos. Y eso fue lo que pasó durante su larga estadía de un mes. Nos ibamos (ya sin la prima y su novio de turno) a repasar todos los posibles lugares que típicamente visitaban los “Hermanos Lejanos”. También ibamos al apartamentito en el que se quedaba con un amigo. Estaba en la segunda planta de una casa en la Centroamérica. Que no era una segunda planta de verdad, sino que, un cuartito que habían construído sobre la cochera y que tenía su acceso privado por una gradas de metal que subían desde la calle. En fin. Allí me cantaba con su guitarra las canciones que había escrito y otras, como “Usted es la culpable”. Yo no era la culpable de nada. El tampoco estaba enamorado de mí. Ya saben… Uno presiente esas cosas.

A estas alturas se estarán preguntando si era casado o algo por el estilo. Yo también me lo pregunté y se lo pregunté la segunda vez que salimos. No era casado, pero si "algo por el estilo". Vivía "rejuntado" con una gringa, lo que a mí no me impidió seguir saliendo con él, y, según me contó, tampoco a la gringa le importaba que saliera conmigo. Bien para todos. Después del mes de estar saliendo todos los fines de semana, se borró por un tiempo. Como se imaginarán, no lo busque ni pregunté a dónde estaba, me imaginé que en Washington haciendo su vida con la gringa. A esa edad quién se clava en esas cosas. Yo no. Tenía mi vidita, con familia sobreprotectora, estudios universitarios y ensayos de grupo de teatro (si, quería ser actriz).

Apareció otra vez como a los seis meses. Me llamo un sábado por la mañana y al medío día ya estabamos sentados platicando en el peñón más alto de la Puerta del Diablo. Debe haber sido octubre, porque estaba haciendo un vientecito bien rico que hacía que todo el monte de abajo se mecieran al unísono y me hiciera pensar en el poema de Alfredo Espino “Eran mares los cañales que yo contemplaba un día…” Los que yo contemplaba ese día no eran cañales, pero se movían como mares y pensé que algo así había visto el Alfredo. La cuestión es que el momento era como para enamorarse o para estar enamorado, no para estar hablando de la doble moral de los salvadoreños y la sexualidad a finales de los ochentas. Sí, de eso estábamos hablando. Esos eran nuestros temas. 

Estabamos allí sentados los dos solos y sonrió con esa sonrisa de lado a lado con perfectos dientes blancos, por un momento lo vi hasta guapo y derrepente sentí que él también había sentido que era un momento como para estar enamorado o enamorarse. Pero me equivoqué. Nunca hablamos de amor. No en el sentido romántico. Sí hablamos de hacer el amor, o mas bien: él habló o sugirió que “porqué no haciamos el amor”. Le dije que sí, que estaba bien, pero que el asunto no podía ser así nada más (sí, dije asunto), que primero tenía que domesticarme (sí, dije domesticarme) como hizo el Principito con el zorro. ¿Cómo así?, preguntó Simón. Y entonces le conté la metáfora del niño que quería jugar con el zorro, pero el zorro le dijo que no se le podía acercar, que primero debía domesticarlo, es decir, acercarse a él cada día un poquito más hasta que ya se hubiera acostumbrado a él y pudieran estar cerca. Al final el zorro le suplica “Domestícame”. O algo así. Así que allí mismo, en la peña más alta de la Puerta del Diablo con viento de octubre que nos mecía el pelo, montes que parecían mares, un sol cálido y amable en un momento que hubiera podido ser para estar enamorado o enamorarse; me besó por primera vez. 

El segundo beso nos lo dimos en el pick up azul que le prestaba su amigo mientras se quedaba en San Salvador. Estábamos parqueados en el boulevard Constitución, cuando estaba recién abierto y estrenado. Creo que no imaginamos que por alli pudiera pasar nadie, no en esa época. Y de no haber sido por la patrulla que se estacionó adelante, el policía que se bajó y nos pidió la identificación y que nos retiraramos de ese lugar, este beso sí hubiera sido apasionado, sin llegar a ser de película. De vez en cuando saliamos con mi prima y su novio de turno. A veces ibamos al cine, a veces a tomarnos algo, a veces solo a sentarnos en el apartamentito a ver tele, a veces a oir a Simón tocar la guitarra, a veces cantabamos con él. A veces cuando ellos se iban, seguíamos con la domesticación y nos besabamos en el único sillón que había. Después de varias sesiones de domesticación, como diez en realidad, Simón volvió a desaparecer. Esta vez me llamó para despedirse, le habían llamado de Washington para un asunto de un papeleo o algo así, me dijo que todavía no sabía cuando iba a regresar, pero en cuanto volviera se iba a comunicar conmigo.

Siguieron los vientos de octubre, participamos en el festival de teatro universitario y ganamos el segundo lugar, celebré la Navidad con mi familia sobreprotectora, se acabó ese año, empezó otro, comencé mi penúltimo ciclo de universidad, empezaron los primeros parciales y Simón volvió a comunicarse conmigo. Me saludó como si se hubiera ido el día anterior y me dijo que ya era suficiente domesticación, que no tenía tiempo para eso, que iba a pasar a traerme, ibamos a ir a cenar y a tomar vino en algún lugar bonito y después podíamos ir a la casa en la que se estaba quedando, que ya no era el apartamentito, sino una casa de verdad, que compartía como con cuatro o cinco personas más. Nos fuimos por allí, tomamos vino y hablamos de todo, menos de la domesticación y del asunto que nos competía esa noche. Nos reimos bastante. Tal vez si no hubiera disfrutado tanto la compañía de Simón, la relación –o lo que haya sido- no hubiera llegado hasta allí, y si él hubiera puesto un mínimo esfuerzo de su parte, hasta me hubiera enamorado, pero todo fue demasiado directo y simple como eramos los dos. La velada (como dicen en las películas) pasó más rápido de lo que me imaginaba, entre conversaciones triviales y nuestras típicas charlas tratando de componer el mundo; al rato ya estabamos en la casa saludando a todos los “roomates” y sus amigos, que eran como diez personas en total, desparramadas por toda la sala en los sillones, el suelo y una que otra silla del comedor. Había uno con una guitarra tocando alguna canción lejana. El cuarto de Simón quedaba pasando el patio, que era pequeño, con una jardinera al centro que le daba vida a un arbolito de limón y algunas hierbas que lo rodeaban a la altura del suelo. 

Simón puso todo de su parte para que el asunto se desarrollara lo más normal posible: me enseñó el cuarto, su aparato de sonido, el baño (por si quería darme una ducha o algo) y lo más importante: la cama. Puso un casette de Silvio Rodríguez y se sentó sobre la cama. Yo hice lo que parecía mas lógico y me senté junto a él, nos besamos despacito mientras pasaba su mano detrás de mi cuello, esta vez si como en las películas. No cerré los ojos, los deje abiertos mirando un punto fijo en el cielo falso, precisamente en una mancha de humedad que casi tenía la forma de un corazón (¡sí, qué cursi!). Entonces el beso dejó de ser despacito, empezó a desabotonar mi blusa blanca y caimos horizontalmente sobre la cama, su horizonte sobre el mio. Se quitó la camisa, lo que dejo entrever dos bien marcadas cicatrices: una en el brazo izquierdo, otra a un lado del pecho. (Al fondo seguia Silvio “Yo fui una vez al monte, yo fui una vez lucero, yo fui una vez sinsonte, yo fui una vez lo nuevo.”) Y entonces, cuando su mano iba entrando por debajo de mi falda, sonaron los primeros disparos, ráfagas, primero lejanas y que luego se iban acercando. Más disparos, golpes en las puertas, vidrios que se quebraban al parecer en la casa de la par. Simón solo me tiró al suelo, jaló el colchón y me lo echó encima. Me quedé allí largos minutos, horas, quizás, hasta que algunas de las cheras que estaban en la sala al entrar vinieron a sacarme, nos subimos a un Toyota viejísimo y me llevaron a mi casa.

Volvimos a Simón unos meses después, ya con la prima y el novio de turno. Nos vimos en el Chantilly, el que quedaba atrás del Camino Real (¿se acuerdan?). No hablamos nunca del asunto, de su desaparición, ni de lo que pudo haber sido. Entre tlo poco que hablamos, solo se me quedó grabada su sonrisa perfecta de dientes blancos de lado a lado y su comentario de (“aquella noche en que salimos, aquella noche tan surrealista, ¿te acordás?”) Al día siguiente desapareció así como había aparecido.

El dieciséis de enero de mil novecientos noventa y dos se celebró el resultado final de la firma de los acuerdos de paz. Hubo una misa en San Jose de la Montaña, todo mundo estaba feliz y eufórico. Luego de casi doce años de guerra, de miles de muertos, de varios pueblos desaparecidos, de cientos de hijos, nietos, hermanos, amigos desaparecidos; al fin estabamos en paz. Las celebraciones se dieron por todas partes. Y nosotros (mi novio de turno, dos amigas y mi hermano) quisimos constatar y dar fe de esa realidad que parecia mentira y nos fuimos a la celebración abierta y democrática de los clandestinos, que según decían, nunca más volverían a serlo. El Parque Barrios era una feria, con casetes, libros y souvenirs de la guerrilla. Había vinchas, gorras, pasarrios, calcomanías y camisetas con el nuevo color rojo que hasta entonces había sido prohibido. Había toda clase de libros expuestos a la luz del sol y al público, todos aquellos que hasta entonces tenían que haber estado escondidos en algún desván. El Palacio Nacional y la Catedral no se podían ver con tantas pancartas, mantas y gente que después de tanto tiempo reconocían sus caras y su ideología en público. Luego  de mi asombro, de la gente moviendo las banderas en la asotea del Palacio, de la gente caminando soprendida como despertando, pude reparar en el improvisado escenario que había sobre las gradas de la Catedral, en donde un descubierto  y emocionado lider ex - guerrillero proclamaba a todo pulmón su nueva arenga política. Avancé como pude entre aquel gentío de seguidores y curiosos que se arremolinaban sobre las gradas, siguiendo el tono conocido de aquella voz que sonaba en altoparlantes por toda la plaza… Y sí, era él (lo adivinaron). Simón que era el primo de una prima, pero que no era mi primo, el que me había domesticado y me había cantado usted es la culpable y con quien casi pierdo mi virginidad, estaba encaramado en la tarima vociferando con tal propiedad, que por un momento me olvidé que habiamos estado tan cerca que no cabía un alfiler entre los dos y llegué a creer que era ese nuevo hombre allí arriba, el exclandestino, hoy llamado Comandante Aurelio. Mi sorpresa me llevó a casi cuatro gradas cerca de él, en donde por unos breves segundos su mirada se junto con la mía y descubrí la mirada de Simón y sonrió con sus perfectos dientes blancos de lado a lado… Yo también sonreí y bajé las gradas espantada de asombro.

20170213

Ser la que soy

Uno de los grandes problemas que enfrento es que a estas alturas de mi vida sigo buscándome, tratando de entenderme... tratando de sanar.

Es un problema, pero también es la razón para seguir viviendo cada día.

Somos un cúmulo de experiencias, solas y acompañadas, alguna vez intenté estar sola, aislarme, alejarme y hacer de mi vida una especie de homenaje ermitaño, pero no pude. Me encariño de la gente, aunque no lo parezca, aunque a veces intente no hacerlo; tal vez sea cobardía, tal vez sea pereza absoluta de querer gente, tal vez sea una forma de protección de mi corazón. Igual he fracasado.

Pienso en lo que ha sucedido en los últimos 5 años y solo puedo ver el camino recorrido. Ese camino empezó con esta canción que hoy propongo a mis compañeras para escribir. Desde que Flor Aragón me invitó a ser parte de este proyecto literario dije que esta sería una de las canciones que propondría, pasaron ya varios años y no lo hice, hasta ahora.

Esta canción de Silvio Rodríguez es un parteaguas en mi historia personal. Es importante e indispensable para pensarme en cómo soy ahora, para pensarme en lo que he mutado en los últimos 5 años.

Nunca la había escuchado hasta que Miguel, mi pareja, me la regaló en una de las primeras conversaciones que tuvimos. Fue precisamente ese hecho el que me indicó que no estaba conversando con cualquier persona. No me equivoqué. Hemos seguido conversando desde entonces y no se nos han acabado los temas, ni las alegrías, ni las penas. Yo fui una vez alguien que estaba sola, que no entendía nada de la vida, alguien a quien le faltaban raíces y una brújula. Yo fui una vez una muchachita que no lograba acallar las voces más atroces, fui una vez alguien muy distinta a quien soy ahora.

La vida tiene eso, la inmensa dicha de seguir mutándonos. No creo que deje de buscarme a mí misma, ni de tratar de entenderme, ni mucho menos de sanar. Sanar. No sé hasta donde me lleve esta aventura, no sé si estaré de nuevo sola, pero si sé que jamás seré la misma.

Me despido así de este proyecto. Cierro un ciclo definitivamente en Nongirly Blue. Me llevo las risas, el camino recorrido con estas maravillosas mujeres y les dejo una parte de mi en esta canción. Esta canción que me sigue cada vez que necesito regresar a mí misma.

20170209

Permanencia voluntaria


Afuera todos hablan de cómo me salvaste. De la forma heroica en la que, en el último instante, me tomaste del cabello para impedir que saltara al vacío. En la tele dicen que me salvaste; igual que el periódico que Teresa me trajo a leer en la mañana. No quiero ver más, ni escuchar nada.

¿Salvarme? ¿De qué? ¿De la libertad? ¿De mi decisión? Me salvaste, dicen. ¿Para qué? ¿Para volver a lo mismo, a este camino sin salida al que entré cuando te contesté aquel primer saludo?

Parada sobre ese techo me sentí, por primera vez en años, dueña de mí, de mi destino. No sé cómo llegaste hasta allí... Oh claro, me seguiste. ¿Fue el GPS que pusiste en mi carro? De seguro viste que salí sin consultarte, sin pedirte permiso, e imaginaste que iba a encontrarme con algún amante. Sí, eso debió pasar. Tus malditos celos, como siempre.

De un tirón me arrebataste ese momento de autonomía. Me anulaste de nuevo, aunque para todos ahora sos un héroe. Teresa dice que te han entrevistado y tomado fotos. Me cuenta que sos como el nuevo príncipe soñado en redes sociales; que has recibido mucho apoyo, el joven esposo abnegado que ha sufrido el golpe de ver a su mujer intentarse quitarse la vida.

¡Qué suerte! ¡Qué feliz coincidencia! ¡Qué valentía que llegaste a tiempo para librar a esta pobre infeliz de sus propios desvaríos, de ese intento cobarde de quitarse la vida!

Ahora es... Oh, la ironía, como si no existiera.

Nada de lo que digo vale para nadie. Ni siquiera he logado encontrar un poco de luz en Teresa .  Llora y me reclama cómo pude siquiera intentarlo sin pensar en ella, en mamá, en el tío Gustavo... La  pena que les he causado.

Al siquiatra le he dicho todo. Le hablé de los golpes, de las amenazas de muerte, de la gente a la que le pagaste para que me siguiera, de lo bebés que he perdido, de cuánto te odio. Silencio. Anota y no me cree nada. "Desvaríos de suicida ", murmuró la enfermera. "Esta mujer está grave, ¿viste al encanto del esposo? Es que hay quienes tienen todo resuelto en la vida y por eso se inventan problemas", ha contestado la otra.

Veo al techo, ya sin fuerzas para nada , ni para sacar las lágrimas que se me atoran en la garganta. Supongo que es el medicamento. Me  cuesta respirar. No logro pensar con claridad.

Y sin embargo, estoy más resuelta que nunca. Esta vida debería ser de permanencia voluntaria, y yo he decidido que quiero levantarme e irme.


20170206

Lázaro


Relato inspirado en
The Present Tense de Radiohead


Hagan un nicho para el cuerpo. Abran la tierra y envuélvanlo en lienzos, denle su lugar bajo las plantas, déjenlo formar parte de todo este aire que respiramos. Corten el pecho y esculpan la carne: este será su monumento, su huella de paso por este lugar. Cuando vuelva, se verá a sí mismo tal y como quedó en su último respiro.


Usen el cuerpo de molde. Déjenlo en la misma pose que tomó, que represente el momento que marcó su salida de este mundo. Digan que vivió feliz, que tomó aire dentro de sí y que nunca usó más espacio del que necesitaba. Guarden su corazón para que en la otra vida tenga el pecho vacío y listo para uno nuevo sin que pierda de vista al otro.


Ayúdenle a que sienta con piel nueva, que mire con los ojos que le darán allá para que sepa cómo hacerlo todo con el amor que en vida no logró tener. Pinten el molde: pongan color allí donde ya no lo hay. Paren todo y admiren su figura. Extiendan sus piernas y acuéstenlo en su última cama, donde despertará en el lugar que aún no conocemos y quizás cuando vuelva nos cuente qué hay.


Escriban su historia. Dibujen su vida en estampas, guarden recuerdos que pinten su memoria sin adornarla, sin mentir y sin despreciar. No olviden su nombre. Pronuncien su nombre.  Cuenten aquello que llenó sus años, días, horas, minutos. Marquen la fecha. Hagan que su estela perdure, que alimente la imaginación de los que quedan atrás.


Limpien el hueco. Digan adiós. Lloren sus últimas lágrimas. Este es el misterio de los que se van: regresan cuando ya no queda nadie.

Cuestión de tiempo

Mini "relato" inspirado en Present Tense de Radiohead.


A mi yo de ayer


Jamás nunca tuvo nada sentido. Hasta ahora.
El hoy es una cuestión práctica-impráctica para mi. Se supone que debo estar tranquila, lo tengo todo y aún así hay algo en mi interior que me grita que debemos irnos. Debo irme. No sé a dónde, no sé por qué, no sé por cuánto tiempo. Solo eso. Irme y vivir ahora. 

Nada tuvo sentido... hasta ahora, que lo tengo todo y no tengo nada. Ni siquiera tiempo. Ni siquiera presente.

Presente simple


















(Relato inspirado en Present Tense de Radiohead)

La luz del sol comienza a colarse por la ventana a través de un pequeño espacio sin cerrar de la cortina. Laura mira el reloj en la mesita, casi las siete, con ese rayito color naranja cayendo sobre el cuerpo inerte de Paco, que la ha dejado mucho antes de lo que le había prometido. Que la ha dejado sin casa, sin seguro de vida, sin carro. Sin todo lo que habían perdido para poder sobrellevar la enfermedad. Que solo le ha dejado un corazón roto, un montón de deudas y a Paquito de cuatro años, dormido en el cuarto de al lado, sin saber nada, sin imaginar. Tiene que despertarlo. Tiene que decirle. Pero cómo explicarle. ¿Tendría que decirle, tu papá murió? ¿así sin más? ¿o hacerle la historia del cielo y Dios y todo eso?  No sabe y ya es demasiado tarde. Tendría que haber pensado antes, tener todo el discurso listo, porque ahora no está preparada para romperle el corazón al niño también, ya con el de ella es suficiente.

Muy pronto tiene que hacer llamadas, llamar al doctor, al forense. Qué sabe ella a quién avisar, al único hermano, a los pocos amigos. Nada estaba pensado así. Paco tendría que  haber estado en el hospital, más grave que eso. Tendría que haber muerto auxiliado, no con ella dormida cuando se suponía que tenía que estar cuidándolo. No allí en su cama, con el niño al otro lado de la puerta.
No sabe cómo, pero tiene que hacerlo.

- Paquito - llama suave, como un murmullo. Se sorprende de que su voz pueda sonar tan dulce.
- Paquito - vuelve a llamar. Acaricia la seda de ese pelo todavía tierno. Baja por la curva de ese perfil tantas veces acariciado, deseando que no fuera verdad lo que va a decirle, que fuera una mañana como cualquier otra, que lo estuviera despertando para ir al kinder. El niño se despereza haciendo pucheritos, sin abrir los ojos.

- Todavía no - apenas dice, y de una vuelta se revuelve entre las sábanas como gusano.
- Ya es hora.

Lo ve incorporarse, restregarse los ojos, señalar hacia la cabecera de la cama.

- No es hora, ¿qué no ves que el sol todavía no está pegando en la cama?
- Es que es otra hora, niño. Es que tengo que contarte algo.
- ¿Algo como una historia?

Laura no sabe si es una historia. Podría parecérsele. Podría ser dulce, con el final feliz del padre cuidándolo desde el cielo.

- ¿Te acordás que papá estaba enfermo? - comienza. Lo ve abrir tremendos ojos y decir sí con la cabeza. – Bueno, pues papá se fue - continua, suavizando su voz o tratando de suavizarla para que las palabras no salgan al ritmo de su corazón.

- ¿Cómo es que se fue?
- Se fue al cielo, mi amor. Ya no va a volver…

Ella no pueda evitar una lágrima. Paquito solo la mira, con grandes ojos fijos y pensativos.
-  Pero ma, ¿cómo es que se fue? ¿Se fue volando?

Algo como una historia, piensa Laura, con el final feliz del padre cuidándolo desde el cielo.

- Sí, se fue volando…
- ¿Pero, cómo? ¿Cómo voló? ¿Se fue en avión, o de repente le salieron alas? ¿Cómo?
- Con alas…
- Con alas… Pero eran de metal como las de Buzz Ligthyear o como de pájaro?

No sabe qué decir. ¿Qué va a saber cómo son unas alas que nunca ha visto? Solo quiere que aquello termine, que el niño no se aflija. ¿Qué le va a decir?

- No sé, Paquito
- ¿Cómo es que no sabés? Vos de seguro estabas allí cuando se fue, le tenés que haber visto las alas. Si yo hubiera estado allí le hubiera visto las alas. Lo hubiera visto irse hasta el cielo, le hubiera dicho adiós…

Laura nada más lo abraza, lo pega junto a su pecho, dejando caer varias lágrimas sobre el pelo todavía tierno.

- Eran alas blancas – comienza - Con plumas de pájaro, pero más grandes, porque la verdad es que ahora es un ángel y está al lado de Jesús para cuidarnos.
- ¡Ah, bueno! – dice - De un salto se levanta de la cama y toma el control remoto 
 - ¿Puedo ver tele antes de irnos al kinder?
- Sí podés, mientras hago unas llamadas… Hoy no vamos a ir al kinder.
- ¿Ah, no? Entonces puedo ver los Power Rangers Dino Trueno… El Ranger rojo es el que más me gusta, tiene súper poderes, y también vuela como pa, pero el Ranger rojo no tiene alas, creo que puede volar porque el traje es especial. ¿Segura que le viste las alas a papá? ¿No tenía un traje especial?
- No, no tenía un traje especial -  Le dice, mientras el niño se encoge de hombros. Lo mira detenidamente, ya está viendo televisión y no la mira a ella. Parece que estaba bien. Va a estar bien. Se sorprende de lo sencillo de aquella cabecita. “El papá se fue volando y ya”. Como si fuera tan sencillo.

- Te voy a dejar aquí un ratito – Le dice - Voy a hablar por teléfono. Después desayunamos. ¿Sí? No vayas a salir del cuarto todavía – Cierra la puerta.

No pasó ni un minuto, el tiempo que se tardó en ir a la sala por el teléfono. De vuelta lo enuentra allí, parado junto al cadáver, dos grandes lágrimas resvalan por sus cachetes. Se voltea hacia ella con las manos hechas puño cayendo a los lados.

- ¡Sos una mentirosa! – dice Paquito – Me dijiste que papá se había ido volando al cielo. Y mirá allí está. No se fue volando, ¡mentirosa! ¡Está muerto!

La nausée en la tina

La nausée en la tina


inspirado en Present Tense - Radiohead
heal blind love
is that even a sentence? she didn’t know
she’s ––

Se dieron un último beso que parecía a penas una pista, el primero de muchos. En público, un beso en la mejilla es solo una promesa. En privado, había habido miles de besos de labios húmedos y sedientos, cuerpos sudando; las barbilla se raspan con besos y barbas. Adiós; tranquilo y casual. ¿Cuántos deseos habían contado sin contar cada beso?

Cayeron suspiros y amenes y cosquillas se asentaron en el estómago, separados. (Mis piernas aún tiemblan, dice; pero no cuenta, jamás.) Un buen respiro y ella, espalda recta, sale preparada para lo peor, el peso del ahora no cuenta cuando canta el pasado y condiciona al futuro, y empieza entonces a avanzar sin él a su lado, pero con él en su mente. Azulejos y piedritas firmas no se comparan con la estabilidad de sus emociones, como late tranquilamente mi corazón al verte estar allí, aquí. Hay distancia, y la acepto, le dice saboreando el té helado con menta. Solo allí, en un café que ahora ya no existe, sirven buen té helado hecho en caso.

Debe ser la menta.

O es que, como ya se está yendo el verano, el hielo mentolado sabe mejor que nunca.

(Esta es su vida, con barbilla raspada y encontrando sabor a lo insaboro.)

Ignoró a los testigos y se fijó de nuevo en los labios quebradizos, había que volver a besarlos. ¿Es normal que se besen y abracen? Hace tiempos que ya en su cabeza se habían besado, y cada vez que hablaban él se iba a un mundo en el que no había barreras ni tapujos.  Pero había que irse, dejarla; la semana empezaba y la vida sigue. Me quedo hasta el viernes.

Había que caminar, y necesitaba café de manera urgente. Lo acompañan, el largo de la calle y en cada callejón, el murmullo de la música, cada elemento de cada canción. Así suenan los espacios de descanso: a los pedazos de belleza que le revelan sus gustos, que graba. Y pesa más su cuerpo que de costumbre, con esta mente liviana.

Su camisa está empapada en sudor.

Aún tiene ropa limpia, pero todo le da la impresión de estar usado y envejecido, salvo por el recuerdo de él y ella.

(Deja correr el agua y se llena la bañera. Se deja caer en el manto del agua caliente, una cerveza y lee La Nausée, solo.)

"Present Tense" --Radiohead



the dusty road bites the traveller's weary footsteps.  
dead ends. no place to go. no more. 

all roads are closed by humans fighting for their rights, 
by “righties” fighting for their righty fights. 
why should i care? 
when you’re left, nothing’s right: 
not even distance, not even hands or beliefs. 

in a rightie world, 
everything’s left for the lefties to do right. 
everything’s right for the lefties to do harm. 

“no harm” 
“no harm” 
—no harm.

but the world collides with contradictions: 
dichotomies of religion, exhaustive exasperation, 
regrets and desolation. 


—DA20170222

20170117

Cambio de nombre


Relato inspirado en
Wrong de Depeche Mode



Se buscó en su letra a mano escrita hace tiempo, nerviosa en notas arrugadas y amarillas dentro de cajones polvosos. Revisó libros, versos y páginas sueltas hasta agotarse y aburrirse. Se leyó a sí misma y no se reconoció: estúpida y falta de palabras demasiado joven para pensar en las consecuencias de vaciarse en un papel. Se buscó en sus letras y no se encontró.


Cantó con los labios cerrados, oyendo susurros de otros tiempos. Siguió deseando oír su nombre de nuevo en aquellos labios y esperó en vano recuperar el Do Mayor que solía cantar a dúo. Se buscó en la melodía de canciones antiguas, sentimental y vana como era. Su garganta intentó acoplarse a nuevas notas y no salió más que un chillido sordo, sin tono. Ya no tenía la misma voz ni cantaba con el mismo aire. Se buscó en la canción ridícula que llenaba sus días soleados y no se encontró.


Se buscó entre las piernas del otro, en caricias silenciosas y en un cuarto a oscuras, en las sábanas cómplices que escuchaban y tocaban todo. Intentó verse en el otro rostro, en esas sonrisas recíprocas y guiños traviesos. Se buscó en sus recuerdos y no se encontró.


Caminó kilómetros bajo un sol furioso con la esperanza de encontrarse un nido. Dejó atrás la casa del pasillo grande con pilares y un jardín salvaje donde una montaña de grava era una tumba de soldado en su imaginación, la cocina con el mirto encerrado en cemento, los pisos de azulejo colonial y la verja de hierro forjado que llevaba al ático lleno de murciélagos presentes en sus pesadillas. Solo quedaban ruinas. Se buscó en la casa olvidada y no se encontró.


Fue a cavar en su furia, a buscarse en los ahogos de cólera, en el calor del disgusto recién reventado que le empezaba desde el estómago y le terminaba en forma líquida bajo los ojos, en la rabia que le trenzaba las entrañas y le cerraba la vista, en los monólogos de asco estrellándose en su cabeza. Se buscó en sus peores momentos y no se encontró.



Y se miró al espejo, buscando arrugas y canas. Encontró huellas de risas en los surcos de su cara y valor en las estrías de su piel. En los hilos blancos de su pelo vio horas, minutos y días de pláticas sin fondo que le terminaban confirmando que ya no estaba allí. El reflejo le devolvió una fugaz mirada a la que había sido hace poco y nada más. Se buscó en su imagen y no se encontró.


Suspiró, rendida. ¿No estaba en ninguna parte? La pregunta le pareció absurda. Tenía que estar en algún lado porque sabía que allí estaba, contenida en su piel sin saberse ver. Cerró los ojos y entre las sombras escuchó el Do de pecho, vio los murciélagos, las notas, las iras coloradas, la silueta caminando hacia ella, el mirto, la montaña de grava y el marco brillante con su cara viéndola. Allí estaba todo, incluso la antigua Ella, a quien tanto buscaba. Había buscado siempre en el lugar equivocado.